Tuesday, September 01, 2009


Una incursión al aterrador mundo de la prostitución infantil.

Por Alejandro Almazán / enviado
aalmazan@m-x.com.mx
Fotoarte: Marcos González / Fotografías: Eric Miralrío
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El mundo de la prostitución infantil en México, y en particular en Acapulco, es mucho más negro y aterrador de lo que uno imagina. Un pequeño ejército de 2 mil niños, algunos de cinco o siete años de edad, prostituyéndose todos los días en ese puerto, muchos de ellos en busca de dinero para drogarse, es algo difícil de asimilar. Los casos están ahí, a la luz del día, como los niños en el Zócalo, las niñas en la playa, en Caleta o en el Malecón. A casi nadie le importa rescatar de los garfios del Acapulco pederasta, depredador, cínico e insensible a esos niños. Qué tristeza. Esta es una inmersión al inframundo de los Acapulco kids.

A
capulco, Guerrero.- La
primera vez que Jarocho
me ofreció a una niña por
300 pesos le dije que sí, que a eso había ido al Zócalo
aquella noche. El tipo, que cuidaba autos frente al
Malecón, se echó la franela al hombro y sonrió de
tal manera que los dientes le brillaron en el oscuro
rostro, reventado por el acné. Luego, cuando se
dispuso a traerla de un callejón, dije que no, que
mejor volvería más tarde.
–De una vez, brother, el yate llega a la una de
la mañana y ahí vienen gringos ya rucos que se
llevan a las más morritas. Orita hasta te puedo
conseguir una de nueve o diez años –dijo con cara
de “tú me entiendes, no te cuento nada nuevo”, y
sentí tremendo retortijón en el estómago.
–Regreso antes de esa hora, nada más no vayas
a fallar.
–¿Qué pasó, brother? Los hombres sabemos
hacer negocios. Y como me caíste a toda madre,
te la voy apalabrar pa que te dé un servicio chingón.
Ái tú te arreglas con ella si quieres cosas más
perversonas.
Volví después de que el yate Aca Rey había
tocado tierra firme. Entonces supe que Jarocho
sólo era un mero cazador de clientes, que trabajaba
para un proxeneta y que la niña que llevaría esa
noche se llamaba Allison. Era adicta a la piedra
–esa droga barata que embrutece más que otras– y
no pasaba de los 12 años.
b c m
Un día Acapulco se cubrió de verde y de cerdos
salvajes que desafiaban los caminos de tierra. Las
gargantas de los pescadores toltecas cantaban a
los dioses, los bambúes crepitaban con el viento
y los mangos petacones engordaban. Mil años
después, los aztecas traerían la plaga hasta que
Hernán Cortés y su gente la aplastaron a su vez
con la gonorrea y la virgen de La Soledad.
Luego de 500 años de ensangrentar destinos,
llegaron los grandes edificios a la bahía y dividieron
la ciudad en dos: la cara bonita y el patio trasero.
Agustín Lara le cantó a María Félix, Pedro Infante
compró casa y Tintán amó al puerto por siempre.
Entonces cayó el nuevo milenio y bajo el brazo
trajo un racimo de pedófilos estadounidenses y
canadienses que se hartaron de que en Cancún
los señalaran. Ellos fueron los que corrieron la
voz y, al poco tiempo, Acapulco se transformó en
el paraíso de la carne más joven.
Desde entonces, los pederastas acarrearon
consigo padrotes intocables, madrotas disfrazadas
de mujeres abnegadas, nuevas estadísticas del VIH,
tendejones para emborrachar a las niñas, revólveres,
pobreza de la que unos se enriquecen, vientres
abiertos, noches para velar a los chicos, home pages
para ver el mapa y saber dónde encontrar niños;
hoteleros y taxistas para el trabajo sucio. Rencor
y noches y días de ajetreo.
Han traído hordas de niños al Malecón, al
Zócalo, al canal que lleva las aguas negras a Hornos,
al Oxxo que está rumbo a Telecable, a la Soriana
de la Costera, a las canchas de la CROM, al asta
bandera, a Caleta y Caletilla, a la barda del restaurante
Condesa, a la vuelta del salón de belleza
Xóchitl, a la calle La Paz, al hotel Real Hacienda, al
puente de la Vía Rápida, al semáforo de Aurrerá, a
La Redonda que todos conocen como Las Piedras
de la Condesa, a la playa que Cortés bautizó como
Puerto Marqués, y a los puteros del centro.
Y es por ello que la Unicef califica ya a Acapulco
como la ciudad mexicana número uno en lo que
a prostitución infantil se refiere. Ha desbancado a
Cancún y a Tijuana.
En estos mil 882 kilómetros cuadrados se
concentra casi todo lo que necesita un pederasta:
playas increíbles, droga barata y en cantidades
pasmosas, ojos que nunca ven y bocas que nunca
hablan, hoteles 50% off, un bando municipal que
estipula que en Acapulco no se multa a los turistas,
prostíbulos donde la mayoría de edad se alcanza
desde chicos, padres que piensan que los hijos son
moneda de cambio, y niños, muchos niños, que
por un bote de PVC o un poco de mariguana están
dispuestos a encarar la vida y despistar la muerte
con sus cuerpos.
b c m
En las callejuelas del centro, esas que suben dolorosamente
hacia el cielo, está el bar Venus. Es una
construcción vieja de dos pisos, pintada de mala
gana. Es de un naranja parecido con el que Van
Gogh pintó el melancólico cuadro The Old Tower
in the Fields. La desvencijada puerta es azul, como
si quien la cruzara fuera directo al paraíso. Pero no:
los ventiladores giran sin énfasis, hay mesitas de
lámina extenuada y los clientes son una bola de
infelices a los que sólo les queda emborracharse
para combatir el calor y la tristeza. Quizá lo más
deprimente sea la pista donde bailan las mujeres de
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vientres poderosos: es una enorme ostra de concreto
que arroja luces rojas y verdes. Todo aquello
parece sacado de las películas o de los cómics de
Alejandro Jodorowsky.
