Wednesday, May 28, 2008

Sin Permiso


“ ‘Sostener el dólar’ ha llegado a ser sinónimo de subsidiar la adicción del Ejecutivo norteamericano a la diplomacia militar hegemónica ”

La crisis financiera y económica actualmente en curso de profundización no podrá aliviarse sin afrontar varios problemas de los que la opinión pública no quiere oír hablar. Su sola mención levanta un muro de disonancias cognitivas.

Para principiantes: el problema actual de la deuda no es marginal, sino que ha llegado a ser estructural; y los problemas estructurales no pueden resolverse con paliativas meramente marginales. Lo que Alan Greenspan llamó “creación de riqueza” se reveló como una mera inflación de precios de los activos: una puja al alza, fundada en el crédito, de los precios inmobiliarios y de los mercados de valores. La Economía de la Burbuja lastró con deudas a los hogares, a los bienes raíces y las empresas, mientras que los recortes fiscales de Bush a los segmentos fiscales más altos obligó a los presupuestos federales, estatales y locales a un endeudamiento de mucho mayor calado.

Esta política pudo mantenerse mientras los precios de las propiedades hinchados por la deuda crecían a una tasa más rápida que la tasa de interés que tenía que pagarse. Pero el pago de intereses y las cargas de amortización desviaban el gasto de los consumidores y de las empresas fuera del consumo y de la producción.

Eso es lo que significa “deflación por deuda”. Los sectores financiero e inmobiliario recibían un dinero que antes se gastaba en bienes y servicios. El servicio de la deuda no puede gastarse en bienes de consumo (por parte de los propietarios de vivienda) o en inversión de capital (por parte de empresas con deuda apalancada). El efecto es la ralentización de las ventas y del ingreso empresarial, y por consecuencia, del alquiler comercial y del mercado de bienes raíces.

En 2006 se alcanzó un punto en el que el crecimiento del servicio de la deuda rebasó los ingresos operativos o la capacidad de los propietarios de vivienda para seguir adelante (sobre todo, cuando se dispararon las tasas de interés). La idea salvadora directriz de la Fed consiste en prestar a los deudores lo suficiente para que puedan pagar a los banqueros y a otros acreedores, subsidiando su insolvencia para que puedan mantenerse al día en sus obligaciones de pago. La alternativa es el valor líquido negativo: la venta de viviendas, edificios de oficinas y empresas comprometidos como colateral y venderlos a precios por debajo de la hipoteca o del valor del préstamo. Ese subsidio lo único que hace es ganar tiempo para que el problema de la deuda reaparezca luego con raíces aún más profundas.

Porque la verdad es que el actual nivel de deuda no puede ser pagado. El problema no está en absoluto confinado en la base de la pirámide, sino que está concentrado en su cúspide. El gobierno mismo de los EEUU es en realidad el mayor deudor subprime del mundo. Sus 2,5 billones de dólares de deuda contraída con bancos centrales extranjeros –sumada a una deuda todavía mayor contraída en el extranjero por el sector privado— no puede pagarse, dados los graves déficit militares y comerciales de la nación. El reconocimiento de este hecho político en el núcleo del sistema financiero internacional ha llevado a los gobiernos y a los inversores extranjeros a deshacerse de bonos y valores denominados en dólares. Eso ha llevado al descenso de la tasa de cambio del dólar, elevando los dolarizados precios del petróleo y de otras materias primas.

Cuanto más crezca el déficit comercial y el gasto militar en el extranjero de los EEUU, más dólares colocarán los exportadores extranjeros, y otros receptores de fondos estadounidenses, en bancos centrales extranjeros. Los bancos centrales se hallan entonces en una situación en la que apenas pueden gastar su dinero en otra cosa que en comprar títulos del Tesoro norteamericano. Han comprado tantos, que los norteamericanos ya no necesitan cargar con el coste del déficit presupuestario federal estadounidense comprando bonos para financiarlo; los extranjeros lo han hecho por ellos. En efecto, han prestado al gobierno de los EEUU los dólares y el intercambio exterior para librar su guerra en Oriente Medio, una guerra, dicho sea de paso, que los votantes extranjeros no apoyan. Financiar el déficit de pagos y el déficit del presupuesto federal de los EEUU es subsidiar la guerra.

