Tuesday, April 28, 2009


WSWS/Global Research

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens


El Secretario de Defensa de EE.UU., Robert Gates, advirtió a las autoridades paquistaníes que las relaciones entre EE.UU. y Pakistán serán puestas en peligro a menos que Islamabad preste atención a las admoniciones estadounidenses y reprima sangrientamente una creciente insurgencia islamacista que ha sido alimentada por la ocupación de Afganistán por EE.UU.

Hablando el jueves en Camp Lejeune en Carolina del Norte, Gates declaró: “Es importante que no sólo la reconozcan [la amenaza], sino que emprendan acciones apropiadas para encararla.” La acción contra la milicia islamista, dijo Gates, es “central para nuestra futura cooperación con el gobierno en Islamabad.”

Las observaciones de Gates forman parte de un aluvión de declaraciones de esta semana por parte de funcionarios del gobierno de Obama, generales del Pentágono, y dirigentes del Congreso de EE.UU., en las que acusan al gobierno y a los militares de Pakistán de apaciguamiento hacia los talibanes.

El disparador inmediato para el aumento de la presión sobre Islamabad fue la pérdida de control del gobierno paquistaní sobre el distrito Buner de la Provincia de la Frontera Noroeste, que está a sólo 100 kilómetros al noroeste de Islamabad, a entre cuatrocientos y quinientos insurgentes islamacistas. Pero los funcionarios estadounidenses, comenzando por el propio presidente Obama, han estado presionando durante meses a las autoridades paquistaníes para que hagan más para apoyar la pacificación de Afganistán, afirmando que las regiones fronterizas de Pakistán constituyen un “refugio” para los talibanes y que para que EE.UU. se imponga en la guerra afgana, debe ampliarla a Pakistán. Una preocupación crucial para el Pentágono es la creciente cantidad de ataques contra rutas de aprovisionamiento paquistaníes que transportan unos 80% del alimento, el combustible y el armamento consumidos por la fuerza de ocupación estadounidense en Afganistán.

El miércoles, la Secretaria de Estado de EE.UU., Hillary Clinton, reprendió al gobierno de Pakistán por “abdicar ante los talibanes y los extremistas.”

“No podemos subestimar la seriedad de la amenaza existencial posada al Estado de Pakistán por los continuos avances que ahora llegan a unas horas de Islamabad, por un grupo flojamente confederado de terroristas y otros que buscan el derrocamiento del Estado paquistaní,” dijo Clinton al Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes de EE.UU.

El jueves por la mañana, Obama tuvo una reunión de emergencia con la asistencia de Clinton, el vicepresidente Joe Biden, y Richard Holbrooke, enviado especial de EE.UU. a Afganistán y Pakistán, para discutir las relaciones entre EE.UU. y Pakistán y los recientes eventos en Pakistán.

Hablando con periodistas después de la reunión, el Secretario de Prensa de la Casa Blanca, Robert Gibbs, dijo que el gobierno está “extremadamente preocupado,” agregando que Pakistán “es algo que ocupa gran parte del tiempo del presidente.” “Lo que ocurre en Pakistán y Afganistán,” dijo Gibbs, “es el enfoque político central de este gobierno.”

Manteniendo una estrategia de agresión ilegal y unilateral comenzada bajo el gobierno de Bush, Washington organiza regularmente ataques con misiles de aviones sin tripulación dentro de Pakistán. A comienzos de este mes, Holbrooke y el jefe del Estado Mayor Conjunto de EE.UU., almirante Mike Mullen, presionaron sin éxito a Islamabad para que acepten operaciones conjuntas con fuerzas de EE.UU. dentro de Pakistán.

Según Holbrooke, Pakistán y no Afganistán figurarán arriba en el orden del día cuando Obama reciba una cumbre trilateral de los presidentes de EE.UU., Afganistán y Pakistán el 6 y 7 de mayo. La cumbre, dijo Holbrooke, “fue concebida en una atmósfera que ahora ha cambiado significativamente, y el enfoque es cada vez más sobre Pakistán.

