Thursday, April 23, 2009



Global Research

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens


A primera vista podría parecer que Obama suaviza la política de EE.UU. hacia Latinoamérica, en especial si es comparada con la de su predecesor. Ha habido suficientes editoriales elogiando el enfoque conciliador de Obama, y comparándolo con la política latinoamericana del “Buen Vecino” de Franklin Delano Roosevelt.

Sin embargo, es importante recordar que la idea de Roosevelt de ser amigable significaba solamente que EE.UU. dejaría de realizar intervenciones militares directas en Latinoamérica, mientras se reservaba el derecho a crear y fortalecer a dictadores, armar y entrenar fuerzas armadas regionales impopulares, promover la dominación económica mediante el libre comercio y préstamos bancarios, conspirar con grupos derechistas, etc….

Y aunque la política de Obama hacia Latinoamérica causa una sensación parecida, muchos de los métodos de dominación de Roosevelt no están a su disposición. Décadas de política de “buen vecino” de EE.UU. en Latinoamérica resultaron en una cadena continua de golpes militares respaldados por EE.UU., economías de deudores en bancarrota, y consecuentemente, una revuelta a escala hemisférica.

Muchos de los jefes de Estado con los que Obama se juntó en la Cumbre de las Américas llegaron al poder gracias a movimientos sociales nacidos de la oposición a la política exterior de EE.UU. El extremo odio a la dominación de EE.UU. en la región es tan intenso que cualquier intento de Obama de restablecer la autoridad de EE.UU. resultaría en una reacción violenta, y Obama lo sabe.

Bush tuvo que aprenderlo por las malas, cuando su patético intento de domar a la región condujo a una humillación en la Cumbre de 2005, donde por primera vez los países latinoamericanos derrotaron un intento más de EE.UU. de utilizar la Organización de Estados Americanos (OEA) como instrumento de la política exterior de EE.UU.

Pero mientras Obama discutía humildemente temas hemisféricos “en igualdad de condiciones” con sus homólogos latinoamericanos en la reciente Cumbre de las Américas, señaló sutilmente que la política exterior de EE.UU. seguirá siendo la misma.

La señal menos sutil de que Obama sigue la línea de anteriores gobiernos de EE.UU. – republicanos y demócratas – es su posición respecto a Cuba. Obama ha adoptado una postura como si fuera progresista cuando se trata de Cuba al aflojar algunas restricciones de viaje y financieras, mientras mantiene en su sitio el tema mucho más importante del embargo económico.

Cuando se trata del embargo, EE.UU. es totalmente impopular y está aislado en el hemisferio. El sistema bipartidista de EE.UU., sin embargo no puede dejar pasar el asunto.

El propósito del embargo no es presionar a Cuba para que sea más democrática: esa mentira puede ser fácilmente refutada por los numerosos dictadores que EE.UU. ha apoyado en el hemisferio, para no mencionar a los dictadores que EE.UU. actualmente refuerza en todo Oriente Próximo y otros sitios.

El verdadero propósito detrás del embargo es lo que Cuba representa. Para todo el hemisferio, Cuba sigue siendo una sólida fuente de orgullo. Cuba se ha convertido en inspiración para millones de latinoamericanos por la derrota de EE.UU. en Playa Girón, y su inflexible independencia en una región dominada por corporaciones de EE.UU. e intervenciones de anteriores gobiernos. Esa profunda ruptura con la dominación de EE.UU. – nada menos que en su “propio patio trasero” – no es perdonada fácilmente por EE.UU.

También hay una razón más profunda para no eliminar el embargo. El fundamento de la economía cubana está organizado de manera que amenaza el principio filosófico más básico compartido por el sistema bipartidista: la economía de mercado (capitalismo).

Y aunque la “lucha contra el comunismo” pueda parecer una reliquia polvorienta de la era de la guerra fría, la actual crisis del capitalismo mundial plantea de nuevo la pregunta: ¿hay otra forma de organizar la sociedad?

Incluso a pesar de la inmensa falta de recursos y tecnología de Cuba (agravada aún más por el embargo de EE.UU.), los logros en la atención sanitaria, la educación y otros campos son suficientes para convencer a muchos en la región de que hay aspectos de la economía que vale la pena repetir – sobre todo el concepto de producir para satisfacer las necesidades de todos los cubanos y NO para el beneficio privado.

Hugo Chávez ha sido el líder latinoamericano más inspirado por la economía cubana. Chávez ha realizado importantes pasos hacia el quiebre del modelo económico capitalista y ha insistido en que el socialismo es “el camino adelante” – y gran parte del hemisferio está de acuerdo.

