Una mirada al pasado en la prensa argentina
La Nación
A modo de introducción
Sabemos que el impolítico Borges en su juventud tuvo una deriva anarquista egotista e individualista. Los biógrafos coinciden en una cosa: su padre siempre promovió en el vástago un "anarquismo literario" y que en febrero de 1917 adhirió con entusiasmo y pasión a la caída del Zar y al octubre rojo. Borges que llegaba de Ginebra estaba "ebrio de Whitman, pertrechado de Max Stirner, secuente de Romain Rolland" (cuenta Guillermo De Torre, 1925), sin rubor declaraba mejor poeta alemán de la época al izquierdo-expresionista Johannes Becher, "quien supo rimar la gesta de la guerra y la revolución, compañero de Liebknecht, desde las barricadas de Berlín nos tiende sus poemas" (sic, la revista "Die Aktion" , cuyos poemas tradujo Borges, era totalmente anarquizante) . Borges devoró de la generosa biblioteca familiar la obra de Max Stirner (según Feuerbach, "el escritor más genial y libre que he conocido"), simpatizando con la corriente anarco-sindicalista, que participó ampliamente en la revolución, aunque después su aporte fuera infravalorado. Stirner lo llevó a Schopenhauer y acto seguido a Nietzsche. Quizá el destino de Der Einzige und sein Eigentum ( El Único y su Propiedad ), nos explique algunos comportamientos equívocos o la metamorfosis ideológica del último Borges. Marx escribió un furibundo anti-Stirner en el libro colectivo que redactó con Engels, Die deutsche Ideologie (1845) : en el capítulo "Sankt Max", Stirner, era críticado como parte de la ideologia alemana y como representante del individualismo abstracto de los jóvenes hegelianos que habían abandonado la acción política. A la abstracta antítesis entre "humano" y "único", el joven Marx le contraponía la antítesis concreta e histórica de autonomía y emancipación. No se trata de que "Yo" me desarrolle sino de liberarse de un modo determinado de desarrollo: el de la sociedad clasista. Por lo tanto sólo los individuos que se desarrollan en un plano universal, unidos orgánicamente (organización), ya no los "Únicos" stirnerianos que se "utilizan", se "devoran" o "consuman" mutuamente, pueden aspirar a emanciparse del dominio de las relaciones y la casualidad, al desarrollo de todas las facultades humanas. El problema de descender del mundo de los pensamientos al mundo real, dirá Marx, se convierte así en el problema de descender del lenguaje a la vida. Borges era un stirneriano vergonzante. Como Nietzsche, ocultó la influencia de Stirner por motivos idénticos: habría quedado desacreditado para siempre entre las personas formadas de todo el mundo si hubiera dejado notar algún tipo de simpatía por un burdo y desconsiderado Stirner, que hace alarde de un desnudo egoísmo y anarquismo, un tosco individualismo extremo, que lo hizo un leproso en la historia del pensamiento. Nada hay en su autobiografía, ni en sus hagiógrafos, nada en sus constantes autointerpretaciones de su obra y vida sobre la huella de la obra "más audaz y consecuente desde Hobbes" (Nietzsche). No es casualidad la recepción de Nietzsche en esta revista y en ese momento: el Nietzschéisme era en Francia una potencia cultural y Sur su transfert político-cultural en Argentina. Es el llamado deuxiéme moment français de la divulgación de Nietzsche. Su influencia abarcaba desde la izquierda, Jean Paul Sartre (que intentó escrivir un roman nietzscheano), Henri Lefebvre (y su curioso sincretismo llamado marxo-nietzschéisme) , Albert Camus, pasando por Antonin Artaud, André Breton, Georges Bataille, Michel Leiris, Gaétan Picon, Roger Callois (colaborador de Sur ) hasta el extremo ideológico de la herradura: Drieu La Rochelle (otro habitual articulista en la revista ) , Robert Brasillach, Louis Ferdinand Céline (muchos libros editados bajo el sello editorial de Sur ) y Maurice Blanchot. El escritor y publicista fascista Drieu La Rochelle, amante de la directora y dueña de Sur , Victoria Ocampo, llegó escribir un artículo titulado "Nietzsche contre Marx", luego incluído en un libro seminal del