Tuesday, May 27, 2008

Argentina


Naomi Klein


Damos vueltas sobre Buenos Aires. El espacio aéreo está lleno de aeronaves, todas esperando, como la nuestra. El piloto explica que es culpa del humo, palabra que escucharé a menudo durante la semana siguiente.

Una hora y media después estoy en tierra firme, la cabeza me retumba, respiro el humo. La portada del diario Clarín muestra a alguien sofocándose y declara: “La peor contaminación atmosférica de la historia”.

Algunas cosas, como sobredimensionar, no han cambiado en Buenos Aires. De todos modos, es difícil no pensar en la primera vez que vine. Era enero de 2002. La economía acababa de derrumbarse, los bancos habían bloqueado las cuentas de sus clientes y los argentinos acababan de echar a cinco presidentes en tres semanas. Entonces también había humo, pero provenía de las fogatas callejeras.

En el lapso de una hora tengo tres teorías que intentan explicar el humo. 1) Es una protesta política de los granjeros, que prendieron fuego a sus cosechas para protestar contra un nuevo impuesto a las exportaciones de soya. 2) Es el gobierno, que prende fuego a los cultivos para que la opinión pública se ponga en contra de los granjeros después de que se pusieron en huelga contra el impuesto a la exportaciones. 3) Puede que sean los granjeros los responsables de prender el fuego, pero es culpa del gobierno, que deliberadamente rehúsa extinguirlo.

La verdad, aprendo más tarde, es que los fuegos son resultado de un cambio radical en la economía argentina. Este país solía centrarse en las vacas alimentadas con pasto, criadas por los famosos cowboys del cono sur, los gauchos. Pero la acelerada expansión de la producción de soya, debido a los elevados precios y a la gran demanda en China, ha orillado a los rancheros a ocupar tierras nuevas y cada vez más pequeñas. Queman los pastizales para renovar la tierra rápidamente, pero este año, debido a una sequía, los fuegos se extendieron sin control. Si sumamos los fuertes vientos, se explica el humo en Buenos Aires.

Es un símbolo poderoso: los orgullosos gauchos sofocados por la soya. Argentina sí que está cambiando.

Esta semana, la soya no es la única fuerza que desplaza a los vaqueros; también lo hace la Feria del Libro de Buenos Aires, la razón de mi viaje. La feria se lleva a cabo en La Rural, enormes terrenos usados para exposiciones agrícolas, donde los terratenientes argentinos subastan, desde hace más de un siglo, su ganado de alta calidad. La feria del libro transformó el lugar, cubrió los mugrosos pisos con alfombras rojas e instaló elegantes puestos. De vez en cuando llega el olor a estiércol. Nosotros, los escritores, preferimos no mencionarlo en nuestras presentaciones.

Aparte del humo, se notan muchos otros cambios en esta ciudad. La última vez que estuve aquí, las tiendas estaban vacías, en las calles había protestas y el Fondo Monetario Internacional (FMI) mandaba. Esta vez Argentina ya no le debe al FMI, la economía prospera y, en el lejano Washington, el FMI se enfrenta a su propia crisis de la deuda, provocando un autoimpuesto ajuste estructural: la organización despide a cientos de sus empleados y echa mano de sus reservas en oro.

Hoy hay menos grafitis que digan “yanquis, regresen a casa” y más… yanquis. El quiebre del mercado en Argentina, en 2001, se debió, en buena medida, a la política monetaria que fijó la paridad del dólar y el peso. La economía estaba demasiado débil para mantener la ilusión, y la moneda se derrumbó. Esta vez, buena parte del auge proviene de que la economía estadunidense está en crisis y el dólar está débil. Buenos Aires, con sus magníficos cafés y sus diseñadores de vanguardia, ganó una reputación entre los vacacionistas estadunidenses como la Europa en descuento: el París barato.

En la feria del libro, alguien del público me preguntó si creía que debería vender sus dólares. Lo acusé de ser un capitalista del desastre, de aprovecharse de la economía estadunidense en sus tiempos de crisis. En este país en el que tantos desastres –golpes de Estado, hiperinflaciones, deuda– han sido oportunidades para que los extranjeros obtengan superganancias, el comentario provoca una buena carcajada. “A la Escuela de Mecánica de la Armada”, le decimos al taxista. “¿Por qué van a la ESMA?”, pregunta. “Porque ahí estamos filmando.” Durante un minuto me da la impresión de que nos va a bajar del coche. Opta por quedarse con su tarifa, pero mantiene un furioso silencio durante todo el viaje.

Entre uno y otro evento del festival, comienzo a trabajar en un documental de mi libro La doctrina del shock, dirigido por Michael Winterbottom y Mat Whitecross, el equipo que hizo Camino a Guantánamo. Esta vez vamos a retomar ese camino unas décadas antes, en Argentina y Chile de los años 70. El centro de tortura de la época más tristemente célebre fue la ESMA, escuela naval convertida en prisión clandestina. Según grupos de derechos humanos, ahí fueron torturados cerca de 5 mil desaparecidos; la gran mayoría fueron asesinados.

En 2002, los militares todavía controlaban la ESMA, mientras que los grupos de derechos humanos, como las Madres de la Plaza de Mayo, estaban marginados del aparato institucional argentino. Personas como mi taxista, que negaban la existencia de la mayoría de los crímenes, aún influían en los debates públicos. Los amigos y los familiares de los desaparecidos recordaban a sus amados con letreros de protesta, vigilias a la luz de velas y fantasmales esténciles pintados sobre las banquetas y las paredes.

Las cosas definitivamente han cambiado. Ahora Buenos Aires tiene un muro conmemorativo oficial, construido a base de 30 mil ladrillos individuales; cada uno representa a uno de los desaparecidos. El monumento fue develado hace menos de seis meses por el entonces presidente Néstor Kirchner. La versión de la historia resguardada por las madres, las abuelas y los hijos de los desaparecidos al fin comienza a ser parte de la historia aceptada de Argentina.