Es la única razón por la cual Obama continúa la hostilidad de la era de Bush contra Chávez. Obama, es verdad, ha sido menos directo respecto a sus sentimientos hacia Chávez, aunque ha declarado en público que Chávez “exporta terrorismo” y es un “obstáculo para el progreso.” Ambas acusaciones son, en el mejor de los casos, miserables mentiras. Chávez sacó la conclusión correcta de los comentarios cuando dijo:

“Él [Obama] dijo que soy un obstáculo para el progreso en Latinoamérica; por lo tanto, hay que quitarlo, ese obstáculo, ¿verdad?”

Es importante señalar que, mientras Obama “escuchaba y aprendía” en la Cumbre de las Américas, el hombre que había nombrado para que coordinara la cumbre, Jeffrey Davidow, esparcía afanosamente veneno anti-venezolano en los medios.

Esa desinformación es necesaria por la “amenaza” que representa Chávez. La amenaza en este caso va contra corporaciones de EE.UU: en Venezuela, que piensan, correctamente, que corren peligro de ser intervenidas por el gobierno venezolano para que sirvan las necesidades sociales del país en lugar del beneficio privado. Obama, como su predecesor, cree que un acto semejante iría en contra de los “intereses estratégicos de EE.UU.,” vinculando así los beneficios privados de mega-corporaciones que actúan en un país extranjero a los intereses generales de EE.UU.

En los hechos, esa creencia de que el gobierno de EE.UU. debe proteger y promover a las corporaciones de EE.UU. que actúan en el extranjero es la piedra angular de la política exterior de EE.UU., no sólo en Latinoamérica, sino en el mundo.

Antes de los movimientos revolucionarios que se liberaron de gobiernos títeres de EE.UU. en la región, Latinoamérica era utilizada exclusivamente por corporaciones de EE.UU. para extraer materias primas a precios por el suelo, para utilizar mano de obra barata para obtener súper ganancias, mientras toda la región era dominada por bancos de EE.UU.

Las cosas han cambiado dramáticamente. Los países latinoamericanos han tomado a su cargo industrias que fueron privatizadas por corporaciones de EE.UU., mientras compañías chinas y europeas han recibido luz verde para invertir en una magnitud que resta importancia a las corporaciones de EE.UU.

Para Obama y el resto del sistema bipartidista, esto es inaceptable. La necesidad de reafirmar el control corporativo de EE.UU. en el hemisferio es una de las principales prioridades de Obama, pero la maneja de un modo estratégico, siguiendo el camino preparado por Bush.

Después de darse cuenta de que EE.UU. no podía controlar la región mediante métodos más vigorosos (especialmente debido a dos guerras que está perdiendo en Oriente Próximo), Bush prefirió sabiamente tomar una cierta distancia y fortificar su posición. Los puntos de apoyo aislados para Bush en Latinoamérica eran, lo que no sorprende, los dos únicos gobiernos de extrema derecha en la región: Colombia y México.

Bush trató de fortalecer la influencia de EE.UU. en ambos gobiernos, implementando primero el Plan Colombia, y luego la Iniciativa Mérida (también conocida como Plan México). Ambos programas aseguran que inmensas sumas de dólares del contribuyente de EE.UU. sean canalizados a esos gobiernos impopulares con el propósito de reforzar sus organizaciones militares y policiales, que en ambos países tienen atroces historiales de abusos de los derechos humanos.

En efecto, la relación diplomática con esos fuertes “aliados” de EE.UU.” – combinada con la ayuda financiera y militar, actúa para reforzar ambos gobiernos, que posiblemente habrían caído de otra manera (Bush se apresuró a reconocer al nuevo presidente de México, Calderón, a pesar de la evidencia de fraude electoral en gran escala). Ambas relaciones fueron legitimadas por la retórica típica: EE.UU. estaba ayudando a Colombia y México a combatir el “narco-terrorismo.”

La implicación total de esas relaciones fue revelada cuando, el 1 de marzo de 2008, los militares colombianos bombardearon una base de las FARC en Ecuador sin advertencia previa (EE.UU. y Colombia consideran que las FARC son una organización terrorista). Los países latinoamericanos organizados en el “Grupo de Río” denunciaron la incursión, y la región se desestabilizó instantáneamente (Bush y Obama apoyaron el bombardeo).

La conclusión a la que han llegado muchos en la región – el más notable, Chávez – es que EE.UU. utiliza a Colombia y México para contrarrestar la pérdida de influencia en la región. Mediante el refuerzo de los poderosos ejércitos de ambos países, realza considerablemente el potencial para intervenir en los asuntos de otros países en la región.

