Tuesday, March 31, 2009

America the Tarnished

Ten years ago the cover of Time magazine featured Robert Rubin, then Treasury secretary, Alan Greenspan, then chairman of the Federal Reserve, and Lawrence Summers, then deputy Treasury secretary. Time dubbed the three “the committee to save the world,” crediting them with leading the global financial system through a crisis that seemed terrifying at the time, although it was a small blip compared with what we’re going through now.

All the men on that cover were Americans, but nobody considered that odd. After all, in 1999 the United States was the unquestioned leader of the global crisis response. That leadership role was only partly based on American wealth; it also, to an important degree, reflected America’s stature as a role model. The United States, everyone thought, was the country that knew how to do finance right.

How times have changed.

Never mind the fact that two members of the committee have since succumbed to the magazine cover curse, the plunge in reputation that so often follows lionization in the media. (Mr. Summers, now the head of the National Economic Council, is still going strong.) Far more important is the extent to which our claims of financial soundness — claims often invoked as we lectured other countries on the need to change their ways — have proved hollow.

Indeed, these days America is looking like the Bernie Madoff of economies: for many years it was held in respect, even awe, but it turns out to have been a fraud all along.

It’s painful now to read a lecture that Mr. Summers gave in early 2000, as the economic crisis of the 1990s was winding down. Discussing the causes of that crisis, Mr. Summers pointed to things that the crisis countries lacked — and that, by implication, the United States had. These things included “well-capitalized and supervised banks” and reliable, transparent corporate accounting. Oh well.

One of the analysts Mr. Summers cited in that lecture, by the way, was the economist Simon Johnson. In an article in the current issue of The Atlantic, Mr. Johnson, who served as the chief economist at the I.M.F. and is now a professor at M.I.T., declares that America’s current difficulties are “shockingly reminiscent” of crises in places like Russia and Argentina — including the key role played by crony capitalists.

In America as in the third world, he writes, “elite business interests — financiers, in the case of the U.S. — played a central role in creating the crisis, making ever-larger gambles, with the implicit backing of the government, until the inevitable collapse. More alarming, they are now using their influence to prevent precisely the sorts of reforms that are needed, and fast, to pull the economy out of its nosedive.”

It’s no wonder, then, that an article in yesterday’s Times about the response President Obama will receive in Europe was titled “English-Speaking Capitalism on Trial.”

Now, in fairness we have to say that the United States was far from being the only nation in which banks ran wild. Many European leaders are still in denial about the continent’s economic and financial troubles, which arguably run as deep as our own — although their nations’ much stronger social safety nets mean that we’re likely to experience far more human suffering. Still, it’s a fact that the crisis has cost America much of its credibility, and with it much of its ability to lead.

And that’s a very bad thing.

Like many other economists, I’ve been revisiting the Great Depression, looking for lessons that might help us avoid a repeat performance. And one thing that stands out from the history of the early 1930s is the extent to which the world’s response to crisis was crippled by the inability of the world’s major economies to cooperate.

The details of our current crisis are very different, but the need for cooperation is no less. President Obama got it exactly right last week when he declared: “All of us are going to have to take steps in order to lift the economy. We don’t want a situation in which some countries are making extraordinary efforts and other countries aren’t.”

Yet that is exactly the situation we’re in. I don’t believe that even America’s economic efforts are adequate, but they’re far more than most other wealthy countries have been willing to undertake. And by rights this week’s G-20 summit ought to be an occasion for Mr. Obama to chide and chivy European leaders, in particular, into pulling their weight.

But these days foreign leaders are in no mood to be lectured by American officials, even when — as in this case — the Americans are right.

The financial crisis has had many costs. And one of those costs is the damage to America’s reputation, an asset we’ve lost just when we, and the world, need it most.





La mística del mercado
Paul Krugman / The New York Times
31 de marzo de 2009


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“No conozco ningún economista”, declaró el lunes, “que no considere que es una buena idea contar con mercado de capitales de mejor funcionamiento en el que se puedan comercializar los activos”.

Dejemos de lado por un momento el cuestionamiento de si un mercado en el que los compradores tienen que ser sobornados para participar puede ser descrito realmente como un mercado “en mejor funcionamiento”. Aún así, Summers necesita salir con más frecuencia. Un buen número de economistas han reconsiderado su opinión con respecto a lo positivo de los mercados de capital y la comercialización de activos a la luz de la crisis actual.

