Thursday, September 03, 2009



Ángel Guerra Cabrera

En la reciente cumbre de la Unasur sobre la instalación de las bases militares de Estados Unidos en Colombia, el mecanismo de integración suramericano continuó consolidándose como espacio reconocido por todos los gobiernos para el debate y la concertación política regional. Hay ideas rescatables en las intervenciones de casi todos los presidentes, que se esforzaron visiblemente en trabajar como equipo en una atmósfera cordial sin dejar de exponer al mismo tiempo sus puntos de vista pero las intervenciones de Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales marcaron un hito fundamental por su solidez argumentativa y conceptual, desnudando a Estados Unidos en su condición histórica y estructural de potencia agresiva e intervensionista a escala mundial y cuestionando su discurso falso e hipócrita sobre el narcotráfico y el terrorismo. Correa demolió las justificaciones que intentó dar Uribe a las nuevas bases, demostró el fracaso del Plan Colombia en su objetivo de contener el narcotráfico y cómo se ha elevado la eficacia de Venezuela, Bolivia y Ecuador en la lucha contra ese flagelo desde que expulsaron a la DEA de sus países. Chávez aportó profundidad al debate al leer a sus colegas reveladores fragmentos de un documento académico estadunidense que analiza la proyección del poder militar aéreo hegemónico de Estados Unidos en la región y en el mundo y en este contexto asigna un papel de primer orden a Palanquero, una de las nuevas siete bases yanquis en Colombia; recordó también con ejemplos irrefutables la complicidad de Bogotá con el golpismo y la sedición en Venezuela. Evo fue muy auténtico y convincente al relatar su experiencia con la política injerencista y represiva de Washington, primero como líder cocalero y luego como jefe de Estado, y al igual que Chávez y Correa se opuso resueltamente a la instalación de las bases de Estados Unidos. Es inteligente su propuesta de prohibir todas las bases militares extranjeras en la región. No es casual que estos tres hombre hayan promovido enérgicamente y, a la par, sean fruto de los tres grandes procesos constituyentes latinoamericanos de honda raíz popular.

Se ha dicho acertadamente que Uribe quedó aislado en la reunión pues resultó inequívoca la preocupación expresada por la mayoría de los líderes regionales sobre la instalación de bases militares en Colombia. También es cierto que esto no parece quitar el sueño al presidente colombiano, quien actúa de forma desafiante como una suerte de emisario oficioso del Comando Sur y la IV Flota, paladín regional de la guerra global contra el terrorismo. A la personalidad y el papel de Uribe en América Latina como caballo de Troya del imperio dedicaré un artículo próximo pues puede resultar provechoso discutir las características y raíces del único caudillo político relevante que ha dado la derecha latinoamericana en los últimos años.

Pero el debate sobre las bases yanquis está lejos de haber concluido. Por lo pronto están citados este mes los ministros de relaciones exteriores y defensa de la Unasur con la encomienda de presentar un informe a los presidentes sobre esta situación. Lo que está muy claro es que las bases son un hecho consumado e irreversible por el momento pues ya está firmado el convenio respectivo entre Colombia y Estados Unidos por más que se haya hecho en violación de varios artículos de la Constitución colombiana. La batalla en la Unasur es muy importante y debemos estar atentos a su desenlace pero la única que puede desmantelar esas bases es la que deben dar los pueblos latinoamericanos contra esta amenaza tan grave. Mientras más se piensa el asunto más cuenta nos damos que esta nuevas bases son una virtual declaración de guerra de Estados Unidos contra América Latina. Sí, nada menos que con Barak Obama en la Casa Blanca.

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