Sólo un documental en el Bicentenario
Columba Vértiz de la Fuente
El rescate auténtico del archivo Casasola a través de la cinta de Carlos Rodrigo Montes de Oca Rojo, La cámara Casasola, es un proyecto huérfano en la conmemoración del Centenario de la Revolución. El director lamenta la cortedad de miras de la comisión al proporcionar apoyo económico para cintas de ficción en lugar de haber abierto “otras pequeñas convocatorias para invitar a más voces a esta reflexión sobre el Bicentenario”. Y al contrario de la grandeza realizada por Porfirio Díaz hace 100 años, califica de triste el papel del actual gobierno.
MÉXICO, D.F., 14 de junio (Proceso).- De los proyectos fílmicos apoyados por la Comisión Federal del Bicentenario, La cámara Casasola (en torno a la Revolución Mexicana a través de las fotografías del archivo Casasola) es el único documental que se filma.
El autor, director y editor es Carlos Rodrigo Montes de Oca Rojo, a quien sí le preocupa que su trabajo sea el único largometraje documental “sobre todo en términos de los presupuestos que se le han otorgado a las ficciones: Chicogrande, de Felipe Cazals (Proceso 1702); Hidalgo Molière, de Antonio Serrano (Proceso 1736); El infierno, de Luis Estrada (Proceso 1739); El atentado, de Jorge Fons (Proceso 1728), y El baile de San Juan, de Francisco Athié.
Según el realizador, con lo que se les proporcionó económicamente a las cintas de ficción “se hubieran abierto otras pequeñas convocatorias para invitar a más voces a esta reflexión sobre el Bicentenario”.
Argumenta que existen muchos documentalistas, quienes han creado películas en torno a la Revolución Mexicana, las cuales se han visto muy poco:
“Tal vez quitando algo de presupuesto a las ficciones se hubiera podido contribuir a la distribución de algunos documentales muy importantes, desde Memorias de un mexicano, de Salvador Toscano, hasta la serie de televisión que elaboró Juan Ramón Aupart sobre los héroes revolucionarios. Son trabajos colosales, investigaciones de muchos años.
“Desde mi humilde punto de vista, el Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine) debió haber promovido e incentivado si no la producción, sí la distribución de muchos proyectos que están allí guardados, desde los rollos perdidos de Pancho Villa... incluso Francisco Taboada cuenta con documentales excelentes sobre el zapatismo, en fin.”
Arguye el editor de cine y televisión que en México siempre hay un apoyo “muy fuerte” a la ficción y mínimo al documental:
“Para nosotros sigue un camino muy grande y complejo: la distribución del largometraje. Con el presupuesto que nos dieron a pesar de que yo estoy involucrado en la parte financiera, estoy poniendo lana de mi bolsa con Inéditas Films, ahora tengo que preocuparme por distribuir La cámara Casasola. Siempre es difícil presentar a un distribuidor un proyecto histórico documental, parece que no les interesa mucho.”
A decir de la productora Mariana Lizárraga Rodríguez, La cámara Casasola se planea estrenar el próximo 21 de noviembre.
Varios objetivos
Todo un riesgo tomó Montes de Oca Rojo al proponerse varios objetivos con su documental:
–Evidenciar las graves diferencias y las carencias del sistema educativo mexicano.
–Ver cómo se enseña la historia del país.
–Reconocer las virtudes informativas, estéticas y técnicas de los fotógrafos que participaron en la creación del archivo Casasola.
–Situar a Agustín Víctor Casasola como empresario de los medios.
–Dejar registro de los procesos educativos en México para comprender el uso de la imagen como forma de aprender la historia del país.
–Ubicar el carácter historiográfico y documental de las fotografías: ¿Qué?, ¿quién?, ¿cuándo? y ¿dónde se realizaron las imágenes arquetípicas de la Revolución?
–Documentar los procesos de creación fotográficos de 1900, como resguardo y memoria de la técnica artística que transformó la forma de comprender el siglo XX.
