Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
El distópico filme de ciencia ficción británico “28 Days Later” [28 días después o Exterminio] comienza con activistas por los derechos de los animales que se introducen en la Instalación de Investigación de Primates de Cambridge para liberar chimpancés utilizados en un programa secreto de armas.
Aterrorizado por la intrusión, un científico advierte a los intrusos que los chimpancés están infectados por un patógeno genéticamente modificando. Ignorando su advertencia, los chimpancés son liberados de sus jaulas e inmediatamente atacan a todo el que encuentran, desatando una plaga de proporciones inimaginables.
A pesar del extravagante guión (con activistas por los derechos de los animales colocados claramente en la mira) esta historia lúgubre y aleccionadora contiene un grano de verdad. Aunque bandas de zombis devoradores de carne no han invadido nuestras ciudades, hay una amenaza más sutil que aparece en el horizonte.
El sexto aniversario del asesinato del experto británico en bioarmas, el doctor David Kelly el 17 de julio de 2003, destapó más que las mentiras gubernamentales que allanaron el camino para la invasión ilegal y la ocupación de Iraq; sacó a la luz el tenebroso mundo de la investigación de guerra biológica en Gran Bretaña y en EE.UU.
Junto con los ataques con ántrax de 2001 en EE.UU. que asesinaron a cinco personas y expusieron a otras 10.000 a una forma armamentizada de la bacteria, la muerte de Kelly bajo circunstancias altamente cuestionables concentró la atención en el establishment occidental de bioarmas. Por un instante fugaz todos los ojos se dirigieron hacia una red internacional de investigadores médicos, especuladores corporativos y armamentistas del Pentágono ocupados como las proverbiales abejas en experimentos con letales microorganismos.
Y entonces, como dicen, se apagó la luz; mientras más cuerpos se amontonaban, los casos se “cerraban” y el dinero seguía fluyendo…
Un complejo expansivo bioarmamento-industria
La producción de bioarmas fue aparentemente prohibida cuando EE.UU. firmó la Convención de Armas Biológicas (BWC) en 1975. Sin embargo, la ausencia de algún régimen formal de verificación limitó desde el principio, algunos dicen intencionalmente, la efectividad del tratado.
Por cierto, un gigantesco agujero en el BWC permite la producción de “pequeñas cantidades” de agentes mortales “con propósitos médicos y defensivos.” Nótese, sin embargo, que no se prohíbe la producción en sí de tales agentes sino más bien, su transformación en “armas, equipos o medios de lanzamiento… con propósitos hostiles o en un conflicto armado.”
Y utilizando como pretexto los ataques del 11 de septiembre y los del ántrax, EE.UU.se lanzó a un programa sistemático e insensato para expandir la investigación de la creación de sistemas prohibidos de armas. Junto con un renovado interés en esos arriesgados proyectos, ahora bautizados eufemísticamente como “biodefensa” para evitar la violación del BWC, vino un inmenso aumento en el financiamiento con la construcción de nuevas instalaciones y con la “actualización” de las antiguas. Un informe de mayo de 2009 del Servicio de Investigación del Congreso (CRS) calcula que los gastos generales del gobierno han “aumentado de 690 millones de dólares en el año fiscal 2001 a 5.400 millones de dólares en el año fiscal 2008.”
Según el Centro de Control de Armas y No-Proliferación basado en Washington D.C., desde los ataques terroristas de 2001 “el gobierno de EE.UU. ha gastado o asignado cerca de 50.000 millones de dólares entre 11 departamentos y agencias federales para encarar la amenaza de armas biológicas. Para el año fiscal 2009, el gobierno de Bush propuso otros 8.970 millones de dólares en gastos relacionados con bioarmas, aproximadamente 2.500 millones más (un 39%) que la suma que el Congreso asignó para el año fiscal 2008.”
El grueso de esos fondos, según el Centro, han sido destinados a la Autoridad en Investigación y Desarrollo Avanzados en Biomedicina (BARDA) del Departamento de Salud y Servicios Humanos, (31.500 millones de dólares), al Departamento de Defensa (11.800 millones), al Departamento de Seguridad Interior (3.300 millones) y al Proyecto BioEscudo (5.500 millones de dólares).
