Juan Cristián Iturriaga |
Porfirio Muñoz Ledo El Universal Sábado 05 de diciembre de 2009 |
Hace muy poco falleció en Buenos Aires Juan Cristián Iturriaga, mientras jugaba con su hijo. Hombre joven e intelectual maduro, culminaba su doctorado en Ciencia Política y lanzaba “sueños formidables expresados como preguntas o como protestas”, al decir de sus compañeros que con él tejían el andamiaje teórico de una Latinoamérica posible, justa y digna. Era nuestro entrañable amigo miembro de una dinastía profundamente comprometida con la ciencia y con el país. Su abuelo don José, precursor de la sociología mexicana, había sido a su vez maestro y promotor de nuestra generación. Aseguraba un hilo de continuidad histórica a la inteligencia nacionalista que ha sustentado el programa mexicano de liberación. Lo conocí cuando sus correrías estudiantiles, al lado de mi hijo Alejandro, donde ensayaron sus primeros liderazgos: serio y jovial, sus respuestas siempre fueron meditadas y sus juicios rotundos. Estaba dotado de una sabiduría precoz y de un espíritu crítico y diáfano. Tenía un pacto insobornable con la verdad. Portaba el talante austero y liberal del Colegio Madrid y lo alimentaba el gusto por las letras y las culturas, proveniente de su rama materna. Fue respetado por su calidad de pensamiento y querido por la afabilidad de su conducta. Solía disentir de sus maestros y compañeros, no por afán contestatario sino por obsesión de congruencia. Era un consejero por antonomasia. Nos vinculamos en la conjunción del término de su segunda maestría y de mi segunda gran ruptura política, que me colocó en la candidatura a la Presidencia. Era urgente articular de manera novedosa y compendiosa la propuesta del Movimiento por la Nueva República. Juan Cristián se convirtió pronto en el eje intelectual de la empresa. Encabezó un compacto Centro de Estudios Republicanos que nutrió el debate ideológico de la campaña. A él se debe en gran medida que hubiésemos optado por la claridad de las propuestas y desechado las candilejas de la confrontación. También, que hayamos sido implacables con las desviaciones que condujeron a la fragmentación de la izquierda. Reanudamos después la tarea en la Comisión para la Reforma del Estado, que sirvió con autoridad y lucidez. A ello me referí cuando la presentación del proyecto en el Museo de Antropología: “Registro en la retina más íntima de la memoria la devoción y el compromiso de lo jóvenes; los signos que este recinto atesora son testimonio irrefutable de la grandeza mexicana. Sepan merecerla”. Tarea semejante desempeñamos ante la Unión Europea en el rediseño de una relación igualitaria y fructífera con América Latina y en el acercamiento humano con Bélgica y Luxemburgo. Más tarde en la ordenación de la plataforma electoral de la coalición Por el Bien de Todos en 2006, y al año siguiente en la compleja elaboración de las iniciativas presentadas por la frustrada Comisión Ejecutiva de Negociación y Construcción de Acuerdos para la Reforma del Estado. Concurrió a todos los empeños recientes por dotar al país de un nuevo andamiaje constitucional y definir un genuino proyecto alternativo de nación. Encarnó un eslabón generacional y moral imprescindible que mantiene viva la esperanza de salvación. Su vida y su muerte simbolizan tanto la fragilidad de los esfuerzos emprendidos como la terca obstinación en reanudarlos. El recuerdo de los caracteres y las obras de los mexicanos más valiosos siempre reconforta. El recuento de nuestras realizaciones colectivas casi siempre entristece. Son ambos testimonio de nuestra inmadurez civilizatoria: innumerables y espléndidos talentos que no acabaron de hacer verano mientras hacía agosto la ambición obscena. Sobresalen por ello, de la incoherencia social y la estulticia gobernante, la fuerza y la perseverancia de ideal, que en Juan Cristián tuvieron un imbatible sembrador. Honrar su tránsito es mantener ante esta insondable decadencia nuestra voluntad intacta de cambio y actuar en consecuencia con incansable arrojo. Diputado federal (PT) |
Saturday, December 05, 2009
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