Mía bailaba en el tubo como una boa adormecida
mientras de la rocola salía la voz de Noelia
con eso de “tú, mi locura, tú, me atas a tu cuerpo,
no me dejas ir”.
Mía, que en realidad se llamaba Ariadna, había
cumplido los 14 años el 3 de septiembre pasado y
estaba orgullosa de su edad porque eso le ayudaba
a que los clientes se pelearan por ella.
Intentó sentarse en mis piernas y la mandé
a la silla.
–¿Qué, eres joto? –preguntó con un hablar
pastoso. Ya estaba algo ebria.
–No, pero tienes la edad de mi sobrina –y Mía
miró como si me hubiera vuelto loco. Luego, ordenó
una cerveza mientras enumeró sus reglas:
–Me tienes que dar
40 pesos por estar aquí
contigo; con eso ya pagas
mi cerveza. Si quieres algo
más, allá atrás hay cuartos.
Cuestan 100 pesos y yo te
cobro 200. Si quieres que te
la chupe, son 100 más.
–A mí sólo me gusta
platicar, soy reportero.
–Bueno, dame los 40
y platicamos.
Al sacar el dinero la
miré bien: los ojos, de negro
intenso, casi se perdían
en la cara; estaba maquillada
como los muertos,
tenía papada, los pechos apenas le estaban creciendo
y su cuerpo rechoncho era de un irreparable
color cobrizo.
Pagué. Entonces Mía me contó que ese nombre
se lo puso ahí un viejo, amigo de la patrona. A ella
se le hacía muy estúpido, pero debía aguantarse.
“Yo hubiera escogido un nombre como Esmeralda
o algo así”. Era de Tierra Caliente, pero había llegado
a Acapulco hace medio año para trabajar en
un Oxxo, pero cuando le dijeron que en el Venus
podía ganar 800 pesos al día mandó al diablo la
idea de ser una cajera vestida con uniforme rojo con
amarillo. “Ahí en el Oxxo iba a ganar como 50 pesos
y a mí me gusta comprarme ropa”. Su mamá no
sabe a qué se dedica y, si lo supiera, no le preocupa:
“Porque yo la mantengo a ella, a mi abuelita y a
dos sobrinos; como mi papá se fue a California y
nunca regresó, necesitamos el dinero”.
Prostituirse no le quita el sueño. “En mi pueblo
venden a las mujeres desde chiquillas, con eso
pagan la tele que compran o las cervezas que no
pagaron”. También dijo que le gustaría probar
las drogas y que un día quiere ser actriz de telenovelas.
No habló más porque un gordo, al que le faltaban
varios dientes y andaba todo andrajoso, la
llamó con la mano en la cartera para que se sentara
con él. Se bebieron una caguama como si ambos
desfallecieran de sed. Luego, cuando en la ostra
gigante bailaba una mujer que parecía haber ido
con un carnicero a que le hiciese la cesárea, el tipo
se llevó a Mía. Fueron a los cuartos.
b c m
–Mañana tendré dos chicos; acá nos vemos y te
paso a uno.
Andrew tendrá unos 60 años y sus tres hijos
ya le han dado cuatro nietos. Su segunda esposa,
según contó, es 10 años menor que él y jura quererla
igual que el día en que se conocieron. Puede que
sea cierto. Andrew tiene cabello blanco, su piel
está lo bastante bronceada como para parecer
un trozo de marlin ahumado, y sus ojos son de
un gris encendido. Su español es mordisqueado,
pero da para platicar.
Supuestamente vive en Boston y trabajó en un
pub donde los hombres le confiaron nostalgias y
proezas de machos. Yo hice eso para acercarme a
él mientras comíamos un cóctel de camarones en
la playa Caleta. Andrew fue el único gringo que
creyó que los niños también eran mi debilidad.
Los otros con los que intenté conversar fueron
displicentes y no sirvieron de mucho.
Desde hace unos cinco años, cuando Jean
Succar Kuri calentó Cancún, Andrew entró a las
En estos mil 882 kilómetros se concentra casi
todo lo que necesita un pederasta: playas increíbles,
droga barata, ojos que nunca ven y bocas
que nunca hablan, prostíbulos donde la mayoría
de edad se alcanza desde chicos y muchos niños
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páginas de los pedófilos en internet y supo a dónde
emigrar: Acapulco. Y, sobre todo, a la playa
Caleta.
–Me dijeron que en Caleta uno consigue niños,
pero no sé cómo –le solté cuando Andrew combinaba
los camarones con una cocacola de dieta.
–Es fácil –dijo con el tono de quien no miente–.
Hay que tratar con aquellas mujeres –y señaló a las
indígenas que aquella mañana vendían artesanías
mal hechas y otras baratijas.
–¿Y qué les tengo que decir? –pregunté a Andrew
y él me miró como quien le tiene lástima a
un pordiosero.
–Cómprales algo de lo que venden o dales para
que vayan a comer; el chico ya va en el precio.
–Como el desayuno…
–Sí, como la barra libre.
Para ser honestos, no supe si hablar más o
propinarle ahí mismo un puñetazo. Nos quedamos
callados porque no se nos ocurrió otra cosa y miramos
el mar y sus virutas. Por ahí pasó un par de
viajeros con mochilas al hombro, un tipo que vendía
raspados, una costeña que hacía trencitas, un viejo
que alquilaba cámaras de llanta para usarlas como
flotadores, un par de pescadores que mostraban
mojarras de 10 kilos, un matrimonio con su hijo en
brazos, y unos niños que, como si fuesen cachorros,
se revolcaban en las olas. A ellos, Andrew los
escudriñó como hacen los críticos de arte.
–No les digas a las mujeres que eres mexicano,
mejor háblales en inglés –Andrew rellenó
el silencio.