En las últimas semanas, conocedores del gobierno de Obama, generales del Pentágono, y antiguos estrategas del imperialismo de EE.UU. como Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski han estado haciendo declaraciones cada vez más apocalípticas sobre el futuro de Pakistán. Se ha sugerido repetidamente que ese Estado con armas nucleares de 170 millones podría pronto despedazarse siguiendo líneas nacionales-étnicas o caería en gran parte, si no en su totalidad, bajo el control de fundamentalistas islámicos contrarios a EE.UU.

Nacido de la partición reaccionaria, instigada por los imperialistas británicos, del subcontinente indio, Pakistán es ciertamente acosado por múltiples crisis interconectadas – crisis que las rapaces políticas del imperialismo de EE.UU. exacerban enormemente.

Decidido a imponerse en la guerra afgana, para afirmar la dominación en Asia Central rica en petróleo, Washington exige que Islamabad subordine cada vez más sus intereses a los de EE.UU. Para la elite paquistaní esto representa una doble amenaza: las políticas que EE.UU. ha impuesto a Pakistán son muy impopulares, desacreditando aún más a un sistema político corrupto y fundamentalmente antidemocrático y alimentando el descontento social; también están en conflicto con importantes elementos de la estrategia de Pakistán para enfrentar a su archirrival India.

La mayoría del pueblo paquistaní se opone correctamente a la ocupación de Afganistán por ser una guerra depredadora – sólo tiene que recordar el apoyo entusiasta del gobierno de Bush para el dictador general

Prevez Musharraf. Sin embargo, Washington insiste en que los militares paquistaníes pongan las regiones fronterizas del país bajo una ocupación militar cada vez más dura. Los métodos brutales de pacificación al estilo colonial que los militares paquistaníes han empleado en repetidas ofensivas en las Áreas Tribales bajo Administración Federal (FATA, por sus siglas en inglés) sólo han enardecido a la población local, atizado el nacionalismo pastún, y causado serias divisiones dentro de las filas del ejército, muchos de cuyos soldados proceden del campesinado pastún.

Washington también apoya plenamente las medidas dictadas por el FMI para “estabilizar” la economía paquistaní, incluida la eliminación de los subsidios a la energía, los recortes a los gastos sociales, y la privatización, lo que sólo aumentará los sufrimientos de los trabajadores del país.

Los medios de EE.UU. se ven obligados a aceptar que Washington es vituperado por el pueblo paquistaní, pero por cierto no pueden y no quieren explicar el por qué: el patrocinio por EE.UU. de una sucesión de dictaduras militares de derecha; su uso de Pakistán como un peón en su estrategia geopolítica, que proviene de los primeros días de la Guerra Fría; su manipulación cínica de los dólares de ayuda, matonaje y amenazas; y su implacable presión para una guerra generalizada de contrainsurgencia en amplias áreas de Pakistán.

Hillary Clinton, en su testimonio en el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara del miércoles pasado, hizo una referencia indirecta al orden social brutalmente desigual que EE.UU. ha ayudado a mantener en Pakistán y que ayuda a alimentar la insurgencia anti-EE.UU. y contra el gobierno en la región fronteriza empobrecida vecina a Afganistán. “El gobierno de Pakistán,” dijo Clinton, “… debe comenzar a cumplir con los servicios gubernamentales, de otra manera van a perder ante los que se presentan y afirman que pueden resolver los problemas de la gente…”

Las autoridades paquistaníes minimizaron inicialmente la “talibanización” de Buner. Recién la semana pasada, la Asamblea Nacional de Pakistán votó unánimemente a favor de un “acuerdo de paz” con la milicia islamacista, que durante dos años había luchado intermitentemente contra las fuerzas de seguridad paquistaníes en el adyacente Valle Swat. Según este acuerdo, en seis distritos de la División Malkand de la Provincia de la Frontera Noroeste, incluido Buner, regirá una forma islámica estricta de la ley sharia. El acuerdo incluye que los milicianos islamacistas en el Valle Swat entreguen sus armas a las autoridades. En lugar de hacerlo, muchos de ellos se fueron a Buner este miércoles, obligaron a los policías locales a refugiarse en estaciones de policía, y tomaron el control de un importante lugar sagrado.

