Sabina Berman / Proceso
La primera razón, escribe Castañeda, reside en la desilusión de los intelectuales de que “la salida del autoritarismo en México se hubiera dado por el centro-derecha y el PAN”, y no por la izquierda.
La segunda razón de la animadversión por Fox “yace en Fox mismo”: mocho, ranchero, dicharachero, dado a las malas palabras, empresario “de las aguas negras del imperialismo yanqui: la Coca-Cola”. Un haz de características detestables para los refinados intelectuales.
La tercera razón reside también en Fox mismo. Su incultura, que durante el sexenio fue desplegándose en sus gaffes: José Luis Borges, el Premio Nobel que le adjudicó a Vargas Llosa, etcétera. Fox era impresentable en las ceremonias de la Alta Cultura adonde su investidura lo llevó.
La cuarta razón es que Fox no se rodeó de personas que operaran “como correas de transmisión” con los intelectuales. Esas figuras que en otros sexenios los “atendían”. Sencillamente no designó a un ingeniero en cooptación de intelectuales, que en otros sexenios existía y era notable: el repartidor de favores, de trabajos especiales, de dinero contante y sonante, el invitador a cenas en Los Pinos.
Y la quinta razón que da Castañeda –esta vez extraordinariamente diplomático– la ofrece como un algodón perfumado para la herida que las otras razones hayan infligido en la conciencia del intelectual que lea su artículo. No era todo lo anterior lo que ofendió a los intelectuales, sino que fue el juicio desapasionado y no empañado por el interés personal lo que hizo que los intelectuales señalaran a Fox como un mal gobernante.
2. La única razón que Jorge Castañeda no incluye entre las que se barajaron entonces entre los intelectuales es una sexta, más sencilla, y más importante, me parece. Los intelectuales, sobre todo los jóvenes, se desilusionaron de Fox porque rompió las formas de la relación autoritaria del Poder con los intelectuales pero no las suplió por algo mejor.
Quitó pero nada ofreció a cambio. En la Cultura, como al parecer en su gobierno en conjunto, sencillamente carecía de proyecto.
Corrijo: No necesariamente Fox tendría que haber tenido un proyecto para la Cultura, pero sí la persona que designó para dirigir las instituciones culturales del Estado. Ya se sabe: eligió a una simpática intérprete del inglés al español, que no tenía, como su jefe, ni remota idea de para qué sirve la Cultura ni para qué podía servir.
De lejos, digamos desde otro país, es para llorar de la risa. “La Ministra de los Intelectuales” (la expresión es de Castañeda) no sabía más de diez nombres de escritores, cinco de ellos por cierto ya muertos. La semana en que tomó posesión se le ocurrió que un gran proyecto sería convertir en artista a uno de cada mil mexicanos. Sólo la alarma de sus colaboradores la disuadió: Sari, le dijeron, si los artistas que ya existen se mueren de hambre, sería malo agregar otros cien mil a la hambruna.
Es conocido el momento en que Sari Bermúdez revisó el discurso del Plan Nacional de Cultura, elaborado por funcionarios de los sexenios priistas. El discurso arrancaba, palabras más, palabras menos, con una descripción de la Cultura como “un arco iris donde las identidades son diversas y sus límites fluidos”. Sari corrigió la frase porque le faltaba emoción y optimismo. Escribió: “la Cultura es como un bello arcoiris”, punto y aparte.
Y podemos seguir llenando hojas de las sari-puntadas. De hecho se rumora que un intelectual redactó un Sari-no-saurio repleto de aquellas ciertas y otras inciertas, pero probables, y que no lo publicó quién sabe por qué temores.
Pero el problema no es la tragicomedia de una Ministra de Cultura que se viene a enterar de lo que es la Cultura mientras ocupa el cargo –aunque la situación reflejó el problema de fondo y lo volvió inamovible–. El problema es el ya dicho: que Fox permitió, con toda conciencia de que lo hacía, que una parte del presupuesto federal y un sector de las instituciones del Estado se desperdiciaran durante seis años. Todavía más: que se dedicaran a volver un desastre lo que ya existía.
3. Nadie puede quejarse del silencio cómplice de los intelectuales durante el pasado sexenio. Las protestas fueron continuas y fueron públicas. Aparecieron a diario en los periódicos, se expresaron en foros abiertos, se tradujeron en abucheos periódicos a la Ministra. Fox decidió no escuchar el prolongado escándalo.
¿Por qué? Puede ser porque precisamente compartía con Jorge Castañeda y con buena parte de la vieja generación de intelectuales la idea, profundamente autoritaria, de que la gente de Cultura sólo quiere del Poder cosas del Poder, cosas que nada tienen que ver con la Cultura de un país en sí misma.
Las apuntadas por Jorge Castañeda. Que el Presidente espejee la ideología política de la mayoría de los intelectuales. Que se parezca a un intelectual en su forma de vida. Que haya leído tanto como un intelectual. Y por fin que el Presidente o sus agentes lo coopten, amisten, corrompan, bequen, saluden, consulten, citen en discursos, nombren funcionario o agregado cultural o premio Honoris Causa de Quién Sabe Qué Diablos.
Pero no. No todo mundo en México suspira por el Poder. No todos los intelectuales son narcisistas y cortesanos. Existen en México intelectuales infatuados no con el Poder, sino –¡oh sorpresa!– con el Intelecto: la Ciencia y las Artes y el Pensamiento. Existen intelectuales que lo que quieren de los políticos es algo simple y no vergonzante: que ejerzan el Poder conferido por los ciudadanos de manera benéfica para los ciudadanos: que tengan en cada área metas benéficas y transparentes, incluida el área de Cultura.
Mejores programas e instalaciones para el estudio y el desarrollo de la Ciencia. Un engranaje entre la educación pública y la Ciencia y la Cultura. Un plan para el Turismo cultural. Un plan para propiciar la emergencia de un empresariado de las Ciencias y las Artes –y un mercado consumidor de las mismas–; lo mismo que decir: un plan para volver actividades social y económicamente relevantes las Ciencias y las Artes. Un plan para la globalización de nuestras Ciencias y Artes.
Metas que de hecho liberarían a los intelectuales de su sujeción al Poder político y acabarían de una vez y por todas con el juego palaciego entre los intelectuales y el Poder.
De nuevo: Nadie puede quejarse del silencio sumiso de los intelectuales. Durante el foxismo, y también ya entrado este sexenio calderonista, cada una de estas metas ha sido voceada públicamente. Por científicos, cineastas, teatristas, escritores, periodistas. Renombrados y no. En periódicos, en libros, en la televisión, en el mismo Congreso de la Unión.
Vaya, en tantas áreas, incluida la de la Cultura, el gobierno de Fox le quedó debiendo a los ciudadanos una transición a mejores formas de vida que las del autoritarismo. Formas más dignas, más creativas, más prósperas.
Cabe preguntarse si el segundo gobierno del PAN tiene la intención de saldar la deuda.
No comments:
Post a Comment