Pero en los últimos días se ha vuelto cada vez más claro que los principales funcionarios de la administración Obama se encuentran todavía bajo el influjo de la mística de los mercados; todavía creen en la magia del mercado financiero y en la destreza de los brujos que practican dicha magia.

La mística del mercado no siempre dominó la política financiera. Estados Unidos resurgió de la Gran Depresión con un sistema bancario estrictamente regulado, lo que convirtió las finanzas en un negocio serio e incluso aburrido. Los bancos atrajeron depositantes al ofrecer convenientes ubicaciones en las sucursales bancarias y tal vez uno o dos tostadores gratis, después utilizaron el dinero así generado para hacer préstamos y eso fue todo.

El sistema financiero no sólo era aburrido sino pequeño, según los estándares actuales. Incluso durante la época del mercado alcista de los años 60, las finanzas y las compañías aseguradoras representaban en conjunto menos del 4% del PIB.

La relativa poca importancia de las finanzas se vio reflejada en la lista de valores que conformaban el índice industrial Dow Jones, que hasta 1982 no incluía a ninguna compañía financiera. Según los estándares actuales, todo esto parece primitivo pero aun con lo aburrido que era, este primitivo sistema financiero sirvió a una economía que duplicó los estándares de vida de toda una generación.

Por supuesto, después de 1980 surgió un sistema financiero muy diferente. En la era reaganiana de desregulación, el viejo sistema bancario fue reemplazado cada vez más por tejes y manejes a gran escala. El nuevo sistema era mucho más grande que el viejo régimen: poco antes de la actual crisis, las finanzas y las compañías aseguradoras representaban 8% del PIB, más del doble de la participación que tenían en los años 60. A principios del año pasado, el Dow tenía en su lista a cinco compañías financieras, gigantes como AIG, Citigroup y Bank of America. Entonces las finanzas se volvieron cualquier cosa menos aburridas; atrajeron a muchas de nuestras mentes más brillantes e hizo a unos cuantos elegidos inmensamente ricos.

Detrás de este glamuroso nuevo mundo de las finanzas estaba el proceso de bursatilización de activos. Los préstamos ya no se quedaban con el prestamista; en vez de eso, eran vendidos a otros, quienes agrupaban, dividían y machacaban las deudas individuales para sintetizar activos nuevos. Las hipotecas de alto riesgo, las deudas de tarjetas de crédito, los préstamos para adquirir un auto, todo se vertía en la licuadora del sistema financiero. Por otro lado, supuestamente, surgieron las dulces inversiones AAA. Y los magos de las finanzas recibieron espléndidos premios por supervisar dicho proceso. Pero lo supieran o no, los magos eran un fraude y su magia resultó ser nada más que una colección de trucos baratos. Después de todo, la promesa clave de la bursatilización de los activos-- que fortalecería el sistema financiero al disminuir el riesgo-- resultó ser una mentira. Los bancos utilizaron la bursatilización para incrementar el riesgo, no reducirlo, y en el proceso hicieron que la economía fuera más vulnerable a un desequilibrio económico.

Tarde o temprano, las cosas iban a salir mal y eventualmente así fue. Bear Stearns quebró; Lehman también pero lo más importante es que la bursatilización también fracasó. Esto nos remite entonces al enfoque de la administración Obama para enfrentar la actual crisis financiera.

Gran parte de la discusión del plan sobre los activos tóxicos se enfocó en los detalles y la aritmética y con toda razón. Pero más allá de eso, lo que más sorprende es la visión expresada tanto en el contenido del plan económico como en las declaraciones de los funcionarios de la administración. En esencia, la administración parece creer que una vez que los inversionistas se calmen, la bursatilización —y el negocio de las finanzas— puede reanudarse a partir de donde quedó hace uno año o dos.

Para ser justos, los funcionarios están pidiendo una regulación más estricta. De hecho, el jueves Tim Geithner, el secretario del Tesoro, presentó planes para una mejor regulación, los cuales hasta hace poco habrían sido considerados radicales.

No obstante, la visión subyacente sigue siendo la de un sistema financiero más o menos igual al de hace dos años, aunque de alguna manera un poco más controlado por nuevas reglas.

Como podrán imaginar, no comparto esa visión. No creo que se trate sólo de un ataque de pánico financiero, creo que representa el fracaso de todo un modelo bancario, de un sector financiero demasiado grande y con resultados más negativos que positivos. No creo que la administración Obama pueda revivir la bursatilización y ni siquiera pienso que debería intentarlo. (Traducción: Gabriela Cornejo)


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