Cinco gramos de mariguana
SABINA BERMAN
1.Al cabo de 29 meses y más de 8 mil mexicanos muertos, criminales, policías, soldados y civiles; al cabo de la escalada del robo, la extorsión y el secuestro, la duda de que la guerra frontal sea la mejor estrategia para derrotar al crimen organizado está más que justificada.
Nuevas ideas para derrotar al crimen han ido volviéndose visibles. Se necesita parar el paso de las armas con que el crimen habilita a sus sicarios. Se necesita congelar sus redes financieras. Se necesita extraditar a sus capos ya encarcelados. Se necesita rehacer las policías. Se necesita, en suma, que el Estado aproveche por fin sus ventajas de ser Estado.
Ojalá estas ideas hubieran sido aplicadas antes de una guerra frontal, pero aunque tardías son prometedoras, y parecen estarse calibrando en el gobierno (parecen estarse calibrando, porque de cierto no se sabe). Es ahora que oportunamente la izquierda toma de sus archivos una idea ya varias veces antes propuesta, con más o menos seriedad: es necesario despenalizar la mariguana.
La idea parecerá a muchos drástica, pero los tiempos terribles que vivimos requieren de ideas drásticas. Es una drástica y buena idea por dos razones.
La primera incumbe a la guerra. El negocio de la mariguana constituye la mayor fuente de ingresos del narco mexicano. Un ingreso que, según el especialista Luis Astorga, supera a lo que el narco recibe “por la combinación de cocaína, heroína y metanfetaminas”. Legalizada, el precio de la mariguana se desplomaría, amén de que empresarios lícitos participarían en su cultivo y comercio. Y cegada esta fuente de ingresos, calculada inciertamente, pero siempre en billones de dólares, el narco por fuerza se debilitaría.
La segunda razón incumbe de tiempo atrás a la izquierda. La mariguana es “la droga” más blanda del espectro de las sustancias tóxicas en uso. Sus daños al cuerpo se han comparado a los del alcohol y el tabaco. Produce adicción psicológica pero no física; no es un alucinógeno y, en lugar de violentar la conciencia, la lleva a una pasiva receptividad, a una hiper-sensualidad que propicia el erotismo y la imaginación.
El peor de sus males es que la hoja de la cannabis puede ser la puerta para las drogas duras. Una realidad estadísticamente probada, pero que acaso tiene que ver precisamente con que es una droga ilícita: que es vendida por los mismos dealers de las drogas duras y que no existe una cultura pública de cómo, cuándo y en qué medida su ingestión es puramente benigna.
Desde un punto de vista de una izquierda hedonista, puede argumentarse (y durante décadas la izquierda más libertaria así lo ha argumentado) que fumar mariguana debiera ser una libertad civil.
En todo caso, nadie puede negar que fumar mariguana o comer pastelitos especiales de mariguana sólo puede tener una víctima, quien la fuma y quien se come los pastelitos.
En esa tradición libertaria de la izquierda, el Partido Socialdemócrata citó esta semana a un foro en el Congreso federal para discutir su despenalización.
Descontando las intervenciones de los expertos, que aportaron cifras duras y opiniones informadas, el tono que imperó fue más que cauteloso, tímido. Un foro donde nuestros funcionarios y legisladores lograron el increíble achicamiento de una idea de consecuencias grandes a un manojo de cinco gramos de hierba.
2. Primero fue la rápida descalificación de la propuesta de parte de la Secretaría de Gobernación. Su representante, la doctora Blanca Heredia, concluyó que “…aun en el supuesto de que la legalización (de la mariguana) permitiese eliminar o revertir sensiblemente la rentabilidad de esa línea particular de negocio... resulta difícil imaginar que ello hiciera posible terminar con los muchos otros componentes de los cárteles criminales, tales como tráfico de armas, lavado de dinero, la trata de personas, el secuestro, entre otros”.
Lo que puede traducirse así: como la despenalización no resuelve todo el asunto del crimen de golpe, hay que seguir intentando resolverlo todo a balazos.
