En el primer año de Barack Obama la población latinoamericana fue objeto de agresiones y regresiones militaristas: fue la continuidad de una ofensiva imperial que desde la reactivación de la cuarta flota por Bush, Obama prolonga, recién iniciado su mandato, articulando un artero golpe de Estado en Honduras, país integrante de la Alba; en el acuerdo sobre bases con la Colombia de Álvaro Uribe, así como de aumentos a erogaciones militares en áreas tan sensibles como las asignaciones para las fuerzas especiales; el refuerzo de efectivos y equipo para despliegues simultáneos de las tres armas y más contratos para fortalecer la flota de aguas profundas y de litorales.
A la proyección de la marina sobre las comunicaciones oceánicas del orbe, donde transita la tajada mayor del comercio mundial y de los recursos naturales estratégicos –minerales, combustibles fósiles, etcétera–, se agrega la cuarta flota, un dispositivo para mayor vigilancia y capacidad de interdicción marítima y por lo tanto, del comercio internacional de una región en que todavía prevalece, y se incrementa, la extracción y exportación de grandes volúmenes de recursos naturales.
De paso por el DF en ruta a Puerto España, Obama endosó la Iniciativa Mérida para México y Centroamérica. Su par, el Plan Colombia, es un sangriento esquema contrainsurgente para la intervención y ocupación, que opera bajo la cubierta de la guerra anti-narcóticos y contra el crimen. Estados Unidos abre nuestras comunicaciones terrestres y aéreas y el transporte marítimo intra y extra-regional con la mira en el Amazonas, Orinoco, La Plata, etcétera, y persiste en la disposición de fuerzas militares, para-militares y de ejércitos mercenarios: como en Irak y Afganistán, bajo impulso de guerras de agresión por recursos, condenadas en Núremberg.
En Honduras creció la resistencia al golpe, en medio de ejecuciones extra-judiciales: volvió la democracia de los escuadrones de la muerte. La Casa Blanca apoyó las elecciones bajo la bota militar en contraste notable, cuando agonizaba 2009, con la victoria de la izquierda uruguaya y la relección de Evo Morales a la presidencia de Bolivia, ese paisito pobre
al que se refirió un conocido político, aunque la Alemania unificada cabe tres veces en su casi millón de kilómetros cuadrados, repletos de recursos naturales de alto valor estratégico y con una población movilizada a defender y ejercer soberanía sobre cada milímetro de su territorio. Ese proceso no sólo marcó otro hito en Bolivia porque, como dijo Morales, “dejará de existir la denominada media luna para convertirse en luna llena de unidad entre todos los bolivianos”. También mostró a los pueblos que lo que está en marcha va con el paso firme de las fuerzas sociales desatadas por el poder y las contradicciones de la expoliación y represión oligárquico-imperial: fueron decenios de brutal guerra de clase a la que se responde con un ¡basta! por movimientos sociales que andan con ritmo y dirección propios y son gobierno para más de 85 por ciento de la población y territorio de la región. Desde Ecuador dicen: si nosotros no tenemos bases en la Florida, ¿por qué EU va a tener Manta?
En Honduras es la regresión. En Bolivia es un jalón histórico que cimbra por el peso, como dice Alejandro Moreano (eltelegrafo.com) de la permanente movilización social de los pueblos indios, aymaras y quechuas, de las centrales campesinas, de la COB, de los sectores populares de El Alto y las grandes ciudades, y la solidaridad internacional, que en una reunión de UNASUR hizo saber
…”que no aceptaría la desintegración de Bolivia”.
En Uruguay y Bolivia la población se anticipó a las arrogantes e insolentes amenazas de Clinton a la Alba y Mercosur. Bien señala Moreano que “el contundente triunfo de Evo Morales pronunciará la fortaleza de la Alba y la alternativa radical y aislará aún más el espurio régimen hondureño y sus ‘reconocedores’ Panamá, Colombia, Perú y el inefable Mr Obama”.
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