Como reacción, el gobierno paquistaní envió a menos de 150 Policías Fronterizos. El primer contingente fue obligado a retirarse después de ser atacado en una emboscada en la que murieron dos policías.

Pero el jueves, como reacción a la presión de EE.UU., el gobierno y los militares prometieron que no permitirían que se cuestionara el orden jurídico del gobierno paquistaní. El primer ministro Yousaf Raza Gilani dijo que se revisaría el acuerdo del Valle Swat si continuaban los desafíos a la autoridad gubernamental. “Nos reservamos el derecho de decidirnos por otras opciones si la talibanización continúa,” dijo Gilani.

El jefe del ejército, general Ashfaq Kiyani prometió que los militares “no permitirán que los militantes dicten condiciones al gobierno o impongan su modo de vida a la sociedad civil de Pakistán” y dijo que la pausa en las operaciones del ejército contra la milicia islamacista estaba orientada a dar “a las fuerzas reconciliadoras una oportunidad [y] no debe ser considerada como una concesión a los milicianos.”

Al mismo tiempo, Kiyani denunció los “pronunciamientos de potencias extranjeras que expresan dudas sobre [el] futuro de Pakistán.”

Los talibanes paquistaníes dijeron el viernes que se retiraban de Buner, y la televisión paquistaní transmitió un vídeo sobre su retirada.

Hay informes de que pronto se ordenará a los militares paquistaníes, a pesar de ello, que desarmen a la milicia pro-talibán o la expulsen del Valle Swat.

A pesar de todo, las tensiones entre EE.UU. y la elite paquistaní seguirán siendo muy elevadas. La ‘oleada afgana’ del gobierno de Obama – la casi duplicación a 65.000 del personal militar en Afganistán – resultará en una masiva escalada del derramamiento de sangre en Afganistán que inevitable se rebalsará hacia Pakistán e incitará a más oposición por parte del pueblo paquistaní.

La elite paquistaní, mientras tanto, está amargamente resentida por la floreciente cooperación estratégica entre EE.UU. e India. Esa cooperación ha significado un aumento de las ventas de equipamiento militar avanzado a India y que Washington haya levantado un embargo del comercio nuclear civil internacional con India, lo que permitirá a India la concentración de los recursos de su programa nuclear indígena en el desarrollo de armas.

Funcionarios del gobierno de Obama han exigido repetidamente que Islamabad trasfiera tropas de su frontera oriental con India a las regiones fronterizas con Afganistán, mientras repudian públicamente sugerencias anteriores de que podrían presionar a India para que haga concesiones a Pakistán respecto a Cachemira.

Para disgusto de Islamabad, India, con pleno apoyo de Washington, ha emergido como un proveedor crucial de ayuda económica y entrenamiento militar al gobierno afgano impuesto por EE.UU. En una declaración que sólo puede haber enfurecido a la elite paquistaní, Clinton afirmó el miércoles que India juega un papel esencial en la ayuda a EE.UU. en Afganistán y Pakistán. “EE.UU.,” dijo al Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara, “progresa en su relación con India como parte de una amplia agenda diplomática para enfrentar los sobrecogedores desafíos coronados por la situación en Pakistán y Afganistán.”

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Keith Jones es un colaborador frecuente de Global Research.

http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=13345


US escalates threats against Pakistan






US Defence Secretary Robert Gates has warned Pakistani authorities that US-Pakistan relations will be imperiled unless Islamabad heeds Washington’s admonitions and bloodily suppresses a growing Islamacist insurgency that has been fueled by the US occupation of Afghanistan.

Speaking Thursday at North Carolina’s Camp Lejeune, Gates declared, “It is important that they not only recognize it [the threat], but take appropriate actions to deal with it.” Action against the Islamacist militia, said Gates, is “central to our future partnership with the government in Islamabad.”

Gates’s remarks were part of a flurry of statements this week from Obama administration officials, Pentagon generals, and US Congressional leaders accusing Pakistan’s government and military of appeasing the Taliban.

