Wednesday, August 05, 2009


La pobreza amenaza la “seguridad nacional”


Escrito por Manuel Magaña Contreras Domingo, 02 de Agosto de 2009 21:19 Última actualización el Domingo, 02 de Agosto de 2009 22:23

“La verdadera paz es fruto de la justicia”

MANUEL MAGAÑA CONTRERAS
(Exclusivo para Voces del Periodista)


DE EXISTIR DUDAS sobre el avance de la pobreza en México, éstas quedan disipadas con los datos los datos oficiales del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), dependiente de la secretaría de Desarrollo Social. Sus datos son contundentes al afirmar que el número de pobres pasó de 46.1 millones a 50.6 millones entre 2006 y 2008. Esto es, que en dos años de la administración calderonista, hay 5.5 millones más de pobres en nuestro país.

El temor es que el aumento de la pobreza en México pueda convertirse en problema de “seguridad nacional”, cuyas repercusiones económica y sociales pueden derivar en un momento dado, en un problema cada día más angustioso y difícil de resolver.
Y la preocupación aumenta porque Julio Boltnik, investigador de El Colegio de México estimó en 80 millones el número de habitantes en pobreza.
Expresa el científico que las cifras de desigualdad social se agudizaron por el incremento en el precio de los alimentos, a lo cual, obviamente, hay que añadir el ejército de millones de desocupados, el cierre de fuentes de trabajo, el déficit fiscal, la devaluación del peso y muchas calamidades más, derivadas de la aplicación de la economía neoliberal, tecnocrática, globalizadora y macroeconómica, exenta de justicia social y por tanto creadora de pobreza.
Todo esto, sin olvidar el gravísimo error de importar alimentos hasta por 20 mil millones de dólares anualmente, aunado al desmantelamiento de la producción agrícola, auténticamente mexicana, lo cual hundió masivamente en la miseria en la desocupación y la miseria a nuestra población rural

Conocer causas y superarlas

Todos, absolutamente todos los mexicanos de buena fe, deseamos fervientemente que a nombre de la búsqueda de la paz nacional, el presidente del empleo, Felipe Calderón, triunfe rotundamente sobre la delincuencia organizada, llámese narco o de cualquier otra índole, sin excluir los delitos de “cuello blanco”, el enriquecimiento rápido de quienes aprovechan el usufructo del poder para medrar en beneficio propio, la “industria” del influyentismo, etcétera.
La utilización de soldados, el crecimiento de los diversos cuerpos policíacos destinados a “la guerra” contra la delincuencia organizada, revela la determinación del jefe del Ejecutivo federal por ganar un batalla que, según la percepción de la opinión pública y los comentarios de especialistas, está muy lejos de ser alcanzada la meta prevista, porque se necesita ir más allá de las acciones policíacas que únicamente es un forma de atacar las consecuencias y lo que se necesita es profundizar el las causas de tantos males aquejan hoy, por hoy, a la ciudadanía.
No por crítica, sino con el propósito de sumar esfuerzos, debe definirse que la búsqueda de la paz en nuestro país está más allá de la participación de los cuerpos de seguridad pública, porque éstos, hay que insistir, son para ocuparse de las consecuencias al someter a la delincuencia, cuando los delitos ya están consumados.
Es del todo encomiable, pero no suficiente, el combatir con los cuerpos de seguridad pública a la delincuencia organizada, pero si las acciones se reducen a esto, se restan posibilidades a la victoria, mientras no se profundice en las causas de los desajustes sociales y el sistema neoliberal generador de pobreza que está llevando a la desesperación a los pobres, a lo desocupados, a los marginados, a quienes se ven impedidos de acceder a un bien patrimonial, por lo escaso de su salario.
La “guerra contra la delincuencia organizada debe alzarse con la victoria y entre más pronto, mejor.

¿Cuándo terminará esta “guerra”?

