Wednesday, December 02, 2009

Los evangélicos y las libertades públicas


El Estado laico hizo posible su arraigo en México y esto no deben olvidarlo. Aunque antes de la Ley de Libertad de Cultos, del 4 de diciembre de 1860, ya existían pequeños núcleos de creyentes protestantes/evangélicos en el país, es la norma promulgada por Benito Juárez la que permite asentarse en la vida pública de la nación a confesiones distintas a la históricamente dominante.

El perfil de las iglesias protestantes que a partir del último tercio del siglo XIX inician su presencia en el país es el de comunidades de creyentes. Es decir, se caracterizan por subrayar el ingreso personal y voluntario a cada organización eclesiástica. Por tanto, son ajenas al corporativismo y dominio cupular de los liderazgos clericales en el interior de las agrupaciones de creyentes. Además las caracteriza una firme convicción en la separación Estado-Iglesia(s), y la aspiración a que la inercia del catolicismo cultural fuese menguando para dar cabida a la vigencia del Estado laico en la vida pública.

Con el tiempo y su notable crecimiento numérico, y un cierto olvido de su génesis histórica en México, las capas dirigentes de los evangélicos se han dejado seducir por la idea de que es posible generalizar sus creencias al conjunto de la población mediante leyes que reflejen valores particulares del evangelicalismo. Por ingenuidad, celo doctrinal válido en el interior de las iglesias, pero que es un desacierto pretender extenderlo al conjunto social, y la tentación constantiniana de concebir al Estado como herramienta para implementar la agenda eclesiástica, ciertos liderazgos protestantes de facto están haciendo causa común con la jerarquía católica para acotar, y hasta revertir, los derechos y las libertades públicas.

Las dirigencias evangélicas, sin distinguir bien el campo de sus creencias particulares sobre el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo y los derechos públicos de ellas acerca del tópico, están incurriendo en un error semejante al de las cúpulas clericales católicas: creer que representan la opinión mayoritaria de sus respectivas feligresías. Un cúmulo de sondeos de la opinión pública demuestra que en México son ampliamente mayoritarios quienes están convencidos de la libertad de elegir sobre temas de sexualidad y el control de la fecundidad. Los liderazgos, protestantes y católicos, tienen muy amplios espacios para convencer a los respectivos integrantes de sus comunidades de que deben respetar la creencia de proteger la vida desde su concepción hasta la muerte natural. Lo erróneo es intentar universalizar esa creencia al conjunto de la sociedad y hacerla obligatoria mediante legislaciones que vedan el derecho de las mujeres a elegir sobre la maternidad.

Es un craso error la aspiración a que el Estado obligue a los ciudadanos y ciudadanas a cumplir por la fuerza lo que las iglesias no han sido capaces de internalizar voluntariamente en sus seguidores. Por otra parte, llama la atención que algunas dirigencias evangélicas, y una mayor parte de las neoevangélicas (caracterizadas por su convicción de infiltrar las estructuras del Estado para que éste implemente su agenda valorativa), padezcan de amnesia y marginen que el discurso católico conservador –ampliamente dominante en el Episcopado mexicano– les sigue tratando con desdén y califica de sectas perniciosas. No pueden, o no quieren, darse cuenta de que la cúpula clerical católica busca afanosamente revertir la laicidad del Estado, y que es precisamente esa laicidad la que garantiza la creciente diversidad de creencias en la sociedad mexicana.

La separación Estado-Iglesia(s) es buena para el Estado, pero lo es más para las iglesias. Se pervierten los objetivos de éstas cuando demandan y presionan para que las estructuras gubernamentales se confesionalicen y, en consecuencia, implementen valores que debieran estar restringidos a las comunidades voluntarias, pero no extendidos a la generalidad de la ciudadanía. La pluralidad que se extiende en el país puede, y debe, convivir bajo el paraguas del Estado laico. No entenderlo así es regresivo y nos coloca en terrenos que la historia del país ha demostrado fueron fértiles para la intolerancia y contrarios a las libertades de conciencia y cultos.

En el asalto que pretende el conservadurismo a la vigencia del Estado laico se juegan derechos que tienen como núcleo la libertad de conciencia. Restringir esta libertad, y atacarla como lo están haciendo algunos liderazgos evangélicos, es simple y llanamente minar uno de los principios que dieron origen a las comunidades protestantes, cuya existencia en el siglo XVI pretendió ser borrada por la Iglesia católica. Al ser comunidades de convicciones, en las que se ingresa y permanece por voluntad, las iglesias evangélicas harían bien si enfocan sus fuerzas a educar en sus propios espacios a sus creyentes. Ya ellos y ellas tomarán sus decisiones privadas y públicas de acuerdo, o no, al cuerpo doctrinal que les han transmitido Pero yerran cuando se dejan encantar con las cuentas de vidrio que les quieren vender como diamantes, cuando abandonan la defensa de la libertad de conciencia y pretenden hacer obligatoria su concepción de lo que es la vida a quienes no la comparten.