–No me lo creerían. Creo que ya me jodí.
–Mañana tendré dos chicos; acá nos vemos y
te paso a uno. Son tan inocentes…
–¿Y hoy no se puede?
–No, anoche fue de locos –replicó y ordenó
media docena de ostiones con unas gotas de salsa
Tabasco.
Cuando me despedí para no verlo nunca más,
fui con algunas indígenas y, aunque hablaron en
su lengua, entendí que me fuera al carajo.
Con la misma importancia me trató el salvavidas
de la playa. Usó una lógica absurda y cínica
para responder por qué no hace nada contra
tipos como Andrew: “Yo nomás cuido que nadie
se ahogue”.
PD: En el DIF municipal, Rosa Muller, una mujer
con un corazón enorme, había contado que las
indígenas tienen el hábito de vender a sus hijos a
los extranjeros. A mexicanos no. Quién sabe por
qué. Otro dato: Adriana Gándara, funcionaria
del Centro de Atención a Víctimas de Delito de la
PGR, ha dicho que al menos la mitad de los más
de dos mil niños que se prostituyen en Acapulco
son indígenas.
b c m
Agenda Amarilla del Novedades, El diario de la
familia guerrerense. Viernes 21 de noviembre. Dos
anuncios:
¡¡Chavita de secundaria!! Tiernita, Bebita
hermosa y sexy. ¿Qué esperas?
Chiquilla bonita. Soy estudiante de secundaria.
Delgadita. Bustona. Llámame.
Los Acapulco Kids
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Llamé de un teléfono público. En el primer
anuncio contestó un tipo que sabía su negocio. No
recuerdo el nombre de la niña que ofrecía, pero la
describió con tal labia que no dejaba resquicio alguno
para creer que no existía cintura más delgada ni
trasero más redondo y levantado que el de ella.
–Me hablas de una mujer de calendario, compa.
¿Estás seguro de que va en la secundaria?
–Te lo juro por Dios, carnal. La chamaca está
garantizada, por eso te la estoy dejando en mil
500 pesos. Ira: ella va a tu hotel y después de dos
horas me la regresas.
–Deja hospedarme y te llamo otra vez.
–Pásame tu celular.
Le di un número viejo que dejé de usar.
En el segundo anuncio clasificación XXX
respondió una mujer con voz de niña. Suponiendo
que sí era una estudiante de secundaria, dijo
llamarse Lulú, se jactó de tener experiencia y
reiteró que estaba dispuesta casi a todo. Cobraba
2 mil pesos y 500 más por tener sexo anal. Nada
de fotos, nada de video.
–Estoy hospedado en el Mayan Palace –mentí–.
¿Y si no te dejan entrar?
–Ya he ido ahí. No te preocupes, me gusta su
alberca, está bien grandota.
–Pues deja pensarlo y te busco.
–Anímate ya, más tarde voy a estar ocupada.
El Zócalo de Acapulco
34 | EMEEQUIS | 01 de diciembre de 2008
–¿Y no te da miedo que sea un asesino o algo
así? No me conoces.
–Tú tampoco.
–¿Y si te dijera que soy reportero y ando contando
historias de niñas como tú?
Colgó.
b c m
Tú ponle ahí que me llamo Manuel. Tengo 16
años, pero me prostituyo desde hace 10, cuando
me salí de la casa porque mi mamá nomás quería
a mi padrastro, un viejo cabrón que sabe que si se
mete conmigo mi banda de Ecatepec le pone en
su madre. He andado por el DF, Hidalgo, Puebla,
Veracruz, Cuernavaca y Chilpancingo. Aquí, a
Acapulco, ya tiene que llegué como desde 2004.
Y está chido.
[Estamos en el albergue del DIF municipal llamado
Plutarca Maganda de Gómez, una religiosa a la que
nadie recuerda. Aquí llegan los niños prostitutos
que la directora del lugar, Rosa Muller, busca en
las calles de Acapulco para darles comida, ropa,
dejarlos que se duchen y, si quieren, vivir hasta
que cumplan los 18. Ningún chico es obligado a
quedarse.
Manuel es uno de esos niños que entra y sale
del albergue dependiendo de las ganas que tenga
de drogarse. Para comprar piedra y mariguana,
con lo que le fascina dinamitarse el cerebro, sabe
que debe cumplir con el círculo vicioso de escapar,
prostituirse, comprar su cóctel letal y ropa nueva
que le ayuda a alardear entre la banda de que él ha
triunfado; luego vuelve al albergue.
Cuando está afuera, gana unos 6 mil pesos a
la semana. A él se le hace una fortuna.]
En esto siempre hay clientes. La mayoría son
viejos, pero hay de todo: gabachos, de Canadá,
franceses y mucho mexicano. No es cierto que
nomás los turistas de otros países nos busquen.
Hay batos más dañados. Checa: está el payaso del
Zócalo, el Chapatín; ese nomás quiere que uno le
dé y nos regala drogas. Está el del Tsuru gris; es de
Cuernavaca, le cae una vez al mes y levanta a dos
o tres; paga bien. Está otro cabrón de la taquería
Los Tarascos. Está un güey del hotel Real Hacienda
que nos deja dormir y él tiene mucha piedra y
PVC. Otro güey es uno que anda en una moto rojo;
también es padrote. La que también le entra duro
es una doña que luego vende burbujas de jabón en
el centro; a ella le gustan las niñas y es madrota de
mayates. Y está Fátima, una gringa ya señora que
vive por el Fiesta Inn.
[Manuel no tendría por qué mentir, así que es
mejor seguir escuchándolo.]
El precio que manejamos casi todos es de 200
pesos, más 100 por quedarnos a dormir. Los gabachos
y las gabachas dan más: 400. Y lo chido
también de ellos es que te llevan al parque Papagayo,
a Recórcholis o se hospedan en hoteles
bien chingones. Yo he ido al Avalón, al Hyatt, al
Presidente, al Emporio y al Princess. Son muy
bonitos. Pero no creas que me apantallan los gabachos.
