El contagio de su quiebra se extendió por todo el mundo y poco a poco se esclarecieron las causas
Nueva York, 13 de septiembre. La quiebra del banco inversor estadunidense Lehman Brothers hace un año es considerada el punto de inflexión en la crisis financiera global.
La noticia sacudió los mercados, minó la confianza en los bancos y terminó por obligar a gobiernos de todo el mundo a lanzar programas de reactivación multimillonarios. La economía se sumió en la peor recesión global desde la posguerra. Entre las múltiples causas del desastre, se destacan:
Dinero barato. Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, la Reserva Federal estadunidense (Fed) aplicó una política de dinero barato y rebajó drásticamente las tasas de interés. El aumento continuo de los precios de la vivienda y la caída de los réditos hizo que millones de personas utilizaran su casa como máquina de producir dinero. Los propietarios cancelaron sin penalización alguna hipotecas con tasas fijas y las refinanciaron.
Todo ese dinero fluyó al consumo y comenzó a generar una verdadera fiebre de la compra a crédito. Alimentado por la propia política, Estados Unidos vivió hasta 2006 un inusitado boom inmobiliario.
Fiebre de consumo. Muchos propietarios aumentaron su hipoteca y compraron con ese dinero nuevos inmuebles, automóviles o electrodomésticos. La burbuja inmobiliaria y de consumo siguió inflándose. Un dólar sobrevaluado impulsó también a muchos estadunidenses a lanzarse a comprar en el extranjero.
Boom de los mercados. Las tasas bajas impulsaron los mercados de todo el mundo, en tanto que el crédito barato financió la fiebre consumista. El círculo vicioso de endeudamiento y burbuja de crédito se expandió.
Riesgo excesivo. Las garantías exigidas para respaldar un crédito hipotecario fueron rebajándose, con el consentimiento de los gobiernos, hasta alcanzar la concesión de préstamos sin ningún tipo de garantía (la llamadas hipotecas subprima). Muchos hipotecados quedaron sobrendeudados y sin posibilidad de pagar los créditos contraídos.
Productos financieros complejos. En la búsqueda de mayores beneficios, los banqueros de Wall Street inventaron productos financieros complejos: millones de créditos subprima se combinaron y redistribuyeron en paquetes vendi- dos a inversores de todo el mundo, que apenas sabían el contenido real de esos productos. Hoy se los conoce como activos tóxicos
.
Codicia. Los banqueros cobraron bonificaciones vinculadas a la cantidad de papeles de riesgo vendidos, sin asumir responsabilidad alguna por las eventuales pérdidas que aportaran. Esta práctica alentó que se corrieran riesgos cada vez mayores.
Agencias de calificación. Los especialistas en evaluar riesgos dieron altas calificaciones a valores que no las merecían. En muchos casos, las mismas empresas pagaron a las agencias de calificación para que dieran buenas notas a sus títulos.
Regulación insuficiente. Amplios ámbitos del mundo financiero actuaron sin ningún tipo de normativa o regulación.
Escasa supervisión. Tampoco hubo supervisión eficaz del sector. Los organismos de vigilancia de bancos y bolsas fracasaron a la hora de prever los peligros de la burbuja que se estaba formando.
Las advertencias llegaron cuando el peligro era ya inevitable. Ni siquiera fueron escuchadas, en parte porque los gobiernos veían con buenos ojos un boom económico que, entre otras cosas, hizo caer el desempleo en muchos países.
Explosión de la burbuja. Como había ocurrido con el mercado inmobiliario, también el comercio con los valores del sector se vino abajo. La caída fue tan drástica como había sido antes la subida. Los mercados bursátiles se derrumbaron, los bancos dejaron de prestarse dinero y el sistema financiero quedó varado en una crisis de confianza como no se había conocido jamás. La industria financiera global sufrió amortizaciones por un valor que aún resta precisar, pero que se estima en billones de dólares.
El sistema global amenazaba con colapsar cuando el 15 de septiembre de 2008 el banco inversor estadunidense Lehman Brothers anunció la quiebra. La crisis se extendió a la economía real y los problemas originalmente limitados al sector inmobiliario estadunidense terminaron por contagiarse al resto de la economía y desencadenar una recesión mundial.
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