fascismo francés Socialisme fasciste de 1934. Una anécdota: en agosto de 1933 publicó un elogioso comentario sobre la erudición del escritor argentino en la revista Megáfono , en el que declara que Borges vaut le voyage (“Borges vale el viaje”). La Rochelle apoyaría el golpe de 1934 contra la República francesa, se alegraría de la derrota de Francia a manos del IIIº Reich en 1940, colaboraría con la ocupación nazi y el regmien fascista de Petain para terminar su vida mediante el suicidio en 1945. Pues bien en Francia se estaban editando con enorme suceso editorial las obras completas de Nietzsche, oeuvres complètes editadas por Mercure de France, las primeras fuera de la propia Alemania. Y además hay un boom editorial de las obras secundarias de Nietzsche, recopilación de aforismos, selección de cartas o testominios de quienes lo conocieron. Borges no dejó atrás su fascinación por el filósofo del martillo y por sus premisas reaccionarias y conclusiones aristocratizantes. Su primer ensayo se titula "La doctrina de los ciclos", apareció en la revista Sur de mayo de 1936. En ese artículo Borges elogia la teoría de Eterno Retorno, que apuntaba a combatir y aniquilar la idea de progreso de la Ilustración y la Modernidad. En ella ve un gesto heroico "una ética de la felicidad valerosa", aunque señala sus incongruencias, su explicación exotérica y las enormes debilidades lógicas. Borges le pregunta a Nietzsche. "¿Basta la mera sucesión, no verificada por nadie? A falta de un arcángel especial que lleve la cuenta, ¿qué significa el hecho de que atravesamos el ciclo trescientos veintidós con el exponente dos mil? Nada, para la práctica, lo cual no daña al pensador. Nada para la inteligencia, lo cual es grave." Criticando la facilidad de una lectura superficial, débil, afirma que "el optimista flojo suele imaginar que es nietzscheano..." Borges retomará su personal nietzschéisme en este artículo que presentamos, escrito para el diario conservador de Buenos Aires, La Nación , en febrero de 1940. Se trata de una (¿auto?) defensa de Nietzsche contra las naturales deducciones que lo hacían precursor del nacionalsocialismo y contra la pretensión del IIIº Reich de hacerlo su filósofo oficial. Borges esgrima una hermeneútica de la inocencia con argumentos externos y buenos deseos similares a las defensas in extremis de Bataille o Klossowski. Su crítica apunta a la edición de textos de Nietzsche realizada en Alemania por Alfred Baeumler, una de las autoridades máximas sobre Nietzsche durante el IIº Reich , autor de un libro muy importante sobre el pensamiento político de Nietzsche, Nietzsche, der Philosoph und Politiker y amigo de Martin Heidegger. Se trataba de una de las primeras publicaciones de escritos póstumos titulada Die Unschuld des Werdens. Der Nachlass, ausgewählt und geordnet von Alfred Baeumler, editada en Leipzig por Kröner en1931. Utilizando esta colección y un método hermeneútico más que cuestionable, Borges intenta exorcizar a Nietzsche, y a su propio nietzschéisme personal. Volverá una vez más sobre Nietzsche: en octubre de 1994 escribirá un ensayo con el título "El propósito de Zarathustra", en el mismo diario. Nunca más volvera sobre el filólogo-filósofo, salvo para seleccionar un pequeño texto en el Libros de Sueños (1976) y algunas citas importantes en El idioma de los argentinos y en Historia de la Eternidad . Borges seguramente coincidía con Nietzsche en que no había hechos, sólo interpretaciones, en su metafísica del artista-genio, la idea de una identidad repetible (se repiten series jerárquicas, nunca individuos), jamás idéntica y quizá su confuso pathos reaccionario, pesimista y antidialéctico. (Nicolás González Varela)
Algunos pareceres de Nietzsche
Por Jorge Luis Borges
