Espacio Alternativo
No es posible contar la historia de la economía capitalista, y menos la de los últimos treinta años, sin referirse a sus crisis recurrentes. La mal llamada “crisis del petróleo” en los años 70s; la crisis de la deuda externa en los 80s; las que sacudieron a los “mercados emergentes” durante los 90s (México, sudeste asiático, Rusia, Turquía, Argentina); la de las empresas tecnológicas con el cambio de siglo; y ahora, una crisis inmobiliaria y crediticia que arrastra al sistema financiero internacional. Cuando un fenómeno se repite con tanta obstinación es sensato interrogarse sobre si existe una causa común que explique todas sus manifestaciones. Y cuando efectivamente encontramos esa causa común, también es sensato sostener que ese rasgo constituye un elemento inherente al sistema que genera el fenómeno.
En los años setenta el capitalismo entra en una grave crisis de rentabilidad: el capital no obtiene una proporción “suficiente” de beneficios sobre sus inversiones; suficiente según la lógica capitalista (las exigencias de beneficios que tienen los capitalistas para seguir invirtiendo). Frente a esta crisis el capital despliega su ofensiva neoliberal, poniendo en marcha mecanismos que intentan resolver los problemas de rentabilidad por dos vías: incrementando la ganancia de la que se apropia en actividades que ya le generan beneficios (obteniendo ese incremento de la única forma posible, el recorte de salarios y derechos laborales); y abriendo nuevos espacios, o ampliando los ya existentes, en los que puede “hacer negocio” (como las privatizaciones). Sin embargo, la respuesta neoliberal no es del todo eficaz para superar la crisis. Los problemas de rentabilidad persisten y eclosionan en crisis periódicas. Por lo que el capital no para de intensificar su respuesta, acelerando con el paso de los años sus “avances neoliberales”. Así, podemos decir que llevamos 30 años en crisis, y 30 años sometidos a la gestión neoliberal con la que el capital intenta superar la crisis.
Uno de los espacios de ganancia que el capital amplía en estas décadas son los mercados financieros. Su liberalización, en colaboración con otros factores, los convierte en una fuente aparentemente ilimitada de beneficios. Por eso asistimos, especialmente durante los 90s, a la explosión de las finanzas. La lógica de los mercados financieros, que se expande y afecta a todos los ámbitos económicos, tiende a generar burbujas: la valoración financiera de algunos bienes se dispara. Parece la solución perfecta para el capital, que obtiene beneficios enormes y rápidos mediante la mera compra-venta de esos bienes (especulación), al margen de la “rentabilidad real” asociada a su producción. Pero la posibilidad de esquivar así los problemas de rentabilidad es efímera: los precios especulativos, irreales, que han alimentado unos beneficios colosales, terminan siempre desinflándose. Antes o después las burbujas estallan, los precios vuelven a conectarse con el valor que se incorpora en la producción, y los valores y beneficios financieros desaparecen como si de humo se tratara.
Así, una de las salidas del capital frente a su crisis de rentabilidad, la huida a lo financiero, se convierte en origen de nuevas crisis. La proliferación y el estallido de burbujas, con más o menos capacidad de arrastrar a la “economía real”, es un rasgo propio de los últimos años. La crisis actual es de este tipo. Eclosiona con el estallido de una burbuja especulativa, en este caso inmobiliaria. Y como dicha burbuja se alimentó con la concesión masiva de créditos que tienen el aval de las mismas viviendas cuyos precios se desinflan, los sectores bancarios tienen problemas serios de solvencia. El estadounidense se ve especialmente afectado, porque concedió hipotecas muy arriesgadas (subprime), y porque los bancos que las concedieron después las titularizaron y las vendieron insertas en productos financieros con apariencia sofisticada. Por eso en EEUU no sólo quiebran bancos dedicados al crédito hipotecario, también entidades financieras de todo tipo que compraron productos financieros con subprimes camufladas. Además, el sistema financiero estadounidense no es el de cualquier país: su quiebra ha colapsado el mercado monetario mundial, vaciándolo de la liquidez de la que se nutren todas las economías. El capital, que trataba de escapar de sus problemas, se ha generado uno monumental.
