Sunday, September 13, 2009

RICARDO RAVELO
Un retrato vívido y documentado de quien fuera amo y señor del cártel del Golfo, Osiel Cárdenas Guillén, capo sanguinario en cuya organización delictiva se gestaron Los Zetas –el grupo armado que hoy opera por su cuenta imponiendo el terror en buena parte del territorio nacional–, sale a la luz en el libro Osiel. Vida y tragedia de un capo, gracias al trabajo de investigación de Ricardo Ravelo, reportero de Proceso. Su infancia y su juventud, sus inicios como criminal, el crecimiento de su emporio delictivo, los detonantes de la caída que lo llevó finalmente a una prisión de Estados Unidos, son relatados en los fragmentos que a continuación publicamos con autorización de la editorial Grijalbo.La vida de Osiel Cárdenas Guillén, el reconstructor del cártel del Golfo, la pieza criminal más sanguinaria del México contemporáneo, no ha sido distinta a las de sus predecesores en el negocio de la droga. Calamitosa desde la infancia, una existencia como la suya acaba en rebeldía y puede sumir a cualquier individuo en la más profunda ruindad. A lo largo de su niñez y parte de su juventud, bordeó la tragedia y fue un azaroso golpe del destino el que lo arrojó a las redes de la delincuencia. Presa de una sed de poder, fue víctima de su propio entorno social, de la miseria padecida durante su infancia extraviada por falta de dirección. Fue esa adversidad la que apagó su alegría y, al correr de los años, abrió paso al odio y a la crueldad, que anidaron en su alma desprotegida y lo transformaron en un adolescente veleidoso.La infancia y la adolescencia, que para cualquier ser ordi­nario son formativas, en Osiel se convirtieron en tétricos túneles de espesa oscuridad. En su juventud y hasta su cap­tura en 2003, sólo lo jalona la voracidad por el dinero y los placeres. Ausente la madre y con un padre adoptivo, a Osiel le fascinan las mujeres bellas y bien formadas, son su debili­dad, su refugio. Con ellas sacia sus ancestrales carencias que lo contristaron; rudo por naturaleza, ante ellas se doblega, incluso se muestra tierno mientras el gozo lo envuelve. Desea tenerlas a todas, una diferente cada noche.Crecido en la miseria, el adolescente Osiel la rechaza tanto como la sufre. Sin recursos y abandonado a su suerte, sólo puede estudiar la secundaria en una escuela noctur­na ubicada en la calle Cuarta y González, en Matamoros, Tamaulipas. Alterna sus estudios con un trabajo de mesero en el restaurante El Mexicano. Allí lava platos y sirve como mandadero. Sólo tiene 18 años y vive rumiando acerca de la vida que lleva. Pero también guarda sueños y ambiciones en los que funda la seguridad de tener las capacidades necesarias para conducir una alta empresa, vivir como príncipe, vestir prendas elegantes y frotar su piel con perfumes finos. No obstante esas proyecciones se esfuman apenas la mente del adolescente se enfrenta con la cruda realidad que le rodea. Y esos contrastes oprobiosos lo hacen vivir al acecho, osci­lando con frecuencia entre el poder y el sufrimiento, calami­dades que se prolongan con los años y le impiden, aún hoy, tener un solo instante de sosiego y serenidad interior.Ya como delincuente, cambia su nombre por el de Alberto Salazar González en un juego perverso por ocul­tar su identidad. Le disgusta también su aspecto físico; lo acompleja su estatura de un metro con 67 centímetros y ciertas partes amorfas de su cuerpo, como sus pies. Calza del número nueve y medio y siente que esa medida no es proporcional con su altura. Recurre a las máscaras. Cuando comienza a escalar el pináculo del crimen, Osiel exige que le digan "ingeniero". Luego, vanidoso, ordena a un ciruja­no plástico un implante de pelo para evitar que la calvicie avance y termine por devorarle el cabello; también que le cumpla un capricho: que con sus manos le parta el mentón, para más tarde poder dar rienda suelta a su galantería. Con esos lujos Osiel reacciona con furia ante su origen, quiere ser otro a como dé lugar.Cerca ya de los 20 años, su entorno social está cubier­to de espinas que le provocan dolor y rabia. Enorme es su rencor y rebeldía ante la hostilidad que lo rodea, y enorme también la furia del destino que lo azota. Pero él no cede. Tan pronto como se siente dueño de su vida y del mundo, irrumpe en el mapa criminal, y lo hace por medio de asesi­natos y traiciones. Ya tiene 25 años y aspira a ser amo y señor del narcotráfico, pero aún debe esperar su tiempo.Al cumplir 31 años, Osiel grita a los cuatro vientos que quiere ser poderoso, dice estar dispuesto a pagar cualquier costo. Para él es la hora decisiva pues todo comienza a aco­modarse a la medida de sus ambiciones. Vertiginoso y fulgu­rante fue su ascenso en el mundo del narcotráfico, estrepitosa, dolorosa, su caída, y más grave aún su desgracia. Hoy, a los 42 años de edad, en plenitud de sus facultades, Osiel purga una condena en un penal de Estados Unidos en el que ve cómo languidece su vida. Sabe, debe saberlo, que el ocaso va a llegar mientras esté recluido. También sabe que no hay forma de romper ningún eslabón de las varias cadenas perpetuas que ya lo esperan. La vida ha perdido todo sentido. Por eso cuan­do se ve a sí mismo y reconoce que está condenado a vivir los años que le restan en una cárcel, se sume en prolongados silencios. Lo perturban pensamientos trágicos como la muer­te.(…)

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