Más allá de las acciones meramente policíacas -que reducen la solución al ataque sólo de las consecuencias-, se necesita penetrar en la gravedad de la problemática económica y social que ya está afectando el funcionamiento del mismo aparato administrativo gubernamental, a nivel federal, como lo revelan las declaraciones del secretario de Hacienda, Agustín Carstens y Carstens.
Este funcionario, en una de sus recientes declaraciones, acaba de revelar los problemas económicos que sufre la administración calderonista. En efecto, la “brecha” ocasionada por el desplome de los recursos presupuestarios en 2009, ascenderá a 421 mil millones de pesos, lo que representa el 3.8 por ciento del Producto Interno Bruto, lo que obliga a realizar un ajuste de 50 mil millones en la participación federal de los Estados, lo que produce el agravamiento de la pobreza en el país, puesto que simultáneamente se anuncia alza a los impuestos en el 2010.
El desplome de los ingresos fiscales no es otra cosa que consecuencia del desplome de la capacidad productiva del país que ha dejado de producir lo suficiente para mantener el empleo y sostener el valor del peso mexicano. Se prevé el incremento de la tasa del desempleo, por supuesto la caída del producto PIB, etcétera. Una solución a esto sería que las cúpulas de la administración calderonista redujeran gastos suntuarios y sus fabulosos sueldos, que son los más altos del mundo en un pueblo abatido por los altos índices de pobreza.
El triunfo de la “guerra” contra la delincuencia organizada, tiene que pasar por la superación de estos y muchos otros problemas de índole económica y social, cuya solución parece ser que ha pasado a segundo y último término, por la atención que se le da a la citada “guerra” en la que parece ser están siendo empleados todos los recursos de la empobrecida nación.

Una guerra de 40 años

De la historia siempre debemos aprender sus lecciones para encontrar solución a los problemas del presente. Viene a nuestra memoria aquella guerra entre los españoles y los “sin vestido” y misérrimos miembros de las diversas etnias de la Nación Chichimeca, a mediados del Siglo XVII, después de que Cortés conquistó el centro, el corazón de lo que fue la Nueva España y los miembros de la Corona de España avanzaban hacia el norte ante la oposición chichimeca que defendía lo suyo.
Fueron muchos años de pelea, a partir de la guerra del Mixtón, (1541-1542), cuando el virrey de Mendoza reprimió a los cazcanes, zacatecos y tepeques. Las hostilidades duraron formalmente, en guerra declarada, 40 años, de 1550 a 1600.
De este suceso tan desconocido por la casi totalidad de los mexicanos, hay lecciones que aprender. Fue una guerra en la cual, la rapiña de los buscadores de minas y los colonos que fundarían nuevos pueblos, fueron la “carne de cañón” de secuestradores, violadores de mujeres, mutiladores de diversas partes del cuerpo humano, descabelladores, etcétera, sostenían una lucha sin cuartel, en el ámbito del salvajismo de ambos lados.
A lo largo de 40 años, los conquistadores jamás pudieron con los chichimecas, pese a que éstos sólo tenían como su arma única el arco y los cuchillos de obsidiana para descabellar a sus enemigos.
Los conquistadores jamás pudieron con los chichimecas, no obstante su miseria y carencia de recursos.
En esta guerra, el virrey Enríquez de Almanza (1568-1580), quiso someter a los chichimecas con toda la fuerza militar del gobernante. Creó mas de 70 presidios y utilizó todos los efectivos castrenses a su alcance, pero los resultados fueron contraproducentes, porque las hostilidades alcanzaron niveles de salvajismo extremo, de ambos lados.
Lo que puso fin a esa espantosa guerra fue el alma franciscana del mestizo Miguel Caldera (1548- 1592), hijo de Pedro Caldera, buscador de minas y de una mujer chichimeca, quien comprendió el problema social en la zona del “Arco Chichimeca” y empezó, al lado de afortunadas y cuidadosas acciones militares, el alivio de la miseria de los chichimecas.
Obtuvo de los virreyes y de buscadores de minas, el apoyo suficiente para iniciar una labor humanitaria entre los habitantes de la nación chichimeca. Regalaba maíz, frijol, cobijas, ropa para vestir a los desnudos indígenas. Llevó grupos de indígenas de otras partes del país, asimilados a un sistema de vida civilizado. Suministró médicos. Organizó visitas de chichimecas con virreyes humanitarios como don Luis de Velasco.
A los chichimecas no hubo ejército virreinal que los venciera, no obstante la desigualdad en las armas. Lo que los conquistó fue la comprensión que de sus problemas tuvo el mestizo Miguel Caldera, uno de los fundadores de San Luis Potosí
Lo hecho por Miguel Caldera, que debería ser considerado como uno de los grandes héroes de México, es ejemplo a seguir. Comprender las necesidades del ser humano. Ayudar al prójimo de sus aflicciones, como a título de caridad, sino como elemental deber de justicia social, es propio de las grandes almas.
Valdría realmente la pena volver el conocimiento a esa época ocurrida en los albores del nacimiento de la nacionalidad mexicana, para encontrar luces que posiblemente inspiraran soluciones ante la creciente miseria que se extiende en nuestro país, pese a la abundancia de recursos naturales con que nos dotó la naturaleza.

