Hace ya un tiempo mi amigo el sociólogo José Antonio Cerrillo me descubrió a Immanuel Wallerstein como un certero analista político que sabía combinar la radicalidad con el pragmatismo y el realismo. También me lo presentó, como efectivamente pude comprobar, como uno de los grandes teóricos para entender el capitalismo de una forma tan renovadora como rigurosa. Pero he de reconocer que me sorprendió encontrar un libro suyo, Las incertidumbres del saber (traducción de Julieta Barba y Silvia Jawerbaum, Gedisa, 2004) en la sección de filosofía. El libro es una coherente recopilación de unas conferencias relativamente recientes sobre unos aspectos epistemológicos clave que le ocupan desde hace unos años.
El texto está dividido en dos partes, tituladas “Las estructuras del saber” y “Dilemas disciplinares”, que son respectivamente un crítica del saber tal como lo entiende la sociedad capitalista y de la división artificial de las ciencias sociales en diferentes departamentos. Wallerenstein critica tres ejes fundamentales, a partir de los cuales muestra el problema y el camino de su superación.
El primer eje es la defensa de la ciencia y la crítica del cientificismo como herencia de Bacon, Descartes y Newton. Se trata de una ideología que entiende la ciencia como un saber universal absoluto y objetivo totalmente imparcial. Su aparición histórica hay que remontarla a la reestructuración de la Universidad que se da en la Baja Edad Media. En esta época existían cuatro Facultades : Teología ( la principal), Filosofía, Derecho y Medicina. La primera no sólo va perdiendo su importancia sino también su propia legitimidad, ocupando progresivamente un lugar marginal. Las dos últimas pasan a considerarse carreras prácticas más que saberes teóricos, con lo cual el lugar clave pasa a ocuparlo la Facultad de Filosofía. Pero lo hace a costa de sufrir una división interna en
Ciencia y Humanidades. Fractura interna que implicará una jerarquización, ya que se entiende que la primera se ocupa de la Verdad y la segunda del Bien ( y la Belleza), Y la Verdad es ontología y epistemológicamente más importante que el Bien ( y la Belleza) que pasan a ser temas puramente especulativos.
Esto nos lleva al segundo eje, que es que el axioma del saber en el capitalismo es la de las dos culturas, ciencia por un lado y filosofía por el otro. El científico aparece como objetivo e imparcial mientras el filósofo ( campo de las Humanidades) lo hace como subjetivo y parcial ( es decir siempre discutible).
El último de los tres ejes es el que nos permite situar a las ciencias sociales, cuyo estatuto es ambiguo porque oscila entre la ciencia y la filosofía. Aunque la escuela positivista quiera situarse en la primera y la hermenéutica parezca hacerlo en la segunda, en realidad ambas están atrapadas por el modelo newtoniano de buscar leyes universales. Y la propia estructura del Sistema-Mundo Capitalista es la que justifica las divisiones internas en departamentos separados., que representan la división mundial que despliega. Por una parte la diferencia entre países centrales/países periféricos se refleja en la división de economía/política/sociología por un lado y antropología/estudios culturales por otro. Las tres primeras disciplinas, que corresponden a los países centrales, responde a los tres registros en que consideramos que se mueven estos países : Mercado, Estado, Sociedad. Pero como estos países se entienden a sí mismos en una línea de Progreso entonces las tres disciplinas citadas corresponden al presente mientras que la ciencia histórica al pasado, buscando en este caso una objetividad imposible. Para querer ser imparcial sustituye los hechos por unos supuestos documentos primarios a los que atribuye ilusoriamente una fidelidad absoluta. Alrededor de estas disciplinas especializadas se han ido constituyendo unas estructuras institucionales jerarquizadas llamadas departamentos en torno a las cuales hay toda unas luchas por el prestigio y el poder.