Sin embargo, según numerosos estudios, es más probable que los patógenos letales se propaguen como un fuego incontrolado como resultado de un accidente de laboratorio que por un ataque por terroristas que esgriman gérmenes. Al escribir estas líneas, laboratorios con Nivel de Bioseguridad 3 (BSL-3) y Nivel de Bioseguridad 4 (BSL-4) brotan como hongos venenosos por todo EE.UU.
La denominación BSL-3 significa que una instalación está equipada para manejar agentes indígenas o exóticos que puedan causar una enfermedad seria o potencialmente letal después de ser inhalados. Ejemplos de sustancias manipuladas por un laboratorio BSL-3 incluyen tuberculosis, ántrax, virus del Nilo occidental, SARS, salmonella, y fiebre amarilla.
Por otra parte, un laboratorio BSL-4 manipula los patógenos más letales conocidos por la humanidad; en otras palabras agentes infecciosos transmitidos por aerosoles que causan enfermedades fatales para las que no existen tratamientos conocidos. Ejemplos de sustancias manejadas por un laboratorio BSL-3 incluyen, el virus de Marburg, el virus Ébola, la fiebre de Lassa y la fiebre hemorrágica Crimea-Congo.
Investigadores del CRS informaron que “entidades no-federales también han expandido o construido laboratorios de alta contención adicionales. Aparte de la amenaza de bioterrorismo, una creciente percepción de la amenaza planteada por enfermedades emergentes y re-emergentes ha llevado a la proliferación internacional de laboratorios de alta contención, ya que las tecnologías utilizadas están ampliamente disponibles.”
Sorprendentemente, el CRS no pudo determinar la cantidad exacta de laboratorios BSL-3 que operan actualmente en EE.UU. Sin embargo, el equipo investigador del Congreso dijo que “se calcula que la cantidad total de espacio BSL-4 planificado o existente en EE.UU. se ha multiplicado unas doce veces desde 2004.”
Gran parte de ese trabajo, convenientemente, es subcontratado a corporaciones privadas con poca o ninguna supervisión efectiva. Entre las firmas más destacadas que han recibido la generosidad del gobierno federal para trabajo de BSL-3 y BSL-4 según CRS, están "Lovelace Respiratory Research Institute, Battelle Memorial Institute, Southern Research Institute, y otros." ¡Por cierto, gran parte puede permanecer oculto bajo la rúbrica de “información confidencial” y de “propiedad intelectual”, incluida la subcontratación de la investigación de armas secretas!
Durante audiencias en 2007 ante el Subcomité sobre Supervisión e Investigaciones del Comité de Energía y Comercio del Congreso, el presidente del comité, Bart Stupak (demócrata de Michigan), dijo:
Estos laboratorios BSL -3 y -4 son instalaciones en las que se realiza investigación con virus y bacterias altamente infecciosos que pueden causar daño corporal o muerte. Algunas de las enfermedades más exóticas y más peligrosas son manejadas en los laboratorios BSL-3 y -4, incluyendo ántrax, fiebre aftosa y fiebre Ébola. La liberación accidental o deliberada de algunos de los agentes biológicos manejados en esos laboratorios podría tener consecuencias catastróficas. Sin embargo, como nos informa la Oficina General de Auditoría de EE UU (GAO), ni una sola agencia gubernamental tiene la responsabilidad en última instancia de asegurar la seguridad y de proteger esos laboratorios de alta contención. Sin embargo, la GAO señala que tiene lugar una considerable expansión de la cantidad de laboratorios BSL tanto en EE.UU. como en el extranjero pero que se desconoce la dimensión de esa expansión. (“Gérmenes, Virus y Secretos: la proliferación silenciosa de biolaboratorios en EE.UU.” Audiencia ante el Subcomité sobre Supervisión e Investigaciones del Comité de Energía y Comercio del Congreso, Cámara de Representantes de EE.UU. 4 de octubre de 2007, Serial No. 110-70, pp. 1-2)
Las audiencias revelaron que nadie “en el gobierno federal llega a saber con seguridad cuántos de estos laboratorios existen en EE.UU., mucho menos qué investigación realizan o si son salvos y seguros.” Ni “protegidas” ni “seguras” esas instalaciones son, sin embargo, altamente lucrativas.