No se trata, por tanto, de una crisis en Wall Street. Es una crisis de la respuesta que el capital le intentaba dar a la crisis. Su origen, como el de las crisis a las que empezamos refiriéndonos, es que el capital no es capaz de resolver eficazmente sus problemas de rentabilidad. Esa es la causa común que explica el fenómeno recurrente. Y, efectivamente, nos señala un rasgo inherente al sistema capitalista: para seguir “funcionando” requiere la obtención de tasas de rentabilidad crecientes; pero “al funcionar” socava las condiciones de las que obtiene la rentabilidad. Es un dilema suicida. Y ahora es más evidente que nunca.
* Economistas y militantes de Espacio Alternativo
En los años setenta el capitalismo entra en una grave crisis de rentabilidad: el capital no obtiene una proporción “suficiente” de beneficios sobre sus inversiones; suficiente según la lógica capitalista (las exigencias de beneficios que tienen los capitalistas para seguir invirtiendo). Frente a esta crisis el capital despliega su ofensiva neoliberal, poniendo en marcha mecanismos que intentan resolver los problemas de rentabilidad por dos vías: incrementando la ganancia de la que se apropia en actividades que ya le generan beneficios (obteniendo ese incremento de la única forma posible, el recorte de salarios y derechos laborales); y abriendo nuevos espacios, o ampliando los ya existentes, en los que puede “hacer negocio” (como las privatizaciones). Sin embargo, la respuesta neoliberal no es del todo eficaz para superar la crisis. Los problemas de rentabilidad persisten y eclosionan en crisis periódicas. Por lo que el capital no para de intensificar su respuesta, acelerando con el paso de los años sus “avances neoliberales”. Así, podemos decir que llevamos 30 años en crisis, y 30 años sometidos a la gestión neoliberal con la que el capital intenta superar la crisis.
Uno de los espacios de ganancia que el capital amplía en estas décadas son los mercados financieros. Su liberalización, en colaboración con otros factores, los convierte en una fuente aparentemente ilimitada de beneficios. Por eso asistimos, especialmente durante los 90s, a la explosión de las finanzas. La lógica de los mercados financieros, que se expande y afecta a todos los ámbitos económicos, tiende a generar burbujas: la valoración financiera de algunos bienes se dispara. Parece la solución perfecta para el capital, que obtiene beneficios enormes y rápidos mediante la mera compra-venta de esos bienes (especulación), al margen de la “rentabilidad real” asociada a su producción. Pero la posibilidad de esquivar así los problemas de rentabilidad es efímera: los precios especulativos, irreales, que han alimentado unos beneficios colosales, terminan siempre desinflándose. Antes o después las burbujas estallan, los precios vuelven a conectarse con el valor que se incorpora en la producción, y los valores y beneficios financieros desaparecen como si de humo se tratara.
Así, una de las salidas del capital frente a su crisis de rentabilidad, la huida a lo financiero, se convierte en origen de nuevas crisis. La proliferación y el estallido de burbujas, con más o menos capacidad de arrastrar a la “economía real”, es un rasgo propio de los últimos años. La crisis actual es de este tipo. Eclosiona con el estallido de una burbuja especulativa, en este caso inmobiliaria. Y como dicha burbuja se alimentó con la concesión masiva de créditos que tienen el aval de las mismas viviendas cuyos precios se desinflan, los sectores bancarios tienen problemas serios de solvencia. El estadounidense se ve especialmente afectado, porque concedió hipotecas muy arriesgadas (subprime), y porque los bancos que las concedieron después las titularizaron y las vendieron insertas en productos financieros con apariencia sofisticada. Por eso en EEUU no sólo quiebran bancos dedicados al crédito hipotecario, también entidades financieras de todo tipo que compraron productos financieros con subprimes camufladas. Además, el sistema financiero estadounidense no es el de cualquier país: su quiebra ha colapsado el mercado monetario mundial, vaciándolo de la liquidez de la que se nutren todas las economías. El capital, que trataba de escapar de sus problemas, se ha generado uno monumental.
No se trata, por tanto, de una crisis en Wall Street. Es una crisis de la respuesta que el capital le intentaba dar a la crisis. Su origen, como el de las crisis a las que empezamos refiriéndonos, es que el capital no es capaz de resolver eficazmente sus problemas de rentabilidad. Esa es la causa común que explica el fenómeno recurrente. Y, efectivamente, nos señala un rasgo inherente al sistema capitalista: para seguir “funcionando” requiere la obtención de tasas de rentabilidad crecientes; pero “al funcionar” socava las condiciones de las que obtiene la rentabilidad. Es un dilema suicida. Y ahora es más evidente que nunca.
* Economistas y militantes de Espacio Alternativo
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