Luego, el conservadurismo infértil del PAN. Los panistas le negaron al “demonio” de la humilde planta de la cannabis incluso las virtudes que universalmente se le reconocen. No, no sirve para tramar textiles o hacer papel, y los médicos de California, donde su uso terapéutico es legal, se equivocan cuando la recetan como anestésico cutáneo, como relajador de los globos oculares en los enfermos de glaucoma o para abrir el apetito de los cancerosos sometidos a quimioterapias.
Y por fin, el decepcionante milimetrismo del Partido de la Revolución Democrática, que en un pestañeo de coquetería a los chavos que fuman la hierba esfumó lo que la iniciativa tenía de prometedor para avanzar en la derrota del crimen organizado.
“Lo que no queremos es la criminalización de los jóvenes por consumir o portar mariguana”, dijo el coordinador de los diputados perredistas, el doctor Javier González Garza.
Traducción: la posesión de algunos gramos de mariguana para consumo personal podría ser legal, digamos los cinco gramos que pesa un carrujo típico, pero seguiría siendo prohibido venderla, distribuirla y cultivarla. Por lo tanto: el precio de la mariguana no se desplomaría; su cultivo, transportación y venta seguiría por fuerza quedando en manos del crimen; y liberados del temor a la policía, los consumidores aumentarían.
Puede uno imaginarse a El Más Loco del cártel de La Familia enviando tres canastas de flores. Una a la dirigencia del PRD, otra a la dirigencia del PAN, otra a la Secretaría de Gobernación; las tres canastas con la misma breve nota: Gracias por no comprender.
Pero en un ejercicio (más bien esforzado) por no ser pesimistas, coincidamos con el maestro Luis Astorga en que al menos el tabú que rodea a la mariguana se está resquebrajando y este puede haber sido el inicio de un debate más largo y atrevido.
Acabado el forzado optimismo, deses-perémonos con un Congreso experto en cortarle las alas a las reformas; experto en entibiar el entusiasmo; y lo dicho: en reducir una opción a más muertos y secuestrados en cinco gramos de mota.
Nuevas ideas para derrotar al crimen han ido volviéndose visibles. Se necesita parar el paso de las armas con que el crimen habilita a sus sicarios. Se necesita congelar sus redes financieras. Se necesita extraditar a sus capos ya encarcelados. Se necesita rehacer las policías. Se necesita, en suma, que el Estado aproveche por fin sus ventajas de ser Estado.
Ojalá estas ideas hubieran sido aplicadas antes de una guerra frontal, pero aunque tardías son prometedoras, y parecen estarse calibrando en el gobierno (parecen estarse calibrando, porque de cierto no se sabe). Es ahora que oportunamente la izquierda toma de sus archivos una idea ya varias veces antes propuesta, con más o menos seriedad: es necesario despenalizar la mariguana.
La idea parecerá a muchos drástica, pero los tiempos terribles que vivimos requieren de ideas drásticas. Es una drástica y buena idea por dos razones.
La primera incumbe a la guerra. El negocio de la mariguana constituye la mayor fuente de ingresos del narco mexicano. Un ingreso que, según el especialista Luis Astorga, supera a lo que el narco recibe “por la combinación de cocaína, heroína y metanfetaminas”. Legalizada, el precio de la mariguana se desplomaría, amén de que empresarios lícitos participarían en su cultivo y comercio. Y cegada esta fuente de ingresos, calculada inciertamente, pero siempre en billones de dólares, el narco por fuerza se debilitaría.
La segunda razón incumbe de tiempo atrás a la izquierda. La mariguana es “la droga” más blanda del espectro de las sustancias tóxicas en uso. Sus daños al cuerpo se han comparado a los del alcohol y el tabaco. Produce adicción psicológica pero no física; no es un alucinógeno y, en lugar de violentar la conciencia, la lleva a una pasiva receptividad, a una hiper-sensualidad que propicia el erotismo y la imaginación.