–Presentar el estado actual de los espacios históricos y lugares clave del movimiento revolucionario.
Montes de Oca Rojo ha estudiado el archivo Casasola “desde hace muchos años”; incluso recuerda que tal vez la investigación la empezó en su infancia al ver las fotos de ese acervo en sus libros de texto.
El archivo Casasola contiene películas positivas y negativas, en diversos formatos y sobre diversos soportes fotográficos. Se encuentra resguardado en la Fototeca Nacional del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), ubicada en el antiguo convento franciscano en Pachuca, Hidalgo.
Agustín Víctor Casasola, junto con su hermano Miguel, son los pioneros del fotorreportaje en Latinoamérica. El copioso fondo es el resultado del trabajo de tres generaciones de fotorreporteros; después de estos hermanos, les siguieron los demás Casasola: Gustavo, Ismael, Dolores, Piedad, Mario e Ismael hijo.
En la colección no sólo existen fotos de Agustín Víctor, sino de más de 500 profesionales de la lente; por ello, el cineasta Montes de Oca Rojo se ha propuesto una revisión crítica al archivo “que falsamente se ha vendido como el archivo Casasola, porque debió haber sido nombrado el archivo de más de 500 fotógrafos; entonces, es una reivindicación a muchos autores que han visto tergiversado su crédito por el nombre archivo Casasola y creo que de alguna forma este documental trata de situar el contexto”.
El primer trabajo documental de Montes de Oca Rojo (nacido en la Ciudad de México en 1974) fue La foto es la foto, sobre la vida y obra de Héctor García. El director argumenta:
“Mis proyectos documentales han estado cerca de la fotografía porque mi formación es como fotoperiodista (estudió comunicación audiovisual en la Universidad del Claustro de Sor Juana), pero La cámara Casasola surgió de una investigación respecto de quiénes son los protagonistas de nuestra identidad visual, y creo que los principales son los fotógrafos que laboraron sobre la Revolución.”
Cuando salió la convocatoria de Imcine para los largometrajes del Bicentenario, ya llevaba un año desarrollando La cámara Casasola:
“Estaba en la búsqueda del financiamiento y participé en la convocatoria, y la apoyaron.”
Además de Imcine, también es productor de la cinta la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, Eréndira Producciones, Media Center y el INAH.
Los personajes
–¿Por qué sacar ahora este documental con tantos propósitos?
–Porque en este momento del Bicentenario y del Centenario deseo reflexionar sobre nuestra identidad. Deseo ver qué personajes han quedado truncos, qué personajes han tenido más fama a partir de su identidad fotográfica que de su propia labor en la Revolución. Es una invitación a reflexionar sobre qué usos le damos a la imagen y el papel que tienen los fotógrafos a la hora de contar la historia.
Otro personaje en el filme es “la bola”:
“Me he dado cuenta de que casi no hay fotografías publicadas de los muertos en la Revolución ni del papel de los niños en ese momento ni de la tropa, la bola, la masa de gente, y ésta es un personaje importante.
“Las locaciones alrededor de la Revolución son otro personaje que a mí me ha sorprendido mucho.”
–¿Cómo se dio la relación entre Emiliano Zapata y la familia Casasola?
–Todavía no acabo de entender qué relación tuvo Zapata con los Casasola, una relación bastante complicada que, por ejemplo, marca en nacimientos una serie de asociaciones gremiales de la fotografía, y sin duda marca un sesgo en cómo se aproximaron los fotógrafos al fenómeno del zapatismo. También hay el personaje del zapatismo, por nombrarlo de alguna forma.
–¿Qué destacaría del archivo Casasola?
–A 100 años existen piezas de contundencia periodística impresionantes. Quiero que el documental evidencie la contundencia técnica de estos autores y, bueno, hay que reconocer el mérito empresarial que tuvo don Agustín Víctor Casasola al fundar una de las primeras agencias de información gráfica en el mundo. Para mí, es uno de los primeros empresarios de las comunicaciones ligadas al poder.