Vemos el cambio más drástico cuando llegamos a la ESMA, ahora controlada por grupos de derechos humanos que transforman las casas embrujadas en un nuevo tipo de escuela, enfocada en el tipo de país que los desaparecidos, la mayoría activistas de izquierda, trataban de construir cuando fueron aniquilados.

Siempre habrá quienes nieguen las atrocidades que aquí sucedieron. Pero el pasado, en Argentina, finalmente se va aclarando, a pesar del humo.

© 2008 Naomi Klein.

Autora de La doctrina del shock, www.naomiklein.org.

Traducción: Tania Molina Ramírez




Financial Times Diary: Smoke and Memories in Buenos Aires


By Naomi Klein - May 4th, 2008
We are circling over Buenos Aires. The airspace is crowded with other planes, all of them holding like ours. The pilot explains that it is the fault of the humo, or smoke, a word I will hear a great deal in the coming week.

An hour and a half later I am on the ground, head pounding, breathing in the humo. The cover of the Clarín newspaper shows someone gagging and declares: "The Worst Atmospheric Contamination in History."

Some things, such as slight overstatement, haven't changed in Buenos Aires. Still, it's hard not to think of the first time I came here. It was January 2002. The economy had just crashed, the banks had locked out their customers and Argentines had thrown out five presidents in three weeks. There was smoke in the air then, too, but it was from the bonfires in the streets.

Within an hour, I have heard three theories purporting to explain the humo. (1) It's a political protest by the farmers, who set their crops on fire to protest against a new tax on soy exports. (2) It's the government, which set the crops on fire in order to turn public opinion against the farmers after they went on strike against the export tax. (3) It may be the farmers who set the fires but it's the fault of the government, which is deliberately refusing to extinguish them.

The truth, I learn later, is that the fires are the result of a radical shift in Argentina's agricultural economy. This country used to be all about the grass-fed cows, raised by the famous cowboys of the Southern Cone, the "gauchos". But soy production is expanding so rapidly, thanks to high prices and huge demand in China, that ranchers are being forced on to ever-shrinking slices of land. They burn the brush to clear it quickly but this year, because of a drought, the fires spread out of control. Add to that high winds and you have humo in Buenos Aires.

It makes for a powerful symbol: the proud gauchos suffocated by soybeans. Argentina is certainly changing.

Soy isn't the only force displacing the cowboys this week; so is the annual Buenos Aires Book Fair, the reason for my trip. The fair is held in La Rural, the huge agricultural exposition grounds where Argentina's landowners have auctioned their prize cattle for more than a century. The book fair has transformed the space, covering the grubby floors with red carpet and sleek display booths. Occasionally, one catches a whiff of manure. We authors choose not to mention this in our presentations.

Besides the smoke, there are many other changes to note in this city. Last time I was here, the shops were empty, the streets were filled with protests, and the International Monetary Fund was calling the shots. This time, Argentina is no longer in debt to the IMF, the economy is booming and, in far-off Washington, the IMF is facing its own debt crisis, provoking self-imposed structural adjustment as the organization lays off hundreds of staff and dips into its gold reserves.

Today there is less "Yankee go home" graffiti and more... Yankees. Argentina's 2001 market crash was created, in large part, by the monetary policy that pegged the peso to the US dollar at a rate of one-to-one. The economy here was too weak to maintain the illusion and the currency crashed. This time, much of the boom comes from the fact that the US economy is in crisis and the dollar is weak. Buenos Aires, with its grand cafés and edgy designers, has gained a reputation with US holidaymakers as a discount Europe: Paris on the cheap.

At the book fair, an audience member asks me if I think he should sell his dollars. I accuse him of being a disaster capitalist, preying on the US economy in its time of crisis. In this country where so many disasters - coups, hyperinflations, debt - have been opportunities for foreigners to earn super-profits, it gets a good laugh. "To the Escuela de Mecánica de la Armada," we tell the taxi driver. "Why are you going to ESMA?" he demands. Because we are filming there." For a minute I think he is going to throw us out of the car. He opts to take the fare, but maintains a furious silence the entire journey.

In between festival events, I am beginning work on a documentary of my book The Shock Doctrine, directed by Michael Winterbottom and Mat Whitecross, the team that made The Road to Guantánamo. We are picking up that road a few decades earlier this time, in Argentina and Chile in the 1970s. The most notorious of the period's torture centres was ESMA, a Navy school converted into a clandestine prison. According to human rights groups, roughly 5,000 desaparecidos, or disappeared people, were tortured here, the vast majority of them murdered.

In 2002, the military still controlled ESMA, while the human-rights groups, such as the Mothers of the Plaza de Mayo, were outsiders to Argentina's official institutions. Men like my taxi driver, who denied most of the crimes, still held sway in public debate. Friends and family of the disappeared remembered their loved ones with protest signs, candlelight vigils, and spooky stencils spray-painted on sidewalks and walls.

Things have definitely changed. Now Buenos Aires has an official memorial wall, made up of 30,000 individual bricks - each representing one of the disappeared. The monument was unveiled by then President Néstor Kirchner less than six months ago. The version of history protected and nurtured by the mothers, grandmothers and children of the disappeared is at last becoming Argentina's accepted history.

We see the most dramatic change of all upon our arrival at ESMA, the human rights groups control it now, and they are turning the haunted houses into a new kind of school, one focused on the kind of country that the desaparecidos, most of them leftwing activists, were trying to build when they were erased.

There will always be those who deny the atrocities that happened here. But the past in Argentina is finally getting clearer, despite the smoke.

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