El peor de sus males es que la hoja de la cannabis puede ser la puerta para las drogas duras. Una realidad estadísticamente probada, pero que acaso tiene que ver precisamente con que es una droga ilícita: que es vendida por los mismos dealers de las drogas duras y que no existe una cultura pública de cómo, cuándo y en qué medida su ingestión es puramente benigna.
Desde un punto de vista de una izquierda hedonista, puede argumentarse (y durante décadas la izquierda más libertaria así lo ha argumentado) que fumar mariguana debiera ser una libertad civil.
En todo caso, nadie puede negar que fumar mariguana o comer pastelitos especiales de mariguana sólo puede tener una víctima, quien la fuma y quien se come los pastelitos.
En esa tradición libertaria de la izquierda, el Partido Socialdemócrata citó esta semana a un foro en el Congreso federal para discutir su despenalización.
Descontando las intervenciones de los expertos, que aportaron cifras duras y opiniones informadas, el tono que imperó fue más que cauteloso, tímido. Un foro donde nuestros funcionarios y legisladores lograron el increíble achicamiento de una idea de consecuencias grandes a un manojo de cinco gramos de hierba.
2. Primero fue la rápida descalificación de la propuesta de parte de la Secretaría de Gobernación. Su representante, la doctora Blanca Heredia, concluyó que “…aun en el supuesto de que la legalización (de la mariguana) permitiese eliminar o revertir sensiblemente la rentabilidad de esa línea particular de negocio... resulta difícil imaginar que ello hiciera posible terminar con los muchos otros componentes de los cárteles criminales, tales como tráfico de armas, lavado de dinero, la trata de personas, el secuestro, entre otros”.
Lo que puede traducirse así: como la despenalización no resuelve todo el asunto del crimen de golpe, hay que seguir intentando resolverlo todo a balazos.
Luego, el conservadurismo infértil del PAN. Los panistas le negaron al “demonio” de la humilde planta de la cannabis incluso las virtudes que universalmente se le reconocen. No, no sirve para tramar textiles o hacer papel, y los médicos de California, donde su uso terapéutico es legal, se equivocan cuando la recetan como anestésico cutáneo, como relajador de los globos oculares en los enfermos de glaucoma o para abrir el apetito de los cancerosos sometidos a quimioterapias.
Y por fin, el decepcionante milimetrismo del Partido de la Revolución Democrática, que en un pestañeo de coquetería a los chavos que fuman la hierba esfumó lo que la iniciativa tenía de prometedor para avanzar en la derrota del crimen organizado.
“Lo que no queremos es la criminalización de los jóvenes por consumir o portar mariguana”, dijo el coordinador de los diputados perredistas, el doctor Javier González Garza.
Traducción: la posesión de algunos gramos de mariguana para consumo personal podría ser legal, digamos los cinco gramos que pesa un carrujo típico, pero seguiría siendo prohibido venderla, distribuirla y cultivarla. Por lo tanto: el precio de la mariguana no se desplomaría; su cultivo, transportación y venta seguiría por fuerza quedando en manos del crimen; y liberados del temor a la policía, los consumidores aumentarían.
Puede uno imaginarse a El Más Loco del cártel de La Familia enviando tres canastas de flores. Una a la dirigencia del PRD, otra a la dirigencia del PAN, otra a la Secretaría de Gobernación; las tres canastas con la misma breve nota: Gracias por no comprender.
Pero en un ejercicio (más bien esforzado) por no ser pesimistas, coincidamos con el maestro Luis Astorga en que al menos el tabú que rodea a la mariguana se está resquebrajando y este puede haber sido el inicio de un debate más largo y atrevido.
Acabado el forzado optimismo, deses-perémonos con un Congreso experto en cortarle las alas a las reformas; experto en entibiar el entusiasmo; y lo dicho: en reducir una opción a más muertos y secuestrados en cinco gramos de mota.
No comments:
Post a Comment