Obama se ha apresurado a colocar firmemente su peso político tras Colombia y México. Mientras ponía por las nubes el Plan Colombia, Obama hizo un viaje especial a México antes de la Cumbre de las Américas para reforzar su alianza con Felipe Calderón, prometiendo más ayuda de EE.UU. a la “guerra de la droga” en México.

Lo que dejan en claro estas acciones es que Obama continúa el antiguo juego del imperialismo de EE.UU. en Latinoamérica, aunque de modo menos directo que el gobierno anterior. El intento de Obama de realizar una política de “buen vecino” en la región inevitablemente se verá limitado por las molestas demandas de “intereses estratégicos de EE.UU.,” es decir, las demandas de corporaciones de EE.UU. que quieren dominar los mercados, mano de obra barata, y materias primas de Latinoamérica. Y aunque una cosa es sonreír a las cámaras y darse apretones de manos con dirigentes latinoamericanos en la Cumbre de las Américas, las corporaciones de EE.UU. exigirán que Obama se muestre proactivo en la ayuda para que se restablezcan en la región, exigiendo todas las intrigas y maniobras del pasado.

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Shamus Cooke es trabajador del servicio social, sindicalista, y escritor para Workers Action (www.workerscompass.org). Para contactos escriba a: shamuscook@yahoo.com

http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=13281




At first glance Obama seems to have softened U.S. policy toward Latin America, especially when compared to his predecessor. There has been no shortage of editorials praising Obama’s conciliatory approach while comparing it to FDR’s ”Good Neighbor” Latin American policy.

It’s important to remember, however, that FDR’s vision of being neighborly meant that the U.S. would merely stop direct military interventions in Latin America, while reserving the right to create and prop up dictators, arm and train unpopular regional militaries, promote economic dominance through free trade and bank loans, conspire with right-wing groups, etc…

And although Obama’s policy towards Latin America has a similar subversive feeling to it, many of FDR’s methods of dominance are closed to him. Decades of U.S. “good neighbor” policy in Latin America resulted in a continuous string of U.S. backed military coups, broken-debtor economies, and consequently, a hemisphere-wide revolt.

Many of the heads of states that Obama mingled with at the Summit of the Americas came to power because of social movements born out of opposition to U.S. foreign policy. The utter hatred of U.S. dominance in the region is so intense that any attempt by Obama to reassert U.S. authority would result in a backlash, and Obama knows it.

Bush had to learn this the hard way, when his pathetic attempt to tame the region led to a humiliation at the 2005 Summit, where for the first time Latin American countries defeated yet another U.S. attempt to use the Organization of American States (O.A.S.), as a tool for U.S. foreign policy.

But while Obama humbly discussed hemispheric issues on an “equal footing” with his Latin American counterparts at the recent Summit of Americas, he has subtly signaled that U.S. foreign policy will be business as usual.

The least subtle sign that Obama is toeing the line of previous U.S. governments — both Republican and Democrat — is his stance on Cuba. Obama has postured as being a progressive when it comes to Cuba by relaxing some travel and financial restrictions, while leaving the much more important issue, the economic embargo, firmly in place.

When it comes to the embargo, the U.S. is completely unpopular and isolated in the hemisphere. The U.S. two-party system, however, just can’t let the matter go.

The purpose of the embargo is not to pressure Cuba into being more democratic: this lie can be easily refuted by the numerous dictators the U.S. has supported in the hemisphere, not to mention dictators the U.S. is currently propping up all over the Middle East and elsewhere.

The real purpose behind the embargo is what Cuba represents. To the entire hemisphere, Cuba remains a solid source of pride. Defeating the U.S. Bay of Pigs invasion while remaining fiercely independent in a region dominated by U.S. corporations and past government interventions has made Cuba an inspiration to millions of Latin Americans. This profound break from U.S. dominance — in its “own backyard” no less — is not so easily forgiven.

There is also a deeper reason for not removing the embargo. The foundation of the Cuban economy is arranged in such a way that it threatens the most basic philosophic principle shared by the two-party system: the market economy (capitalism).

And although the “fight against communism” may seem like a dusty relic from the cold war era, the current crisis of world capitalism is again posing the question: is there another way to organize society?

Even with Cuba’s immense lack of resources and technology (further aggravated by the U.S. embargo), the achievements made in healthcare, education, and other fields are enough to convince many in the region that there are aspects of the Cuban economy — most notably the concept of producing to meet the needs of all Cubans and NOT for private profit — worth repeating.