Arnoldo Kraus

A Patrick Kennedy, congresista estadunidense, sobrino del primer presidente católico de ese país, le fue negada la comunión por su obstinado apoyo al aborto que contradice la doctrina de la Iglesia. El obispo de East Providence comentó que Kennedy está en pecado mortal. José Bono, presidente del Congreso en España, se encuentra triste, como muchísimos cristianos, ya que la campaña episcopal ha amenazado retirar la comunión a los diputados que voten en favor de la ley del aborto. Y dijo: Yo no soy un asesino, pero a Pinochet, que sí lo era, le daban la comunión. Ambos casos ejemplifican la imposibilidad de ser librepensadores dentro de las fauces de la Iglesia católica. Para la Iglesia las razones de los creyentes poco o nada importan. Negar la razón y borrar el libre albedrío es privilegio de la fe.

En México, las pronunciaciones en torno al aborto corren más de prisa y en otras direcciones. La asonada conjunta de los partidos Acción Nacional y Revolucionario Institucional así lo indica. Aunque sus actos no equivalen al fin del Estado laico es urgente cavilar en los alcances de la unión bipartidista y sus vínculos con la Iglesia. Hay que pensar hoy en las amenazas que suponen esas uniones. Muerto el Partido de la Revolución Democrática o, más bien, aniquilado por su incapacidad y estupidez, es obvio que en las próximas elecciones triunfará el PRI o el PAN (de acuerdo con los analistas, la mediocridad de Acción Nacional será la razón para que el tricolor regrese a la Presidencia). Hay que pensar hoy en las amenazas que sufre la laicidad del Estado a partir de lo que ha sucedido con el tema del aborto.

En los últimos meses, gracias al binomio PRI-PAN se han aprobado reformas legislativas en relación con el aborto. La suma de fuerzas de ese binomio ha devenido cambios en 17 constituciones estatales, la cuales, debido a los cambios, penalizan el procedimiento, a pesar de que en el Distrito Federal la experiencia en ese rubro ha sido positiva. En la capital se han practicado aproximadamente 17 mil legrados; salvo por la lamentable muerte de una jovencita, no ha habido complicaciones médicas. En algunos estados, de acuerdo con las reformas legislativas, el aborto, incluso si la menor es una niña violada, está prohibido. Criminalizar a las mujeres que abortan es sinónimo de la ineptitud de nuestro sistema jurídico. Es también espejo del fracaso de nuestros gobiernos en los rubros salud, economía y derechos humanos.

Conviene escuchar lo que se dice desde afuera. Parto de la premisa de la neutralidad de las Naciones Unidas. Alberto Brunori, representante en México de la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, comentó, respecto de las reformas legislativas recién aprobadas en nuestro país, que las modificaciones pudieran constituirse en violencia estructural contra los derechos de las mujeres. Asimismo, agrega, es urgente establecer estrategias que incluyan “el acceso efectivo al servicio del aborto seguro…” Recordó que cualquier modificación a la legislación interna de un país tendrá que realizarse en consonancia con los compromisos internacionales adquiridos por el Estado mexicano.

El aborto es un problema de salud pública que atañe a las mujeres pobres y a las muy pobres. El aborto no es un problema de vida o muerte para las mujeres ricas. Aseverar que el aborto es una suerte de termómetro socioeconómico es correcto. El PRI y el PAN, con tal de ganar votos y sintonía con la Iglesia, han convertido el aborto en un problema ideológico y político, delegando, y olvidando, el problema de salud pública. Vetar el aborto, perseguir a las mujeres que lo hacen, orillarlas a procedimientos inseguros con frecuencia generadores de patologías graves (o incluso la muerte), criminalizar a las mujeres y amenazarlas con la cárcel viola los principios elementales de la ética.

En Estados Unidos y en España se conforman con negarles la comunión a los disidentes. En México el gobierno quiere más: pide las cabezas de todas las mujeres que aborten y de los médicos que se impliquen. Vetar el aborto en 2009 es sinónimo de criminalizar la pobreza. Hacerlo en 2009, desde el poder de los partidos políticos, es una amenaza contra la laicidad del Estado mexicano.



La Biblia nos escribe

Azarosa tarea la de algunos autores consagrados que, periódicamente, cargan contra la Biblia: “… sin la Biblia seríamos otras personas, seguramente mejores”. ¿Cómo saberlo? Los credos al servicio del poder llevan siglos de afilar sus colmillos. Pero desde que la tecnocracia convirtió a la ciencia en religión para iniciados, somos simios digitalizados.