Medio México, campo de batalla

A la fecha, medio México es campo de batalla contra la delincuencia organizada. Los datos recientes señalan que la “guerra” del residente Felipe Calderón al inicio de su administración, se ha extendido a más del 50 por ciento del territorio nacional, cuyo costo se desconoce y las acciones oficiales emprendidas ocupan gran parte de la atención del jefe del Ejecutivo. Se dice que los principales protagonistas son los soldados, quienes han sostenido 37 enfrentamiento con grupos armados de la delincuencia organizada y cuyo saldo arroja la muerte de 111 soldados y un total de 259 heridos, de acuerdo al parte de la secretaría de la Defensa Nacional, con fecha 20 de julio pasado.
Los canales de televisión, en sus diversas emisiones diarias, e incluso fuera de dichos programas, se ocupan de difundir imágenes sobre los triunfos que obtiene la tropa a costa de la delincuencia organizada. En contraste, la venta de droga, al menos en la Ciudad de México, no ha menguado; por el contrario, se advierte que ahora es más profunda la venta de estupefacientes de parte de los narcomenudistas.
Según los datos de la Secretaría de la Defensa Nacional, las batallas han tenido lugar en 17 de las 32 entidades del país. Según esta dependencia, durante la administración calderonista “han muerto 17 civiles a manos de los soldados”, respecto de lo cual otras fuentes dan a conocer datos distintos.
Sin lugar a dudas, el empeño del presidente Calderón en combatir a la delincuencia organizada le ha distraído de la atención de los muchos y complicados problemas de índole económica y social que afectan a los mexicanos.
En relación a los múltiples problemas que aquejan a la población mexicana, expertos de la Universidad Nacional Autónoma de México, y del Centro de Investigación y Docencia Económicas, calificaron con 5.18 puntos los resultados de la actual administración, especialmente en lo que se refiere a “Estado de derecho, economía, desarrollo social, política internacional, medio ambiente y democracia”.
Cincuenta investigadores participantes en un panel y miembros del Sistema Nacional de Investigadores, entre ellos María Eugenia Ibarrán, Cristina Puga Espinosa, Alejandro Guevara Sanguinés, María López Barajas, Fausto Hernández Trillo, Gerardo Esquivel Hernández y otros, afirmaron que en materia económica, tanto la productividad como la competitividad registran los mayores rezagos, “porque en la promoción del empleo y la paz laboral, las propuestas han sido demasiado simplistas y vagas y las medidas del ejecutivo para promover el empleo, además de insuficientes, carecen de políticas públicas focalizadas”.

