Sami Moubayed
A mediados de la década de 1970, un dramaturgo sirio, Mohammad al-Mahout, escribió una bella obra sobre la responsabilidad en el mundo árabe. En ella, un alcalde promete a su pueblo una serie de reformas y cambios auténticos y, para conseguirlo, echa de su puesto al director de bienes inmuebles y le reemplaza por el director financiero. El director financiero es después automáticamente despedido de su puesto y sustituido a su vez por el director de bienes inmuebles. Los dos hombres se limitan a intercambiar expedientes y el fez de una cabeza a otra.
Esta semana me vino a la mente esa escena cuando el Primer Ministro iraquí, Nuri al-Maliki, prometió profundos cambios a los iraquíes tras los cinco atentados que el 8 de diciembre desgarraron la capital (los terceros de ese tipo que se producen en Bagdad en menos de seis meses), asesinando a 121 personas e hiriendo a otras 448. Maliki, ostensiblemente furioso, despidió al comandante de operaciones de Bagdad, el General Abboud Kanbar, reemplazándole por el General Ahmad Hashem Aoude, el comandante adjunto de operaciones.
En lugar de arrastrar a Kanbar ante los tribunales por no haber previsto un fallo tan terrible en la seguridad, Maliki aprobó otra ley, nombrándole comandante en jefe adjunto de operaciones, reemplazando por tanto a Ahmad Hashem Aoude.
Maliki lo ha vuelto a hacer –exponiéndose al ridículo-, al negarse a dimitir a pesar de las repetidas pruebas de que es totalmente incapaz de sacar al país adelante. La acusación estaba preparada ya a la medida y un funcionario del ministerio del interior se encargó de vociferarla culpando a al-Qaida y a los seguidores del ex presidente Saddam Hussein.
Esa está resultando ya una escena familiar tras los seis ataques que golpearon Bagdad en agosto, matando a unas 100 personas, y los del 25 de octubre. En todas esas tres ocasiones se había preparado un chivo expiatorio: los saudíes, los iraníes, los sirios, al-Qaida, o los baazistas, cualquiera, salvo los mismos iraquíes.
Todo esto se ha convertido en una rutina para muchos de los observadores del escenario iraquí. La tragedia comienza con una explosión letal, seguida de otras más con una diferencia entre ellas de 30-50 minutos para infligir el máximo daño posible. Todo ello provoca a continuación una gran rabia patente en la calle iraquí, con muchas voces pidiendo la dimisión del primer ministro y la de sus ministros de Defensa, Seguridad e Interior.
Después sobreviene un coro de acusaciones contra todos los vecinos de Iraq, con el objetivo de salvar el cuello y el futuro político de Maliki, además del intento oficial de minimizar el terrible suceso. En esta ocasión, fue el ministro de sanidad quien dijo que el número de muertos “era de sólo 77” en vez de 121.
Esta semana, el comité de seguridad del parlamento iraquí anunció que iba a convocar e interrogar a los ministros del gabinete de Maliki encargados de la seguridad, incluido el primer ministro, a causa de todo el caos que asola Bagdad desde mediados del presente año.
Qué ironía que el presidente de ese comité sea Hadi al-Amiri, que está al frente de una milicia armada hasta los dientes y que carga con la culpa de gran parte del desastre perpetrado desde 2003, junto con otras milicias como el Ejército del Mahdi. Amiri es miembro del Consejo Supremo Islámico Iraquí (CSII), un ex aliado del primer ministro que ahora compite con él para controlar el parlamento en las elecciones fijadas para el próximo mes de marzo.
El CSII y otros partidos, en otro tiempo próximos a Maliki, están furiosos con él por diferentes razones, que en algunos casos son contradictorias. Los sunníes afirman que Maliki es un dictador sectario que ha venido trabajando sistemáticamente para mantenerlos fuera de cualquier puesto importante en el gobierno desde que llegó al poder en 2006. Que se negó a sacar de la cárcel a los sunníes, a concederles más peso en el gabinete o a promulgar una amnistía permitiendo que los exiliados del Partido Baaz pudieran regresar al país.
Muchos pesos pesados chiíes, como Muqtada al-Sadr y altos dirigentes en el CSII, se han alejado de Maliki por razones que tienen que ver con la distribución del poder en Iraq, con el acercamiento a los sunníes y con las relaciones con actores regionales como Irán y Arabia Saudí.
Cuarenta y ocho horas después de los ataques del martes 8, todos estos partidos aparecieron criticando el fracaso en la seguridad y culpando al gobierno –del que todos forman parte, no se lo pierdan- por no hacer nada.
Si las elecciones parlamentarias no estuvieran a la vuelta de la esquina, entonces los efectos colaterales de estos ataques habrían sido mínimos tanto para Maliki como para su equipo. Sin embargo, el momento elegido para llevarlos a cabo es un claro indicio de que quienquiera que esté detrás de los atentados quiere humillar al primer ministro ante las urnas.