“Sus publicaciones, como Historia gráfica de la Revolución Mexicana, son puntos de partida para muchas investigaciones de historiografía y reflexiones sobre la forma de los procesos históricos de la Revolución. Más allá de sus imprecisiones o de su subjetividad histórica, su obra trasciende por la monumentalidad, por esa obsesión compulsiva de tener las mejores imágenes de todos los autores. No tengo claro, y parece que nadie, si todas las fotos fueron pagadas o si hubo compras de derechos de autor o sólo una apropiación a partir de la reproducción y conservación.”
Sólo le queda claro que Agustín Víctor Casasola “era un obsesivo por esta gran colección de imágenes, lo cual es meritorio porque gracias a él se conservaron juntas muchas de ellas y es un punto de partida para todo el fotoperiodismo mexicano”.
El documental abarca 10 capítulos y lleva un orden cronológico a partir de los hechos de la Revolución.
El ahora
–Antes los libros de texto contenían muchas imágenes del archivo Casasola, ¿hoy qué pasa?
–Es curioso. Todos los libros de primaria, en particular de tercero, quinto y sexto grados presentaban muchas imágenes del archivo Casasola, y en cuanto empecé el proyecto cambiaron las ediciones y diluyeron todo el discurso de la Revolución, está cada vez menos; la retoman un poco en quinto y cuarto, y luego se ve hasta en el tercero de secundaría; pero en el sexto grado, que era el año en el que más se veía, desapareció por completo, transformaron al libro en un repaso de historia de la humanidad, en historia de las civilizaciones, sin nombrar los procesos históricos que ahora conmemoramos.
El documental viaja a la Ruta de la Revolución:
“Vamos a escuelas y a los lugares de origen de los principales héroes y caudillos. Cuando ponen el letrerito ‘Ruta 2010 Independencia’, vemos que aparece la palabra Independencia; sin embargo, cuando es la Ruta de la Revolución, sólo ponen ‘Ruta 2010’ y omiten la palabra Revolución. Parece que existe cierto temor por parte de las autoridades por ese término. No me sorprende porque es un gobierno conservador. Dudo mucho que quieran celebrar un movimiento que va justamente en contra de su origen.”
Ve que el papel del gobierno para con el Bicentenario es triste:
“Es impresionante todo lo que hizo Porfirio Díaz para conmemorar el Centenario de la Independencia. Creó una cantidad de obra monumental que sobrevive hoy todavía. Hoy, por ejemplo, es grave el deterioro en el cual se encuentran todos los espacios históricos de la Ruta Zapata. Hay museos que ni siquiera tienen piso de concreto. El piso del Museo Chinameca, donde fue asesinado Emiliano Zapata, es de adobe y las fotografías están muy deterioradas. En lugar de estar realizando coproducciones con Televisa y pegando letreritos en las carreteras, deberían ir a darle una manita de gato a esos museos.”
El esclavismo, otro olvido del Bicentenario oficial
Judith Amador Tello
Aunque se trató de “uno de los capítulos más trágicos de la historia de la humanidad”, la esclavitud de los africanos en Europa y América, México no reconoce a fondo ni enfrenta su realidad con la llamada “tercera raíz”, al grado de que la especialista Luz María Martínez narra sus esfuerzos infructuosos para que en los libros de texto se explique a los niños mexicanos esa porción de su historia.
MÉXICO, D.F., 14 de junio (Proceso).- Desde hace más de 35 años la etnóloga Luz María Martínez Montiel ha luchado para que en los libros de texto se reconozcan las aportaciones de las culturas africanas a la conformación étnica y cultural del ser mexicano; pero también el peso de la mano de obra esclava en la edificación y desarrollo de la nación desde la sociedad virreinal hasta hoy.
No ha tenido éxito.
Y es que la historia oficial sigue ponderando el mestizaje del mexicano a partir de españoles e indios y ha dejado fuera no sólo a los negros que –a decir de la investigadora– son “nuestra tercera raíz”, sino a muchos otros seres humanos que se mezclaron con la población local a lo largo de los siglos.
