Carlos Fazio
Los días 17, 18 y 19 de abril tendrá lugar en Puerto España, Trinidad y Tobago, una nueva Cumbre de las Américas. Será la presentación oficial de Barack Obama ante sus pares de América Latina y el Caribe. Y aunque Washington ha querido evitarlo, el único país ausente en la reunión, Cuba, dominará uno de los puntos centrales de la agenda. Diez sucesivas administraciones de la Casa Blanca, desde Dwight Eisenhower hasta George W. Bush, pasando por Kennedy, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush padre y Clinton, ensayaron todo tipo de presiones, agresiones desde el éter, acciones terroristas y encubiertas contra la mayor de las Antillas –incluidos más de 600 intentos de asesinato contra el líder de la Revolución, Fidel Castro–, sometiendo además a la isla a un ilegal y criminal bloqueo económico, comercial y financiero.
La resistencia de Cuba, pequeño país subdesarrollado, contra la implacable agresión y hostilidad de la superpotencia militar mundial ha sido ejemplar. Sobrevivió, inclusive, al colapso de la ex Unión Soviética de finales de los años 80, periodo en que arreciaron las políticas desestabilizadoras de Washington contra la isla, en el contexto de la imposición de la dictadura del pensamiento único y la ideología neoliberal a escala planetaria. Eran tiempos de deserciones y de gran confusión ideológica en las filas revolucionarias y el campo popular. Pero la firme actitud de Cuba alentó levantamientos populares como el Caracazo (1989) y la irrupción de movimientos antisistémicos de nuevo tipo como la insurrección neozapatista en Chiapas (1994), a los que se sumaron con gran protagonismo el Movimiento de los Sin Tierra, de Brasil, y la emergencia del campesinado indígena de la cordillera de los Andes (en Chile, Bolivia y Ecuador), impulsores todos de cambios radicales, donde la acción directa en unos casos, combinada con nuevas formas de democracia participativa, horizontal y asamblearia, abrieron camino a procesos electorales que instalaron gobiernos de corte nacionalista, reformista y progresista en la subregión.
Mientras tenía lugar ese rico proceso de cambio, Washington siguió aplicando contra Cuba sus anacrónicas políticas de la guerra fría, potenciadas por los halcones republicanos prosionistas de la administración Bush Jr. En ese escenario heredado, salpicado de campos minados
en varias partes del orbe, que han erosionado la hegemonía imperial, Obama tiene la gran oportunidad histórica de modificar la relación con la isla. Lo paradójico hoy es que Estados Unidos quedó aislado en el hemisferio. En breve, tras la reanudación de relaciones diplomáticas de Costa Rica y El Salvador con el gobierno de La Habana, será el único país del área que mantiene sus vínculos rotos con Cuba. Inclusive el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), José Manuel Insulza, manifestó en Montevideo, el 5 de marzo que es partidario de revocar, por obsoleta
, la resolución que expulsó a la isla del organismo en 1962. Asimismo, planteó que fue recogido en una carta personal a Obama, por el senador republicano por Indiana, Richard Lugar, quien además propuso al mandatario que designe un enviado especial a La Habana para preparar el terreno del diálogo. Un diálogo abierto y honesto que es, también, la misión de siete congresistas demócratas afroestadunidenses que llegaron a Cuba el pasado fin de semana.
Obama y el vicepresidente Joseph Biden han dicho que están dispuestos a tender una mano a Cuba. Pero las señales han sido equívocas. Y por momentos parecen estar regidas por las viejas formas. La antigua retórica imperial basada en democracia
y derechos humanos
volvió a ser recuperada por Biden hace pocos días en Costa Rica. Pero no parece estar a tono con los vientos de fronda en la región, además de que se trata de una política fracasada. Es cierto que Obama se ha querido desmarcar del unilateralismo de los neoconservadores bushianos. Pero debe dar pasos concretos. Como dijo Lula a empresarios estadunidenses en Nueva York, el pasado 16 de marzo, desde el punto de vista político, sociológico y de racionalidad humana no existe nada que impida el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba
. En el mismo sentido se pronunciaron 33 países de la región en una multicumbre celebrada en Brasil en diciembre, donde Cuba fue acogida como miembro del Grupo de Río.
Abierto un nuevo frente en Pakistán, empantanado en Afganistán e Irak, en un mundo signado por la depresión económica y la quiebra financiera, Obama llegará a Puerto España en una posición de debilidad. Estados Unidos no tiene el peso ni la influencia de antaño. Prueba de ello son la fundación de la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba) y Petrocaribe, así como el surgimiento de la Unión de Naciones Sudamericanas, integrada por 12 países, que cuenta ya con un Consejo de Defensa como respuesta autonómica regional ante las amenazas intervencionistas del Pentágono vía el Plan Colombia, la Cuarta Flota y las acciones separatistas encubiertas.
En ese contexto, el cambio
de Obama en las relaciones de Estados Unidos con América Latina debe pasar de manera obligatoria por el levantamiento del bloqueo a Cuba, sin condiciones. Como imperativo ético e histórico. Mientras da pequeños pasos para un acercamiento con el talibán moderado
, Irán y Rusia, y sobre todo en estos tiempos de crisis global, cuando el comunismo chino
es el principal sostén del capitalismo estadunidense, el trío Obama-Biden-Hillary Clinton carece de argumentos creíbles para mantener un bloqueo motivado por razones ideológicas.
El reloj político avanza de manera acelerada. Aislado en el concierto interhemisférico, Obama se acerca a la hora de la verdad respecto a Cuba. Pero aunque parecen tiempos de negociación y no de imposición, sería un error pensar que el jefe de la oficina oval pueda cambiar la esencia imperial, expansionista, del actual hegemón del sistema de dominación capitalista.
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