La verdadera paz, fruto de la justicia

Para que las fuerzas del orden obtengan la derrota de la delincuencia organizada, es necesario atacar las causas del problema, en vez de combatir únicamente las consecuencias. Los cuerpos de seguridad pública con indispensables para la derrota de los capos del narco, pero la actividad de los soldados y las policías será infructuosa si no se acompaña de la tarea para eliminar las consecuencias que generan la delincuencia.
El sistema económico neoliberal, exento de justicia social, ha sido especialmente para México, generador de pobreza, dé desempleo, desigualdad y creación de privilegios para los miembros de la oligarquía en turno. Si no se le da solución a estas demandas, la inseguridad pública no podrá ser extirpada, porque tal como lo dice esa frase muy conocida: “La verdadera paz es fruto de la justicia”. Si no hay respeto para la dignidad humana en lo económico y social, en sus derechos humanos, la paz difícilmente la podrán restablecer únicamente los soldados y los policías.
La prometida creación de empleos, de parte del presidente Felipe Calderón, quien se autoproclamó durante su campaña como “el presidente del empleo”, debe hacerse realidad para que impere la paz en todos los hogares donde nuevamente habrá pan para todos, en la mesa de la familia.
Existen grandes rezagos sociales y tendrá que ser superada esta difícil situación, para que reine la armonía, en vez de la discordia que generan los estómagos vacíos.
“La verdadera paz es fruto de la justicia”, ciertamente y ha llegado el momento en que el gobierno federal, además de atender el combate a la delincuencia organizada, en todas sus variantes, se ocupe también de atender los rezagos que hacen imposible la vida en dignidad.
Tienen razón quienes han dicho que, si la pobreza continúa extendiéndose en el territorio nacional, puede llegar el momento en que la inseguridad se convierta en problema de “seguridad nacional”. Esto, a toda costa, no debe suceder porque a ningún mexicano le gustaría, seguramente, que el territorio de México se convirtiera en teatro, en escenario de una guerra civil. Por ello, es urgente que el gobierno federal se ocupe de desechar de nuestro sistema económico nacional, todo aquello que agrave la grave situación que nos aflige.
La seguridad nacional debe descansar fundamentalmente, en el imperio de la justicia, en el respeto a los derechos humanos, en la calidad moral de sus clase tolerante, en la disponibilidad de una fuente de trabajo, en la conservación y defensa de nuestros valores culturales, en respeto y la defensa de la familia por ser el crisol donde se forjan el ser humano y los valores que conforman la sociedad.
La seguridad nacional está en la eliminación de la pobreza, en el respeto a los derechos humanos, en el trabajo en condiciones dignas, en la eliminación de la desigualdad y los privilegios, el patrimonio cultural y la soberanía de la nación. La fuerza es el medio para garantizar la vigencia de la justicia, cimiento de la verdadera paz.
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ASIMETRÍAS

Escrito por Fausto Fernández Ponte Lunes, 03 de Agosto de 2009 15:00 Última actualización el Miércoles, 05 de Agosto de 2009 18:22

¿Cuántos Méxicos hay?
"El México de los ricos es distinto al México de los pobres. Los ricos son sus propietarios de hecho. Los pobres, sólo ocupantes necesarios para aquellos, no más".
Gerardo García González

I EL AUTOR DEL EPIGRAFE de ésta entrega, el caro leyente García González, enuncia la existencia de una percepción pública de viejo cuño que hoy, en el marco poselectoral, cobra actualidad y pertinencia atañedera.

Y es que, en efecto, la pregunta que intitula ésta entrega tiene respuesta implícita: existen en el mismo ámbito territorial del Estado mexicano varias versiones de éste; es decir, varios Méxicos.

El mismo desenlace electoral confirma, precisamente, la existencia simultánea y diríase que hasta concurrente de esos varios Méxicos. Existen, y en cierta medida coexisten. Pero no pacíficamente.

¿Guerra de clases? No. No estamos inmersos en una guerra de clases, pero sí en una lucha de clases, dado que ésta siempre ha existido y nadie la inventó. Que las clases luchan unas con otras es verismo histórico.

Pero no guerrean entre sí. Coexisten. Ello implica lucha. Por simplismo taxonómico, a la lucha de clases suele indentificárselo como conflicto entre ricos y pobres. La definición es epicena y amplia.

La pobreza abarca, en compás, a varios estratos de la sociedad, pues el estatus de depauperación va desde la medianía económico-social (clases medias-medias) hasta el proletario y, sin duda, el de miseria.

Hágase aquí la salvedad de que tratar éste tema conllevaría alguna connotación filosófica, ideológica y políticas de "pobrismo" como bandera de causa dada. No. Es un asunto asaz dramáticamente obvio.

II DÉMOSLE UN VISTAZO a los medios de difusión (que no de comunicación, aclárese, porque son distintos en lo semántico y conceptual) que, sin consignarlo en lo específico y explícito, exhiben varios Méxicos.

Caso en punto es el de la llamada "nota roja", que el celevbrado literato mexicano José Revueltas describió alguna vez como "notas sociables" y que Marco Lara Khlar calificó de "no tan rojas".

Los medios difusores, por supuesto, sólo consignan hechos y sucedidos de esa laya -la nota roja- aunque, por imperativos de técnicas de géneros informativos, se descontextualicen su ocurrencia.

En efecto. En las páginas y espacios radiales y televisivos dedicados a la nota roja rara vez aparecen los ricos o los medianamente ricos. Los protagonistas son los pobres en gradación variopinta.

Y siendo la pobreza -como es sociológica y culturalmente- una expresión de atraso (o subdesarrollo) social, los protagonistas de la nota roja exhiben ciertas peculiaridades morales asociadas a la precariedad.