Hugo Chavez has been the Latin American leader most inspired by the Cuban economy. Chavez has made important steps toward breaking from the capitalist economic model and has insisted that socialism is “the way forward” — and much of the hemisphere agrees.

This is the sole reason that Obama continues the Bush-era hostility towards Chavez. Obama, it is true, has been less blunt about his feelings towards Chavez, though he has publicly stated that Chavez “exports terrorism” and is an “obstacle to progress.” Both accusations are, at best, petty lies. Chavez drew the correct conclusion of the comments by saying:

“He [Obama] said I'm an obstacle for progress in Latin America; therefore, it must be removed, this obstacle, right?”

It’s important to point out that, while Obama was “listening and learning” at the Summit of Americas, the man he appointed to coordinate the summit, Jeffrey Davidow, was busily spewing anti-Venezuelan venom in the media.

This disinformation is necessary because of the “threat” that Chavez represents. The threat here is against U.S. corporations in Venezuela, who feel, correctly, that they are in danger of being taken over by the Venezuelan government, to be used for social needs in the country instead of private profit. Obama, like his predecessor, believes that such an act would be against “U.S. strategic interests,” thus linking the private profit of mega-corporations acting in a foreign country to the general interests of the United States.

In fact, this belief that the U.S. government must protect and promote U.S. corporations acting abroad is the cornerstone of U.S. foreign policy, not only in Latin America, but the world.

Prior to the revolutionary upsurges that shook off U.S. puppet governments in the region, Latin America was used exclusively by U.S. corporations to extract raw materials at rock bottom prices, using cheap labor to reap super profits, while the entire region was dominated by U.S. banks.

Things have since changed dramatically. Latin American countries have taken over industries that were privatized by U.S. corporations, while both Chinese and European companies have been given the green light to invest to an extent that U.S. corporations are being pushed aside.

To Obama and the rest of the two-party system, this is unacceptable. The need to reassert U.S. corporate control in the hemisphere is high on the list of Obama’s priorities, but he’s going about it in a strategic way, following the path paved by Bush.

After realizing that the U.S. was unable to control the region by more forceful methods (especially because of two losing wars in the Middle East), Bush wisely chose to fall back a distance and fortify his position. The lone footholds available to Bush in Latin America were, unsurprisingly, the only two far-right governments in the region: Colombia and Mexico.

Bush sought to strengthen U.S. influence in both governments by implementing Plan Colombia first, and the Meridia Initiative second (also known as Plan Mexico). Both programs allow for huge sums of U.S. taxpayer dollars to be funneled to these unpopular governments for the purpose of bolstering their military and police, organizations that in both countries have atrocious human rights records.

In effect, the diplomatic relationship with these strong U.S. “allies” — coupled with the financial and military aide, acts to prop up both governments, which possibly would have fallen otherwise (Bush was quick to recognize Mexico’s new President, Calderon, despite evidence of large-scale voter fraud). Both relationships were legitimized by the typical rhetoric: the U.S. was helping Colombia and Mexico fight against “narco-terrorists.”

The full implication of these relationships was revealed when, on March 1st 2008, the Colombian military bombed a FARC base in Ecuador without warning (the U.S. and Colombia view the FARC as a terrorist organization). The Latin American countries organized in the “Rio Group” denounced the raid, and the region became instantly destabilized (both Bush and Obama supported the bombing).

The conclusion that many in the region have drawn — most notably Chavez — is that the U.S. is using Colombia and Mexico as a counterbalance to the loss of influence in the region. By building powerful armies in both countries, the potential to intervene in the affairs of other countries in the region is greatly enhanced.

Obama has been quick to put his political weight firmly behind Colombia and Mexico. While singing the praises of Plan Colombia, Obama made a special trip to Mexico before the Summit of the Americas to strengthen his alliance with Felipe Calderon, promising more U.S. assistance in Mexico’s “drug war.”

What these actions make clear is that Obama is continuing the age old game of U.S. imperialism in Latin America, though less directly than previous administrations. Obama’s attempt at “good neighbor” politics in the region will inevitably be restricted by the nagging demands of “U.S. strategic interests,” i.e., the demands of U.S. corporations to dominate the markets, cheap labor, and raw materials of Latin America. And while it is one thing to smile for the camera and shake the hands of Latin American leaders at the Summit of the Americas, U.S. corporations will demand that Obama be pro-active in helping them reassert themselves in the region, requiring all the intrigue and maneuvering of the past.

Shamus Cooke is a social service worker, trade unionist, and writer for Workers Action (www.workerscompass.org). He can be reached at shamuscook@yahoo.com


Shamus Cooke is a frequent contributor to Global Research. Global Research Articles by Shamus Cooke

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