Sólo en 2007, se informó sobre unos 100 “incidentes” de ese tipo; sin embargo, “hay indicios de que la cantidad real de incidentes podría ser mucho más elevada,” según el representante Stupak. Las líneas directivas para las informaciones son tan permisivas que patógenos peligrosos como hantavirus, SARS y la fiebre del dengue no “están en la lista de agentes seleccionados” ni se requiere que “el robo, la pérdida o la liberación de esos agentes… sea informada a funcionarios federales.”
Según Edward Hammond, director del ahora difundo Proyecto Sunshine, unas 20.000 personas que trabajan en más de 400 sitios en EE.UU. realizan investigación sobre organismos que pueden ser utilizados como bioarmas. Eso representa un aumento multiplicado por diez en el empleo en semejantes instalaciones desde los ataques con ántrax de 2001.
Utilizando la Ley de Libertad de la Información para obtener datos del gobierno federal, Hammond obtuvo antecedentes de una serie de comités de bioseguridad universitarios. Lo que descubrió fue inquietante para decir lo menos. Plaga, ántrax, fiebre de las Montañas Rocosas, tularemia, brucelosis y fiebre Q; son algunos de los patógenos letales que han escapado a la contención debido a malas prácticas de seguridad y que llevaron a enfermedades accidentales de trabajadores de los laboratorios.
Los científicos han advertido durante años que mientras más gente manipula esas sustancias tóxicas, mayor será la probabilidad de que sucedan desgracias. Entre los incidentes más conocidos, Hammond informó sobre los siguientes:
Texas A&M University: Trabajadores fueron expuestos a la fiebre Q cuando escapó a la contención;
Universidad de Nuevo México: un trabajador fue pinchado por una aguja cargada con ántrax mientras a otro lo clavaron con una jeringa llena de un microbio no revelado, genéticamente modificado;
Medical Center de la Universidad de Ohio: trabajadores fueron expuestos a coccidioidomicosis;
Universidad de Chicago: un pinchazo con una jeringa de un trabajador de un laboratorio con una sustancia no revelada que requería fuerte contención, con gran probabilidad ántrax o plaga;
Universidad de California en Berkeley: trabajadores manipularon sin contención la fiebre de las Montañas Rocosas, transmitida por el aire. Había sido etiquetada por error como “inofensiva.”
Más recientemente, Global Security Newswire informó en junio que en el Instituto de Investigación Médica de Enfermedades Infecciosas del Ejército de EE.UU. (USAMRIID) en Fort Detrick, Md., “encontraron casi 10.000 frascos más de patógenos potencialmente letales que los que se sabía que estaban almacenados en el lugar.”
Afirmando que hay “múltiples niveles de seguridad,” el comandante adjunto de Ft. Detrick coronel Mark Kortepeter dijo que era “extremadamente improbable” que alguna de las muestras del centro hayan sido sacadas de contrabando. “Improbable,” pero no imposible.
Entre las 9.200 muestras adicionales descubiertas durante el inventario había “agentes bacterianos que causan plaga, ántrax y tularemia; virus equina venezolana, oriental y occidental; virus de la fiebre del Valle del Rift (FVR); virus Junín; virus Ébola, y neurotoxinas botulínicas.” ¡Y hablan de una “cultura de la seguridad”!
Si alguno de esos patógenos escapara o lo “desaparecieran,” podría ser transformado en un arma apocalíptica.
Genes de diseño, armas de diseño
En “Emerging Technologies: Genetic Engineering and Biological Weapons,” el investigador Edward Hammond describió cómo “la ingeniería genética puede contribuir de muchas maneras a programas de bioarmas ofensivas. Mediante la manipulación genética, agentes de bioguerra clásica como ser ántrax o plaga pueden ser convertidos en armas más eficientes. Las barreras de acceso a agentes como viruela, Ébola o gripe española están siendo bajadas por técnicas genéticas y genómicas.”
La investigación del ADN recombinante, que ya no pertenece al campo de la ciencia ficción, está siendo explotada por emprendedores especuladores corporativos con intenciones decididamente siniestras. Hammond escribe que aunque “el acceso a virus y cepas altamente virulentos es cada vez más regulado y restringido,” cuando se trata de toxinas letales como el virus de la viruela (erradicado de los laboratorios hace más de 20 años… es sólo cuestión de tiempo antes de que se posibilite la síntesis artificial de agentes o combinaciones de agentes.”
La evidencia disponible sugiere que un tal trabajo, alarmantemente, avanza a un ritmo rápido.
