Tuesday, April 28, 2009



Javier Flores

El número de muertes en nuestro país en el contexto de la epidemia de influenza crece de forma muy importante. En los días pasados los fallecimientos se han multiplicado. El reporte más reciente, dado a conocer ayer, indica un crecimiento de 148 por ciento respecto de la cifra del sábado anterior (al pasar de 60 a 149 defunciones), lo que indica un aumento alarmante. Claro, se argumenta que no todos los decesos corresponden inequívocamente a la influenza porcina, pues esto no se ha logrado confirmar mediante las pruebas de laboratorio. La muerte avanza más rápido que la capacidad técnica de nuestro sistema de salud. Éste es un primer aspecto en el que claramente hemos sido rebasados por la epidemia, y muestra sin duda una de nuestras mayores debilidades.

Una de las preguntas más importantes que surgen hoy es: ¿por qué en las naciones donde se ha presentado la influenza porcina no se han producido muertes, y en México sí? En Estados Unidos, nación donde ya se ha decretado una emergencia sanitaria por esta causa, se han detectado 40 casos. Todos han sido confirmados a través de las pruebas de laboratorio más exigentes, como producto del nuevo virus de la influenza porcina. Si bien la tasa de crecimiento de la enfermedad es también muy elevada (creció en 100 por ciento entre el domingo y el lunes) hasta el momento de escribir este artículo ninguna de las personas infectadas ha muerto. Lo mismo ocurre en la mayoría de los países europeos en los que se han presentado estos casos. Se trata de una patología que, como hemos dicho, es curable si se trata de forma adecuada y a tiempo.

Para responder a esta pregunta es necesario formular algunas hipótesis. La primera es que a nosotros esta crisis sanitaria nos tomó por sorpresa y no pudimos, o no supimos, reaccionar a tiempo. En el discurso del secretario de Salud, José Ángel Córdova Villalobos, se encuentra una y otra vez la justificación de que no sabíamos que nos enfrentábamos a un virus nuevo. Está bien, pero ahora ya lo sabemos y, sin embargo, han muerto cada día 45 personas, en promedio. Entonces quedan como posibles explicaciones las fallas en nuestro sistema de salud, que si bien fue uno de los mejores en América Latina y en el mundo, se abandonó a su suerte en los pasados 20 o 30 años.

Hace unas semanas, un ex secretario de Salud y ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, el doctor Juan Ramón de la Fuente, señaló con toda claridad cómo la investigación científica en el Instituto Mexicano del Seguro Social, que fue una de las más productivas y de la más alta calidad en México en el área biomédica, fue prácticamente desmantelada.

Creo que ahí podemos encontrar algunas respuestas a las interrogantes a las que nos enfrenta la epidemia de la influenza porcina. Nos muestra cómo somos, al desnudo. Revela la evolución de uno de los mejores sistemas de salud pública del mundo que muchos (y yo me incluyo) creíamos preparado para enfrentar las peores contingencias sanitarias. Ahora lo podemos ver con toda claridad… con 45 muertos diarios, en promedio.

Quiero aclarar que no estoy tratando de politizar un problema de salud pública. Sostengo que la coordinación de las medidas para enfrentar esta crisis sanitaria, a cargo de la Secretaría de Salud, requiere de la unidad y el respaldo de todos. Ni siquiera pretendo hacer responsable al secretario de Salud, pues hace lo que puede, y debe contar en este momento con todo nuestro apoyo. Pero no podemos tampoco eludir las preguntas que el curso de la epidemia nos plantea y dejar de ofrecer las respuestas que exige la sociedad.

Finalmente, quiero referirme al préstamo reciente que ha recibido México del Banco Mundial para enfrentar esta epidemia. El secretario de Hacienda ha informado que una parte será utilizada en el fortalecimiento de nuestro sistema de salud, como la compra de medicamentos y la creación de infraestructura médica. Creo que el camino del endeudamiento, que ya hemos experimentado en el pasado, nos ha dejado amargas experiencias; pero si es bien utilizado en este caso, en nuestro sistema sanitario y en la investigación biomédica, puede ser útil para comenzar a corregir el camino. Se requiere de la vigilancia de la sociedad sobre el uso de estos recursos. No debe ser empleado para la guerra contra el narcotráfico con el pretexto del tratamiento de las adiciones, y mucho menos debe usarse con fines electorales.



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