Estos últimos años, los gobiernos extranjeros han buscado alternativas a la compra de títulos del Tesoro de los EEUU. Pero cuando los chinos trataron de comprar activos de Union Oil, el Congreso vetó el acuerdo, acusando a la propiedad pública de preparar un camino de servidumbre. Para que China comprara las privatizaciones estadounidenses tendría que creer que el Congreso de los EEUU le permitiría aumentar los peajes de autopista y otras cuotas de acceso a infraestructuras, lo bastante al menos como para compensarla por la caída del dólar. Pero la respuesta más probable serían nuevas quejas contra el peligro amarillo. De modo, pues, que los gobiernos extranjeros se hallan ahítos de dólares que no pueden usar pata comprar activos estadounidenses reales, ni pueden tampoco gastar en exportaciones norteamericanas ahora que el país está en vías de desindustrialización. Todo lo que pueden hacer es prestar dinero al gobierno de los EEUU.

Esa es la vía que llevó a los banqueros Medici a la bancarrota hace unos siglos. Hacia 1776, Adam Smith llegó a la conclusión de que ningún gobierno había pagado jamás su deuda externa. Tampo sector privado alguno ha reducido tampoco, desde tiempos inmemoriales, su nivel de deuda (salvo por bancarrota, moratoria o denuncia). Esas son opciones que tenemos hoy abiertas. Pero no son de recibo para la deliberación pública. La última vez que los economistas profesionales se enfrentaron al problema de la deuda global fue en los años 20 del siglo pasado, respondiendo al elevado nivel, impagable, de las reparaciones alemanas y de la deuda interaliada con los EEUU. Desde entonces, se ha hablado mucho de teoría monetaria, pero se ha prestado poca atención a la medición de la capacidad de las economías para subvenir a su deuda nacional y exterior.

La Fed trató a mediados de marzo de revertir el desplome de los precios de los activos inundando el sistema bancario con 200 mil millones de dólares de crédito. Se permitió a los bancos reconvertir, a través de la Fed, sus préstamos hipotecarios dudosos y otros préstamos de mala calidad a su valor nominal (no a su valor de mercado, que era sólo del 20%). La coartada de la Fed es que esa inyección permitirá a los bancos recuperar su actividad como prestamistas y “hacer que la economía se mueva de nuevo”. Pero los bancos están usando ese dinero para apostar contra el dólar. Toman prestado de la Fed a bajos intereses y compran bonos denominados en euros que ofrecen tasas mayor de interés, un proceso que les permiten hacer ganancias con las divisas, puesto que el euro sube en relación con activos denominados en dólares. La Fed, así pues, lo que hace es subsidiar la fuga de capitales, exacerbando la inflación por la vía de provocar el alza del precio de las importaciones (señaladamente del petróleo y las materias primas). Esas mercancías no son más caras para los consumidores europeos, sólo lo son para quienes las compran pagando con dólares. (Eso afecta también a América Latina y a otros países del área dólar.)

El comportamiento de la Fed (no sólo bajo la dirección de Alan Greenspan) plantea la cuestión de los bancos centrales: ¿se necesitan para algo? Su idea ha sido siempre patrocinar normas orientadas al acreedor, a la desregulación financiera y a salvar al sector financiero a expensas públicas, arrinconando a la economía en una esquina de deuda. Pero, al proceder así, la Reserva Federal se priva de poder resolver los problemas que ella misma creó bajo la presidencia de Greenspan. Su papel –y en verdad, el de los bancos centrales en general— es mantener precisamente el tipo de políticas que han engendrado el actual desaguisado financiero.