En 2002, un equipo de investigación de la Universidad de Nueva York en Stony Brook sintetizó el poliovirus. Hammond escribe que “los investigadores construyeron el poliovirus ‘partiendo de cero’ mediante la síntesis química. Comenzando por la secuencia genética del agente, que está disponible en línea, los investigadores sintetizaron secuencias del virus en el laboratorio y pidieron otras secuencias de ADN hechas a pedido a una fuente comercial. Entonces las combinaron para formar todo el genoma del polio. En un último paso, la secuencia de ADN fue activada agregando un cóctel químico que inició la producción de un virus patogénico viviente. El experimento fue financiado por DARPA, la Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados de Defensa de EE.UU.”
Aunque el poliovirus no es “muy adecuado” como bioarma, “el experimento ilustra posibilidades que generan verdaderos problemas si técnicas similares llegaran a ser aplicables a agentes como la viruela.” Hammond asegura que en 2002 “una técnica semejante fue demostrada.” Por cierto, “las secuencias completas de por lo menos dos variedades diferentes de viruela se encuentran en Internet, y últimamente ha sido lanzado un nuevo sitio en Internet dedicado a secuencias genómicas de virus que produce la viruela.”
De modo tan amedrentador como el potencial como bioarma de una viruela genéticamente modificada, investigadores de EE.UU., dirigidos por un patólogo del Pentágono, “comenzaron recientemente a reconstruir genéticamente” la peligrosa variedad de influenza responsable por la pandemia de 1918-1919. “En un experimento,” nos informa Hammond, “un virus parcialmente reconstruido de 1918 mató ratones, mientras virus construidos con genes de un virus de gripe contemporáneo apenas tuvo algún efecto.” Durante el estallido de 1918-1919 murieron unos 40 millones de personas en la pandemia global.
Hammond informa que una muestra de tejido pulmonar de un soldado de 21 años que murió en 1918 en Ft. Jackson en Carolina del Sur “produjo lo que buscaban los investigadores del Ejército: muestras intactas de RNA viral que pudieran ser analizadas y secuenciadas. En una primera publicación en 1997, fueron revelados nueve breves fragmentos de RNA viral de la gripe española. Debido a la burda preparación del tejido en 1918, no se recuperaron secuencias de virus vivo o de RNA viral completo.”
Pero lejos de inhibir a los investigadores del Pentágono, los propugnadores de la bioguerra saltaron de alegría cuando científicos del Ejército recuperaron muestras intactas de RNA viral que fueron subsiguientemente despedazadas y analizadas. En 2002, según Hammond, “cuatro de los ocho segmentos de RNA viral habían sido completamente secuenciados, incluidos los dos segmentos que son considerados como de mayor importancia para la virulencia del virus.”
Esto conduce a un desasosegado sentimiento de que tal vez el actual estallido de la variedad H1N1 de gripe porcina podría ser el resultado de algún experimento demencial que salió mal. Adrian Gibbs, destacado científico australiano quien colaboró con investigación que condujo al desarrollo del medicamento Tamiflu, dijo a Bloomberg News “la nueva variedad puede haberse desarrollado accidentalmente en huevos utilizados por los científicos para cultivar virus y por los fabricantes de medicamentos para producir vacunas. Gibbs dice que llegó a su conclusión como parte de un esfuerzo de rastrear los orígenes del virus analizando su diseño genético.”
“Mientras antes lleguemos a comprender de dónde provino, más seguras se harán las cosas,” dijo Gibbs a Bloomberg. “Podría ser un error que ocurrió en una instalación de producción de vacuna o el virus podría haber saltado de un cerdo a otro mamífero o a un pájaro antes de llegar a los humanos, dijo.”
Gibbs no es ningún chalado y sus afirmaciones, por lo menos inicialmente, fueron tomadas en serio por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Kenji Fukada, director general adjunto de seguridad sanitaria y del medio ambiente de la OMS dijo que la agencia está estudiando el informe de Gibbs. Por otra parte, el Centro Estadounidense de Control de Enfermedad en Atlanta descartó sus resultados, y decidió que “no existe evidencia” que apoye las conclusiones del científico.
Su investigación es considerada verosímil y el científico dijo que su análisis es apoyado por otros investigadores, incluyendo a Richard Webby, virólogo en St. Jude Children's Research Hospital en Memphis quien estableció que “la nueva variedad es el producto de dos cepas diferentes de influenza que han circulado entre los cerdos en Norteamérica y Europa durante más de una década.”