Poco se conoce incluso de las poblaciones negras que habitan regiones como las costas de Guerrero y Oaxaca, así como del estado de Veracruz. Y aunque con la diferencia de que las comunidades indígenas se identifican a sí mismas como herederas de culturas milenarias y luchan por el reconocimiento de sus derechos culturales, económicos, políticos y sociales desde hace siglos, los pueblos negros padecen igualmente la discriminación e intolerancia.
¿Cómo es posible –se le pregunta a la especialista– que el gobierno actual se apreste a celebrar el Bicentenario de la Independencia sin ese reconocimiento? ¿Cómo celebrar “200 años de ser orgullosamente mexicanos” sin tomar conciencia de qué es precisamente el mexicano y de todos los elementos que lo conforman, incluyendo la negritud?
En su departamento de la colonia Condesa, casi al mismo tiempo que los restos de los héroes insurgentes eran exhibidos por Paseo de la Reforma, Martínez Montiel, egresada de la Escuela Nacional de Antropología e Historia y del Centro de Estudios Africanos de París, responde:
“¡Es la misma pregunta que me hago!”
Y cuestiona a su vez:
“¿Cómo vamos a enfrentar 200 años si negamos nuestros orígenes?”
Repite que desde el inicio de las investigaciones sobre la esclavitud africana y su impacto económico, social y cultural en la conformación de la nación, se ha luchado por entrar a los libros de texto gratuitos, “porque es en la escuela donde aprendemos estas cosas, y sin embargo...”
Se interrumpe, levanta las manos y tras un silencio remata:
“¿Para qué le digo? ¡Las autoridades de la Secretaría de Educación Pública!”
Su opción ha sido dar talleres a los maestros de primaria y secundaria para que conozcan del tema, y pese a que “han quedado encantados”, no se reproduce la enseñanza en las aulas. Se le pregunta si le han ofrecido una explicación. Niega con la cabeza.
–¿Ha hablado con autoridades de la SEP?
–¡Sí, cómo no! El año pasado tuvimos un taller con altos jerarcas.
De más está insistir en que los libros de texto gratuitos siguen sin explicar la historia de la esclavitud a la cual fueron sometidos los africanos en la época colonial y dio origen a la actual población afromexicana. Por el contrario, los libros han sido criticados recientemente por suprimir distintas etapas de la historia, como la época prehispánica.
Como parte de los festejos por el Bicentenario, la Presidencia de la República, junto con la SEP y el Fondo de Cultura Económica (FCE), editó el libro Historia de México, escrito por investigadores miembros de la Academia Mexicana de la Historia (AMH), y coordinado por Gisela von Wobeser, a quien toca escribir el capítulo del virreinato de Nueva España en el siglo XVI.
En el volumen apenas hace referencia al esclavismo. Se cuenta que en 1542 la Corona expidió las Leyes Nuevas, donde se prohibió “emplear” indígenas en las minas y fábricas de los ingenios azucareros, lo cual obligó a “contratar” esclavos negros, introducidos por comerciantes portugueses, que los traían de África o los adquirían en mercados europeos y asiáticos.
Y agrega que de las uniones entre españoles, negros e indios surgieron las llamadas castas (mestizos, mulatos y zambos), “que tuvieron los mismos derechos y obligaciones que los españoles de clase baja y culturalmente se hispanizaron”.
Se pide a Martínez Montiel una opinión sobre el libro. Pregunta quién lo escribe, y al escuchar que miembros de la AMH, coordinados por Von Wobeser, ataja:
“Sin comentarios.”
El año pasado el jefe del Ejecutivo, felipe Calderón, conmemoró la rebelión encabezada por Gaspar Yanga, un príncipe africano que fue traído como esclavo, y celebró el 400 aniversario de la fundación del poblado de Yanga, en Veracruz (1609), como “el primer pueblo libre de América”, según las crónicas de prensa, que destacaron la ausencia en el acto oficial de descendientes afromestizos.