Desde que se fundara el Banco de Inglaterra en 1694, los bancos centrales de todo el mundo han venido representando los intereses del sistema bancario comercial. Desgraciadamente, el marco financiero temporal ha sido siempre el corto plazo. Los bancos ganan dinero encontrado más y más clientes a los que prestar fondos, mientras que los banqueros de inversión y las casas de intermediación toman sus comisiones y se largan. Está en su interés promover la Burbuja Económica que inducirá a los compradores de bienes raíces y a los aventureros empresariales a tomar préstamos con objeto de cabalgar la ola de la inflación de precios de los activos. Esos préstamos, a primera vista, parecen sostenerse por sí mismos, puesto que, en tomarlos, crecen los precios de las viviendas, de las acciones y de los bonos. Esos activos pueden, además, ponerse como colateral para ulteriores préstamos a medida que los precios y las deudas crecen de consuno.

Ese es el tipo de “creación de riqueza” de la que trataba de jactarse Alan Greenspan. Pero, mira por dónde, no es un proceso que genere estabilidad para el conjunto de la economía. A medida que los intereses del sector financiero entraban en manifiesto conflicto con los de la economía “real” de consumidores y productores, la política de la Reserva Federal lo que trata de hacer es resolver el problema de le deuda con más deuda todavía, en forma de rescate de bancos que hicieron malos préstamos. Los rescates están concebidos para permitir que los bancos puedan prestar el dinero necesario para sostener los precios de los activos y preserva el precio de mercado del colateral que respalda los créditos hipotecarios, y prestar a empresas superlativamente apalancadas y los fondos hedge. Al rescatar bancos para incrementar la capacidad de préstamo de éstos, a fin de conseguir aquellos objetivos, la Fed ha terminado por convertirse en activo jugador de una guerra destinada al endeudamiento del sector de los bienes raíces, del trabajo y de la industria.

El resultado es una intrusión sin precedentes del Estado, no de un modo socialista, sino, al contrario, de un modo que se sirve del bolsillo público para proteger las finanzas y la propiedad en la cúspide de la pirámide económica. Eso se hace por el despeñadero de un camino financiero a la servidumbre, promoviendo un régimen de servidumbre por deudas. A través del sistema de la Reserva federal, lo que hace el gobierno es “resolver” el final de la Economía de la Burbuja suministrando créditos suficientes para endeudar a la industria y a la agricultura, al trabajo y al capital tangible: presta dinero para que se pueda pagar el servicio de la deuda de créditos que, de otro modo, caerían en la morosidad.

Como se dejó dicho, empero, la deuda más cargada de problemas es la deuda exterior, y el mayor deudor internacional subprime es el gobierno de los EEUU. Está ahora endeudado con gobiernos extranjeros –que tienen en sus reservas títulos por valor de 2,5 billones de dólares— y con inversores privados –unos cuantos billones—, mucho más allá de su capacidad para devolver la deuda, y eso por no hablar de su disposición política a pagar. Por eso los extranjeros no aceptan ya los dólares de los que se deshacen los consumidores norteamericanos, por eso los inversores norteamericanos compran empresas extranjeras y por eso el ejército de los EEUU extiende sus bases por doquier.

A medida que cae el dólar, suben los precios de las importaciones, con los combustibles y los minerales en cabeza. En algo hay que ceder. ¿Cómo pueden los hogares y las empresas pagar sus deudas, si los costes operativos de la calefacción, la electricidad y el transporte absorben cada vez más sus ingresos?

La única vía para detener la hemorragia es negociar la deuda como incobrable, empezando con los bonos del tesoro norteamericano que tienen los bancos centrales extranjeros. Mas, ¿qué pueden ofrecer a cambio los EEUU? Pedir a los gobiernos extranjeros un sacrificio económico de tal magnitud resulta de todo punto inviable, a menos que el gobierno de los EEUU esté dispuesto a negociar un gran acuerdo global. Teniendo, como tiene, poco que ofrecer en reciprocidad, la vía más prometedora para convencer a los gobiernos extranjeros para que renuncien a ver satisfechas las obligaciones contraídas por la economía estadounidense es incluir en la negociación la única cosa que Norteamérica puede ofrecer: la dimensión militar.