Gibbs dijo a la publicación financiera que no veía evidencia de que “el virus derivado de los cerdos haya sido un producto deliberado, hecho por el hombre.” El investigador dijo: “No pienso que pueda ser una cosa maligna. Es mucho más probable que alguna cosa al azar haya juntado esos dos virus.”
Fukada dijo posteriormente que la proposición de Gibbs “no corresponde a la evidencia.” El funcionario de la OMS dijo que la organización tendrá que estudiar el artículo de investigación de Gibbs cuando sea publicado, pero indicó que “es poco probable que cambie las conclusiones de los expertos.”
Puede que Gibbs se equivoque y que sus resultados sean relegados a las afirmaciones hipotéticas. Habiendo dicho eso, sin embargo, no se puede descartar fácilmente el peligro de que H1N1 o algún derivado pueda ser armamentizado.
Por cierto el Journal of the Royal Society of Medicine se alarmó tanto por la perspectiva que comentó en 2003: “Las posibilidad para la transmisión [de la influenza] mediante ingeniería genética o por aerosoles sugiere un enorme potencial para el bioterrorismo.” Inexpresada, por cierto, quedó la mayor amenaza planteada por semejante investigación oculta, o sea el terrorismo de Estado, o más específicamente, el terrorismo de Estado estadounidense.
Plum Island
Si el pasado es un prólogo, podría ser instructivo emprender un pequeño desvío por la calle del recuerdo.
Una instalación espeluznante que jugó un papel crucial en los programas de bioarmas de EE.UU. en la Guerra Fría es el Centro de Enfermedad Animal de Plum Island (PIADC), de 340 hectáreas. Bajo el control nominal del Departamento de Agricultura de EE.UU., Plum Island compartía estrechos vínculos con el Instituto de Investigación Médica de Enfermedades Infecciosas del Ejército de EE.UU. (USAMRIID) en Fort Detrick, Maryland.
Según una serie de impresionantes informes del investigador Mark Sanborne, el “padrino espiritual” de Plum Island no fue otro que un cierto doctor Erich Traub, “un científico nazi con un historial fascinante.” Traub pasó los años previos a la guerra como asociado científico en el Instituto Rockefeller en Princeton, Nueva Jersey, “estudiando bacteriología y virología, mientras todavía encontraba el tiempo necesario para pasarlo en Camp Sigfried, cuartel del movimiento nazi estadounidense en Yaphank, Long Island, a 50 kilómetros al oeste de Plum Island.”
Según evidencia revelada por el investigador Michael Christopher Carroll en su publicación Lab 257, al estallar la guerra Traub volvió a Alemania y fue jefe de Insel Riems, la instalación secreta de guerra biológica de los nazis, ubicada en una isla en el Mar Báltico. Nazi fanático, Traub probó pulverizaciones de gérmenes y virus sobre la Unión Soviética ocupada “mientras dependía directamente de Heinrich Himmler.”
Con un currículum vitae semejante se podría esperar que Traub hubiera terminado en la cárcel o colgado. ¡Vuelva a pensarlo!
Después de la guerra Traub trabajó brevemente para los soviéticos antes de ser acogido por la Operación Paperclip (sujetapapeles), el programa clandestino de empleo de Washington para científicos nazis útiles. Lo que Werner von Braun fue para los cohetes, Traub lo fue para los gérmenes: Fue rápidamente a trabajar para el Instituto de Investigación Médica Naval y dio asesoramiento operativo a la CIA y a los bioguerreros en Fort Detrick. Por cierto, su descripción detallada de su trabajo en Insel Riems probablemente ayudó a inspirar la selección de Plum Island por el Ejército: las instalaciones alemana y estadounidense estaban situadas en islas donde los vientos prevalecientes soplaban (sobre todo) hacia el mar. (Mark Sanborne, "'Bionoia' Part 3: The Mystery of Plum Island: Nazis, Ticks and Weapons of Mass Infection," World War 4 Report, No. 121, May 1, 2006)
Pero todo eso es cosa del pasado, ¿verdad? Bueno, no enteramente…
Caroll presenta un caso convincente de que el estallido en 1975 y la subsiguiente propagación pandémica de la Enfermedad de Lyme, un patógeno propagada por garrapatas identificado por primera vez en Old Lyme, Connecticut " a sólo 16 kilómetros por el estrecho de Long Island desde Plum Island,” puede haberse originado cuando un experimento secreto con bioarmas resultó mal.