Siempre la gloria es una simplificación y a veces una perversión de la realidad; no hay hombre célebre a quien no lo calumnie un poco su gloria. Para América y para España, Arturo Schopenhauer es primordialmente el autor de El amor, las mujeres y la muerte: rapsodia fabricada con fragmentos sensacionales por un editor levantino. De Friedrich Nietzsche, discípulo rebelde de Schopenhauer, ya observó Bernard Shaw (Major Barbara, Londres, 1905) que era la víctima mundial de la frase «bestia rubia» y que todos atribuían su renombre y limitaban su obra a un evangelio para matones. A pesar de los años transcurridos, la observación de Shaw no ha perdido en validez, si bien hay que admitir que Nietzsche ha consentido y tal vez ha cortejado ese equívoco. En sus años finales aspiró a la dignidad de profeta y sabía que ese ministerio es incompatible con un estilo razonable o explícito. El más famoso (no el mejor) de sus libros es un pastiche judeo-alemán, un prophetic book más artificial y harto menos apasionado que los de Blake. Paralelamente a la composición de su intencionada obra pública, Nietzsche apuntaba en otros cuadernos los razonamientos capaces de justificar esa obra. Esos razonamientos (y toda suerte de meditaciones afines) han sido organizados y editados por Alfred Baeumler y componen dos tomos de cuatrocientas y quinientas páginas cada uno. La obra general se titula -algo torpemente- La inocencia del devenir y ha sido publicada en 1931 por Alfred Kröner. «En los libros publicados», escribe el editor, «Nietzsche habla siempre ante un adversario, siempre con reticencias; en ellos predomina el primer plano, como lo ha declarado el mismo autor. En cambio, su obra inédita (que abarca de 1870 a 1888) registra el fondo de su pensamiento, y por eso no es obra secundaria, sino obra capital».
Este fragmento -el 1072 del primer volumen- es un testimonio patético de su soledad: «¿Qué hago al borronear estas páginas? Velar por mi vejez: registrar para el tiempo, cuando el alma no puede emprender nada nuevo, la historia de sus aventuras y de sus viajes de mar. Lo mismo que me reservo la música para la edad en que esté ciego.»
«Es común identificar a Nietzsche con las intolerancias y agresiones del racismo y elevarlo (o denigrarlo) a precursor de esa pedantería sangrienta; veamos lo que Nietzsche -buen europeo, al fin- pensaba hacia 1880 de tales problemas. «En Francia -anota- el nacionalismo ha pervertido el carácter; en Alemania, el espíritu y el gusto: para soportar una gran derrota -en verdad, una definitiva- hay que ser más joven y más sano que el vencedor».
La reserva final no debe impulsamos a creer que las victorias de 1871 lo regocijaban con exceso. El fragmento 1180 del segundo volumen declara: «Para entusiasmarnos por el principio, Alemania, Alemania encima de todo, o por el imperio alemán, no somos lo bastante estúpidos»; poco antes observa: «Alemania, Alemania encima de todo, es quizá el lema más insensato que se ha propalado jamás. ¿Por qué Alemania -pregunto yo- si no quiere, si no representa, si no significa algo de más valor que lo representado por otras potencias anteriores? En sí, es sólo un gran Estado más, una bobería más en la historia.»
El antisemitismo lo mueve a las siguientes observaciones: «Encontrar un judío es un beneficio sobre todo cuando se vive entre alemanes. Los judíos son un antídoto contra el nacionalismo, esa última enfermedad de la razón europea... En la insegura Europa son quizá la raza más fuerte: superan a todo el occidente de Europa por la duración de su proceso evolutivo. Su organización presupone un devenir más rico, un número mayor de etapas que el de los otros pueblos... Como cualquier otro organismo, una raza sólo puede crecer o perecer: el estancamiento es imposible. Una raza que no ha perecido, es una raza que ha crecido incesantemente. La duración de su existencia indica la altura de su evolución: la raza más antigua debe ser también la más alta. En la Europa contemporánea los judíos han alcanzado la forma suprema de la espiritualidad: la bufonada genial.»
«Con Offenbach, con Enrique Heine, la potencia de la cultura europea ha sido superada: las otras razas no tienen la posibilidad de ser ingeniosas de esa manera... En Europa son los judíos la raza más antigua y más pura. Por eso la belleza de la mujer judía es la más alta.»