Y yo sólo puedo ver una vía para ofrecer eso. Los EEUU tendrían que estar de acuerdo en desmantelar todas sus bases militares de ultramar (o al menos, las que se hallan fuera del hemisferio occidental). Eso significaría renunciar a su sueño de imponer su hegemonía mundial por la fuerza de las armas. Eso los liberaría también, a ellos y a los otros países, de la carrera armamentista pos Guerra Fría. Contribuiría a revivir la producción y el consumo de la economía “real” al liberar recursos para gastar en consumo y en nueva inversión directa. De paso, liberaría a los EEUU del “Capitalismo del Pentágono”, esto es, de los excesivos costes de contratos que, aparentemente, han conducido a la ingeniería industrial norteamericana a una situación de incapacidad para hallar métodos de producción minimizadores de costes, perdiendo por esa vía su habitual ventaja tecnológica competitiva.

Los países extranjeros han terminado por mirar a los EEUU desde la misma perspectiva con que la administración Bush miraba a otros países: cualquier potencial económico tiene, por definición, un carácter militar. De lo que se infiere que lo que podría llegar a ocurrir, ha de ser descontado desde el comienzo y, por lo mismo, desde el comienzo reprimido. Los EEUU se han convertido en la principal fuerza agresiva desestabilizadora del mundo. Sin abordar abiertamente los problemas que presenta este militar “elefante en cacharrería”, cualquier alivio de las obligaciones que la economía de los EEUU tiene contraídas con los gobiernos extranjeros no haría sino permitir que Norteamérica mantuviera o aun incrementara su presencia militar global, construyendo todavía más bases en el extranjero y e imponiendo un drenaje de balanza de pagos todavía mayor al dólar. “Sostener el dólar” ha llegado a ser sinónimo de subsidiar la adicción del Ejecutivo norteamericano a la diplomacia militar hegemónica.

Desgraciadamente, no es ésta una verdad que la opinión pública norteamericana quiera escuchar.

Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.), Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró en el establecimiento del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto de Naciones Unidas para la Formación y la Investigación. Distinguido profesor investigador en la Universidad de Missouri de la ciudad de Kansas, es autor de numerosos libros, entre ellos Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire.



Save the Economy, Dismantle the Empire



Weekend Edition
March 15 / 16, 2008

A Grand Global Bargain?

By MICHAEL HUDSON

Today's deepening financial and economic crisis cannot be alleviated without addressing a number of problems that the public does not really want to hear about. Even to cite them raises a wall of cognitive dissonance.

For starters, today's debt problem is not marginal, but has become structural--and structural problems cannot be solved with merely marginal palliatives. What Alan Greenspan called "wealth creation" turned out to be asset-price inflation--bidding up property values and the stock market on credit. The Bubble Economy loaded down households, real estate and entire companies with debt, while the Bush tax cuts for the higher tax brackets forcled to soaring federal, state and local budgets much more deeply into debt.

This policy could continue as long as debt inflated property prices at a faster rate than the interest rate that had to be paid. But paying interest and amortization charges diverted consumer and business spending away from consumption and production. This is what the term "debt deflation" means. The financial and property sectors received the income formerly spent on goods and services. If one has to pay dDebt service is not available to on loans that were issued to bid up real estate and stock prices, this income cannot be spent on consumer goods (for homeowners) or for capital investment (for debt-leveraged companies). The effect iwas to slow sales and business income, and hence the commercial rental and real estate market.

By 2006 a point was reached where debt service grew to exceed operating income or the ability of many homeowners to carry--especially when interest rates jumped. The Fed's bailout idea of bailouts of bad debts is simply to lend debtors enough to pay their bankers and other creditors, subsidizing their insolvency with enough to keep current on obligations theyn cannot otherwise afford. The alternative is negative equity: the sale of homes, office buildings and companies pledged as collateral and sold at prices below the mortgage or bond loan value. Such subsidy merely buys time for the debt problem to become even more deeply engrained.