Frente a los imperativos del gran capital, las iglesias evangélicas (o protestantes) han podido situarse mejor que la Iglesia católica. De ahí que a la ciencia aplicada a escala masiva (tecnología) poco le importe cuestionar la idea de que somos a imagen y semejanza del Dios que vive arriba, vigilando al Diablo que vive abajo. Y que estos posicionamientos, además, continúan invertidos. V.gr.: Hiroshima.

¿Las ciencias o las religiones erraron el camino? Las crisis espirituales calan profundo. En las sabidurías antiguas, millones de personas buscan con angustia las claves del gran juego. Cristianos que rezan a un Cristo justiciero o resignado, islámicos indignados por las ofensas a su fe, judíos aturdidos por el sionismo, budistas que flotan por encima de todo, y un vasto menú de espiritualismos varios. Sin embargo… ¿el propósito de la razón consiste en cuestionar la fe?

Veamos: en noviembre de 2000, la importante revista Nature Genetics publicó un artículo donde se decía que Eva había surgido de una mutación de los antiguos homínidos hace 143 mil años, mientras Adán evolucionó de la misma manera 84 mil años después. Ahí está el detalle. ¿Cómo se conocieron?

Calma. Que ya el Libro de los muertos, texto egipcio anterior al Antiguo Testamento (AT), planteó que todos tenemos acceso a la vida eterna: basta con prepararse y tener un guía. Sin duda, un paso gigantesco. Hasta entonces, sólo la nobleza podía gozar del más allá.

Con el Nuevo Testamento (NT), las cosas se complicaron. Los expertos dicen que en el NT, el versículo más citado del AT es Salmos 100:1, donde Dios promete “… poner a nuestros enemigos por estrado a los pies”. Se cita en 16 ocasiones. Y el segundo más citado, 10 ocasiones, es el Levítico 19:18: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La guerra gana.

Biblia en mano, Lutero enfrentó a la iglesia romana mientras quemaba a los judíos, y Cromwell sentó las bases del parlamentarismo inglés degollando irlandeses. La estrella de Robespierre, en cambio, decayó cuando impuso el ateísmo por decreto. Stalin no fue derrotado. Pero su alianza con la Iglesia ortodoxa rusa le permitió la ejecución de planes que nada tenían de humanos o divinos.

El ateísmo pueril induce a desentenderse de cómo fue que el trono de Pedro devino universal. Por tanto, sería inconveniente subestimar el papel de la Biblia en el legado de Isidoro de Sevilla y Tomás de Aquino, la escuela de traductores de Toledo, la poesía de Milton y el Dante, los dramas de Shakespeare, la traumática conversión de Spinoza, las novelas de… José Saramago.

En la dimensión laica, la crisis es más tenaz. El capitalismo pulverizó la noción de trabajo y el socialismo continúa apegado a un materialismo no menos pueril que el de los ateos. Río revuelto en el que los escritores cautivos del marketing editorial han trastocado la reflexión del irlandés Laurence Sterne: la muerte abre la puerta de la fama y cierra la de la envidia.

Las obras que en la semana pasada carecían de parangón, fueron hoy a la bodega para dejar espacio a las que vienen en camino. Con el añadido de que si atacan a Bolívar o la revolución serán premiadas de antemano. Mejor escribir textos intitulados Cómo la religión lo envenena todo, que al islamófobo Christopher Hitchens le representó ganancias por un millón de dólares. O, mejor aún, El Código Da Vinci, historia de Dan Brown llevada al cine, que recaudó 224 millones de dólares el primer día de exhibición.

La novela que empecé ayer dejó de interesarme cuando su autor, a más de lo apuntado al empezar, confesó su propósito: “… las religiones tienen el poder y los engañados somos nosotros”. ¿De veras? En 1837, Ignacio Ramírez escribió: Dios no existe. Frase que los sabios sintieron menos profunda que la de Federico Nietzsche (Dios ha muerto) porque el Nigromante no era alemán, sino de San Miguel el Grande, Guanajuato. Más prudencia muestran los ateos militantes de un grupo catalán: Dios, probablemente, no existe.

Dios o su idea, por ahora, existen. En París, un trozo de la Cruz de Cristo (con certificado de autenticidad extendido por el Vaticano en 1855) se vendió en subasta pública en mayo de 1993 por 18 mil 600 dólares. Y en diciembre de 1999, 508 iraníes donaron un riñón para pagar el asesinato de Salman Rushdie, autor de Los versos satánicos. Cosas que lejos de probar algo, revelan que la fe no es cuento.

Si las religiones engañan, engañados estuvieron monseñor Arnulfo Romero y el cura Camilo Torres, así como lo estarían las Católicas por el Derecho a Decidir, y los trabajadores electricistas que a las puertas de la Basílica fueron obligados por la curia a enrollar una pancarta que decía: que mi fe me permita luchar.