La propuesta de Immanuel Wallerstein no es una alternativa acabada, porque como él mismo dice, difícilmente podemos escapar completamente a las categorías de la sociedad que nos ha formado y en medida en que una transformación social bien orientada sea un hecho se irán definiendo mejores opciones en la práctica. Pero apunta sugerencias interesantes, la primera de las cuales es la de luchar por una única ciencia social histórica en la línea que preconizaba Fernand Baudel hace ya medio siglo. Otra es la de considerar la aportación de los estudios culturales entendiendo la ciencia como una construcción social y no algo puro e imparcial. La tercera es la de incorporar, siguiendo a científicos como Illya Prigogine, la incertidumbre al planteamiento científico, huyendo de enfoques deterministas de supuestas leyes universales. Para ello hay que plantear lo que él llama “el medio no exluido”, que consiste en buscar una alternativa entre el tiempo y la duración. El tiempo es el cambio y la duración es la permanencia y lo que propone Wallerstein es tener en cuenta los dos aspectos sin eliminar ninguna de ellas. Para ello hemos de entender la realidad, tanto la natural como la social, como estructuras históricas de larga duración pero finitas. Las ciencias físico-naturales, siguiendo el modelo newtoniano han negado el tiempo planteando que las leyes naturales son naturales e irreversibles, en contra de lo que han planteado posteriormente científicos como Prigogine : la necesaria consideración de “la flecha del tiempo”. Las ciencias sociales han caído contrariamente en lo contrario : centrarse en el acontecimiento y la coyuntura y olvidarse de la duración , que quiere decir de lo estructural. Pero tener en cuenta la permanencia estructural quiere decir enmarcar históricamente lo que analizamos en un sistema de larga duración. Y el modelo es que todo sistema tiene un origen, un desarrollo y una crisis, donde aparece una bifurcación con más de una alternativa que es imposible de determinar, tanto a nivel físico-químico como a nivel social. Es lo que llama, siguiendo otra vez a Prigongine, el caos determinista o el determinismo caótico.
Respecto a la cuestión central que plantea Wallerstein que es la separación de las dos culturas aquí si que hay mucho que elaborar y poco nos dice. La cuestión no es sencilla porque detrás de ella está el axioma cultural básico los planteamientos no religiosos, de la ética laica, que es la diferencia entre el hecho ( Verdad) y el valor ( el Bien). Otros autores actuales han avanzado posibles caminos alternativos pero creo que de una manera fallida. Por ejemplo Appiah ha intentado cuestionarlo sin resolverlo más que en términos retóricos. O Zizek cayendo en términos tan confusos como la mancha de nuestra mirada que nos impide ver más allá de ella y la verdad de la víctima, que siendo nociones interesantes no acaban de salir de un planteamiento relativista. En este debate hay muchos matices que considerar. Quizás habría que volver a David Hume cuando en el siglo XVIII señala la diferencia entre juicio lógico, juicio de hecho y juicio moral. Para él el juicio lógico es una operación formal, el juicio de hecho procede exclusivamente de los sentidos y el juicio moral del sentimiento, con lo cual sólo el segundo tiene que ver con la verdad. El debate fue crucial pero la ciencia ( y no sólo ella) ha seguido mayoritariamente la dogmática establecida por el positivismo de considerar estas afirmaciones como incuestionables, aunque filósofos de la propia tradición analítica como Quine la hayan cuestionado.
Finalmente quiero hacer referencia a un aspecto del estudio que me ha parecido enormemente sugerente. Es cuando Wallerstein habla en su artículo “La escritura de la historia” de los niveles de verdad que aparecen en tipos diferentes de narración, desde el cuento hasta la historia, pasando por el propagandista y el periodista. Wallerstein cita a La Comisión de la Verdad y la Reconciliación creada en Sudáfrica n octubre de 1998, que estableció cuatro tipos de verdad sobre la base de las cuatro categorías establecidas anteriormente por el juez Albie Sachs, de la Corte Constitucional de Suráfrica, que fue anteriormente una víctima del apartheid. Su división era entre la verdad objetiva ( la que trata los hechos que se citan en la narración), la verdad lógica ( la que deducimos o inducimos desde los hechos probados), la verdad de la experiencia ( en función de cómo ha vivido el narrador estos hechos) y la verdad dialógica ( la que surge en el debate entre los diversos narradores que relatan su experiencia). A partir de esta primera división la Comisión estableció cuatro categorías de verdad, inspiradas en las anteriores pero no exactamente iguales.que ellas. A las dos primeras las incluye en una sola, a la que llaman la verdad objetiva. Este planteamiento me parece muy ajustado porque pone de manifiesto que la verdad lógica es una simple derivación de una verdad anterior de hechos probados. Y también porque la única objetividad posible es la que aparece en la percepción común de un hecho. Lo que a veces se llama verdad por coherencia entra por lo tanto en esta misma categoría, aunque con un estatuto de probabilidad. La segunda verdad de la que hablan es la de verdad narrada que marcaría la dimensión interna del hecho, es decir, cómo lo viví realmente. La tercera verdad es la verdad social, que sería una verdad polifónica que recoge las diferentes verdades narradas por los protagonistas. Y finalmente la verdad restaurada o terapéutica, que tiene relación con la memoria de lo que pasó a las víctimas y en su testimonio para restaurar la dignidad herida. Aquí entraría la verdad de la víctima, formulado por Alain Badiou y recogida por Zizek.
No tenemos aquí una solución al problema, extraordinariamente complejo, pero si unas valiosas reflexiones que nos permiten ampliar el horizonte sobre cómo tratarlo.
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