Precariedad en todos sentidos, además de la económica: baja escolaridad general y particular cuya secuela es la relajación de paradigmas jurídicos, morales y éticos en la convivencia social.

Así, la nota roja conlleva premisas que, siendo falsas, configuran un silogismo inferido poderoso: los pobres delinquen; los ricos, por inferencia válida, no; éstos no asesinan ni roban ni asaltan, son buenos.

Ese silogismo es falaz. Y la falacia mal oculta, preciso es subrayarlo, la existencia de percepciones públicas inconscientes, honda en la psique colectiva. Ser pobre no es sinónimo de ladrón o asesino.

III ES MÁS, PODRÍASE decir -también es percepción pública- que el rico para serlo o heredó su riqueza o la amasó a costa de otros y ello, de alguna forma, implica conductas antisociales como robar. O defraudar.

O engañar. O actuar con premeditación, alevosía y ventaja. O asesinar incluso. O bajo guisa corrupta que la procuración y la impartición de justicia no le priven de libertad o de bienes.

Una pesquisa sociológica de expedientes judiciales realizada en cierta urbe mostró, há poco, que el grueso mayoritario de delitos corresponde a ¡a los ricos! Pero son los pobres los que llenan las prisiones.

Empero, sus nombres no se consignan en la nota roja. ¿Por qué? Porque los procuradores e impartidores de justicia administran esos casos de estilo muy privado, cual transacción comercial particular.

Más no sólo en ese aspecto se describe la existencia de al menos dos Méxicos, sino también en lo político: el México que votó y el que se abstuvo de hacerlo. Los separa una brecha abisal. Sin puentes.

La brecha es innegable. No es registrada y por ello ignorada, aunque sus efectos son dramáticos. Éstos tienen causales: la organización económica. Más pobres y menos ricos, pero, eso sí, ricos más ricos.

Esa forma de organización económica, la llamada neoliberal, fue implantada en México en 1982 por el PRI y aplicada grotescamente desde 2000 por el PAN . Continuaremos creando más Méxicos.

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Glosario:
Abisal: abismal.
Neoliberal: filosofía que preconiza la reducción de las potestades del estado y su transferencia a particulares, sobre todo ricos.
Lara Khlar, Marco: periodista y escritor, especializado en la disciplina de la pesquisaq sociológica de la nota roja.
Revueltas, José (1914-1976): escritor, periodista y político. Impartió cátedra universitaria y fue reportero de nota roja del diario El Popular, ya desaparecido, en los cincuenta. Entre sus libros, el más conocido es El Apando; entre sus ensayos políticos, el más citado es Dialéctica de la Conciencia.


¿La dictadura (im)perfecta?

“Las instituciones viven momentos difíciles”.
Valentín Rodríguez, general del Ejército Mexicano, director de la Escuela Superior de Guerra.

I LOS "MOMENTOS DIFÍCILES" a los que alude don Valentín en un discurso dicho en la graduación de 151 mandos castrenses en la Escuela Superior de Guerra no son los mismos que el grueso de la ciudadanía vive y que ésta no siempre verbaliza. No. La ciudadanía, piénsase, registraría el aserto del general Rodríguez de otro estilo: la descomposición del Estado mexicano en una etapa incipiente, pero clara e inequívoca, de desintegración. Las instituciones de éste viven, sin duda, días de dificultades.

Los momentos difíciles ya han arribado al umbral de la institución militar, como bien confirma el general Rodríguez. Pero su dificultad es estratégica y logística, de magritud táctica y filosófica-estructural. La filosofía de simular es causal inherente de crisis.
Simular que se sirve al pueblo para mal ocultar que en realidad se sirve al interés político de un civil que representa, a su vez, intereses ajenos a los populares es, preciso sería subrayarlo, el vector central de los momentos difíciles de la nstitución castrense.

Y, así, obvio presumiríase que desintegrarse es la dificultad extrema. Empero, es de advertirse que ni el general aquí citado ni otros mílites de su jerarquía y muchos otros jefes y oficiales y hasta los soldados rasos coincidirían en el diagnóstico
vero del caso.

Algunos militares -generales, coroneles, mayores, capitanes y tenientes, entre otros- discreparían, sabido es, del director de la ESG. El Ejército Mexicano y la Armada de México libran una guerra contra un enemigo elusivo y fantasmal.

