Thursday, April 23, 2009





No ocurre con todos, pero muchos (¿tal vez la mayoría?) de los grandes hombres sucumben por el binomio mismo que los inscribe en los anales de la historia: por ser grandes dejan de ser hombres, tanto a sus ojos como a los de los demás; algunos pierden el juicio, otros pierden la ética y muchos (¿tal vez la mayoría?) pierden perspectiva. Al binomio que los lleva a la gloria sigue entonces el trinomio que los conduce a la caída, digna o indigna. Los hay que desaparecen como locos o tiranos, otros sucumben como mártires y modelos ha seguir, y sólo algunos, apenas unos pocos, son absueltos por la historia... estos son los héroes.

Pero son los mártires quienes nos interesan. Francisco I. Madero en México, Salvador Allende en Chile, José Martí en Cuba y Ernesto “Ché” Guevara en todo el continente son apenas una muestra de vida como ejemplo y del martirio como fin. Encarnan, cada uno en su tiempo y su lugar, el zeitgeist de la Patria Grande de Bolívar: patria que era la suya, la de ellos y que es también la nuestra.

¿Pero qué convirtió a los héroes en mártires? La doble congruencia entre vida y obra y la triple coincidencia de ideas, dichos y hechos. Unos y otros son todavía sujetos de debate, pero muy por encima de la literatura revisionista, una cosa es irrefutable: valientes eran todos y murieron como tales.

Pero algo hicieron mal. No eran perfectos, eso es claro, y sin duda tampoco creían serlo. La deificación secular de los mártires sirve bien para la enseñanza de la historia a los infantes en educación primaria, pero sirve poco y mal para el análisis político. Y es aquí en donde la afirmación toma forma de interrogante: ¿qué hicieron mal? Fuere lo que fuere, el error les es común a todos, error que –es justo reconocerlo- Fidel Castro no ha cometido; por ello éste vive y aquellos no. Pero una vez más ¿cuál fue este error? Para contestar una breve revisión de los hechos se hace necesaria.

Se trata de cuatro caras de un mismo modelo. Francisco I. Madero y Salvador Allende fueron ambos traicionados por sus ministros de defensa; Augusto Pinochet el de éste y Victoriano Huerta el de aquél. La mano de los Estados Unidos asomó en ambos casos: en México se llamó “El Pacto de la Embajada” de 1913 y su operador fue el embajador Henry Lane Wilson y en Chile tomó la forma de un “Estado de Seguridad Nacional” sesenta años después como lo reconoció el íntimo amigo del golpista -Henry Kissinger en 1973- quien en sus memorias abiertamente expresa: “I don´t see why we have to stand by and see a country go communist due to the irresponsability of its own people” Quad erat demostratum. Y luego están José Martí y Ernesto “Ché” Guevara. Como políticos lucharon contra el imperialismo del momento, el español en el siglo XIX el primero y el yanquí del siglo XX el segundo; como ideólogos el primero definió el teatro de guerra (“Nuestra América”) y el segundo la estrategia de combate (“Teoría del Foco”). Al igual que aquellos, éstos también fueron grandes hombres, y como tales, pensaron, hablaron, escribieron, hicieron, vivieron y murieron de acuerdo con su conciencia, peleando por sus ideas.

Pero como ya decíamos, algo hicieron mal, cometieron un error. Y la pregunta entonces vuelve ¿cuál fue ese error? ¿fue acaso el exceso de confianza que llevó a la muerte a Madero y Allende? ¿o fue tal vez la mística del combate hasta la inmolación que experimentó Martí primero, el Ché después, y que hoy fertiliza con sangre las arenas de Irak y las montañas de Afganistán, por conciencia, por solidaridad y por desesperación? ¿Qué fue?

Madero, Allende, El Ché y Martí murieron por sus ideas. Eran ideas nobles y necesarias como no lo fueron sus caídas: no hay nobleza en la traición y la “necesidad” de la muerte se acerca peligrosamente al fascismo. Pero hay un doble sentido –y los dos son válidos- en morir por sus ideas. Es una muestra de convicción, pero también existe aquí una cierta unidimensionalidad. El mundo era filtrado por esas ideas, y tal vez sólo por ellas. Tal vez la multitud de perspectivas -afines, contrarias, paralelas- brillaba por su ausencia y tal vez, sólo tal vez, fue esta carencia de perspectivas la que los llevó al desenlace fatal. A la distancia no cabe duda de que los cuatro conseguían mantener el corazón caliente y la cabeza fría, pero en la trinchera, por igual en tareas de defensa que de ataque, la cabeza y el corazón de cada uno de ellos se fundían en uno mismo. Insuperables son las palabras de Gabriela Mistral:

"El secreto de Martí orador consiste tal vez en que manejando un género de virtudes falsas él lo sirve con virtudes verdaderas. Mientras el orador corriente simula la fogosidad y gesticula con llamitas pintadas, él está ardiendo de veras; mientras el arengador de todas partes sube la cuesta del período largo por una especie de hazaña de gimnasta, para hincar al final la pica de una buena conclusión, él trepa el período temblando; a cada proposición sube en temblor de pulsos y al terminar echa la exhalación genuina del que remató un repecho; mientras el orador embusterrillo junta en frío las metáforas para echarlas después en chorro y encandilar el millón de ojos que le mira, a él le sale el borbotón de metáforas en cuanto el asunto lo calienta y lo funde, y así viene a ser el volcán de verdad que vomita brasas de veras y lava de cocer. Con todo lo cual él se vuelve espectáculo natural, un espectáculo que los demás aderezan, y realiza la rara hazaña de darse él en pasto a una operación destructora que nadie verifica así, por no hacerse pedazos.