The immediate trigger for the ratcheting up of pressure on Islamabad was the Pakistani government’s loss of control over the North-West Frontier Province district of Buner, which lies only 100 kilometers (70 miles) northwest of Islamabad, to four to five hundred Islamacist insurgents. But US officials, beginning with President Obama himself, have for months been pressing Pakistani authorities to do more to support the pacification of Afghanistan, claiming that Pakistan’s border regions constitute a “safe-haven” for the Taliban and that if the US is to prevail in the Afghan war, it must be extended into Pakistan. A key concern for the Pentagon is the mounting number of attacks on the Pakistani supply routes that carry 80 percent of the food, fuel and arms consumed by the US occupation force in Afghanistan.

On Wednesday US Secretary of State Hillary Clinton rebuked Pakistan’s government for “abdicating to the Taliban and the extremists.”

“(We) cannot underscore the seriousness of the existential threat posed to the state of Pakistan by the continuing advances now within hours of Islamabad that are being made by a loosely confederated group of terrorists and others who are seeking the overthrow of the Pakistani state,” Clinton told the US House of Representatives’ Foreign Affairs Committee.

On Thursday morning, Obama held an emergency meeting attended by Clinton, Vice-President Joe Biden, and Richard Holbrooke, the US’s special envoy to Afghanistan and Pakistan, to discuss US-Pakistan relations and recent developments in Pakistan.

Speaking to reporters following the meeting, White House Press Secretary Robert Gibbs said the administration was “extremely concerned,” adding that Pakistan “is something that takes a lot of the president’s time.” “What is happening in Pakistan and Afghanistan,” said Gibbs, “is the central foreign policy focus of this administration.”

Continuing a strategy of illegal, unilateral aggression begun under the Bush administration, Washington is regularly mounting drone missile strikes within Pakistan. Earlier this month, Holbrooke and the head of the US Joint Chiefs of Staff, Admiral Mike Mullen, unsuccessfully pressed Islamabad to agree to joint operations with US forces inside Pakistan.

According to Holbrooke, Pakistan and not Afghanistan will now be at the top of the agenda when Obama hosts a trilateral summit of the presidents of the US, Afghanistan and Pakistan May 6-7. The summit, said Holbrooke, “was conceived in an atmosphere that has now changed significantly, and the focus is increasingly on Pakistan.

In recent weeks Obama administration insiders, Pentagon generals, and longtime strategists of US imperialism like Henry Kissinger and Zbigniew Brzezinski have been making increasingly apocalyptic statements about Pakistan’s future. It has been repeatedly suggested that the nuclear-armed state of 170 million could soon break up along national-ethnic lines or fall in large part, if not wholly, under the control of anti-US Islamic fundamentalists.

Born of the reactionary, British imperialist-instigated communal partition of the Indian subcontinent, Pakistan is indeed beset by multiple, interconnected crises—crises that the rapacious policies of US imperialism are enormously exacerbating.

Determined to prevail in the Afghan war, so as to assert US dominance in oil-rich Central Asia, Washington is demanding that Islamabad subordinate its interests ever-more completely to those of the US. To the Pakistani elite this represents a double threat: the policies the US has imposed on Pakistan are highly unpopular, further discrediting a corrupt and fundamentally undemocratic political system and fueling social unrest; they also are at odds with important elements of Pakistan’s strategy for contending with arch-rival India.

The occupation of Afghanistan is rightly opposed by the majority of the Pakistani people as a predatory war—they only have to remember the Bush administration’s enthusiastic support for the dictator General Prevez Musharraf. Yet Washington is insisting that the Pakistani military place the country’s border regions under an ever-tighter military occupation. The brutal, colonial-style pacification methods the Pakistani military has employed in repeated offensives in the Federally Administered Tribal Areas (FATA) have only inflamed the local populace, stoked Pashtun nationalism, and caused serious rifts within the ranks of the army, many of whose soldiers are drawn from the Pashtun peasantry.

Washington is also fully supporting IMF-dictated measures to “stabilize” the Pakistani economy, including the elimination of energy subsidies, social spending cuts, and privatization, which will only increase the suffering of the country’s toilers.