Desde su aparición en 1975 se ha informado de casi 300.000 casos en 49 Estados, aunque considerando sus capacidades miméticas y sus confusas manifestaciones multisintomáticas, el CDC estima que sólo uno en 10 casos es reconocido como tal, lo que significa que potencialmente unos tres millones de estadounidenses pueden haber sido infectados por el patógeno.
Por cierto, lo que convierte a Lyme en la cobertura perfecta como bioarma es su capacidad como “un síndrome inflamatorio artero, multisistémico, que imita a otras enfermedades al incluir una serie de aflicciones, incluyendo dolores crónicos e inhabilitantes y fatiga que si no son tratadas pueden extenderse a órganos y al sistema nervioso central, causando depresión, parálisis, pérdida de la memoria, psicosis, e incluso encefalitis y muerte,” nos informa sombríamente Sanborne.
¿Por qué entonces, se preocuparían los bioguerreros de EE.UU. de una enfermedad que “inhabilita pero pocas veces mata” a sus víctimas? Según Sanborne, “la lógica es de una simpleza brutal.” Haciendo una analogía entre cómo un soldado herido causa más problemas a un ejército que uno muerto, “una población que se enferma gradualmente causa más problemas económicos y sociales a una sociedad que la simple muerte de una cantidad limitada de personas debido a un ataque más directo y virulento.”
Y tanto mejor si una enfermedad semejante puede ser transmitida por un vector natural como garrapatas o mosquitos que ya posee una su propia negación plausible por así decir “y puede confundir a las autoridades médicas al presentar una amplia gama de síntomas que imitan otras condiciones (como su más famoso pariente, la sífilis, ha sido llamada la ‘Gran Imitadora’), escribió Sanborne.
Caroll descubrió durante su investigación que el entomólogo, Dr. Richard Endris, y el jefe del equipo de fiebre porcina africana, Dr. William Hess, viajaron a Camerún y a otras partes de África en “safaris de caza de garrapatas.” Una vez que el par hubo completado su colección, había criado “más de 200.000 garrapatas duras y blandas de múltiples especies.”
Las prácticas de contención del laboratorio fueron citadas como “inseguras” por consultores externos que “recomendaron enérgicamente” que la construcción de un “insectario moderno, aprobado, sea emprendida para investigaciones futuras.” El par fue despedido en 1988 y la colonia de garrapatas fue destruida, pero la pregunta sigue existiendo: ¿se habían escapado las garrapatas?
También existe evidencia de que los investigadores de Plum Island experimentaron con más que garrapatas. Caroll afirmó:
El doctor Endris también condujo experimentos con jejenes en Plum Island en 1987 para ensayar la transmisión de leishmaniasis, una enfermedad infecciosa que si no es tratada, tiene una tasa de mortalidad humana de casi 100%. Se caracteriza por ataques irregulares de fiebre, considerable pérdida de peso, e hinchazón del bazo y del hígado. El trabajo fue realizado bajo un contrato de Fort Detrick, y sirve como otro ejemplo de un agente de bioguerra letal en el que se trabajó en Plum Island para el Ejército, sin conocimiento público y sin que se tomaran precauciones para la seguridad pública. (Michael Christopher Carroll, Lab 257: The Disturbing Story of the Government's Secret Germ Laboratory, New York: HarperCollins Publishers, 2005, p. 24)
Como otras partes del complejo bioarmamento-industrial de EE.UU., los estallidos de enfermedades y los subsiguientes encubrimientos van de la mano. The New York Times informó en 2004 que “el altamente contagioso virus de la fiebre aftosa se ha esparcido brevemente dentro del Centro de Enfermedad Animal en Plum Island en dos incidentes previamente no revelados durante este verano.”
No tengáis miedo, dijo al periódico el portavoz del laboratorio, Donald W. Tighe, “el virus ha permanecido dentro del área sellada de biocontención del laboratorio. Dijo que no había habido riesgo para seres humanos o animales dentro o fuera del laboratorio.” Una investigación “continúa.” De modo alarmante, en 1991, el huracán Bob cortó la energía eléctrica en la isla durante varias horas e inhabilitó los sistemas de presión de aire que contenían a los virus. En aquel entonces, los portavoces del laboratorio tranquilizaron al público diciendo que “estaban seguros.”