Están culpando a Maliki por haber hecho muy poco para encontrar y arrestar a los culpables de los ataques de agosto. Es decir, que si hubiera arrestado a los verdaderos terroristas, los ataques del 25 de octubre y del 8 de diciembre no se habrían producido. Sin embargo, en vez de encontrar a los culpables, Maliki perdió el tiempo culpando a los sirios, facilitando que los verdaderos culpables creyeran: “Si lo hicimos una vez –y salimos impunes- , entonces podemos hacerlo de nuevo y salir otra vez impunes”.
Lo que ahora parece casi seguro es que tres de las coaliciones de pesos pesados que se presentan a las elecciones de marzo van a ser probablemente derrotadas como consecuencia de esos tres mortíferos ataques.
El perdedor número uno es la Coalición del Estado de Derecho, encabezada por el primer ministro y que incluye a importantes jefes de tribus sunníes. Además de Maliki, que tiene su propia base de poder en Bagdad, la mayor parte de las personalidades de la alianza son bien conocidas pero no tienen gran influencia. Consiguieron peso social y político en los puestos desempañados bajo el gobierno de Maliki, como el portavoz adjunto del parlamento y portavoz del gabinete de Maliki, además de los ministros de Educación, Sanidad, Turismo, Inmigración, Juventud, Deporte y Asuntos Parlamentarios.
Maliki contaba con su apoyo político pero ciertamente no puede confiar en ellos en tiempos de crisis, porque si él cae, automáticamente caerán con él. Determinados actores sunníes, aliados en esa coalición con Maliki, podrían ganar más con sus capacidades individuales que con las alianzas electorales, como Said Yawer y Ali Harem Suleiman, pertenecientes a las influyentes tribus de los Shummari y los Duleim, respectivamente. Probablemente el mismo Maliki también podría ganar, pero el Estado de la Coalición de Derecho, tal como está en estos momentos, probablemente perderá las elecciones.
El perdedor número dos es la Alianza Unida Iraquí, encabezada por el ministro del Interior Jawad Boulani y el líder tribal sunní Ahmad Abu Risheh. La razón obvia por la que esta coalición –que, para empezar, nunca fue demasiado popular- no va a sobrevivir es el historial de Boulani. ¿Quién votaría a un ministro del Interior que ha fracasado a la hora de impedir tres de los ataques más letales padecidos en Bagdad desde la caída del régimen de Saddam en 2003?
Además, incluso antes de los atentados, los sunníes despreciaban a Boulani, acusándole de utilizar el departamento de policía en el ministerio para saldar viejas cuentas con la comunidad sunní. También se le ha acusado de absorber a las milicias chiíes en las fuerzas policiales sin tener en cuenta su disciplina, educación o antecedentes criminales, y de utilizar los sótanos del ministerio para arrestar y torturar a personalidades sunníes.
En la prensa iraquí han ido apareciendo estos últimos días toda una serie de historias sobre la corrupción en ese ministerio, que a menudo alcanza al ministro. Uno de los suicidas-bomba del pasado día 8 se hizo estallar cerca de la sede de un tribunal, pasando los explosivos justo bajo la nariz de los hombres de Boulani en el control que rodeaba el complejo del tribunal.
Esto deja a las tres coaliciones existentes fuera de las cinco agrupaciones políticas.
La superviviente número uno será la Alianza Nacional Iraquí (ANI) del ex primer ministro Ibrahim Yafari, que incluye a personalidades avezadas, desde Ahmad Chalabi hasta actores fuertes como Muqtada y el CSII. En los últimos meses se han distanciado clara y firmemente de Maliki para no hundirse con él en el mismo barco, aunque durante los años 2006 a 2008 todos esos personajes se contaban entre los partidarios más firmes de Maliki.
Son gente con gran influencia en los distritos chiíes, y los sadristas han establecido una red muy eficaz de beneficencia que conforma su base de poder dentro de los distritos más desfavorecidos de Bagdad. Aunque el CSII está firmemente aliado con la elite comercial de Bagdad, los sadristas tienen mucho poder entre los jóvenes, especialmente en colegios y universidades.
El superviviente número dos es el Frente para el Acuerdo Iraquí, que se nutre de dirigentes de la comunidad sunní. Como la ANI, ha estado diciendo a sus votantes que no tienen nada que ver con el estado fallido de Maliki, cuyo gabinete abandonaron en agosto de 2007. Probablemente aprovecharán los fracasos en la seguridad para atraerse más votos diciendo que Maliki ha fracasado a la hora de materializar su famoso Plan de Seguridad para Bagdad.
Apoyándoles en esa línea está el superviviente número tres, el Movimiento Nacionalista Iraquí, una agrupación laica que postula la responsabilidad y la seguridad y que está encabezado por el ex primer ministro Iyad Allawi.
En cuanto a los actores regionales, aparte de condenar con toda firmeza los atentados de Bagdad, la mayoría de ellos están distanciándose en esta fase del caos iraquí para que no se diga que toman partido a favor o en contra del primer ministro, esperando a ver qué resultados brindará el próximo mes de marzo.
Sami Moubayed es redactor jefe de “Forward Magzine” en Siria.
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