Sé inglés. Bueno, me defiendo. Sé decir
cómo me llamo, mi teléfono, de dónde soy y todas
las groserías. Así conquisté a una gringa. Tenía
como 50 años. Es la gabacha más vieja con la que
he estado. ¿La más chica? Una de 30, cuando yo
tenía como ocho años.
[Manuel trae el cabello teñido de las puntas. Es
un chico pura fibra con una mirada zigzagueante.
Presume sus jeans Fubu o algo así, como si fuesen
unos Versace. Lleva dos días sin drogarse.]
Eso es lo que no puedo dejar: las drogas. Los
chochos no me gustan porque me amensan. Los
hongos me ponen tonto y la coca me quita el sueño.
Por eso prefiero la mariguana y la piedra. Unos
se paniquean con la piedra, creen que los andan
siguiendo, se les entume el cuerpo; a mí no. Ni
siquiera me ha dejado loco. Ah, porque la piedra
es cabrona. Muchos de la banda se han quedado
idos, bien babosos. Con esos ya ni puedes platicar.
Ni les entiendes lo que dicen. Pero te decía, con la
mota y la piedra la hago. A veces también al PVC,
pero poco porque se me mete el diablo. A ese le
hago porque la lata cuesta 50 pesos y a mí, el de la
ferretería, me lo da a 35. Es que hay noches que me
quedo con él y me lo da más barato.
[Mientras habla, Manuel bosteza y parpadea
como si lo hubieran sacado a patadas del sueño.
Se despertó hace cosa de media hora. Por ahí de
la una de la tarde.]
¿Qué más te puedo decir? Pues que aquí me
ha tocado ver muchas muertes. A un jotito con el
que me juntaba lo treparon a un carro y lo apuñalaron.
No sé si eran sus clientes, pero yo vi caer
al bato. Otro se murió de cáncer y una morrita
de sobredosis. Ángel, el gordo, murió de sida. Yo
hasta eso soy negativo. Aquí en el albergue nos
hacen la prueba a cada rato. No le tengo miedo al
sida. Soy un cabrón con suerte.
Los Acapulco Kids
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Allan García, uno de los editores de La Jornada
Guerrero, tiene una memoria implacable para los
datos duros y escalofriantes:
* Hay paquetes exclusivos para pederastas
que incluyen hotel y niño. Costos: de 200 a 2 mil
dólares, según el grado de pubertad. El chico sólo
recibe 20 dólares.
* Desde los cinco años se prostituyen. A los
18 ya no sirven.
* Los que controlan la prostitución infantil en
Acapulco son, sobre todo, tailandeses.
* Después del turismo y la venta de droga, la
prostitución infantil es la actividad que deja más
ingresos en Acapulco.
Allan recuerda bien esas cifras porque hace
menos de un mes, durante la semana que el DIF Acapulco
organizó para hablar
del tema, los funcionarios
locales de la PGR abrieron
sus bases de datos.
En esas reuniones
también se contó la historia
del autobús con un
azteca grabado en el parabrisas.
Circula por todos
lados, menos en su ruta.
No levanta pasaje. Suben
niñas que se van con hombres
decrépitos cada vez
que el camión se detiene.
De hecho, a la hora de lavar
el bús, en el río El Camarón,
las chicas se pelean
por hacer la limpieza porque el chofer no paga
con dinero. Paga con droga y clientela que gasta
a puño suelto.
b c m
Eric Miralrío, un acapulqueño que sirvió de guía
al reportero, sugirió que buscáramos a Nayeli en
el Malecón. La conocía porque apenas este año le
había tomado algunas fotografías durante la realización
de un documental. Por lo que le escuché
decir, la chavita no pasaba de los 16 años, a los 13
fue mamá y su padrote le pegaba para imponer
respeto. Parecía un gran personaje.
La segunda noche en que la buscamos, otro
niño de la calle llamado Chucho nos dijo con su
lengua drogada que a Nayeli la habían asesinado
de 25 puñaladas. Ya no dijo más porque el PVC lo
traía hecho un zombi.
Un día después, Rosa Muller, la directora del
albergue del DIF municipal, contaría la historia
de una Nayeli que resultó ser la misma que Eric
conocía.
Y esto es lo que viene en la libreta de apuntes:
Nayeli era una costeña que desde que nació fue
linda. Antes de cumplir los siete años ya era parte
del catálogo que un padrote mostraba a los clientes.
A los 13, el proxeneta la hizo madre y le quitó
el bebé porque le dijo que una adicta como ella lo
terminaría matando. Nayeli se la pasó en las calles
hasta que un chico de la banda se enamoró de ella
y juntos lograron rentar un cuartucho allá por las
fábricas. A principios de mayo pasado, salió drogada
de su casa y se la tragó la tierra. Los reporteros de la
nota roja la encontraron tirada en las calles, con 25
puñaladas. También la degollaron. Muller se enteró
del asesinato por las páginas de El Sol de Acapulco,
el diario que contabiliza a los muertos.
Lo que las autoridades llegaron a saber es
que, por unos cuantos pesos, Nayeli delató un
quemadero (lugar donde se consume droga). Y
los traficantes no perdonan esas cosas. Cuando
el DIF quiso recoger el cadáver en el forense para
entregárselo a la familia, ya había desaparecido.
Nadie quiso saber más del asunto. Muy pocos le
lloraron.
b c m
Esa mañana la radio dijo que Acapulco estaría
fresco, a no más de 33 grados. A Samy, sin embargo,
el sol le caía como un piano en la cabeza:
traía una tremenda resaca. Lo conocí en la playa
Condesa porque un pescador con un ojo de vidrio
llegó a ofrecer de todo: ostiones, el paseo en el
paracaídas, hasta que aterrizó en el asunto de la
mariguana y los niños.
