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¿Qué se hicieron los neoliberales? Después de desaparecer en pocos meses la cuarta parte de la riqueza del mundo, desaparecieron ellos. Ya no predican que la omnipotencia del capital lleva al cielo, porque nos precipitó al infierno. Tampoco protestan contra la intervención del Estado, porque éste les arroja salvavidas de oro para premiarlos por causar el Diluvio. Menos proponen la desregulación, porque la anarquía de la competencia fue el arma con la cual ellos mismos se mataron. Sólo insisten en que quien debe pagar los platos rotos es el trabajador. Según dijo Eduardo Galeano, el socialismo, después de todo, no es tan malo a la hora de socializar las pérdidas.
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Toda catástrofe desnuda el orden que la produjo. Durante el hundimiento del Titanic, se prohibió el acceso a los botes a los marineros, a la segunda y tercera clase, a los sirvientes y maquinistas y a la orquesta que amenizó el naufragio. Fuente de toda ganancia, el trabajador es asimismo remedio de toda pérdida. “El sacrificio debe ser compartido”, dijo Fedecámaras después de su fracasado cierre patronal del 2002, y despidió decenas de miles. La aseguradora AIG recibe $173 mil millones en auxilios financieros; y destina 450 millones a regalar primas a los altos ejecutivos que la arruinaron. El capitalismo siempre sacrifica a quienes crearon su riqueza.
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En consecuencia, Estados Unidos envía 3.600.000 trabajadores a la calle, mientras la Organización Mundial del Trabajo predice que para fines de 2009 se perderán otros 51 millones de empleos en el mundo y revela brutales tasas de desempleo en los países hegemónicos: 14,4% para España, 8,1 para Francia, 8,1 para Estados Unidos, 7,2 para Alemania, 6,9 para Suecia, 6,7 para Italia, 6,1 para Gran Bretaña (Nelson D. Schwartz: “Empleos alterados”; The New York Times, 21-2-2009,p.3). La Unión Europea tiene 17,5 millones en paro, y se prevén 3,5 millones más para 2009. La situación no va mejor para los países que ataron sus economías a la piedra de molino del capitalismo. En China perdieron sus trabajos 20 millones de personas; en la India, sólo entre octubre y diciembre de 2008 hubo medio millón de nuevos desempleados. Para América del Sur la Organización Internacional del Trabajo prevé 2,4 millones más en 2009. El capitalismo ya no puede generar empleo.
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Así como los especuladores se lanzaron a la rebatiña por las ganancias, sus trabajadores se pelean los pocos empleos que quedan. Para reservárselos, discriminan por sexo, raza o religión, endurecen las leyes de inmigración, cierran fronteras, aplican “Directivas de retorno” y erigen “Muros de la Vergüenza” contra inmigrantes legales o ilegales. Se plantea el imposible regreso a los 18 millones de emigrados mexicanos, los cinco millones de colombianos, los tres millones de peruanos, los tres millones de bolivianos, el millón y medio de salvadoreños, el millón de nicaragüenses, los 800.000 ecuatorianos que buscaron trabajo en las metrópolis. La crisis sacude a los países que dependen de las remesas de sus emigrados. México ve mermar los 4.224 millones de dólares que recibe anualmente de ellos; Brasil sus 1.213 millones, El Salvador sus 1.086 millones, República Dominicana sus 847 millones de dólares. La falta de remesas golpea también a casi toda África y gran parte de Asia.
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Sin trabajo no hay salario; sin salario no hay consumo. Las economías desarrolladas disminuyen sus importaciones desde las subdesarrolladas: la crisis se desplaza hacia las víctimas tradicionales. Obama lanza el slogan Buy American! que significa: No compres a otros países. Es una condena de muerte viniendo del primer país importador del mundo, que para 2007 compraba $1.985.000.000.000.000 en el exterior. La producción de los países periféricos no encuentra demanda, los precios de sus productos caen en picada, sus industrias cierran, sus trabajadores van a la calle.
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Pero a su vez los países en vías de desarrollo, afectados por la quiebra de sus empresas y el consiguiente desempleo, restringen su demanda de importaciones de bienes de los países desarrollados. En 2007 Estados Unidos exportaba bienes por US$ 1.149.000.000.000.000. Parte significativa de ellos no encontrará comprador. Quebrarán infinidad de empresas dedicadas a especular con ellos. La crisis se cierra como espiral que en cada vuelta agrava sus efectos, y librada a sí misma estrangulará sus bucles hasta el colapso total.
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Una economía privada que no puede salvarse a sí misma sólo puede ser rescatada por el Estado. Pero no nos engañemos: la ayuda estatal es a su vez pagada por los trabajadores, primeras y últimas víctimas de todo. Los auxilios financieros, las grandes obras públicas, las inyecciones de créditos al sistema económico, el incremento del gasto militar, clásicas medidas “keynesianas” anticíclicas, se financian mediante arbitrios también clásicos: incremento desmedido del circulante que devalúa la moneda; creación de deuda pública que deberá ser pagada con alza de impuestos; déficit sistemático, que a fin de cuentas se cancela también con alzas tributarias. Todo saldrá del bolsillo del ciudadano común.
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Pues en todo el mundo los sistemas tributarios están trucados para que las grandes empresas paguen poco o nada, y los pequeños contribuyentes la casi totalidad de la carga tributaria. Estados Unidos obligó a algunos bancos suizos a revelar los nombres de sus depositantes. En cambio nada hace contra los Paraísos Fiscales de las Islas Vírgenes y las Caymán, en su propia costa, donde van a parar los impuestos que las transnacionales no pagan en América Latina gracias a los “Tratados contra la Doble Tributación”.
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Al reventar la crisis existían 1.400 millones de pobres, 963 millones de hambrientos y 190 millones de desempleados, en total 2.553 millones de personas, un 38% de los seres humanos en situación precaria. La crisis elevará esas cifras. Si usted quiere saber quién la pagará, mírese al espejo.
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