Examinado con alguna imparcialidad, el párrafo anterior es muy vulnerable. Su propósito es refutar (o molestar) al nacionalismo alemán; su forma es una afirmación y una hipérbole del nacionalismo judío. Este nacionalismo es el más exorbitante de todos; pues la imposibilidad de invocar un país, un orden, una bandera, le impone un cesarismo intelectual que suele rebasar la verdad. El nazi niega la participación del judío en la cultura de Alemania; el judío, con injusticia igual, finge que la cultura de Alemania es cultura judía. Por lo demás, el pensamiento de Nietzsche debe haber sido más imparcial que sus afirmaciones; sospecha que se dirigía, in mente, a alemanes incrédulos e indignables.
En otro lugar escribe proféticamente: «Los alemanes creen que la fuerza debe manifestarse por el rigor y por la crueldad. Les cuesta creer que puede haber fuerza en la serenidad y en la quietud. Creen que Beethoven es más fuerte que Goethe; en eso se equivocan.»
Este fragmento -el 1168- no carece tal vez de actualidad y aun de futuridad: «Todos los verdaderos germanos emigraron; la Alemania actual es un puesto avanzado de los eslavos y prepara el camino para la rusificación de la Europa.» Inútil agregar que esa doctrina puede congregar escasos prosélitos en la Alemania de hoy. El país está regido por germanistas que preconizan la anexión de ciertos vecinos porque son de raza germánica y de ciertos otros vecinos porque son de raza inferior. Esos peligrosos etnólogos afirman un predominio germánico en Escandinavia, en Inglaterra, en los Países Bajos, en Francia, en Lombardía y en Norteamérica: hipótesis que no les prohíbe atribuir a Alemania la exclusiva representación de esa ubicua raza.
En otro lugar dice Nietzsche: «Bismarck es un eslavo. Basta mirar las caras de los alemanes: emigraron todos los que tenían sangre varonil, generosa; la lamentable población que no se movió, el pueblo de alma servil se mejoró después con alguna adición de sangre extranjera, principalmente eslava. La mejor sangre de Alemania es la sangre aldeana: por ejemplo, Lutero, Niebuhr, Bismarck.»
Movilizar contra Alemania el párrafo que acabo de trasladar sería una ligereza y una injusticia. Una de las capacidades geniales del intelectual alemán -no sé si del francés- es la de no ser accesible a las supersticiones del patriotismo. En trance de ser injusto, prefiere serlo con su propio país. Nietzsche -no nos dejemos desviar por su nombre polaco- era muy alemán. Una de las amonestaciones que hemos leído nos exhorta a no confundir la mera violencia y la fuerza: así no hubiera hablado Zarathustra si hubiera tenido presente esa distinción.
En el fragmento 1139, Nietzsche condena con plenitud la obra de Lutero; en el fragmento 501 escribe, sin embargo: «El hombre hace que un acto sea meritorio, pero es imposible que un acto dé méritos a un hombre.» También es imposible formular con menos palabras la doctrina que opuso Martín Lutero a la doctrina de la salvación por las obras.
En aquel ruidoso y casi perfectamente olvidado volumen -Degeneración- que tan buenos servicios prestó como antología de los escritores que el autor quería denigrar, Max Nordau vio en el carácter fragmentario de las obras de Nietzsche una demostración de su incapacidad para componer. A ese motivo (que no es lícito excluir y que no es importante) podemos agregar otro: la vertiginosa riqueza mental de Nietzsche. Riqueza tanto más sorprendente si recordamos que en su casi totalidad versa sobre aquella materia en que los hombres se han mostrado más pobres y menos inventivos: la ética.
Excepto Samuel Butler, ningún autor del siglo XIX es tan contemporáneo nuestro como Friedrich Nietzsche. Muy poco ha envejecido en su obra, salvo, quizás, esa veneración humanista por la antigüedad clásica que Bernard Shaw fue el primero en vituperar. También cierta lucidez en el corazón mismo de las polémicas, cierta delicadeza de la invectiva, que nuestra época parece haber olvidado.
Fuente: Diario "La Nación", Buenos Aires, 11 de febrero de 1940.
