Red del Tercer Mundo
Un año después del colapso de Lehman Brothers los países occidentales parecen menos interesados en introducir reformas en el sistema financiero internacional, aunque hay una frenética actividad en la política económica mundial. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, será el anfitrión de una cumbre del Grupo de los 20 (G- 20) el próximo 24 de setiembre en Pittsburg, que fue preparada por los ministros de Economía a fines de agosto en Londres.
Gran parte de la discusión en la reunión preparatoria de la cumbre giró en torno a la conveniencia o no de que los países desarrollados continuaran impulsando el gasto fiscal para contrarrestar la recesión. El Reino Unido, que aún está sumido en la recesión, quiere que continúe, pero a otros países europeos, que ven indicios de recuperación, les preocupa más que el “estímulo fiscal” provoque inflación y nuevas burbujas en los precios. Están más interesados en buscar “estrategias de salida”, es decir, abandonar el gasto extra del gobierno y comenzar a resolver el déficit presupuestal.
En Londres también se discutió sobre las “primas” de los ejecutivos y las altas remuneraciones de los banqueros. Las instituciones financieras están identificadas con prácticas especulativas que condujeron a la crisis mundial, con un costo de billones de dólares y la pérdida de millones de puestos de trabajos. Aún así, muchos bancos, incluso algunos de los que recibieron los rescates, pretenden seguir pagando gigantescas primas a sus altos ejecutivos y agentes comerciales, lo que provocó una airada protesta en Europa y Estados Unidos. Si bien Francia y Alemania quieren que el G-20 acepte un límite coordinado de las primas bancarias, otros países europeos –en especial Gran Bretaña- no están dispuestos. La reunión de Londres no fue concluyente en esta materia. El Reino Unido parece dispuesto a revivir su papel de primer centro financiero y desea atraer mentes brillantes. De hecho, hay un gran debate en cuanto a si un país puede seguir priorizando tanto su sector financiero.
Adair Turner, presidente de la Autoridad de Servicios Financieros británica, sugirió a fines de agosto que el Reino Unido introdujera una “tasa Tobin” (impuesto a las transacciones financieras especulativas). Turner es el funcionario occidental de más alto rango que sugiere ese impuesto, que ha sido defendido por numerosos economistas y ONG como forma de detener la especulación financiera. Hay que recordar que en 1998, el entonces primer ministro de Malasia Mahathir Mohamad reclamó una moratoria a la especulación del comercio mundial de divisas, a la que identificó como la causante de la crisis asiática. Los gobernantes occidentales y los medios financieros se burlaron de él, la especulación continuó y se acrecentó, hasta que estalló la burbuja, dejado al mundo sumido en una crisis económica.
La propuesta de Turner debería haber sido un mojón en el camino a la reforma. Pero en cambio recibió de inmediato la crítica de numerosos banqueros y algunos políticos, que se aferran al viejo modelo y se oponen a que las finanzas estén al servicio de la economía.
Muchos en el mundo financiero pretenden recoger los pedazos de la crisis y continuar como si nada hubiera pasado, incluso restaurar la especulación como base de las ganancias. Por lo tanto, existe una gran resistencia a la reforma financiera.
Esto se refleja en el proceso del G-20. El fervor de los gobernantes de los grandes países occidentales para reformar la arquitectura financiera internacional parece haberse esfumado. Esto se debe a que el mundo parece estar hoy más alejado de una catástrofe financiera que un año atrás, cuando el colapso de Lehman Brothers amenazó con contagiar a muchas otras instituciones gigantes y tirar abajo todo el sistema como un castillo de naipes. Los rescates billonarios y los estímulos también billonarios al gasto fiscal impidieron una catástrofe financiera y una Gran Depresión. Los parches al sistema hicieron que los dirigentes políticos ya no se entusiasmaran con la necesidad de reformular el sistema financiero. En lugar de eso, están cediendo a la tentación de volver a las viejas fórmulas.
Así, los temas vitales de la reforma están pasando a segundo plano y existe el riesgo de que se olviden, hasta que aparezca una nueva crisis y más grave.
Algunos de esos temas son:
* Detener la especulación financiera a escala nacional y mundial.
* Prohibir ciertos tipos de instituciones y prácticas financieras.
* Reducir drásticamente las prácticas de apalancamiento (toma de préstamos para aumentar la rentabilidad del capital propio, con el consiguiente incremento del riesgo)
* Regular las corrientes transfronterizas de capital, especialmente el capital que no está vinculado a la actividad económica, como el comercio y la inversión directa.
* Reformar la gobernanza y las políticas del Fondo Monetario Internacional.
* Reformar el sistema internacional de reserva de divisas (actualmente el dólar estadounidense).
* Nuevas formas de ofrecer liquidez suficiente a los países en desarrollo que sufren con la crisis.
* Un sistema internacional para el arbitraje de la deuda y soluciones para ayudar a los países en desarrollo a evitar nuevas crisis de la deuda.
Los países en desarrollo tienen aún más en juego con esas reformas, ya que sufren los daños colaterales de las políticas erróneas de los países desarrollados. El G-20 fue creado durante la crisis asiática porque a los países occidentales –en especial a Estados Unidos- les preocupaba que pudiera devenir en una crisis mundial, y quisieron un foro que iniciara reformas para superar la inestabilidad financiera.
Cuando la crisis asiática se superó, el G-20 quedó inactivo. Fue necesario que pasaran otros diez años y sobreviniera una crisis peor, para que el grupo volviera a reunirse. Ahora que la crisis mundial parece estar cediendo, también lo está el incentivo para una reforma. Si los gobernantes de los países desarrollados perdieron la urgencia, los de los países en desarrollo deberían impulsar la reforma, ya que tienen mucho más para perder si el sistema mundial continúa con su viejo estilo disfuncional y desbalanceado.