Existen planes para cerrar la instalación. Global Security Newswire informó en febrero que el Departamento de Seguridad Interior planifica la construcción de una nueva instalación por 450 millones de dólares en el campus de la Universidad Kansas State.
Sin embargo, The New York Times reveló que “costes adicionales” aumentarían el total a unos 630 millones. La National Bio and Agro-Defense Facility (NBADF) tendrá que ser “construida con seguridad en cada pulgada cuadrada,” aseguró a los críticos la secretaria del Departamento de Seguridad Interior Janet Napolitano.
¡Pronto cerca de tu casa!
A pesar de una supervisión indolente y de un verdadero océano de 50.000 millones de dólares que se esparce sobre universidades, corporaciones y las fuerzas armadas, el Instituto Nacional de Salud (NIH) ha gastado desde 2002 miles de millones en la construcción de nuevas instalaciones BSL-3 y BSL-4. Planifican aún más, incluidas las que ya están en construcción en grandes ciudades de EE.UU.
Un residente de Boston, alarmado por la perspectiva de que funcionarios del Centro Médico de la Universidad de Boston estaban construyendo “una laboratorio de defensa biológica en uno de los vecindarios más pobres de la ciudad,” dijo a Los Angeles Times: “Oímos hablar de ántrax y de Roxbury-South End," recordó. “Luego oímos hablar de Ébola. Últimamente hemos oído hablar de la plaga bubónica. Nos miramos y dijimos ‘De ninguna manera van a traer eso… a nuestra comunidad.’”
Siete años después, el complejo de laboratorio de 198 millones de dólares está terminado junto a un edificio de apartamentos y un mercado de flores. Pero las demandas estatales y federales de residentes preocupados, respaldadas por científicos escépticos, han bloqueado la apertura hasta no antes de fines del próximo año.
La batalla marca el primer gran revés en el vasto crecimiento de laboratorios autorizados para investigar las enfermedades más peligrosas del mundo desde los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. También subraya un debate creciente sobre la seguridad y la protección de tales laboratorios – y sobre si tantos son necesarios. (Bob Drogin, "Biodefense Labs Make Bad Neighbors, Residents Say," Los Angeles Times, May 17, 2009)
Los residentes de clase trabajadora de Boston no son los únicos alarmados por el crecimiento explosivo de semejantes instalaciones.
Según un documento del presupuesto de 2008 de la Universidad de California, el Consejo de Regentes recomendó la asignación de 3.998.000 dólares para un proyecto para renovar y “actualizar” la actual instalación de laboratorio “para programas que requieren contención de Bioseguridad Nivel 3 (BSL-3)” en el campus Davis de la Universidad de California.
Mientras estudiantes y trabajadores se tambalean bajo draconianos recortes de presupuestos estatales, aumentos de costes fuera de control y despidos masivos, ¿por qué iba a desperdiciar el Estado de California casi 4 millones de dólares por una instalación semejante? “El espacio BSL-3 es necesario” nos informan, “para programas de investigación que utilizan organismos infecciosos y patogénicos.” Por cierto, “la instalación sería diseñada para acomodar estudios de investigación que involucran experimentación in-vitro utilizando anfitriones infectados aviares, roedores, artrópodos, y el desarrollo de marcadores genéticos para una amplia gama de agentes de enfermedades que requieren contención BSL-3.”
Pero como en la mayor parte de la investigación compleja, ilícita e ilegal del complejo bioarmamento-industrial de EE.UU., ésta es realizada con poca o ninguna supervisión.
El grupo defensor antinuclear de Bay Area, Tri-Valley CAREs (TVC), ha estado monitoreando y protestando contra la expansión del complejo de armas nucleares de EE.UU. durante décadas, concentrándose especialmente en el Lawrence Livermore National Laboratory (LLNL).
Como un omnipresente “socio público-privado” del Estado nacional de seguridad EE.UU., LLNL es una “corporación de responsabilidad limitada” compuesta de cinco socios: la Universidad de California, Bechtel, BWX Technologies, Washington Group International y Battelle – todos ellos importantes protagonistas en los mundos de la biotecnología, la construcción, defensa, energía, nuclear y seguridad.