The US media is forced to concede that Washington is reviled by the Pakistani people, but of course they cannot and will not explain why: the US’s sponsorship of a succession of right-wing military dictatorships; its use of Pakistan as a pawn in its geo-political strategy, stretching back to the early days of the Cold War; its cynical manipulation of aid dollars, bullying and threats; and its relentless pressure for a large-scale counter-insurgency war in wide swathes of Pakistan.

Hillary Clinton in her testimony to the House Foreign Relations Committee last Wednesday did make oblique reference to the grossly unequal social order that the US has helped sustain in Pakistan and that is helping fuel the anti-US and anti-government insurgency in the country’s impoverished Afghan border region. “The government of Pakistan,” said Clinton, “... must begin to deliver government services, otherwise they are going to lose out to those who show up and claim that they can solve people’s problems ...”

Pakistani authorities initially played down the “Talibanization” of Buner. Only last week, the Pakistani National Assembly voted unanimously in favor of a “peace deal” with Islamacist militia, which for two years had fought intermittently with Pakistani security forces in the adjacent Swat Valley. Under this agreement, in six districts of the Malkand Division of the North-West Frontier Province, including Buner, a strict, Islamic fundamentalist form of sharia law is to be enforced. The agreement calls for the Islamacist militiamen in the Swat Valley to hand their weapons over to authorities. Instead many moved into Buner beginning this Wednesday, forcing local policemen to seek refuge in police stations, and taking control of an important shrine.

In response, the Pakistani government dispatched less than 150 Frontier Constabulary. The first contingent was forced to retreat after coming under fire in an ambush that killed two constables.

But by Thursday, in response to the US pressure, the government and military were vowing that they would not allow the writ of the Pakistani government to be challenged. Prime Minister Yousaf Raza Gilani said that Swat Valley agreement would be reviewed if the challenges to the government’s authority continued. “We reserve the right to go for other options if Talibanization continues,” said Gilani.

Army chief General Ashfaq Kiyani vowed that the military “will not allow the militants to dictate terms to the government or impose their way of life on the civil society of Pakistan” and said the pause in army operations against the Islamacist militia was aimed at giving “reconciliatory forces a chance [and] must not be taken for a concession to the militants.”

At the same time, Kiyani denounced the “pronouncements by outside powers raising doubts on [the] future of Pakistan.”

The Pakistani Taliban said Friday that it was withdrawing from Buner, and Pakistani television broadcast video of them pulling out.

There are reports that the Pakistani military will, nevertheless, soon be ordered to disarm the pro-Taliban militia or drive it out of the Swat Valley.

Tensions between the US and Pakistani elite will, however, continue to boil. The Obama administration’s “Afghan surge”—the near doubling to 65,000 of the US military in Afghanistan—will result in a massive escalation of the bloodletting in Afghanistan that will inevitably spill over into Pakistan and incite further opposition among the Pakistani people.

The Pakistani elite, meanwhile, bitterly resents the burgeoning strategic partnership between the US and India. This partnership has involved increasing sales of advanced military equipment to India and Washington’s lifting of an international embargo on international civilian nuclear trade with India, which will allow India to concentrate the resources of its indigenous nuclear program on weapons development.

Obama administration officials have repeatedly demanded that Islamabad shift troops from its eastern border with India to its Afghan border regions, while very publicly repudiating earlier suggestions that they might press India to make concessions to Pakistan over Kashmir.

To Islamabad’s chagrin, India, with Washington’s full support, has emerged as a key provider of economic aid and military training to the US-imposed Afghan government. In a statement that could only have enraged the Pakistani elite, Clinton asserted Wednesday that India has a pivotal role to play in assisting the US in Afghanistan and Pakistan. “The US,” she told the House Foreign Relations Committee, “is advancing its relationship with India as part of a wide-ranging diplomatic agenda to meet today’s daunting challenges topped by the situation in Pakistan and Afghanistan.”


Keith Jones is a frequent contributor to Global Research. Global Research Articles by Keith Jones

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