Sunday, April 26, 2009

Brzezinski: del G-20 al G-2 para cambiar al mundo

Alfredo Jalife-Rahme

Con la cómica excepción de Calderón y sus mejores financieros del mundo, destaca que, a menos de un mes de su celebración (en el doble sentido), los círculos anglosajones de poder no están muy convencidos de los resultados de la cumbre disfuncional del G-20 en Londres.

La prensa británica en su conjunto ha pasado al sabio escepticismo, en el que resalta Martin Wolf, editor de economía de The Financial Times, rotativo portavoz de la globalización neoliberal, y quien cinco días más tarde a la cumbre da carpetazo al G-20 para ubicar el foco de atención de la crisis financiera global al G-2 (Estados Unidos y China).

Henry C. K. Liu –nacido en Hong Kong, educado en Harvard, de formación arquitecto y urbanista, quien luego montó una casa de inversiones en Nueva York, y prolijo colaborador del portal Asia Times– saca a colación con más de tres meses de retraso (22/4/09) la audaz propuesta de Zbigniew Brzezinski, ex asesor de Seguridad Nacional de Jimmy Carter e íntimo de Obama, para establecer un G-2 entre Estados Unidos y China que puede cambiar al mundo.

Liu narra que Brzezinski lanzó su propuesta para un G-2 entre Estados Unidos y China en una conferencia que impartió en Pekín el 13 de enero, una semana antes que Obama tomase las riendas del poder en Washington, para conmemorar (sic) el trigésimo aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y China.

Los detalles, que pueden sonar aburridos, son fundamentales: la conferencia fue apadrinada por el Instituto de Relaciones Exteriores del Pueblo Chino y el Instituto Kissinger sobre (sic) China y EU, y coapadrinada por el Comité Nacional de las Relaciones Estados Unidos-China, con el apoyo de la embajada estadunidense en Pekín y la cancillería china.

La amplia delegación estadunidense estuvo encabezada por el ex presidente Carter (durante cuya administración se establecieron formalmente las relaciones), el anterior secretario de Estado, el republicano Henry Kissnger, y los anteriores asesores presidenciales de Seguridad Nacional, el republicano Brent Scowcroft y el demócrata Brzezinski, quienes fueron formalmente recibidos por el presidente Hu Jintao, el vicepresidente Xi Jinping y el primer Wen Jiabao.

En el resumen formal sobre su conferencia publicado de su puño y letra en The Financial Times (13/4/98), Brzezinski recuerda que Carter lo había enviado a China en 1978 para iniciar las negociaciones secretas (sic) que resultaron en la normalización de las relaciones sinoestadunidenses. Conjetura que nuestro mundo es diferente, mejor (¡supersic!) y más seguro (¡extrasic!) debido a tal normalización. ¡Se voló la barda Brzezinski!

Afirma que el efecto de tal cooperación en seguridad que benefició a ambos actores “fue cambiar el tablero de ajedrez global de la guerra fría en detrimento de la URSS”. Aflora la legendaria rusofobia del polaco-canadiense-estadunidense Brzezinski y la proverbial perfidia de Kissinger, quien se dedicó a tomar el pelo a los ingenuos soviéticos mientras los vendía a los chinos.

A juicio de Brzezinski, en forma indirecta (sic), la normalización facilitó la decisión de Deng Xiaoping en llevar a cabo una reforma económica integral. Queda claro, como hemos observado antes, que las reformas chinas de relativa apertura de su mercado no se gestaron en el vacío, sino en el marco de un arreglo geoestratégico entre Estados Unidos y China contra la URSS que ya habían amarrado Nixon y Kissinger en 1972 (para que no se luzca tanto Brzezinski).

Queda más claro que Kissinger y Brzezinski son las dos caras, una republicana y otra demócrata, de la misma moneda del irredentismo geoestratégico de Estados Unidos.

Brzezinski sopesa el estatuto presente de la relación bilateral en términos geoestratégicos y cita a la revista Liaowang (14/7/08) que describe la presente relación entre Estados Unidos y China como de una interdependencia compleja en la que ambos evalúan al otro en términos pragmáticos y moderados y en la que ambos pueden competir y consultar dentro de las existentes reglas internacionales.

Viene una frase que ha perturbado a los geoestrategas chinos: una China en ascenso global es un poder revisionista (¡supersic!) al desear cambios en el sistema internacional. Luego diluye su vino y considera que los cambios que busca China los hace en una forma paciente, prudente y pacífica. Pues sí: todo lo contrario del abordaje bushiano del que epifenomenológicamente hasta ahora Obama desea alejarse.

Se deduce que China ha cambiado más que Estados Unidos: su pensamiento estratégico se ha alejado del conflicto de clase global (sic) y revolución violenta, para situarse en el ascenso pacífico en la influencia global en búsqueda de un mundo armónico.

Brzezinski padece fijación mental por el término global, que en su libro –El gran tablero de ajedrez mundial: la supremacía (sic) de EU y sus imperativos (sic) geoestratégicos– representa el dominio del poder que creyó eterno de Washington y que en 13 años, desde que lo escribió en la etapa del paroxismo unipolar, ha pasado aceleradamente a su implosiva decadencia.

Coloca el contencioso del programa nuclear de Norcorea como una de las áreas donde ambos pueden lidiar con desacuerdos residuales o potenciales. Mientras Estados Unidos y China entiendan la centralidad de su interdependencia, entonces podrán lidiar con todo tipo de contenciosos.

Desde su proclividad megalomaniaca, Brzezinski propone un gran objetivo compartido que expanda y profundice la cooperación geoestratégica, más allá de la necesidad inmediata para una estrecha colaboración para lidiar la crisis económica. Las finanzas y la economía no son el fuerte de Brzezinski y se las prefiere dejar a la tripleta monetarista de Obama:Summers-Geithner-Bernanke, que no es muy negociadora que se diga con China.

Brzezinski define fluidamente los tres ámbitos de gran cooperación geoestratégica: 1. participación directa al diálogo con Irán; 2. consultas, primero, y luego, mediación informal en relación con India y Pakistán, y 3. la resolución del conflicto israelí-palestino.

Los tres ámbitos parecen representar la zanahoria diplomática de Brzezinski que resguarda el garrote bélico en caso de fracasar y donde China sufriría las consecuencias letales, las cuales nos atrevemos a traducir y subdividir en petroleras (por la interrupción del abasto en la región del Gran Medio-Oriente que incluye a Irán) y nucleares (la calamidad regional por un enfrentamiento atómico entre India y Pakistán, ambas fronteras con China).

Bajo la amenaza explícita del choque huntingtoniano de civilizaciones, permea el poder de daño altamente letal que Estados Unidos puede infligir a China (si no se pliega al modelo del G-2) en el Gran Medio-Oriente, específicamente en Palestina, Irán y el subcontinente indio.

¿Aceptará de nuevo China el pacto faustiano que propone Brzezinski, secundado por Kissinger, para cercar otra vez a Rusia? ¿Dónde quedaría la armonía multipolar?



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