Sabemos que el impolítico Borges en su juventud tuvo una deriva anarquista egotista e individualista. Los biógrafos coinciden en una cosa: su padre siempre promovió en el vástago un "anarquismo literario" y que en febrero de 1917 adhirió con entusiasmo y pasión a la caída del Zar y al octubre rojo. Borges que llegaba de Ginebra estaba "ebrio de Whitman, pertrechado de Max Stirner, secuente de Romain Rolland" (cuenta Guillermo De Torre, 1925), sin rubor declaraba mejor poeta alemán de la época al izquierdo-expresionista Johannes Becher, "quien supo rimar la gesta de la guerra y la revolución, compañero de Liebknecht, desde las barricadas de Berlín nos tiende sus poemas" (sic, la revista "Die Aktion" , cuyos poemas tradujo Borges, era totalmente anarquizante) . Borges devoró de la generosa biblioteca familiar la obra de Max Stirner (según Feuerbach, "el escritor más genial y libre que he conocido"), simpatizando con la corriente anarco-sindicalista, que participó ampliamente en la revolución, aunque después su aporte fuera infravalorado. Stirner lo llevó a Schopenhauer y acto seguido a Nietzsche. Quizá el destino de Der Einzige und sein Eigentum ( El Único y su Propiedad ), nos explique algunos comportamientos equívocos o la metamorfosis ideológica del último Borges. Marx escribió un furibundo anti-Stirner en el libro colectivo que redactó con Engels, Die deutsche Ideologie (1845) : en el capítulo "Sankt Max", Stirner, era críticado como parte de la ideologia alemana y como representante del individualismo abstracto de los jóvenes hegelianos que habían abandonado la acción política. A la abstracta antítesis entre "humano" y "único", el joven Marx le contraponía la antítesis concreta e histórica de autonomía y emancipación. No se trata de que "Yo" me desarrolle sino de liberarse de un modo determinado de desarrollo: el de la sociedad clasista. Por lo tanto sólo los individuos que se desarrollan en un plano universal, unidos orgánicamente (organización), ya no los "Únicos" stirnerianos que se "utilizan", se "devoran" o "consuman" mutuamente, pueden aspirar a emanciparse del dominio de las relaciones y la casualidad, al desarrollo de todas las facultades humanas. El problema de descender del mundo de los pensamientos al mundo real, dirá Marx, se convierte así en el problema de descender del lenguaje a la vida. Borges era un stirneriano vergonzante. Como Nietzsche, ocultó la influencia de Stirner por motivos idénticos: habría quedado desacreditado para siempre entre las personas formadas de todo el mundo si hubiera dejado notar algún tipo de simpatía por un burdo y desconsiderado Stirner, que hace alarde de un desnudo egoísmo y anarquismo, un tosco individualismo extremo, que lo hizo un leproso en la historia del pensamiento. Nada hay en su autobiografía, ni en sus hagiógrafos, nada en sus constantes autointerpretaciones de su obra y vida sobre la huella de la obra "más audaz y consecuente desde Hobbes" (Nietzsche). No es casualidad la recepción de Nietzsche en esta revista y en ese momento: el Nietzschéisme era en Francia una potencia cultural y Sur su transfert político-cultural en Argentina. Es el llamado deuxiéme moment français de la divulgación de Nietzsche. Su influencia abarcaba desde la izquierda, Jean Paul Sartre (que intentó escrivir un roman nietzscheano), Henri Lefebvre (y su curioso sincretismo llamado marxo-nietzschéisme) , Albert Camus, pasando por Antonin Artaud, André Breton, Georges Bataille, Michel Leiris, Gaétan Picon, Roger Callois (colaborador de Sur ) hasta el extremo ideológico de la herradura: Drieu La Rochelle (otro habitual articulista en la revista ) , Robert Brasillach, Louis Ferdinand Céline (muchos libros editados bajo el sello editorial de Sur ) y Maurice Blanchot. El escritor y publicista fascista Drieu La Rochelle, amante de la directora y dueña de Sur , Victoria Ocampo, llegó escribir un artículo titulado "Nietzsche contre Marx", luego incluído en un libro seminal del fascismo francés Socialisme fasciste de 1934. Una