Martínez Montiel aclara que se deben tomar los hechos “con prudencia”, pues no se puede considerarse como un antecedente de la gesta de Independencia. Y puntualiza que Yanga no fue el primer territorio libre de América, sino Haití (1804), “¡y hay que ver cómo está ahora!”.
Bien harían, insiste, en reconocer las aportaciones de la mano de obra esclava, saber que las tropas de Miguel Hidalgo estuvieron nutridas por afromestizos o que la misma sor Juana Inés de la Cruz dedicó unas ensaladillas a la población negra. Se sabe que manifestó preocupación por ella.
Tras las huellas
El pionero de los estudios africanistas en México desde los años cuarenta del siglo XX Gonzalo Aguirre Beltrán (1908-1996) hizo ver también la grave omisión en la historia de México. En la introducción del tomo XVI de su obra antropológica, señala:
“Es inconcebible que la Historia de México (1978), editada por Salvat y coordinada por Miguel León Portilla, preclaro profesional, con quien colabora la flor y nata de nuestros historiadores, no mencione una sola vez al negro, o a la esclavitud negra en alguna de las 3 mil 100 páginas de los 13 volúmenes profusamente ilustrados.”
No quiso atribuirlo a un “olvido involuntario”, pues habría sido “racismo larvado, inconsciente”, más bien consideraba la falta de especialistas en el tema. Entonces ya mencionaba entre los pocos al fallecido Gabriel Moedano y a Martínez Montiel.
Ganadora de la medalla Gonzalo Aguirre Beltrán, la antropóloga afromexicanista continuó por la brecha abierta por el médico antropólogo al fundar, en 1974, en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) el proyecto Afroamérica. La tercera raíz, y en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) el seminario de Historia de África y el curso Mundo africano. Edad moderna, luego de haber recorrido mundo en busca de conocimientos sobre africanía con profesores de la talla de Claude Lévi-Strauss, Roger Bastide, George Balandier y Jacqueline Delange.
Creó, asimismo, en 1987, el Museo de la Ciudad de Veracruz con la primera sala dedicada al tema de la esclavitud; en 1989, con Guillermo Bonfil como director general de Culturas Populares del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el Programa Nuestra Tercera Raíz, basado en los proyectos anteriores, que ahora retoma su nombre Afroamérica. La tercera raíz, dentro del Programa México Nación Multicultural, de la UNAM, dirigido por el etnólogo José del Val.
A decir de la antropóloga, a lo largo de estos más de 35 años se han editado varios libros de estudios afroamericanos en Centroamérica, Sudamérica y México. Ahora, destaca, hay más investigación y ha habido “una producción grande de tesis”, tanto en la Ciudad de México como en los estados de la República. Aunque sigue faltando difusión, el término “tercera raíz ha alcanzado cierta voz”; hay gente interesada en averiguar a qué se refiere.
“Hemos despertado vocaciones en la UNAM. A estas alturas debe haber 40 especialistas en provincia y en el extranjero que han venido a estudiar aquí porque esa materia no se da en las universidades de América Latina, en la mayoría de las universidades, podríamos decir para no pecar. Cuando había becas para latinoamericanos, yo tenía estudiantes de Colombia, de Trinidad, de Estados Unidos, en fin, en Cuba misma no hay una materia como ésta y es una de las potencias más adelantadas en estos estudios, pero no existe la cátedra de historia de África o de Afroamérica, es otro beneficio que da la universidad.”
Una de las aportaciones que considera tendrán efecto a largo plazo es que los afromexicanos están reclamando reconocimiento y tienen ahora argumentos reales de apoyo para la búsqueda de su identidad, y en una retroalimentación, pronto se editará un libro con este tema. Antes –recuerda su propio caso– se iba a África a buscar la historia de la africanía del siglo XVII, hoy se acude a las comunidades afromexicanas y se constata cómo se transformaron tanto África como América, y España y Europa también a partir de las aportaciones de esos continentes.