–Conozco a los jotitos de Las Piedras, le puedo
Dos datos duros: 1) hay paquetes exclusivos para
pederastas que incluyen hotel y niño. Costos: de
200 a 2 mil dólares, según el grado de pubertad.
El chico sólo recibe 20 dólares. 2) Desde los cinco
años se prostituyen. A los 18 ya no sirven
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decir a uno que venga acá contigo o, si quieres, te
lo puedes coger ahí mismo, no hay pedo. Todo
mundo lo hace ahí.
Samy traía un pantaloncillo rojo, la playera
en el hombro y una sed endemoniada. Le dije que
era reportero desde el arranque. Quién sabe si
pudieron más las ganas de beberse una Yoli, pero
se quedó un rato.
Primero dijo que nada más había ido a Las
Piedras porque le urgía dinero. Pero ya en el tren de
confesiones, presumió que su mejor experiencia fue
con una pareja de cubanos, hace un año: mientras
él recorrió el cuerpo de la mujer, el hombre lo grabó.
Le dieron 100 dólares y con eso se fue a nadar al
parque de diversiones Cici, comió en una taquería
del centro, se compró dos camisetas y lo demás se
lo inhaló. Dejó en claro que no era homosexual: “Yo
nomás doy y tengo novia”, remarcó con la pose del
Valiente de la lotería.
–¿Y usas preservativos? ¿Te cuidas?
–No me quedan.
Se fue hundiendo sus pies en la arena.
No lo he mencionado, pero Samy tiene nueve
años.
b c m
Si Rosa Muller se lo propusiera, probablemente
sería capaz de contar un millar de historias.
Por ella me enteré cómo Yahaira, una niña de
Pachuca, llegó un día hasta la casa de Muller con un
pastel de cumpleaños, una pierna gangrenada, una
tuberculosis invencible y un VIH que le arrojaba
dardos a las últimas defensas de su organismo.
Murió hace un par de meses.
Otra historia que le duele a Muller es la de Oliver,
de 12 años. Hasta hace unas semanas, además
de prostituirse, se dedicaba a vender drogas. Se le
hizo fácil consumir y no pagar al dueño del negocio.
Para que escarmentara, para que entendiera que
eso no se hace, lo amarraron con cinta canela a un
árbol. En 15 días, sólo le dieron agua, sopa de pasta
y un centenar de golpes. Así llegó al albergue. A los
médicos les llevó varios días salvarle las manos y
a él cinco minutos volverse a escapar. Muller, que
sabe por qué dice las cosas, jura que a estas alturas
Oliver debe estar muerto.
La historia más atractiva, sin embargo, es la
de la propia Muller. Es decir, la de Mamá Rosy,
como todos los chicos la llaman.
Resulta que su hijo, hoy de 13 años, solía ir a un
internet ubicado atrás del hotel Oviedo, en pleno
centro de Acapulco. Iba ahí porque le prestaban
el play station sólo por dejarse tomar fotografías.
Además, como el dueño del lugar le decía que en
la casa de Mamá Rosy había fantasmas, al chico
no le interesaba volver a su recámara si su madre
no se encontraba.
Un día, a Mamá Rosy le llamó la atención que,
súbitamente, su hijo fuese huraño, sudara por
las noches y hablara de espíritus malignos a los
que nadie podía derrotar. La curiosidad la llevó a
indagar y a saber que en el café internet siempre
había muchos extranjeros que a simple vista no
resultaban nada confiables. Con el tiempo, contactó
a la policía cibernética de la PFP y en pocas semanas
se descubrió que aquel café internet era el centro
de operaciones de una banda de pederastas.
En abril de 2003, las autoridades arrestaron a
18 pedófilos, 12 de ellos extranjeros, y rescataron
a 10 niños. Entre los detenidos iba Enrique Meza
Montaño, hijo del entonces regidor por Convergencia,
Óscar Meza Celis. Enrique fue el único que
obtuvo su libertad a las pocas horas. No importó que
él, de 29 años, fuese el dueño del internet llamado
Ikernet ni que fuese arrestado cuando estaba en
compañía de dos menores.
A los otros, la PFP los presentó como parte de
una banda que operaba en Europa, Estados Unidos,
Canadá y México, además de vincularlos con dos
artistas de la pedofilia: Robert Decker y Timothy
Julian, ambos sentenciados en cárceles californianas.
La edad promedio de los detenidos era de 65
años. Un par de ellos tenía VIH y se “suicidarían”
después en las mazmorras acapulqueñas.
Ese hecho marcó a Mamá Rosy y fundó una
ONG para proteger a los niños. De la gasolinera de
su familia sacó los recursos y los chicos la fueron
queriendo.
Pronto su nombre empezó a circular en el
puerto y en 2005, cuando llegó Félix Salgado Macedonio
a la alcaldía, éste la nombró directora del
albergue Plutarca.
El próximo 31 de diciembre terminan los tres
años de Mamá Rosy. Los chicos están tristes,
dicen que volverán a las calles porque nadie los
ha cuidado como ella. Muller, de ascendencia
alemana, tiene pensado rentar una casona vieja
para llevarse a los niños. “Ya veré cómo le hago,
pero no quiero dejarlos, son presa fácil”, dice
mientras se acomoda sus anteojos para la miopía.
Lo que sí es un hecho es que su hijo poco a poco
ha ido saliendo. Ya no ve fantasmas.
