¡Ir a las urnas!
Yo digo que es no sólo un estricto derecho sino una feliz obligación. Yo digo que hay que ir no únicamente por los héroes que dieron vida para que tengamos patria, sino por los millones de ciudadanos anónimos que a lo largo de todos estos años han venido construyendo con su voz, con sus marchas y sus votos esto que llamamos democracia: el peor de los sistemas de gobierno, exceptuando todos los demás.
Una democracia que junto a la política han sido degradadas un día sí y otro también en este país. Pero no por sí mismas sino por el uso que de ellas hacen los políticos supuestamente democráticos. Todos, los de cualquier partido, están ahí no para dar soluciones sino para dar vergüenza: cambian de emblema y de convicciones con la misma rapidez con que las hetairas ascienden y descienden la prenda más íntima; igual ensucian todo lo que tocan, sus propios partidos con elecciones fraudulentas y el IFE y el TEPJF con sus cuotas partidistas y toda suerte de trácalas; también estafan a la nación con presupuestos millonarios, sus autos de lujo, sus vinos y comilonas y cuantas prebendas engullen para sus panzas gigantescas; y casi lo peor de todo, viven del engaño, maestros del disfraz y la apariencia son mentirosos de tiempo completo entre ellos y hacia nosotros; con decirles que en unos cuantos años han denigrado no sólo el ejercicio de la política, sino el valor de ese patrimonio común que son las palabras.
Hay, desde luego, unas cuantas excepciones que, sin embargo, no hacen sino confirmar la regla.
Todo eso es cierto. Pero también lo es que no podemos seguir así. Por eso estamos obligados a la pepena electoral. A hurgar entre la basura para encontrar de lo perdido lo que aparezca. Y votar por él o por ella. Y en última instancia ejercer nuestro sacrosanto derecho a la anulación. Que no es, por cierto, ni traición a la patria ni simulación ni berrinche ni indecisión ni venganza, como quieren hacer ver algunos. Se trata, en cambio, de un ejercicio que sí es tomado en cuenta en regímenes democráticos más avanzados.
Una posibilidad que por cierto se ha visto notablemente enriquecida por agrupaciones ciudadanas diversas a través de foros de análisis y discusión. Pero sobre todo con la realización de encuestas de salida este domingo 5 de julio, que ahora le dan un nuevo sentido al voto nulo para que deje de ser tan sólo un voto de rechazo. Se trata de conocer las razones que han llevado a cada quien a tomar esta decisión. Para que quede claro que de ninguna manera el voto nulo atenta contra la democracia, sino —por el contrario— pretende fortalecerla.
Por eso se incluirán también preguntas sobre temas de una agenda ciudadana que puede ser propuesta al próximo Congreso con asuntos torales como reducción de dineros para partidos, el referendo, el plebiscito, la consulta popular, la revocación del mandato y la rendición de cuentas para funcionarios y representantes populares. No es poca cosa.
Por todo eso y más, yo digo que ¡hay que ir a las urnas!
Yo digo que es no sólo un estricto derecho sino una feliz obligación. Yo digo que hay que ir no únicamente por los héroes que dieron vida para que tengamos patria, sino por los millones de ciudadanos anónimos que a lo largo de todos estos años han venido construyendo con su voz, con sus marchas y sus votos esto que llamamos democracia: el peor de los sistemas de gobierno, exceptuando todos los demás.
Una democracia que junto a la política han sido degradadas un día sí y otro también en este país. Pero no por sí mismas sino por el uso que de ellas hacen los políticos supuestamente democráticos. Todos, los de cualquier partido, están ahí no para dar soluciones sino para dar vergüenza: cambian de emblema y de convicciones con la misma rapidez con que las hetairas ascienden y descienden la prenda más íntima; igual ensucian todo lo que tocan, sus propios partidos con elecciones fraudulentas y el IFE y el TEPJF con sus cuotas partidistas y toda suerte de trácalas; también estafan a la nación con presupuestos millonarios, sus autos de lujo, sus vinos y comilonas y cuantas prebendas engullen para sus panzas gigantescas; y casi lo peor de todo, viven del engaño, maestros del disfraz y la apariencia son mentirosos de tiempo completo entre ellos y hacia nosotros; con decirles que en unos cuantos años han denigrado no sólo el ejercicio de la política, sino el valor de ese patrimonio común que son las palabras.
Hay, desde luego, unas cuantas excepciones que, sin embargo, no hacen sino confirmar la regla.
Todo eso es cierto. Pero también lo es que no podemos seguir así. Por eso estamos obligados a la pepena electoral. A hurgar entre la basura para encontrar de lo perdido lo que aparezca. Y votar por él o por ella. Y en última instancia ejercer nuestro sacrosanto derecho a la anulación. Que no es, por cierto, ni traición a la patria ni simulación ni berrinche ni indecisión ni venganza, como quieren hacer ver algunos. Se trata, en cambio, de un ejercicio que sí es tomado en cuenta en regímenes democráticos más avanzados.
Una posibilidad que por cierto se ha visto notablemente enriquecida por agrupaciones ciudadanas diversas a través de foros de análisis y discusión. Pero sobre todo con la realización de encuestas de salida este domingo 5 de julio, que ahora le dan un nuevo sentido al voto nulo para que deje de ser tan sólo un voto de rechazo. Se trata de conocer las razones que han llevado a cada quien a tomar esta decisión. Para que quede claro que de ninguna manera el voto nulo atenta contra la democracia, sino —por el contrario— pretende fortalecerla.
Por eso se incluirán también preguntas sobre temas de una agenda ciudadana que puede ser propuesta al próximo Congreso con asuntos torales como reducción de dineros para partidos, el referendo, el plebiscito, la consulta popular, la revocación del mandato y la rendición de cuentas para funcionarios y representantes populares. No es poca cosa.
Por todo eso y más, yo digo que ¡hay que ir a las urnas!
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