Martin Khor, fundador de Third World Network (TWN), es director ejecutivo de South Centre, una organización de países en desarrollo con sede en Ginebra.
Gran parte de la discusión en la reunión preparatoria de la cumbre giró en torno a la conveniencia o no de que los países desarrollados continuaran impulsando el gasto fiscal para contrarrestar la recesión. El Reino Unido, que aún está sumido en la recesión, quiere que continúe, pero a otros países europeos, que ven indicios de recuperación, les preocupa más que el “estímulo fiscal” provoque inflación y nuevas burbujas en los precios. Están más interesados en buscar “estrategias de salida”, es decir, abandonar el gasto extra del gobierno y comenzar a resolver el déficit presupuestal.
En Londres también se discutió sobre las “primas” de los ejecutivos y las altas remuneraciones de los banqueros. Las instituciones financieras están identificadas con prácticas especulativas que condujeron a la crisis mundial, con un costo de billones de dólares y la pérdida de millones de puestos de trabajos. Aún así, muchos bancos, incluso algunos de los que recibieron los rescates, pretenden seguir pagando gigantescas primas a sus altos ejecutivos y agentes comerciales, lo que provocó una airada protesta en Europa y Estados Unidos. Si bien Francia y Alemania quieren que el G-20 acepte un límite coordinado de las primas bancarias, otros países europeos –en especial Gran Bretaña- no están dispuestos. La reunión de Londres no fue concluyente en esta materia. El Reino Unido parece dispuesto a revivir su papel de primer centro financiero y desea atraer mentes brillantes. De hecho, hay un gran debate en cuanto a si un país puede seguir priorizando tanto su sector financiero.
Adair Turner, presidente de la Autoridad de Servicios Financieros británica, sugirió a fines de agosto que el Reino Unido introdujera una “tasa Tobin” (impuesto a las transacciones financieras especulativas). Turner es el funcionario occidental de más alto rango que sugiere ese impuesto, que ha sido defendido por numerosos economistas y ONG como forma de detener la especulación financiera. Hay que recordar que en 1998, el entonces primer ministro de Malasia Mahathir Mohamad reclamó una moratoria a la especulación del comercio mundial de divisas, a la que identificó como la causante de la crisis asiática. Los gobernantes occidentales y los medios financieros se burlaron de él, la especulación continuó y se acrecentó, hasta que estalló la burbuja, dejado al mundo sumido en una crisis económica.
La propuesta de Turner debería haber sido un mojón en el camino a la reforma. Pero en cambio recibió de inmediato la crítica de numerosos banqueros y algunos políticos, que se aferran al viejo modelo y se oponen a que las finanzas estén al servicio de la economía.
Muchos en el mundo financiero pretenden recoger los pedazos de la crisis y continuar como si nada hubiera pasado, incluso restaurar la especulación como base de las ganancias. Por lo tanto, existe una gran resistencia a la reforma financiera.
Esto se refleja en el proceso del G-20. El fervor de los gobernantes de los grandes países occidentales para reformar la arquitectura financiera internacional parece haberse esfumado. Esto se debe a que el mundo parece estar hoy más alejado de una catástrofe financiera que un año atrás, cuando el colapso de Lehman Brothers amenazó con contagiar a muchas otras instituciones gigantes y tirar abajo todo el sistema como un castillo de naipes. Los rescates billonarios y los estímulos también billonarios al gasto fiscal impidieron una catástrofe financiera y una Gran Depresión. Los parches al sistema hicieron que los dirigentes políticos ya no se entusiasmaran con la necesidad de reformular el sistema financiero. En lugar de eso, están cediendo a la tentación de volver a las viejas fórmulas.
Así, los temas vitales de la reforma están pasando a segundo plano y existe el riesgo de que se olviden, hasta que aparezca una nueva crisis y más grave.
Algunos de esos temas son:
* Detener la especulación financiera a escala nacional y mundial.
* Prohibir ciertos tipos de instituciones y prácticas financieras.
* Reducir drásticamente las prácticas de apalancamiento (toma de préstamos para aumentar la rentabilidad del capital propio, con el consiguiente incremento del riesgo)
* Regular las corrientes transfronterizas de capital, especialmente el capital que no está vinculado a la actividad económica, como el comercio y la inversión directa.
* Reformar la gobernanza y las políticas del Fondo Monetario Internacional.
* Reformar el sistema internacional de reserva de divisas (actualmente el dólar estadounidense).
* Nuevas formas de ofrecer liquidez suficiente a los países en desarrollo que sufren con la crisis.
* Un sistema internacional para el arbitraje de la deuda y soluciones para ayudar a los países en desarrollo a evitar nuevas crisis de la deuda.
Los países en desarrollo tienen aún más en juego con esas reformas, ya que sufren los daños colaterales de las políticas erróneas de los países desarrollados. El G-20 fue creado durante la crisis asiática porque a los países occidentales –en especial a Estados Unidos- les preocupaba que pudiera devenir en una crisis mundial, y quisieron un foro que iniciara reformas para superar la inestabilidad financiera.
Cuando la crisis asiática se superó, el G-20 quedó inactivo. Fue necesario que pasaran otros diez años y sobreviniera una crisis peor, para que el grupo volviera a reunirse. Ahora que la crisis mundial parece estar cediendo, también lo está el incentivo para una reforma. Si los gobernantes de los países desarrollados perdieron la urgencia, los de los países en desarrollo deberían impulsar la reforma, ya que tienen mucho más para perder si el sistema mundial continúa con su viejo estilo disfuncional y desbalanceado.
Martin Khor, fundador de Third World Network (TWN), es director ejecutivo de South Centre, una organización de países en desarrollo con sede en Ginebra.
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