Wednesday, August 12, 2009


Marco Rascón

¿Por qué la izquierda mexicana en su conjunto no puede o no ha querido hacer un balance de las consecuencias del Tratado de Libre Comercio (TLC) para México?

En las variadas agendas, y a todos los niveles sociales e institucionales, este tema es soslayado, pese a que sigue rigiendo el centro de la realidad económica, migratoria, laboral, financiera, cultural y de seguridad en México con efectos desastrosos para nuestra nación.

Carlos Salinas de Gortari, quien se presentó en su libro más reciente como antineoliberal y antipopulista, combatiente contra los conceptos del Consenso de Washington, afirmó que por no estar al tamaño y poderío estadunidense, “se optó (…) por un tratado comercial y no uno de integración política”, justificando que en los términos del tratado no se incluyera ni el tema laboral ni el migratorio. Hoy, pese al desastre que quedó de país, Carlos Salinas se pasea ufano ante la aceptación tácita de todas las fuerzas políticas del país que han asumido la integración plena con América del Norte y el deslinde con el resto de América Latina.

Ya desde la campaña electoral de 2006, en la plataforma electoral del bloque electoral de izquierda, contenido en los 50 puntos del Proyecto Alternativo de Nación (PAN), nunca existió la palabra Latinoamérica y ni siquiera un solo sinónimo. No obstante, bajo el esquema del TLC se estructuró toda la política agraria del país, abriendo la puerta a la privatización del ejido, compensado supuestamente con flujos de inversión y presupuestos al campo, que, por lo que hoy se sabe, terminaron en manos de los mismos terratenientes vinculados con la estructura política y el narcotráfico. Los campesinos no nada más fueron arruinados, sino obligados a emigrar, abriendo el ciclo del ingreso de las remesas por encima de la actividad turística y otras más que representaban parte de la economía interna.

Lo trágico es que antes de los 10 años, y posteriormente, sólo pequeños núcleos de activistas agrarios dieron seguimiento al tema. En los congresos locales y el federal las implicaciones del TLC en el campo ni son motivo de debate ni de estudio y mucho menos de proyectos para políticas alternativas.

En los temas sobre apertura comercial y los efectos de ésta en la economía interna y en las políticas migratorias, fue mucho más lo que retrocedimos en conciencia. En medio de la supuesta integración, la era Bush reforzó las políticas antinmigratorias en Estados Unidos y planteó el levantamiento del muro a lo largo de la frontera.

Durante estos 15 años, el carácter de traspatio de los vecinos del norte se acrecentó. Antes éramos su vecino pobre, hoy somos su hueco, su buhardilla para enviar la basura contaminante, sus armas más viejas, a sus surtidores de droga, sus experimentos bacteriológicos y donde se le prepara la mano de obra barata indocumentada para mantener muchos de sus productos a nivel competitivo.

A 15 años, en vez de avanzar en la integración, como avanzaron Europa y la misma Latinoamérica en lo que respecta a energéticos, mercados comunes, flujos laborales, Canadá dio un paso atrás en su política de visados, en la vía de homologar políticas migratorias con Estados Unidos ante la creciente migración mexicana al norte ya no sólo de campesinos, sino de técnicos y profesionistas.

No obstante, las agendas de la clase política y de los poderes fácticos, beneficiados colateralmente con el proyecto implantado por la visión salinista, continúan más sujetas que nunca a los intereses monopólicos y al proteccionismo por el repunte del PRI, ya que ahora vienen reconstruidos para administrar y vendernos la idea de que sus intereses son la soberanía nacional.

A 15 años del TLC y en el contexto de la cumbre de los tres países suscriptores en Guadalajara, la promesa que hizo Barack Obama a los estadunidenses cuando fue candidato de que revisaría aspectos del tratado no tiene quién se la reclame. En México, ni los partidos ni los legisladores (más entretenidos en el reparto de plurinominales) han demostrado un mínimo interés ni visión sobre la coyuntura y el contexto.

La reunión de Guadalajara se da luego de las elecciones federales, cuando la debilidad del gobierno de Felipe Calderón lo excluye como interlocutor no nada más para demandar temas, como el de la frontera, la seguridad o la migración, sino para plantear una nueva perspectiva en la relación de México ante sus desigualdades con Estados Unidos y Canadá.

La cumbre del TLC en Guadalajara es una reunión de trámite y mera contención del vecino, paralizado, conflictivo, infectado e inseguro.

A 15 años, México quedó en el peor lugar: despreciado por el norte y aislado de la perspectiva latinoamericana, que por esencia y referencia histórica era su aliado a la hora de las definiciones en la relación con el norte. Hoy, quienes nos destruyeron regresan triunfantes, pues así como estamos buscaron dejarnos con su obra.

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