La victoria de Barack Obama supone un cambio generacional y sociológico decisivo en la política estadounidense. Es difícil, en estos momentos, predecir su impacto, pero las expectativas suscitadas entre la gente joven que ha impulsado a Obama siguen siendo grandes. Tal vez no haya sido una victoria arrolladora, pero sí lo suficientemente amplia como para permitir a los demócratas hacerse con más del 50% del electorado (62.4 millones de votantes) e instalar a una familia negra en la Casa Blanca.
El significado histórico de este hecho no debería subestimarse. Basta recordar que ha ocurrido en un país en el que el Ku-Klux-Klan llegó a tener millones de miembros capaces de desplegar un campaña de terror y muerte contra ciudadanos negros con el apoyo de un sistema jurídico discriminatorio ¿Cómo olvidar aquellas fotos de afroamericanos linchados ante la mirada complaciente de familias blancas que disfrutaban sus picnics mientras contemplaban –para decirlo en la voz memorable de Billie Holliday- “cuerpos negros balanceándose con la brisa del sur/ un fruto extraño colgando de los álamos”?
Más tarde, las luchas de los años 60 por los derechos civiles forzaron la reversión de la segregación y apuntalaron las campañas a favor del voto negro, pero también condujeron al asesinato de Martin Luther King y Malcom X (justo cuando éste comenzaba a insistir en la unidad de blancos y negros contra un sistema que los oprimía ambos). Se ha vuelto un lugar común señalar que Obama no forma parte de esta lista. No es así, sin embargo, como lo ve el 96% de los afroamericanos que salieron de su casa para votarle. Puede que se desilusionen, pero por ahora celebran la victoria y nadie puede culparles por ello.
Hace apenas dos décadas, Bill Clinton advertía a su rival, el progresista gobernador de Nueva York, Mario Cuomo, que los Estados Unidos no estaban preparados para elegir a un presidente cuyo nombre acabara en “o” o en “i”. Hace apenas unos meses, los Clinton cedían abiertamente al racismo insistiendo en que los votantes de clase obrera blancos rechazarían a Obama y recordando a los demócratas que también a Jesse Jackson le había ido bien en primarias anteriores. Una nueva generación de votantes les demostró que estaban equivocados: un 66% de los que tenían entre 18 y 29 años, es decir, el 18% del electorado, votó por Obama; el 52% de los que tenían entre 30 y 44 –un 37% del electorado- hizo lo propio.
La crisis del capitalismo desregulado y de libre mercado disparó los apoyos a Obama en estados hasta entonces considerados territorio republicano o de demócratas blancos, acelerando el proceso que derrotaría al tándem Bush/Cheney y su pandilla de neo-cons. Sin embargo, el hecho de que McCain/Palin obtuvieran, a pesar de todo, 55 millones de votos, es un recordatorio de la fuerza que conserva aún la derecha estadounidense. Los Clintons, Jo Biden, Nancy Pelosi y muchos otros pesos pesados del Partido Demócrata utilizarán este dato para presionar a Obama con el fin de que permanezca fiel al guión que le permitió ganar la elección. No obstante, los eslóganes bienintencionados y anodinos no serán suficientes para acceder a un segundo mandato. La crisis ha avanzado demasiado y las cuestiones que preocupan a los ciudadanos estadounidenses (como pude comprobar estando allí, hace unas semanas) tienen que ver con el empleo, la salud (40 millones de ciudadanos sin seguro de salud) y la vivienda.
Sólo con retórica no es posible afrontar la caída de la economía: las deudas del sector financiero ascienden a un trillón de dólares y podrían desplomarse más gigantes bancarios; el declive de la industria automotriz generará desempleo a escala más amplia y continuarán los efectos del salto al vacío que ha hipotecado a Wall Streer a generaciones futuras de norteamericanos. Las medidas adoptadas en medio del pánico por la Administración Bush, medidas diseñadas y orquestadas por el amigo de banqueros y secretario del tesoro Paulson, han privilegiado a unos pocos bancos y han sido subsidiadas con fondos públicos.
Los demócratas y Obama han apoyado los acuerdos y lo tendrán difícil para desdecirse y moverse en otra dirección. La profundización de la crisis, sin embargo, puede forzarles a hacerlo. Las medidas de austeridad siempre se ceban con los menos privilegiados, y la manera en que el nuevo presidente y su equipo afronten el nuevo escenario resultará determinante para su futuro.
Es un momento horroroso para ser elegido presidente, pero también un desafío. Franklin Roosevelt lo aceptó en los años 30 e impuso un régimen socialdemócrata de regulación de la economía, basado en empleos públicos y en una apelación imaginativa a la cultura popular. La existencia de un fuerte movimiento obrero y la izquierda estadounidense contribuyeron de manera decisiva al surgimiento del New Deal. Y la existencia de los Reagan-Clinton-Bush, a liquidar su legado. Lo que hay ahora, por tanto, es una economía nueva, en unos Estados Unidos desindustrializados y fuertemente dependientes de las finanzas globales.
¿Tiene Obama la visión o la fuerza para regresar en el tiempo y avanzar a la vez? En materia de política exterior, la posición de Obama/Biden no ha diferido demasiado de la de Bush o McCain. Un New Deal para el resto del mundo exigiría una salida rápida de Irak y Afganistán y un punto final a estas aventuras en cualquier otra región del planeta. Biden se ha comprometido prácticamente a la balcanización de Irak. Pero esta alternativa resulta cada vez más improbable: el resto del país, Irán y Turquía se oponen, si bien por razones diferentes, a la creación de un protectorado norteamericano-israelí en el norte de Irak con bases permanentes de los Estados Unidos. En realidad, alguien debería aconsejar a Obama el anuncio de una retirada rápida y completa. Sobre todo teniendo en cuenta que los costes de quedarse en Irak son ahora prohibitivos.
Lo mismo puede decirse de un eventual desplazamiento de tropas de Irak a Afganistán: sólo supondría recrear el lío actual en otro sitio. Como numerosos expertos de inteligencia, militares y diplomáticos británicos han advertido, la guerra en el sur de Asia está perdida. Sin duda Washington es consciente de ello. De ahí las negociaciones, propiciadas por el miedo, con los neo-Talibanes. Sólo cabe esperar que los consejeros de Obama en materia de política exterior fuercen una retirada también en este frente.
¿Y qué decir de América del Sur? Seguramente Obama debería imitar el viaje de Nixon a Beijing, volar a La Habana y acabar con el embargo diplomático y económico a Cuba. Incluso Colin Powell se dio cuenta de que el régimen había hecho mucho por su gente. Obama lo tendrá difícil para predicar las virtudes del libre mercado, pero en cambio los cubanos podrían ayudarle a establecer un sistema sanitario decente en los Estados Unidos. Este es un cambio en el que la mayoría de estadounidenses querría creer. Otros países de América del Sur que previeron la crisis del capitalismo neoliberal y comenzaron a reconstruir sus economías hace una década también podrían ofrecer algunas lecciones.
Si el cambio se resuelve en que nada cambie, entonces podría ocurrir que, pasados unos años, quienes han aupado a Obama a la Casa Blanca decidan que la creación de un partido progresista en los Estados Unidos se ha vuelto una necesidad.
Tariq Ali es miembro del consejo editorial de SIN PERMISO . Su último libro publicado es The Duel: Pakistan on the Flight Path of American Power .
Traducción para www.sinpermiso.info : Gerardo Pisarello
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