La cita no tiene desperdicio. Así era Martí sin duda, como también es seguro que fueran Madero, el Ché y Allende. Todos eran volcanes vomitando brasas. Pero sumergidos en el éxtasis parece imposible no perder perspectiva. Sólo unos pocos lo consiguen, y es, precisamente a esos pocos a los que la historia absuelve, a los que la vida acoge y a los que la muerte perdona por un tiempo: Fidel Castro.

Estamos hablando de grandes hombres a quienes describimos como mártires, modelos e incluso héroes –no hay aquí espacio para los tiranos. Pero una palabra fue evitada y con razón: no son Santos. ¿Cómo puede alguien presumir de santidad en política? Quién podría revestirse de las palabras del poeta mexicano Salvador Díaz Mirón y clamar a los cuatro vientos que en el arte del manejo del poder “Hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan…/ ¡Mi plumaje es de esos!”. No los hay ahora como no los hubo nunca. Ninguno lo tenía, ni El Apóstol cubano, ni el Mártir de la Democracia mexicano, ni El Guerrillero Heroico argentino ni El Presidente Mártir chileno. Ninguno de ellos tenía ese plumaje inmaculado como naturalmente tampoco lo tienen ni El Caimán Barbudo ni su hermano, el Comandante Raúl Castro.

Aquéllos en el pasado y éstos en el presente son todos políticos –y muy hábiles- pero no santos. Como en cualquier gobierno que haya existido sobre la tierra –en mayor o menor medida- la corrupción ha estado presente; como en cualquier gobierno que haya existido sobre la tierra -en mayor o menor medida- el abuso ha tenido lugar; del mismo modo, como en cualquier gobierno que haya existido sobre la tierra –en mayor o menor medida- la injusticia debió haber brotado aquí o allá. Si en política no existen los santos, en gobierno tampoco existen los perfectos. Esta es la realidad.

Efectivamente, esta es la realidad, y es tal vez la realidad que ninguno de los cuatro mártires alcanzó a dilucidar, más por falta de tiempo que por falta de talento; es la misma realidad en cambio que un Fidel Castro sí consiguió advertir en toda su dimensión. El mundo es complejo y no siempre el poder de las ideas consigue transformar la realidad en los tiempos y las formas que desea y convienen a su autor. Esta era la apuesta de Gandhi: no existe la maldad humana, solamente la confusión y el confundido necesita tiempo para percatarse de su desviación y reintegrarse a la doctrina-de-la-unidad-del-hombre. ¿Un Victoriano Huerta en México o un Pinochet en Chile, los Rangers que mataron al Ché o los militares coloniales españoles lo habrían entendido? Gandhi habría dicho que sí, con el tiempo, aunque los mártires pensaron que no, y murieron con y por esa convicción. Pero ¿y Fidel y Raúl? ¿cuál es la posición de los comandantes? ¿cuál la de los presidentes Chávez y Morales?

La visión de ellos es más compleja, más sofisticada. Para ellos existen cosas y personas que cambian y otras que no. Algunas cambian mediante la revolución (Cuba 1959), otras mediante la reforma (Chile 1970), algunas más a través de la reforma dentro de la revolución (Nicaragua y Cuba 2006) y otras más a través de la revolución dentro del reformismo (Venezuela desde 1999). Las categorías pueden discutirse, no son lo importante, el punto clave es: así como no existe el pensamiento único que defienden la derecha, tampoco existen pensamientos únicos y vías únicas de acceso al poder y al desarrollo dentro de la izquierda; la riqueza está en la variedad. Es dentro de las virtudes de este pensamiento múltiple en términos de nivel, factores, dimensiones, tiempos, disciplinas, tácticas y estrategias que los presidentes Castro, Chávez y ahora también Morales han sobrevivido para fortuna de quienes menos tienen en nuestro continente. No son ellos necesariamente más brillantes que sus predecesores, sencillamente les toco una etapa diferente: más información, más rápido, más instrumentos a su alcance; cierto, tienen ahora menos tiempo para procesar todo, pero tienen también más técnicas para esos fines y más elementos para activarlos.

Los de hoy son diferentes a los de ayer; ayer aquellos que nos dieron patria complementaban a la fuerza con su inteligencia; los de hoy tienen en cambio su fuerza en la inteligencia. Pero la responsabilidad es mayor pues los de hoy tuvieron el tiempo suficiente para desarrollar un talento clave: ver lo que otros no ven. Tuvieron tiempo para salvar el escollo de dejarse arrastrar por la costumbre e incluso el pre-juicio –es decir, un juicio a priori- supieron reconocer el cambio y manejarlo.

Los de hoy saben que los imperios no son eternos. A esta generación de líderes le ha tocado ver la caída de algunos de ellos. ¿Quién podría decir que la revolución cubana no supo distinguir el fin de la URSS a tiempo? Su sola existencia constituye un argumento irrebatible. La nave va… Cayó el Imperio Romano en el pasado como ahora cayó la Unión Soviética y como, sin duda, caerá el Imperio Estadounidense. Contra lo que dice la propaganda del autoelogio y la ideología fanática una cosa es clara: estas cosas pasan.

Tal vez sólo ellos –empezando por el presidente Chávez y siguiendo con Fidel- supieron ver algo -antes, durante y después de la V Cumbre de las Américas- en Barack Obama –no así en la Cumbre- que el resto no hemos alcanzado a distinguir: un cambio, no de color en la presidencia, sino de lógica en el poder. Después de todo Obama comenzó la Cumbre con una frase impensable en la boca de un emperador: “He venido a escuchar y tengo mucho que aprender”.

(fernando.montiel.t@gmail.com)


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