“Ninguna de las tres culturas, europea, americana y africana, quedaron intactas, sería absurdo. Nosotros le llamamos cultura afroamericana a aquello que contiene elementos de africanía, pero contiene también elementos de hispanidad y de indianidad, es una cultura híbrida. En ningún caso podemos encontrar culturas puras.”
–¿Cuál ha sido el beneficio para las comunidades negras de México?
–Bueno, si no hay beneficios para las escuelas (en libros de texto), no hay beneficios para las comunidades.
Luego reconsidera, pues aunque oficialmente no se reconozca a estas poblaciones, el Programa sí los ha beneficiado. Menciona por ejemplo la creación del Museo de las Culturas Afromestizas Vicente Guerrero Saldaña (primero en su tipo), en Cuajinicuilapa, Guerrero.
Cabe señalar, como ejemplo también, que recientemente se realizó el foro Afromexicanos: Por el reconocimiento constitucional de los derechos del pueblo negro de México, cuyo resultado es el libro De afromexicanos a pueblo negro, compilado por Israel Reyes Larrea, Nemesio J. Rodríguez Mitchell y José Francisco Ziga Gabriel, cuya versión electrónica puede consultarse en la web del programa México, nación multicultural.
“A las comunidades –dice la etnóloga– se les beneficia regalándoles su historia, despertándoles la conciencia de su identidad, enseñándoles pues, es lo que nos toca hacer. ¿Cuántos beneficios puede haber en las comunidades en México? Todavía no los puedo medir, para qué especular. Ahora estoy estudiando los procedimientos de organización de los llamados pueblos negros de Oaxaca y de Guerrero.
“Porque esta idea de organizarse y reclamarse como afrodescendientes no es originaria de México, viene de otras partes de América Latina, entre ellas Colombia, en donde el reclamo es diferente y el problema es muy distinto. En cada país de América Latina hay una situación, pero no en las mismas condiciones ni en los mismos términos.”
La organización de los pueblos negros no es tampoco semejante a la de las comunidades indígenas. Tras recordar que recientemente hubo un encuentro entre grupos de ambas comunidades que se llamaron “hermanas”, la especialista explica que el reconocimiento a la diversidad cultural (impulsado por ejemplo ahora por la UNESCO), entraña una lengua propia, una historia conocida, un reclamo a esa historia y a una identidad, y los negros no tienen todo ello.
Hay que recordar que sus antepasados fueron arrancados literalmente de sus territorios, no lograron conservar sus lenguas ni sus formas culturales.
“No conocen su historia, no conocen sus orígenes, apenas se están enterando de quiénes son.”
De hecho, la etnóloga no está de acuerdo con el uso del término “negro”, se opone a él aunque los propios pueblos negros se autonombren así, pues considera que no se debe juzgar a la gente por el color de su piel, “ése es el racismo verdadero”.
–¿Cómo llamarlos entonces?
–Lo estoy averiguando –responde al tiempo que levanta un ejemplar de La raza cósmica, de José Vasconcelos, que está releyendo–. El término negro es una categoría colonial, ¿cómo es que la seguimos usando? Les decían negros a los esclavos, pero ellos venían de pueblos con nombre y apellido, de verdaderos imperios, igual que los indios, y fueron despersonalizados por los europeos: De aquí a acá son indios y de acá para allá son negros, y se acabó, no tienen personalidad, no tienen nombre, no tienen cultura.
Vergonzosa historia
Los antecedentes históricos de una nación esclavista pueden no ser motivo de “orgullo” en el contexto celebratorio de 200 años de “Independencia”, como reza la propaganda del gobierno que en contraste otorga el reconocimiento del Águila Azteca al líder sudafricano Nelson Mandela, por su lucha contra el apartheid, pero no reconoce las aportaciones de los negros en su propio país.