¿Por qué es elusivo ese enemigo? Porque no ha sido identificado objetivamente, sino subjetivamente, como un pretexto.
El narcotráfico es el pretexto y, como tal, una ambigüedad. El enemigo es, paradójicamente, el mismo pueblo.

II EL PUEBLO SE SIENTE aterrorizado porque se ve agredido. Y naturalmente, ese sentir deviene en parecer, lo cual es el blindaje verdadero del enemigo pretextado de las Fuerzas Armadas: Ese blindaje es el apoyo social del narcotráfico.

¿Apoyo social? ¡Por supuesto! Hasta el propio Felipe Calderón lo reconoció así, insólitamente, en público, en un discurso, hace días.

Un enemigo que tiene apoyo popular -reconocido por el jefe mismo de sus adversarios- es en teoría imbatible. Ante ese reto, los momentos difíciles de las Fuerzas Armadas su comandante supremo, el señor Calderón, quiere ampliar su fuero, darle un alcance al suporte jurídico de la violencia legal, adicional y simultánea a otros medidas al parecer desesperadas.

Esas medidas desesperadas son las de que las Fuerzas Armadas contemplan echar mano de los cadetes de las escuelas militares (las navales incluidas) y hasta de los conscriptos -los de 18 años- y endeudar más al pueblo adquiriendo nuevo “matèriel”.
Como sabríase, el titular de facto del Poder Ejecutivo, el ya mencionado señor Calderón, ejerce esa investidura -que para millones de sus compatriotas es ejercida espuriamente- bajo guisas de excepcionalidad recursiva. Y brutal.

Así, ejerce esa investidura por decreto, invocando, paradójicamente, a la mismísima Constitución Política, cuya letra y espíritu interpreta con arreglo a una cosmovisión peculiar de vena fascistoide, no distinta de la de Hitler, Mussolini,
Franco y Pinochet.

Empero, esa recursividad de la que hace gala don Felipe es ajena a filigranerías y virtuosismos políticos. Es grotesco su estilo personal de ejercer el poder al que accedió en 2006, soslayando el imperativo democrático de recuento de votos.

III DESDE EL PRIMER DÍA de ejercicio de su investidura, hace 30 meses, don Felipe ordenó como comandante supremo de las Fuerzas Armadas que los soldados saliesen de cuarteles -donde debieren estar- y los lanzó a las calles, a invadir y ocupar al país.

Y a aterrorizar a la población. Ese fue el mensaje a la ciudadanía: ejercer el poder -que no gobernar- con las Fuerzas Armadas. Y, así avisada, esa ciudadanía sabría, ya sabe, a qué atenerse. Soldados y marinos están en guerra.

Y en la guerra todo es válido. Desmanes, atropellos, violaciones de garantías individuales y derechos humanos y potestades
colectivas.

La violencia pseudolegal tiene un tufillo hediondo a ilegal: usar a la Constitución para violarla; pedirle permiso a la víctima para ultrajarla.

De ello escribió prolíficamente Emilio Krieger. Ese mensaje epiceno tiene, sin embargo, destinatarios particulares y concretos: no sólo el narco, sino también los descontentos, disidentes y discrepantes organizados. Y, acusadamente, a las dirigencias locales, desde gobernadores hasta alcaldes.

Tal acción, bajo la suerte de combatir a la “delincuencia organizada” –eufemismo referido exclusivamente al narcotráfico-- tiene efecto corrosivo que, en tanto vector activo, contribuye al proceso de desintegración del Estado mexicano.

Esa desintegración es dramática, por espectacular; deviene de la acción de catalizadores concurrentes al de ejercer el poder con las Fuerzas Armadas, mediante decretos que facultan a don Felipe a allanar moradas y ampliar el fuero militar.

Otro agente de catálisis es la crisis económica, política, social y hasta cultural. Crece el desempleo y decrece el subempleo atenuante.

Aumenta la pobreza y la miseria. Se intensifica el quehacer delincuencial. La barbarie asoma. Signos de desintegración.
En ese decurso, don Felipe ha incurrido en acciones orientadas a crear un andamiaje jurídico- sofista de conculcación legaloide -más no legal en sentido moral- de garantías individuales y derechos humanos. En éste sexenio, lo antisocial es legal.
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