PD: El pasado miércoles 26 de noviembre, la estadounidense
Patricia Katheryn O’Donovan denunció
que el neozelandés Murray Wilfred Burney,
también conocido como Mario Burney, estaba
reclutando a menores de edad para reorganizar
Los Acapulco Kids
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la red de pederastas que Meza Montaño y otros
dejaron a la deriva.
b c m
Yo era de ésas que andaba vendiendo droga. El
buenero (narco) hasta me dio una pistola para
defenderme. Era una 22, bien perrona. Le entré
porque a mí no me gustó eso de acostarme con
los gringos. Bueno, lo que pasa es que un día uno
me pegó y ya no quise. De ahí les tiré la onda a
las mujeres, pero hubo una, creo que era de Italia
porque hablaba bien chistoso, que se puso bien
loca en el cuarto, como que quería matarme. Era
flaquita y yo, ya ves, pues estoy llenita, así que le
puse unos madrazos y me fui. Por eso me metí de
dealer. Bueno, me metieron.
¿Cómo te explico? Aquí hay mucho buenero que
nos agarra para vender porque a nosotros no nos
meten a la cárcel, nomás nos quitan la droga y
nos dan unos zapes. Y le entras porque le entras.
Si no quieres, te pegan. Dicen que a uno hasta lo
mataron. Ya luego me harté y mejor me vine al
albergue. No sé qué haré ahora que Mamá Rosy
se vaya. Es todo lo que puedo contar. Tengo una
vida aburrida.
[Silvia, se llama Silvia. Para tener su edad, 14
años, es lo bastante fuerte como para destrozar
un piso entero en un arrebato. Le gustaría tener
una muñeca.]
b c m
Yo soy Norma. Crecí en Tepito, ahí en la calle de
Jesús Carranza. Me fui de ahí porque mi mamá se
murió. Tenía sida. Yo digo que mi papá la contagió;
siempre fue muy mujeriego, pero quién sabe, mi
mamá también tuvo sus novios y cuando andaba
drogada no se fijaba.
El bar Venus
38 | EMEEQUIS | 01 de diciembre de 2008
[Otra vez en el albergue Plutarca. Otra historia.
Otra niña invisible. Otro cigarro para aguantar.]
De lo otro, de cómo empecé a prostituirme,
no me gusta hablar. Me da ansiedad. Pero ya estoy
aquí, ya qué. Me voy a abrir. Mamá Rosy nos ha
dicho que lo hablemos, que eso que trae uno es
como una piedra en el zapato o como un anillo que
se nos atoró en el dedo. A ver, ahí te va.
[A Norma, de 16 años, le han estado sudando
las manos desde que sentó. Se la ha pasado secándolas
sobre el short de basquetbolista que viste.
Trae el cabello mal cortado, como si alguien le
hubiese mordido la cabeza. Huele a jabón barato.
Hace bombas con el chicle y tiene una sonrisa
exacta.]
Tendría que empezar a contar que a los seis
años me violó un primo. Luego, como a los ocho,
me violó un tío, hermano de mi papá. Ya tenía
como 11 años cuando mi papá llegó drogado y quiso
hacérmelo. Sólo Dios sabe por qué no pudo. Si me
lo hubiera hecho, seguro yo también tuviera sida.
Desde ahí ya no me gustaron los hombres. Me dan
asco. Pero hace como cuatro años cuando llegué
a Acapulco, me dijeron que había señores que se
acostaban con la chamacada. Yo, al principio,
no quise. Luego ves que les regalan cosas y que
la banda trae dinero. Entonces dije “chingue a
su madre, le entro”. Eso sí: siempre lo he hecho
bien drogada. Como que en mi juicio no se me
da, hasta me dan ganas de vomitar. La bronca es
que luego ni te acuerdas de lo que te hicieron. Yo
luego he despertado con dolores en todo el cuerpo
y con moretones. Con quienes sí me ha gustado,
la verdad, es con las gringas. A ellas sí se los hago
como con amor. Había una que me buscaba mucho.
Ella me regaló un celular y ropa. Me dijo que quería
llevarme a Estados Unidos para que viviera con
ella, pero ya nunca volvió.
[Norma se levanta, dice que va al baño. Se
ve rara, ansiosa, sin saber por qué. Todo empezó
porque le pregunté si ese tatuaje mal rayado que
dice Faby era en honor a la gringa y ella dijo que no,
que Fabiola es una historia que ahora que vuelva va
a contar. Regresa y cumple con su palabra.]
Fabiola fue mi novia, pero me hizo como trapeador.
Era una cabrona. Decía que me quería y
andaba con hombres. Yo le lloré, le dije que mi hijo,
ah, porque tengo un hijo de cuatro años que no he
visto hace mucho, necesitaba una mamá como
ella. Le valió madre. Nomás me engañó. Hasta los
papás de ella me querían, decían que algo como
yo era lo que Fabiola necesitaba. Ahora la odio
y amo a Diana, la chava que hace rato vino acá
con su bebé. Diana sabe que ahora que termine de
estudiar enfermería voy a cuidar de ella y el bebé.
Lo malo de Diana es que todavía actúa como una
niña y luego no sé ni lo que quiere.
[Intempestivamente, Norma me pregunta que
si ya se puede ir. No puedo obligarla. Al poco rato,
la psicóloga llega como un ventarrón con la mala
noticia de que Norma se ha enterrado las uñas en
la cara y que se la ha pasado quemando las cartas
que le escribió a Fabiola. Me siento un imbécil.
Mamá Rosy irá a tranquilizarla y Norma volverá
con el rostro sangrante. “No hay bronca, luego
me pongo locochona”, dice con el tono de quien
asume toda la culpa sin tenerla. “Ahorita me curo
yo, ya me enseñaron en la escuela cómo hacerlo”.
Lleva medio curso para auxiliar de enfermera. Se lo
paga Mamá Rosy. Me dice que ahora que se reciba
vaya a su graduación.]
b c m
Frente al bar Barbaroja, en la playa Condesa, abordé
un taxi en la Costera Miguel Alemán.
–¿Tú sabes dónde puedo conseguir morritas?
–Ahorita, por la hora, nomás en el Tavares, el
Sombrero o en las casas de cita. Ya son las cinco
de la mañana.
–Pero tengo gustos raros: quiero niñas, o niños
–dije mirándole los ojos por el espejo retrovisor. El
conductor, como si le hubiera dicho que necesitaba
comprar un perro, buscó entre su celular ciertos
números de contactos.
