Wednesday, April 28, 2010


Israel no quiere ser israelí


La maestra pregunta a Isaac, niño que cursa el último año de primaria en una escuela de Israel:

–¿Cómo se llaman los habitantes de Gran Bretaña?

–Británicos, maestra.

–Muy bien… ¿y los de México?

–Mexicanos.

–Muy bien… ¿y los de Israel?

–Israelíes.

–Muy bien… pero también judíos.

En casa, Isaac comentó la clase con su papá, quien le dijo:

–Tal parece que tu maestra confunde nacionalidad con religión.

–¡Qué lío, papá! ¿Los israelíes no somos judíos?

–No necesariamente. Tu madre y yo somos israelíes, pero no creyentes. El también de tu maestra sobra. En Israel, aún hay democracia y libertad de expresión.

Si el también de la maestra de Isaac sobraba, el aún de su papá temía. Los pocos israelíes democráticos y laicos que aún quedan temen que el Knéset (Parlamento israelí) apruebe un proyecto de ley que exige a los parlamentarios el juramento de lealtad a Israel como un Estado judío, sionista y democrático.

Conflicto de identidad que viene de lejos, y que el político israelí Abraham Burg remonta a los debates del primer Congreso Sionista (Basilea, 1897). En su libro Derrotando a Hitler, Burg sostiene que en aquel congreso destacaron dos posiciones: la del periodista húngaro Teodoro Herzl, defensor del sionismo político, y la del escritor Ahad Haam (Asher Hirsch Ginsberg), partidario del sionismo espiritual.

Herzl se impuso y, según Burg, “el sionismo político hizo del Estado un instrumento de redención colectiva, hostigándonos al mismo tiempo a definirlo como democrático… Lo que Ahad Haam reprochó a Herzl fue la fundación del sionismo exclusivamente sobre el antijudaísmo de los gentiles (no judíos)”.

Burg sabe de lo que habla. Nacido en Jerusalén (1955), fue teniente paracaidista del ejército, consejero del primer ministro Shimon Peres, diputado en el Knéset por el Partido Laborista (1995), presidente de la Agencia Judía y de la Organización Sionista Mundial. Y antes de romper con el sionismo, desempeñó un rol clave en la recuperación de los bienes judíos expoliados durante la barbarie nazi, y fue presidente del Knéset de 1999 a 2003..

En su libro, Burg asegura que Israel se ha convertido en un gueto sionista, y en nido de violencia. La famosa y polémica ley del retorno (que concede la ciudadanía israelí a cualquier persona nacida en la diáspora y considerada judía) es el reflejo de la doctrina de Hitler y las leyes de Nüremberg, dice.

La ley para la protección de la sangre alemana y del honor alemán fue sancionada por el congreso del Partido Nacionalsocialista en septiembre de 1935. La ley dividió a los alemanes en dos categorías: los compañeros de la nación (volksgenossen) y los residentesgemeinschaftsfremde), en la que estaban incluidos los judíos. (

Las leyes de Nüremberg prohibían el matrimonio entre judíos y no judíos, y las relaciones sexuales o extramatrimoniales. Y con respecto a la ley de ciudadanía de los nazis, se establecieron ciertos patrones para determinar porcentualmente la pureza o impureza de la sangre. So pena de prisión, los alemanes no podían casarse con judíos, gitanos y negros.

Tres meses después, los alemanes de fe judía perdieron todos sus derechos como ciudadanos: no podían acceder a cargos públicos y no tenían derecho a votar. Quince años más tarde, el flamante Estado de Israel estableció un sistema similar al de los nazis: una ley de retorno para los judíos y una ley de ciudadanía para los árabes (es decir, para los palestinos).

Con todo, los inmigrantes cuya condición de judíos es cuestionada por el rabinato de Israel (incluidos 300 mil procedentes de la ex Unión Soviética), se registra habitualmente según su país de origen (v.gr. religión: judía; nacionalidad: budista, argentina, georgiana, rusa, etcétera). Las autoridades de Israel reconocen más de 130 nacionalidades, con excepción de la nacionalidad… israelí.

En 1970, el presidente del Tribunal Supremo, Shimon Agranat, declaró: “No hay nación israelí separada del pueblo judío… El pueblo judío está compuesto no sólo por aquellos que viven en Israel, sino también por los judíos de la diáspora”.

El sistema de nacionalidad ofrece a los judíos que viven en el extranjero una participación mayor en Israel que a sus 1.3 millones de ciudadanos árabes. El comentarista B. Michael escribió en el diario israelí Yedioth Ahronoth: Todos somos ciudadanos israelíes, pero sólo en el extranjero.

En enero de 2007, el Knéset aprobó una ley de retirada de ciudadanía a los israelíes no patrióticos. Y desde el 28 de enero de 2009 otra ley similar castiga con un año de prisión a quien pida el fin de Israel como Estado judío. El diputado Zevulun Orlev, autor de la propuesta, explicó: Muchos intelectuales que en el ámbito académico hablan de un país para todos sus ciudadanos deben acabar entre rejas, así como líderes árabes (palestinos) y judíos que buscan la auténtica democracia en Israel.

Por tanto, ciudadanos y ciudadanas israelíes como los padres de Isaac deberán, en adelante, poner las barbas en remojo. Con los sionistas no valen razones.

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