anécdota: en agosto de 1933 publicó un elogioso comentario sobre la erudición del escritor argentino en la revista Megáfono , en el que declara que Borges vaut le voyage (“Borges vale el viaje”). La Rochelle apoyaría el golpe de 1934 contra la República francesa, se alegraría de la derrota de Francia a manos del IIIº Reich en 1940, colaboraría con la ocupación nazi y el regmien fascista de Petain para terminar su vida mediante el suicidio en 1945. Pues bien en Francia se estaban editando con enorme suceso editorial las obras completas de Nietzsche, oeuvres complètes editadas por Mercure de France, las primeras fuera de la propia Alemania. Y además hay un boom editorial de las obras secundarias de Nietzsche, recopilación de aforismos, selección de cartas o testominios de quienes lo conocieron. Borges no dejó atrás su fascinación por el filósofo del martillo y por sus premisas reaccionarias y conclusiones aristocratizantes. Su primer ensayo se titula "La doctrina de los ciclos", apareció en la revista Sur de mayo de 1936. En ese artículo Borges elogia la teoría de Eterno Retorno, que apuntaba a combatir y aniquilar la idea de progreso de la Ilustración y la Modernidad. En ella ve un gesto heroico "una ética de la felicidad valerosa", aunque señala sus incongruencias, su explicación exotérica y las enormes debilidades lógicas. Borges le pregunta a Nietzsche. "¿Basta la mera sucesión, no verificada por nadie? A falta de un arcángel especial que lleve la cuenta, ¿qué significa el hecho de que atravesamos el ciclo trescientos veintidós con el exponente dos mil? Nada, para la práctica, lo cual no daña al pensador. Nada para la inteligencia, lo cual es grave." Criticando la facilidad de una lectura superficial, débil, afirma que "el optimista flojo suele imaginar que es nietzscheano..." Borges retomará su personal nietzschéisme en este artículo que presentamos, escrito para el diario conservador de Buenos Aires, La Nación , en febrero de 1940. Se trata de una (¿auto?) defensa de Nietzsche contra las naturales deducciones que lo hacían precursor del nacionalsocialismo y contra la pretensión del IIIº Reich de hacerlo su filósofo oficial. Borges esgrima una hermeneútica de la inocencia con argumentos externos y buenos deseos similares a las defensas in extremis de Bataille o Klossowski. Su crítica apunta a la edición de textos de Nietzsche realizada en Alemania por Alfred Baeumler, una de las autoridades máximas sobre Nietzsche durante el IIº Reich , autor de un libro muy importante sobre el pensamiento político de Nietzsche, Nietzsche, der Philosoph und Politiker y amigo de Martin Heidegger. Se trataba de una de las primeras publicaciones de escritos póstumos titulada Die Unschuld des Werdens. Der Nachlass, ausgewählt und geordnet von Alfred Baeumler, editada en Leipzig por Kröner en1931. Utilizando esta colección y un método hermeneútico más que cuestionable, Borges intenta exorcizar a Nietzsche, y a su propio nietzschéisme personal. Volverá una vez más sobre Nietzsche: en octubre de 1994 escribirá un ensayo con el título "El propósito de Zarathustra", en el mismo diario. Nunca más volvera sobre el filólogo-filósofo, salvo para seleccionar un pequeño texto en el Libros de Sueños (1976) y algunas citas importantes en El idioma de los argentinos y en Historia de la Eternidad . Borges seguramente coincidía con Nietzsche en que no había hechos, sólo interpretaciones, en su metafísica del artista-genio, la idea de una identidad repetible (se repiten series jerárquicas, nunca individuos), jamás idéntica y quizá su confuso pathos reaccionario, pesimista y antidialéctico. (Nicolás González Varela)
Algunos pareceres de Nietzsche
Por Jorge Luis Borges
Siempre la gloria es una simplificación y a veces una perversión de la realidad; no hay hombre célebre a quien no lo calumnie un poco su gloria. Para América y para España, Arturo Schopenhauer es primordialmente el autor de El amor, las mujeres y la muerte: rapsodia fabricada con fragmentos sensacionales por un editor levantino. De Friedrich Nietzsche, discípulo rebelde de Schopenhauer, ya observó Bernard Shaw (Major Barbara, Londres, 1905) que era la víctima mundial de la frase «bestia rubia» y que todos atribuían su renombre y limitaban su obra a un evangelio para matones. A pesar de los años transcurridos, la observación de Shaw no ha perdido en validez, si bien hay que admitir que Nietzsche ha consentido y tal vez ha cortejado ese equívoco. En sus años finales aspiró a la dignidad de profeta y sabía que ese ministerio es incompatible con un estilo razonable o explícito. El más famoso (no el mejor) de sus libros es un pastiche judeo-alemán, un prophetic book más artificial y harto menos apasionado que los de Blake. Paralelamente a la composición de su intencionada obra pública, Nietzsche apuntaba en otros cuadernos los razonamientos capaces de justificar esa obra. Esos razonamientos (y toda suerte de meditaciones afines) han sido organizados y editados por Alfred Baeumler y componen dos tomos de cuatrocientas y quinientas páginas cada uno. La obra general se titula -algo torpemente- La inocencia del devenir y ha sido publicada en 1931 por Alfred Kröner. «En los libros publicados», escribe el editor, «Nietzsche habla siempre ante un adversario, siempre con reticencias; en ellos predomina el primer plano, como lo ha declarado el mismo autor. En cambio, su obra inédita (que abarca de 1870 a 1888) registra el fondo de su pensamiento, y por eso no es obra secundaria, sino obra capital».
Este fragmento -el 1072 del primer volumen- es un testimonio patético de su soledad: «¿Qué hago al borronear estas páginas? Velar por mi vejez: registrar para el tiempo, cuando el alma no puede emprender nada nuevo, la historia de sus aventuras y de sus viajes de mar. Lo mismo que me reservo la música para la edad en que esté ciego.»
«Es común identificar a Nietzsche con las intolerancias y agresiones del racismo y elevarlo (o denigrarlo) a precursor de esa pedantería sangrienta; veamos lo que Nietzsche -buen europeo, al fin- pensaba hacia 1880 de tales problemas. «En Francia -anota- el nacionalismo ha pervertido el carácter; en Alemania, el espíritu y el gusto: para soportar una gran derrota -en verdad, una definitiva- hay que ser más joven y más sano que el vencedor».
La reserva final no debe impulsamos a creer que las victorias de 1871 lo regocijaban con exceso. El fragmento 1180 del segundo volumen declara: «Para entusiasmarnos por el principio, Alemania, Alemania encima de todo, o por el imperio alemán, no somos lo bastante estúpidos»; poco antes observa: «Alemania, Alemania encima de todo, es quizá el lema más insensato que se ha propalado jamás. ¿Por qué Alemania -pregunto yo- si no quiere, si no representa, si no significa algo de más valor que lo representado por otras potencias anteriores? En sí, es sólo un gran Estado más, una bobería más en la historia.»
El antisemitismo lo mueve a las siguientes observaciones: «Encontrar un judío es un beneficio sobre todo cuando se vive entre alemanes. Los judíos son un antídoto contra el nacionalismo, esa última enfermedad de la razón europea... En la insegura Europa son quizá la raza más fuerte: superan a todo el occidente de Europa por la duración de su proceso evolutivo. Su organización presupone un devenir más rico, un número mayor de etapas que el de los otros pueblos... Como cualquier otro organismo, una raza sólo puede crecer o perecer: el estancamiento es imposible. Una raza que no ha perecido, es una raza que ha crecido incesantemente. La duración de su existencia indica la altura de su evolución: la raza más antigua debe ser también la más alta. En la Europa contemporánea los judíos han alcanzado la forma suprema de la espiritualidad: la bufonada genial.»
«Con Offenbach, con Enrique Heine, la potencia de la cultura europea ha sido superada: las otras razas no tienen la posibilidad de ser ingeniosas de esa manera... En Europa son los judíos la raza más antigua y más pura. Por eso la belleza de la mujer judía es la más alta.»
Examinado con alguna imparcialidad, el párrafo anterior es muy vulnerable. Su propósito es refutar (o molestar) al nacionalismo alemán; su forma es una afirmación y una hipérbole del nacionalismo judío. Este nacionalismo es el más exorbitante de todos; pues la imposibilidad de invocar un país, un orden, una bandera, le impone un cesarismo intelectual que suele rebasar la verdad. El nazi niega la participación del judío en la cultura de Alemania; el judío, con injusticia igual, finge que la cultura de Alemania es cultura judía. Por lo demás, el pensamiento de Nietzsche debe haber sido más imparcial que sus afirmaciones; sospecha que se dirigía, in mente, a alemanes incrédulos e indignables.
En otro lugar escribe proféticamente: «Los alemanes creen que la fuerza debe manifestarse por el rigor y por la crueldad. Les cuesta creer que puede haber fuerza en la serenidad y en la quietud. Creen que Beethoven es más fuerte que Goethe; en eso se equivocan.»
Este fragmento -el 1168- no carece tal vez de actualidad y aun de futuridad: «Todos los verdaderos germanos emigraron; la Alemania actual es un puesto avanzado de los eslavos y prepara el camino para la rusificación de la Europa.» Inútil agregar que esa doctrina puede congregar escasos prosélitos en la Alemania de hoy. El país está regido por germanistas que preconizan la anexión de ciertos vecinos porque son de raza germánica y de ciertos otros vecinos porque son de raza inferior. Esos peligrosos etnólogos afirman un predominio germánico en Escandinavia, en Inglaterra, en los Países Bajos, en Francia, en Lombardía y en Norteamérica: hipótesis que no les prohíbe atribuir a Alemania la exclusiva representación de esa ubicua raza.
En otro lugar dice Nietzsche: «Bismarck es un eslavo. Basta mirar las caras de los alemanes: emigraron todos los que tenían sangre varonil, generosa; la lamentable población que no se movió, el pueblo de alma servil se mejoró después con alguna adición de sangre extranjera, principalmente eslava. La mejor sangre de Alemania es la sangre aldeana: por ejemplo, Lutero, Niebuhr, Bismarck.»
Movilizar contra Alemania el párrafo que acabo de trasladar sería una ligereza y una injusticia. Una de las capacidades geniales del intelectual alemán -no sé si del francés- es la de no ser accesible a las supersticiones del patriotismo. En trance de ser injusto, prefiere serlo con su propio país. Nietzsche -no nos dejemos desviar por su nombre polaco- era muy alemán. Una de las amonestaciones que hemos leído nos exhorta a no confundir la mera violencia y la fuerza: así no hubiera hablado Zarathustra si hubiera tenido presente esa distinción.
En el fragmento 1139, Nietzsche condena con plenitud la obra de Lutero; en el fragmento 501 escribe, sin embargo: «El hombre hace que un acto sea meritorio, pero es imposible que un acto dé méritos a un hombre.» También es imposible formular con menos palabras la doctrina que opuso Martín Lutero a la doctrina de la salvación por las obras.
En aquel ruidoso y casi perfectamente olvidado volumen -Degeneración- que tan buenos servicios prestó como antología de los escritores que el autor quería denigrar, Max Nordau vio en el carácter fragmentario de las obras de Nietzsche una demostración de su incapacidad para componer. A ese motivo (que no es lícito excluir y que no es importante) podemos agregar otro: la vertiginosa riqueza mental de Nietzsche. Riqueza tanto más sorprendente si recordamos que en su casi totalidad versa sobre aquella materia en que los hombres se han mostrado más pobres y menos inventivos: la ética.
Excepto Samuel Butler, ningún autor del siglo XIX es tan contemporáneo nuestro como Friedrich Nietzsche. Muy poco ha envejecido en su obra, salvo, quizás, esa veneración humanista por la antigüedad clásica que Bernard Shaw fue el primero en vituperar. También cierta lucidez en el corazón mismo de las polémicas, cierta delicadeza de la invectiva, que nuestra época parece haber olvidado.
Fuente: Diario "La Nación", Buenos Aires, 11 de febrero de 1940.
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