Ganadora por su parte del Premio Internacional Fernando Ortiz, otorgado en Cuba, debido a sus aportaciones en los estudios afroamericanos, Martínez Montiel resume en un breve texto aquella parte de la historia de México, que comparte con otros países como Brasil, Cuba o Colombia:
“El comercio trasatlántico de esclavos que duró alrededor de 400 años es uno de los capítulos más trágicos en la historia de la humanidad. Millones de hombres, mujeres y niños africanos fueron capturados, enviados en barcos, vendidos a dueños de plantaciones y otras empresas coloniales y esclavizados por varias generaciones.”
El texto es la presentación de la exposición Afroamérica. La tercera taíz, mediante la cual ha venido difundiendo no sólo en México sino en otros países de América Latina, África y Europa los temas de la esclavitud africana. Se expuso por primera vez en 1999 en la Casa del Lago.
Ahí queda claro que no se trató de “contratar” negros. La antropóloga africanista enfatiza:
“La diáspora africana, en tanto que movimiento forzado de millones de seres humanos, fue el mayor traslado de personas que el mundo jamás haya conocido... cambió el curso de la historia generando un largo proceso de interculturación en el que surgieron nuevas y originales manifestaciones conformadas por pueblos y civilizaciones antes desconocidos.”
Y lamenta:
“A pesar de ello, gran parte de esta historia aún no ha sido contada. Se le ha dado muy poca atención a la tragedia de la esclavitud, al sufrimiento humano que causó, al racismo que generó y al gran impacto que tuvo sobre tres continentes: América, África y Europa.”
Expone que los africanos hicieron aportaciones a la agricultura, la pesca, la minería, la metalurgia, la medicina tradicional, contribuyeron al desarrollo de Europa y del entonces llamado Nuevo Mundo. Y desde siempre lucharon por la abolición de la trata de esclavos en movimientos de resistencia. Pese a ello, sus descendientes no han conquistado sus derechos civiles y políticos:
“El estigma de la esclavitud existe aún en sociedades racistas, segregacionistas, y en los sistemas de apartheid, así como en formas modernas de esclavitud tales como el trabajo de niños, la servidumbre, la prostitución y otras formas disimuladas de explotación como la de los migrantes indocumentados en todo el mundo.”
La investigadora incluso pone en duda cómo serán tomados en cuenta los negros en el Censo General de Población y Vivienda.
“¿Por el color de su piel?”, pregunta con ironía el remarcar que ello sería una forma de racismo, un estigma. Antropólogos e historiadores han señalado que el censo no tiene una metodología adecuada tampoco para reconocer a la población indígena, a veces simplemente se guían por determinados elementos (dormir en petate, no en cama; usar huaraches, no zapatos; o el tipo de alimentación), cuando esto tiene que ver también con condiciones socioeconómicas, no sólo de tradición cultural.
Al dar a conocer la salida a la luz pública del libro De afromexicanos a pueblo negro, la agrupación De África, A.C., destaca:
“Creemos que hoy más que nunca, en que el mundo entero está reconociendo el papel importante que han tenido los pueblos afrodescendientes en la construcción de cada nación en donde hay presencia negra, debemos en nuestro territorio mexicano, acompañar a los pueblos negros a consolidar sus derechos. El censo, de acuerdo con lo establecido en el foro afromexicanos, constituye un principal paso.”
Advierte además que ya no quieren ser sólo un “objeto de estudio” de congresos y seminarios, quieren ser protagonistas y relatores de su historia:
“Los negros, como objeto de estudio, siguen siendo los negros atrapados en los archivos que quedaron olvidados, porque siempre han sido ignorados. Por eso a lo mejor se piensa que no hay negros en México, porque cuando se habla de ellos, se habla de quienes están en los archivos. Pero en la Costa Chica de Oaxaca y Guerrero, en Valerio Trujano, Oaxaca, en Veracruz, en Coahuila y en todo México hay un pueblo negro que exige se le reconozca, que exige libertad de tránsito, que exige salir de esos groseros niveles de pobreza que Conapo (Consejo Nacional de Población) manifiesta, que exige ser parte de programas federales, que no quiere verse reflejado en las estadísticas como los más analfabetos, como los más carentes de servicios, como los más olvidados.”
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