The reality is that the existing level of debts cannot be paid. The problem is by no means confined to the bottom of the economic pyramid, but is concentrated at the top. The U.S. Government itself turns out to be the world's largest subprime debtor. Its $2.5 trillion debt to foreign central banks--and even larger private-sector debt to other foreigners--cannot be paid, given the nation's heavy military and trade deficits. Recognition of this political fact at the core of the international financial system has led foreign governments and investors to dump dollar-denominated bonds and stock. This has driven down the dollar's exchange rate, raising dollarized prices for oil and other raw materials.

What is ironic is that tThe larger the U.S. trade deficits and foreign military spending have grown, the more of these dollars are turned over to foreign central banks by foreign exporters and other recipients of U.S. funds. Central banks then find themselves with little to spend their money on, except to buy U.S. Treasury securities. They have bought so many that Americans have not had to bear the cost the U.S. federal budget deficit by buying the bonds to finance it. Foreigners have bought themse bonds. This means that, iIn effect, they have loaned the U.S. Government the dollars and foreign exchange to wage its war in the Near East--a war that most foreign voters do not support! To fund the U.S. payments deficit and federal budget deficit is to subsidize this war.

In the last few years, foreign governments have sought some alternative to buying U.S. Treasury bills. But when the Chinese sought to buy Union Oil assets, Congress vetoed the deal, accusing government ownership of leading down the road to serfdom. For China to buy into U.S. privatizations, it would have to believe that the U.S. Congress would let it raise road tolls and other infrastructure access fees by enough to compensate it for the dollar's decline. The more likely response would be new complaints against the Yellow Peril. So foreign governments are finding themselves stuck with dollars they cannot use to buy real U.S. assets, and also cannot buy spend on U.S. exports now that the country is de-industrializing. All they can do is lend money to the U.S. Government.

This is the road that drove the Medici bankers bankrupt a few centuries ago. By 1776, Adam Smith was led to conclude that no government ever had repaid its foreign debt. No private sector has reduced its debt level for long either--except through bankruptcy, moratorium and repudiation. These are the options that face us today. But they are not politically acceptable for public discussion. The last time the economics profession addressed the global debt problem was in the 1920s, in response to the unpayably high level of German reparations and Inter-Ally arms debts to the United States. Since that time there has been much talk of monetary theory, but little attention to measuring the ability of economies to carry their domestic and foreign debt overhead.

This week the Fed tried to reverse the plunge in asset prices by flooding the banking system with $200 billion of credit. Banks were allowed to turn their bad mortgage loans and other loans over to the Federal Reserve at par value (rather at just 20% "mark to market" prices). The Fed's cover story is that this infusion will enable the banks to resume lending to "get the economy moving again." But the banks are using the money to bet against the dollar. They are borrowing from the Fed at a low interest rate, and buying foreign euro-denominated bonds yielding a higher interest rate--and in the process, making a currency gain as the euro rises against dollar-denominated assets. The Fed thus is subsidizing capital flight, exacerbating inflation by making the price of imports (headed by oil and other raw materials) more expensive. These commodities are not more expensive to European buyers, but only to buyers paying in depreciated dollars. (This also squeezes Latin America and other countries in the dollar area.)

The Fed's behavior (not only under Alan Greenspan) raises the question of whether central banks really are necessary. Their idea always has been to sponsor creditor-oriented rules, financial deregulation, and to bail out to the financial sector at public expense, painting the economy into a debt corner. But having done so, the Federal Reserve cannot solve the problems it has created under the Greenspan regime. Its role--and indeed, that of central banks in general--is to pursue precisely the kind of policies that have created today's financial quandary.

