PEDRO DE LA HOZ
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De por sí hablar de un "nazi bueno" es una perversión. Sin embargo, increíble pero cierto, así algunos llegaron a calificar a Albert Speer, ministro de Armamento y Municiones del Tercer Reich. Algo tan increíble pero tan cierto como los que aureolan a Pinochet en nombre de ciertos indicadores macroeconómicos de los ochenta en Chile o los que justifican la barbarie en el territorio ocupado de Guantánamo como un mal necesario en la cruzada antiterrorista de George W. Bush.
Mucho más apropiado es el apelativo de "arquitecto del diablo" con el cual se subtituló en español al docudrama seriado estrenado hace cuatro años en Alemania (Speer und Er, es decir, Speer y él, refiriéndose con el pronombre a Hitler) y que llegó este verano a la pantalla doméstica cubana a través del Canal Educativo.
El realizador Heinrich Breloer contribuyó a demoler los últimos vestigios de una falsa reputación levantada a partir de las memorias de Speer, publicadas después de haber cumplido veinte años de prisión en la cárcel berlinesa de Spandau. En estas, Speer se presenta como un "auténtico técnico al que se le piden servicios", fatalmente involucrado en el torbellino de la Historia, en todo caso víctima de su propia ingenuidad y de las circunstancias.
Pero, como ha dicho el historiador español Juan A. Rodríguez Tous, "no nos hallamos ante el relato de un arrepentido, sino ante el de alguien que quiere aparecer como un arrepentido".
El arquitecto que desplegó en 1934 más de 150 reflectores sobre el campo Zeppelín, de Nuremberg, para cantar a la grandeza del Fuhrer, que diseñó el pabellón alemán de la Expo de París de 1937 para oponerlo al pabellón soviético y evitar "que nos contaminara el virus del comunismo", que proyectó en la ocupada Noruega el más grande astillero para la construcción de submarinos, y que imaginó convertir a Berlín en la capital del milenio de la raza aria, fue también uno de los máximos responsables de las deportaciones masivas y asesinatos de centenares de miles de pobladores del este europeo, confinados en las fábricas de los campos de concentración.
La importancia de la serie de Breloer radica en el rigor con que reconstruye la implicación de Speer con el Tercer Reich, en particular su relación con Hitler, y la forma implacable en que desmonta el halo de inocencia del siniestro personaje sobre la base de los documentos descubiertos y analizados por la historiadora alemana Susanne Willems, en los que se prueban la hermandad con Goering en el negocio de las casas berlinesas de los judíos confinados o desplazados, sus visitas al campo de Auschwitz, y el empleo a conciencia de prisioneros para aumentar la producción de armamento.
El docudrama describe la fascinación mutua del ministro y el dictador, revela la maniobra diversionista de Speer ante el tribunal de Nuremberg en 1946 —el comisario general Fritz Sauckel cargó con toda la culpa en el caso de los prisioneros soviéticos y de los pueblos del Este europeo explotados en los "campos de trabajo"— y refleja la simpatía del procurador general norteamericano Robert H. Jackson por el arquitecto, decisiva para salvar a este de la horca.
Breloer no deja cabos sueltos en una narración fílmica que contrasta imágenes documentales, entrevistas y escenificaciones —para el papel de Speer apeló a Sebastián Koch, actor al que había concedido poco tiempo antes la personificación de Thomas Mann en una serie sobre la familia del gran escritor alemán; mientras el Hitler de Tobias Moretti cumple su cometido, tal vez empequeñecido si se compara con la actuación de Bruno Ganz en La caída, de Oliver Hirschbiegel—; y en la que, más que conclusiones, permite al espectador formarse su propio juicio.
Quizá la mayor carga dramática resida en las entrevistas a los hijos de Speer. Es muy duro y comprensible el trauma que han vivido al saber lo que fue en realidad su padre y lo que este les contó de sí mismo. Albert Jr., arquitecto igual que su padre y uno de los autores del proyecto olímpico de Beijing 2008, expresó a una pregunta de Breloer: "Él tenía sus secretos. Sus libros de memorias fueron exitosos pero yo sabía que él no iba a contestar a las preguntas que se le podían hacer, que yo quise hacerle pero que ni a mí iba a responder". Hilde Schramm, su hija, militante del partido Los Verdes, dijo por su parte: "La mejor manera de describir mis sentimientos no es la palabra culpabilidad sino vergüenza; que haya pasado en mi familia me hace sentir vergüenza".
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