–Conozco a un cabrón que tiene pura chamaquita.
Ya he trabajado con él, es seguro, no te roban
y todo es muy discreto. Deja llamarle.
Habló con tal desenvoltura que bien podría
renegociar el TLC.
–Dice que las tiene ocupadas. Es que ya es
tarde, el bisne hay que hacerlo a media noche.
Aliviado, me bajé en un hotel que no era el
mío. La cara del taxista, en la duermevela, no me
dejó en paz.
b c m
Es viernes por la tarde y en el zócalo de Acapulco hay
una cacofonía sostenida. Cuando mis padres me
traían yo sólo veía boleros libinidosos, indígenas
que se la pasaban expulgando a sus hijos, jóvenes
que llevaban en sus cabezas cubetas en equilibrios
Los Acapulco Kids
01 de diciembre de 2008 | EMEEQUIS | 39
imposibles, perros comiendo basura, al vendedor
de globos, una catedral cuya entrada olía a excremento,
basura y tamarindo; un puesto de periódicos
que sólo vendía malas noticias, la nevería,
policías que se la pasaban rascándose la cabeza, un
quiosco donde los gringos se tomaban fotografías
con las indígenas, como si las mujeres fuesen unos
macacos, y una acera de restaurantes donde uno
terminaba con diarreas interminables.
Hubiese visto ese mismo zócalo si no fuera
porque Mamá Rosy me hizo un croquis de lo que
uno nunca ve.
Entonces vi que, en efecto, la banca que está
frente al Oxxo es para que se sienten las mujeres que
buscan niño. Unos metros adelante, a la derecha
de sur a norte, hay otra banca que rodea un árbol.
Esa es para las niñas. Los pederastas lo saben muy
bien. Quien busca acción con manos infantiles
tiene que sentarse donde trabajan los boleros; la
mercancía llega sola. En la noche, con sacar el
celular y mantenerlo encendido, basta para que
los chamacos se ofrezcan. Ahí está la gorda que
vende burbujas, metida en unas mallas de lycra, al
lado de un tipo cuya cara parece retrato hablado de
la PGR. Es la misma a la que tanto las autoridades
del DIF municipal como los chicos ubican como
madrota. Vi la lonchería Chilacatazo atestada de
indígenas, pero no vi a gringos. Supuestamente,
ahí las indígenas ofrecen a sus hijos a cambio de
comida. Vi al viejo en short y zapatos que se la pasa
ejercitándose mientras escoge a qué chico llevarse.
Los extranjeros, sobre todo estadounidenses,
comen en El Kiosco. Se la pasan analizando a los
chicos como si fuesen catadores expertos.
Ni el mosquerío sabía de qué color ponerse
por la pena.
b c m
Alexa, Chucho y El Quemado hunden sus rostros
en los platos donde les han servido un vomitivo
alambre de carne al pastor. Estamos en una taquería
por los rumbos del Malecón.
Y como hablarán hasta que terminen de comer,
sólo queda verlos. Sobre todo a Alexa.
Es muy delgada. Dicen que no estaba así. Que
de un tiempo para acá trae diarreas. Su cabello
tiene un color pariente muy lejano del rubio. Es
casi negra. Trae una mochilita rosa donde guarda
la lata de PVC. Ella es la menor de los tres: tiene
17 años y una década en la calle. El Quemado y
Chucho, que ya rebasan los 20, contarán luego
que la niña es huérfana y que qué bueno, porque
sus padres le pegaban.
–¿Entonces qué quieres saber? –la voz de El
Quemado repta por las paredes.
–Todo lo que quieran contar.
40 | EMEEQUIS | 01 de diciembre de 2008
Alexa y Chucho, ya con el estómago medio lleno,
se rehúsan a hablar. Pero El Quemado, quien ha
perdido todo escrúpulo, resume la vida de ambos:
–A Alexa todo mundo se la ha cogido. Y el
Chucho ha sido mayate.
–Cálmate, güey –reprocha Chucho, un tipo
bajito que se cree luchador.
–Es la neta, ¿no? ¿Para qué nos hacemos pendejos?
Hay que decir las cosas como son.
–Pero ya no lo hago con hombres –se defiende
Chucho.
–¿Pero le hicistes, qué no?
–Nomás un tiempo, de los ocho a los 14
años.
Alexa se mantiene callada. Nada la hará cambiar
de opinión: dejará que El Quemado cuente lo
que quiera. No le importa.
–Aquí todos hemos sido mayates –dice El
Quemado–. Uno necesita el dinero. Neta que si
nos dieran trabajo dejamos esto, pero como que
le valemos madre al gobierno. Ve a la Alexa, toda
puteada. Ve tú a saber si está enferma.
La plática se interrumpe porque el mesero nos
ha corrido de la taquería. La gente que comía en la
otra mesa exigió que se largaran los tres pordioseros
y el cliente con más dinero manda.
Camino a las canchas de la CROC, donde los
tres duermen, El Quemado irá contando que ya no
tienen tanta ropa desde que un canadiense al que
familiarmente llamó Cris dejó de ir a Acapulco.
–¿Él se las regalaba? ¿Era religioso o algo
así?
–No mames, compa, ese cabrón era un pinche
cogelón de morritos. Venía muy seguido al Malecón
porque tenía un velero. Ese bato nos daba
un chingo de ropa y las drogas que quisiéramos
por acostón.
–¿Y qué fue de él?
–Pues mira: el Cris tenía la maña de pegarles
a los morros. Un día, un cuate al que le decimos El
Querétaro no se dejó y le puso sus madrazos. Lo
mandó al hospital. Ya tiene como un año que el
Cris no se para por aquí.
–¿Y qué hay de Alexa? Se ve muy mal.
–Simón. Es el sida, esa morra ya tiene sida.