Ever since the Bank of England was founded in 1694, central banks throughout the world have represented the interests of the commercial banking system. Unfortunately, the financial time frame always has been short-term. Banks make money by finding more and more clients to borrow funds, while investment bankers and brokerage houses take their commissions and run. Their interest is in promoting a Bubble Economy that will induce real estate buyers and corporate raiders to borrow so as to ride the wave of asset-price inflation. This borrowing seems at first to be self-sustaining as borrowers bid up prices for property, stocks and bonds. These assets then can be pledged as collateral for even larger loans as prices and debts rise together.

This is the kind of "wealth creation" for which Mr. Greenspan sought to take credit. But alas, it is not a process that provides stability for the economy at large. As the financial sector's interests have come to be opposed to those of the "real" economy of consumers and producers, Federal Reserve policy seeks to solve the debt problem with yet more debt, in the form of bailouts to banks that have made bad loans. The bailout is designed to enable banks to lend money to support asset prices and preserve the market price of collateral pledged to back their mortgage loans and lending to highly leveraged companies and hedge funds. In bailing out banks to increase their loans to achieve these ends, the Fed has become an active player in a financial war to indebt real estate, labor and industry all the more.

The result is an unprecedented intrusion of Big Government, not in a socialist manner but one that uses the public purse to proteduct finance and property at the top of the economic pyramid. This is done by leading down a uniquely financial road to serfdom, by promoting a regime of debt peonage. Via the Federal Reserve system, the government is "solving" the ending of the Bubble Economy by providing enough loans to indebt industry and agriculture, labor and tangible capital as it borrows the money to pay debt service on loans that otherwise would fall into default.

But as noted above, the most problematic debt is foreign debt, and the major subprime international debtor is the U.S. Government. It is now indebted to foreign governments (via their central bank holdings of $2.5 trillion in dollar reserves) and to private investors (another few trillion) beyond the nation's ability to pay, not to mention beyond its political willingness to do so. That is why foreigners no longer are accepting the dollars being thrown off by U.S. consumers, U.S. investors buying foreign enterprises, and the U.S. military extending its bases abroad.

And as the dollar falls, import prices rise, headed by fuels and minerals.

Something has to give. How can homeowners and businesses pay their debts, if their operating costs for heating, electricity and transport are absorbing their income?

The only way to stop this hemorrhaging is to negotiate a debt writeoff, starting with the U.S. Treasury bonds held by foreign central banks. But what does the United States have to offer? To ask foreign governments to make an economic sacrifice of this magnitude cannot be negotiated without the U.S. Government negotiating a grand global bargain. Having little quid pro quo to offer, the most promising way to get foreign countries to voluntarily give up their financial claims on the U.S. economy must include the one thing America can offer--the military dimension.

There is only one way that I can see this being done. The United States would agree to dismantle all its overseas military bases (or at least, those outside of the Western Hemisphere). This would mean relinquishing its dream of imposing world hegemony by force of arms. This also would free it--and other countries--from the post-Cold-War arms race. It would help revive the "real" economy's production and consumption by freeing revenue for spending on consumption and new direct investment. In the process it would free the United States from "Pentagon capitalism," that is, cost-plus production contracts that seemingly has led American industrial engineering to be incapable of cost-minimizing production methods, thereby losing what used to be its competitive technological advantage.

Foreign countries are coming to view the United States from the same perspective that the Bush Administration viewed other countries: Any economic potential is by definition military in character. It follows that what COULD be, should be stifled at the outset. The United States has become the world's major aggressive destabilizing force. Without dealing openly with this military "elephant in the room," any alleviation of foreign claims on the U.S. economy by foreign governments would simply permit America to maintain and even to increase its global military presence, building yet more foreign bases and imposing a yet larger balance-of-payments drain on the dollar. "Supporting the dollar" is synonymous with subsidizing the Executive Branch's addiction to hegemonic military diplomacy.

Unfortunately, this is not a truth that the American public wants to hear.

Michael Hudson, a professor of economics at the University of Missouri at Kansas City, was Chief Economic Advisor to the Kucinich-for-President campaign. He is the author of Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire.

No comments: