La distancia no es sólo geográfica sino, sobre todo, política. El mismo día en que electricistas, maestros y organizaciones populares protagonizaron una de las más importantes protestas sociales en la capital del país en los meses recientes, los delegados del Partido de la Revolución Democrática se concentraron en Oaxtepec, a poco menos de 100 kilómetros de la ciudad de México, para realizar su congreso nacional.
El partido del sol azteca se ha mantenido a prudente distancia de la lucha del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME). Es cierto, han hecho acto de presencia en sus movilizaciones las corrientes estructuradas en torno a Andrés Manuel López Obrador y René Bejarano, pero su dirección nacional como tal ha estado ausente de las protestas. Algunos de los diputados y senadores que integran sus grupos parlamentarios se han comprometido a promover una controversia constitucional, pero, en lo central, no se han involucrado a fondo en el conflicto.
Este alejamiento de los electricistas no es novedoso ni exclusivo. Si en la fundación del PRD fueron determinantes muchos movimientos populares, hoy el partido se ha divorciado, en lo esencial, de ellos. En los hechos casi no les presta apoyo ni solidaridad ni orientación. Marcha desvinculado de su dinámica. Gran cantidad de dirigentes sociales que participaron en su nacimiento están hoy más dedicados a la búsqueda de cargos de elección popular o de posiciones dentro de los gobiernos locales que en buscar modificar la correlación de fuerzas del campo popular. Las organizaciones en las que participan funcionan cada vez más como grupos de presión dentro del partido.
El PRD ha reproducido en su interior, de manera ampliada, la política clientelar y corporativa que en el pasado la izquierda criticó al PRI. La entrega de despensas a los seguidores que votan en favor de los candidatos de una corriente, el pase de lista en las movilizaciones, la gestión de prebendas son prácticas comunes, no anecdóticas.
Dentro del partido ha desaparecido la militancia desinteresada que fue, durante muchos años, una de las ventajas comparativas de la izquierda. Miles de activistas se involucraban en alguna actividad política guiados por sus convicciones, sin esperar recibir nada a cambio. Hasta hace unos años, para ser integrante de una organización política progresista debía pagarse una cuota. Ahora se cobra un salario por ello. Esto se modificó drásticamente a raíz de la formación de las brigadas del sol, en las que se pagaba a los activistas. Ahora en el partido hay dirigentes y empleados, pero difícilmente se encuentran militantes. Tan es así que hay quien ha propuesto que el lema del partido se cambie por ¡Democracia ya, chamba para todos!
El más absoluto pragmatismo domina la actividad del PRD. Es un partido de entendimientos con el poder y acuerdos cupulares. En Guerrero gobierna con sus siglas un panista de clóset que golpea a los normalistas rurales y viola los derechos humanos. Hace apenas unos meses fue ejecutado el líder de la Cámara de Diputados de ese estado, que era el principal candidato a gobernador por el partido, sin que haya sucedido apenas nada. Al frente del gobierno de Chiapas se encuentra un priísta de corazón que apoya incondicionalmente al presidente Calderón y que persigue los movimientos que no se alinean incondicionalmente con su administración. Muchas de las direcciones municipales de ese instituto político están hoy ocupadas por distinguidos paramilitares. Por supuesto, dentro de ese organismo apenas hay quien levante la voz para denunciar esta anomalía.
El sol azteca parece no estar enterado de que en el país se vive una grave crisis de derechos humanos. Ciertamente, este asunto no ha sido nunca su fuerte, ni siquiera cuando en sus primeros años de vida cientos de sus militantes fueron asesinados. Sin embargo, ¿puede un partido que se dice de izquierda guardar silencio –como hace el PRD– ante las ejecuciones extrajudiciales de líderes sociales que se producen semana a semana?
La ofensiva del clero y la derecha en favor de la penalización del aborto avanza en toda la República. En lugar de oponerse, el PRD deja que camine. Algunos de sus diputados en los congresos locales que han legislado en contra del derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo no se han opuesto a las reformas legales. Convenientemente se han ausentado de las sesiones donde se vota la norma o se han abstenido. Por supuesto, el partido no los ha llamado a cuentas.
Moderno Robinson Crusoe en su isla parlamentaria, el PRD está cada día más alejado no sólo de los movimientos sociales, sino también de los artistas e intelectuales, las feministas, los pueblos indios, los ambientalistas y los defensores de los derechos humanos. La influencia cultural de la izquierda en la sociedad se mantiene a pesar del partido. Al igual que aquellos que se acercan al nopal sólo cuando da tunas, la dirección perredista se acuerda de las fuerzas de la cultura apenas cuando hay elecciones.
Cada día más lejos de ser una fuerza transformadora, la dirigencia del sol azteca poco se distingue –salvo excepciones notables– del resto de la clase política. Mientras la nación atraviesa por la más grave crisis económica y social que no se había visto en años, ese instituto político navega en ella sin más aspiración que sobrevivir.
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