Pero uno no le dice para que no se agüite.
–¿Y qué hay de tu vida? ¿Por qué te dicen El
Quemado?
–Porque cuando era morrito me quemé en la
casa del Padre Chinchachoma. Se me prendió el
suéter por andar de cabrón. Tengo toda la espalda
como chicharrón.
–¿Y tus padres? ¿Tienes hermanos? ¿De dónde
eres?
–No, no, no. De mí no vamos a hablar. Además
ya te conté mucho y ni un pinche refresco quisistes
comprarme.
El Quemado se fue. Chucho se despidió con
una pirueta de luchador. Y Alexa dijo que odiaba
a los reporteros.
b c m
Jarocho, con sus pies descalzos y su hedor agrio,
llevó a Allison hasta el auto. La niña traía un perfume
grosero, el cabello lacio, estaba bronceada,
apenas le estaban saliendo los pechos, y usaba
sandalias y una pulsera de Hello Kitty.
–Bueno, yo los dejo –dijo Jarocho con sus 100
pesos en la mano por haber sido el intermediario
y a mí me dio la desesperación.
Allison iba triste o asustada. No avancé mucho.
Me estacioné por la Playa Tamarindos. Estaba
por decirle que sólo platicaríamos, y nada más,
cuando una camioneta me echó las luces. Pensé
que era la policía. Me imaginé en las cárcel y en
la contraportada de La Prensa. Pero no, era algo
peor: una Lobo blanca doble cabina con vidrios
polarizados.
–Es el que nos cuida –dijo Allison y volví a
experimentar uno de esos momentos cuando el
mundo parece detenerse.
–¿Y por qué nos sigue?
–Porque quiere ver en qué hotel voy a entrar.
Empecé a sudar y me sentí pegajoso. Lo único
que se me ocurrió fue acelerar. Tan preocupado iba
que pasé los semáforos en rojo. Entonces ahí sí me
detuvo la policía. Bajé del auto y, entre murmullos,
les tuve que decir que era reportero y que la niña era
parte de la historia. Uno de ellos, el de mandíbulas
potentes, le echó la luz a Allison y ella sonrió de
tal manera que en ese momento hubiese podido
venderle cocaína a cualquier cártel. “Pues si ya le
pagaste, cógetela”, dijo el oficial y yo quise romperle
la cara. “Sale, te vamos a dar el servicio”, dijo el
otro con su diente de oro como Pedro Navajas. Ahí
reparé que la Lobo blanca doble cabina no estaba.
Llegamos al estacionamiento del hotel.
Cuando Allison, que en realidad se llamaba
Gregoria, intentó bajarse del auto para entrar al
local, la paré:
–Sólo me interesa que me cuenten historias.
Allison arrojó un gesto de incredulidad.
–Primero págame los 300 pesos y pon una
canción de Belanova.
–No tengo ninguna de ella. ¿No te gusta
U2?
–Pon lo que quieras, pero menos en inglés.
Los Acapulco Kids
01 de diciembre de 2008 | EMEEQUIS | 41
Es que me gusta cantar, eso quiero ser de grande:
cantante. Caifanes se escuchó en las bocinas y ella
echó a perder la canción.
Entonces Allison tomó la palabra:
–Vengo de por allá de Zihuatanejo, allá tengo
un novio europeo que luego viene a visitarme acá.
Me trata bien. Me compra lo que yo quiera. Él me
regaló un celular rosita. Nada más que el que nos
cuida me lo quitó, dijo que eso no es para mujeres
de mi edad. ¿Esto quieres que te cuente o algo más
cachondo?
–Así está bien.
–Eres bien raro –y le dio una bocanada violenta
al cigarro–. Bueno: pues a mi papá lo mataron y mi
mamá está en la cárcel. Creo que se robó algo, no sé
bien. Y como allá mis tíos me pegaban, pues mejor
me vine para acá. Nomás terminé la primaria. Me
gusta el color rojo y casi a diario el que nos cuida
nos regala piedra. Esa soy yo.
–¿Y vives en una casa, rentas un cuarto de
hotel?
–Ahora me quedo en la casa del que nos cuida.
Somos como siete y dos chamacos que se la pasan
fregando.
–¿Y pueden salir solas?
–Depende.
–¿De?
–Depende.
–¿Y a quién prefieres: gringos, canadienses
o mexicanos?
–Depende. Me gustan los que tienen dinero.
Una vez un gringo me llevó a Cancún como
un mes. Allá está muy bonito, no sé si conozcas.
Aquí, una pareja me llevó una semana a su casa,
nomás para estar con ellos, dormirme en medio
de los dos y nadar sin ropa. No sé si lo sepas, pero
cada cliente es distinto –lo dijo como si hubiese
descubierto la rueda.
–¿Qué es lo mejor y lo peor que te ha pasado
en este negocio?
–Lo mejor es conocer gente de todos lados y
que además de pagarte te regalan ropa o piedra. ¿Lo
peor? Cuando nos pega el que nos cuida.
–¿Les pega mucho?
–Nomás cuando anda drogado. En su juicio es
muy bueno. ¿Cómo te diré? Es cariñoso.
Jarocho me había dicho que no me excediera
de la hora para no tener problemas y que dejara a
Allison a un lado del bar Barbaroja, que ahí alguien
la recogería. El plazo estaba por cumplirse.
Allison se fue cuando Los Caifanes decían
algo así como que “no dejáramos que nos comiera
el diablo”.
Cuando amaneció me largué de Acapulco,
odiándolo.¶

1 comment:

Anonymous said...

Esta cañon!!! Son cosas que te imaginas pero nunca estas tan de frente como con su articulo. Desafortunadamente es algo que nunca se va a terminar, los chicos porque no tienen de otra y el gobierno esta del lado de estos asquerosos.

Felicidades por la investigacion y gracias por abrirnos los ojos a nosotros los chilangos que vivimos en una burbuja de smog.