Según TVC, el grupo obtuvo documentos del gobierno, como resultado de una demanda según la Ley de Libertad de la Información, que demuestran que LLNL había violado regulaciones federales y había realizado “experimentos limitados” que fueron descubiertos por una inspección de los Centros de Control de Enfermedades en agosto de 2005. CDC, el Departamento de Energía y LLNL, encubrieron el informe del inspector.
Experimentos limitados son experimentos que utilizan ADN recombinante, que involucran la transferencia deliberada de una característica resistencia a la droga para seleccionar agentes de los que no se sabe que adquieran esa característica de modo natural. Agentes selectos, que incluyen ántrax y plaga, son agentes biológicos y toxinas que tienen el potencial de plantear una severa amenaza para la salud y la seguridad pública.
Por los peligros involucrados en la transferencia de resistencia a las drogas a agentes seleccionados, los experimentos limitados requieren la aprobación del Secretario del Departamento de Salud y Servicios Humanos.
Livermore Lab no tenía esa aprobación, pero realizó en todo caso los experimentos. ("Livermore Lab Caught Conducting Illegal Restricted Bio-Experiments," Tri-Valley CAREs, Press Release, May 26, 2009)
Según el grupo defensor, los experimentos fueron realizados por el laboratorio al mismo tiempo que la liberación accidental de ántrax en agosto-septiembre de 2005. Cinco individuos fueron expuestos al patógeno letal y se impuso una multa de 450.000 dólares a la instalación. TVC señaló que “los detalles relevantes del accidente con ántrax de 2005 fueron ocultados al públicos en aquel entonces, tal como sucedió con los experimentos ilegales que salen a la luz actualmente.”
LLNL ha abierto una instalación BSL-3 y planifica experimentar con patógenos que pueden ser utilizados como armas ofensivas. Las actividades previstas incluyen “pulverización de patógenos como ser plaga, tularemia y fiebre Q, aparte de ántrax. Además, documentos del gobierno revelan que los experimentos planificados en el BSL-3 incluyen modificación genética y una manipulación potencialmente novedosa de virus, priones y otros agentes.”
¿Y el socio cercano de LLNL, Battelle Memorial? Según una publicidad en su sitio en Internet, la información nacional de seguridad de la firma incluye lo que llaman eufemísticamente “desarrollo de vacunas y productos terapéuticos.” “Especialistas” de Battelle en su instalación de investigación de Maryland, (adyacente al complejo de bioarmas de USAMRIID en Ft. Detrick) “estudia microorganismos aerosolizados que podrían ser posiblemente utilizados en ataques terroristas.”
Por cierto, Ft, Detrick realiza actualmente la mayor expansión en su historia. Los periodistas investigativos Bob Coen y Eric Nadler revelaron en “Dead Silence: Fear and Terror on the Anthrax Trail” [Silencio total: Miedo y terror por la senda del ántrax] que el recientemente abierto “Centro Nacional de Análisis de Contramedidas… contiene cámaras fuertemente custodiadas y herméticamente selladas en las cuales científicos simularán ataques terroristas y utilizarán gérmenes letales y toxinas.”
Coen y Nadler afirman, "se trata, hay que recordar, de la instalación que los círculos oficiales afirman fue la fuente del único ataque significativo con gérmenes en suelo de EE.UU.” De modo bastante conveniente, “Battelle tiene el contrato por 250 millones de dólares para administrar la operación.”
Pero los periodistas desvelaron mucho, mucho más que insípidos pronunciamientos gubernamentales sobre “biodefensa.” Durante una entrevista con el erudito en derecho constitucional Francis Boyle, profesor de la Universidad de Illinois y reconocido experto en la Convención de Armas Biológicas, Boyle dijo a los investigadores que “el Pentágono está listo para librar la guerra del ántrax.”
"Vea Department of Defense's Chemical and Biological Defense Program Report to Congress, April 2007, página 22, Tabla 2-5. Information Systems Modernization Strategy, Mid FY09-13," Boyle told Coen and Nadler.
“Aquí tenéis un estudio” afirmó Boyle, que estima los “efectos humanos de un ataque mundial con 5.000 armas, para predecir las fatalidades y la discapacitación, tanto inicial como retardada y para acomodar los movimientos de la población, incluidas las evacuaciones de áreas o los refugios en el lugar. ¿Qué les parece?”
¡Suena como lo más normal del mundo!
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Tom Burghardt es colaborador frecuente de Global Research.
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