Javier Flores
En México no hay una democracia real. Simplemente porque el ejercicio ciudadano de acudir a las urnas no se respeta. Se manipulan los votos. Se compran, aprovechando la pobreza y especialmente la ignorancia basada en un calculado atraso educativo que se pretende hacer permanente. Hay expertos que viven del diseño de nuevas trampas. Existen el mapache y el neomapache. Se trata de una profesión que resulta hoy muy redituable. Las instituciones creadas para organizar y vigilar las elecciones carecen de autonomía, cualidad que sólo existe en sus nombres. Están muertas. Los sufragios se cuentan mal y, llegado el caso –si a pesar de todo son adversos al poder–, simplemente se sacrifica la democracia y… háganle como quieran.
No estoy exagerando ni mintiendo. Algunos intelectuales se engañan al afirmar que México avanza hacia la democracia. Que tenemos una democracia inmadura, incipiente. Que vamos camino hacia la democracia. Que tenemos una joven democracia. Nuevos adjetivos que en el fondo son el reconocimiento de un hecho irrefutable: en México la democracia no existe y punto.
Hay una pregunta que a mí me ha inquietado siempre: ¿por qué la izquierda no puede ganar las elecciones presidenciales? Y no es que no las haya ganado; al menos en dos ocasiones los resultados se han distorsionado. Al final las boletas electorales se incineran o se impide el acceso a ellas. Es una democracia que no resiste el escrutinio. Hay algo que es necesario tener claro: al poder le da lo mismo lidiar con la democracia o, llegado el caso, sacrificarla. Es una democracia desechable. El objetivo principal es mantener las condiciones en las que pueden ser dueños del país. Para colmo se trata de un ejercicio del poder irresponsable, pues el saqueo, que es el objetivo principal, ha dañado de forma irreversible los recursos naturales y ha sometido a la población a niveles alarmantes de pobreza.
El país es como una hacienda, donde los amos juegan a ser democráticos, pero con un orden impuesto por ellos. Es una democracia basada en la corrupción. Los capataces de la hacienda: el Partido Acción Nacional, o el Revolucionario Institucional y algunos intelectuales, son extremadamente corruptos, fieles sirvientes de los amos. La izquierda, por el contrario, efectivamente es una amenaza para ellos, pues está fuera de ese control.
Por eso, con auspicio del poder surge una izquierda que se presenta como una opción que puede obedecer a los amos, pero, aun así, están fuera de toda posibilidad, pues las opciones cuya efectividad está probada –fieles, controlables y corruptas (PRI y PAN)– están ahí antes que ellos. Hay unos ofrecidos en la izquierda que se presentan como opción para manejar eficientemente la hacienda y que se afanan por diferenciarse de los revoltosos que pudieran poner fin a los privilegios de los poderosos. Nunca lo van a lograr por ese camino. Solamente exhiben algo vergonzoso.
En este panorama, que parece terrible, pero que no es exagerado, el margen de maniobra de los ciudadanos es sumamente estrecho. Por eso cada avance tiene un valor incalculable. A pesar de la trampa democrática, hay logros que se han impuesto al poder. El Distrito Federal es una de las mayores conquistas de los mexicanos. Es cierto que hay en la ciudad de México condiciones especiales, por ejemplo, uno de los más altos niveles educativos en el país. Es difícil engañar a la gente. A la mayoría de las personas que votan no pueden engañarlas la televisión ni la Iglesia ni el poder económico, ni los políticos del PRI o del PAN. Por eso una de las metas del poder es acabar con este mal ejemplo. Las fracturas en la izquierda obedecen a ese propósito; el poder ha invertido en ello. Además, no cesan las campañas en contra del gobierno local. La mayoría de los medios de comunicación magnifican todo lo que pasa como algo negativo, ya sea que se cambie el sentido de una calle, un choque del Metrobús, o que se abran comedores para la gente que tiene hambre.
La izquierda se presenta muy debilitada a las elecciones de julio y éste es el mayor peligro, pues lo que se pretende es acabar con el Distrito Federal como una ínsula indeseable dentro de la trampa democrática. La fractura en el PRD puede traer en consecuencia un alto índice de abstencionismo, que es algo sumamente peligroso. Este ánimo (o más bien desánimo) debe ser combatido. Hay que ir a las urnas y votar, si no por unas siglas, sí por los mejores candidatos de la izquierda, estén en el partido que estén.
A Rogelio López Torres
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