¿Apocalipsis now? Cuentos chinos. Quien pueda refutar el Eclesiastés ganará el premio mayor.


Orgullosamente evolucionistas

El pasado 24 de noviembre celebramos 150 años de la publicación de una de las obras más trascendentales y revolucionarias de la historia de la humanidad: El origen de las especies, de Charles Darwin (1809-1882).

Ciento cincuenta años es un lapso lo suficientemente prolongado para hacer un balance del resultado de la publicación de este libro. A lo largo de este siglo y medio ha habido tiempo de sobra para sopesar, valorar, debatir, analizar y criticar la obra de este científico británico.

¿Y qué enseñanzas podríamos extraer después de 150 años de evolucionismo darwinista?

Para responder a esta pregunta quizá sea pertinente remitirnos a las palabras del propio Darwin, en las últimas páginas del capítulo XIV (Recapitulación y conclusiones) de su magna obra. En esos párrafos finales, el científico intenta, con ejemplar modestia, pero también con seguridad y optimismo, esbozar las perspectivas futuras que se abren ante la por entonces nueva teoría de la evolución de las especies por medio de la selección natural.

Si a Charles Darwin le fuera dada hoy la facultad de resucitar por un momento y, al levantar la pesada losa que cubre su sepulcro (ubicado en una de las naves laterales de la abadía de Westminster), y contemplara entonces el resultado de su obra, seguramente quedaría asombrado frente a la manera en que las perspectivas que en 1859 él mismo se formuló se han cumplido, y además han sobrepasado todos los cálculos. Y es que a los alcances logrados y previstos por él habría que añadir muchos otros desarrollados después de su muerte.

El hallazgo, en 1900, de las investigaciones de Gregor Mendel (1822-1884) concernientes a las leyes de la herencia condujo a una fusión del evolucionismo con la genética, comúnmente llamada la síntesis moderna, gracias a los trabajos de científicos como J B S Haldande, Julian Huxley, R A Fischer, Sewall Wright, Ernest Mayr y Theodosiuz Dobszhansky, entre muchos otros. Tales avances se reforzaron enormemente con el descubrimiento de la estructura tridimensional de los ácidos nucleicos, en 1953, de James Watson y Francis Crick.

Asimismo, como señalábamos en un artículo publicado en estas páginas el 12 de febrero pasado, el darwinismo ha sido pieza clave para el desarrollo de ramas del conocimiento como la ecología, la paleontología, la antropología, la taxonomía, la filosofía e incluso de aspectos de la sociología, la economía y la lingüística.

El ataque demoledor de Darwin al prejuicio y al autoritarismo religioso, al destrozar el dogma bíblico de la creación, es una de sus más relevantes contribuciones al saber humano, con todas sus consecuencias positivas.

Todo esto, y mucho más, es el resultado de una construcción teórica con fuerte arraigo y fundamento en la realidad material; es el resultado de la adecuada aplicación de razonamientos y argumentos coherentemente construidos, nunca de la elucubración simplona con base en meras imágenes místicas y fetichizadas. Ni de la utilización del prejuicio como norma del pensamiento.

Cuando en febrero pasado celebramos los 200 años del nacimiento de Darwin, comenzábamos en todo el mundo la realización de una interminable serie de actividades para reflexionar sobre el impacto de su teoría. En México instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y el Instituto Politécnico Nacional (IPN) efectuaron numerosos actos a lo largo del año para impulsar esta fascinante reflexión. Hubo coloquios, mesas redondas, debates, conferencias, seminarios y cursos, así como la publicación de libros y artículos. En fin, la investigación, docencia y difusión de la ciencia se sucedieron en una interminable cascada de actos a los que cientos, miles de estudiantes, académicos y público en general asistieron con entusiasmo, con sed de conocimiento, con pasión.

Ha sido un excelente año; ha sido una digna celebración. Con motivos sobrados podemos decir, todos aquellos que en este país hemos participado de ella, que somos orgullosamente evolucionistas; que la UNAM, el IPN y la UAM han cumplido ejemplarmente con su labor de difusión y preservación del conocimiento, de la búsqueda de la verdad, de lucha contra la ignorancia.

Estoy convencido de que en los años por venir el evolucionismo y el darwinismo se podrán consolidar aún más en México y de que se constituirán en piezas claves para derrotar a aquellas personas e instituciones que hoy, desde las esferas gubernamentales, pretenden aniquilar el conocimiento y la sabiduría, y conducirnos hasta las catacumbas de su propia ignorancia.

No lo lograrán. No pasarán.

El darwinismo vive, el evolucionismo vive. Y por aquí también: la lucha sigue.