Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
¿Quién revisa, acepta, autoriza y suscribe los jugosos contratos de propaganda de las instancias de gobierno, de los gobiernos federal, estatales y municipales que vemos todos los días en la tele?, ¿en qué otro lugar del mundo se permite que funcionarios e instituciones se promocionen en el medio masivo más caro por hacer simplemente y en todo caso el trabajo por el que deberían justificar existencia, permanencia y colosales salarios?
Da coraje, en un país como el nuestro, llenecito de taras y adolescencias, que los funcionarios públicos se crean dueños del erario y se lo gasten en campañas de propaganda, principalmente en televisión, con que se nos quiere convencer de que están haciendo bien su trabajo, sofisma pendejo de ésos tan del sistema sociopolítico mexicano, plétora de dogmas tontos: basta echar una miradita a la realidad de todos los días para entender a las claras que los tales funcionarios hacen exactamente lo contrario a lo que tanto cacarean, culecos: cualquier cosa menos su trabajo. Rutilante ejemplo son los anuncios de pasadas y actuales legislaturas, en que se nos repite y repite y repite como la perica lo mucho que los diputados (¡en un país donde diputado es ya por uso y costumbre y, salvo extrañísimas, casi extraterrestres excepciones, sinónimo de güevón, de bueno para nada, de abusivo, trácala, eterno chupasangre, acepciones todas, por cierto meritoriamente extensivas desde luego a la mayoría de los senadores!) se preocupan por el bienestar (sic que monsivaisianamente dice já y recontrajá) de sus representados. O los anuncios de cualquier dependencia del gobierno federal, como las de choque, la Defensa Nacional, la Procuraduría General de la República, u otras de menor punch mediático que, tal vez precisamente por eso, tiran a la infinita gorga del duopolio televisivo sendas toneladas de dinero, que debería estar siendo aplicado en sus rubros respectivos y en beneficio real, no de un puñado de perversos malnacidos que están prendados de los hocicotes en puestos clave para clavarse nuestro dinero, sino del pueblo que los sigue soportando por estoico y por otra cosa que suena más feo. Allí, por primer ejemplo de muchos, de demasiados, los anuncios del inefable Instituto Federal Electoral, ese conciliábulo de contlapaches de incontables fraudes electorales, habitado por lamesuelas que estrenan coche a cada rato y se regalan los belfos, perfectamente adaptados para besar culos de jefe, con unos sueldazos de escándalo que coronan con bonos y prestaciones que son una bofetada al jodido.
Ni qué decir entonces de las televisoras y las radios regionales, las que dependen de los gobiernos de los estados, o de los capítulos estatales o regionales de Televisa y TV Azteca, lamentables ejemplos de cómo el periodismo se convierte por arte mágica de la sumisión y el dinero en panegírico de los políticos del momento, aunque para efectos prácticos, y con perdón de los pobrecitos suidos arquiodáctilos, casi siempre esos políticos sean unos puercos. Baste ver cualquier noticiero de esas empresas o de de las emisoras públicas estatales en Puebla, en Veracruz, en Monterrey o Tampico para entender cómo todos, absolutamente todos: conductores, locutoras, secretarias, contadores, camarógrafos, ingenieros, escenógrafos, switchers, recaderos, reporteras, administradores, intendentes, choferes, directores, jefes de piso, productores, sonidistas, editores, electricistas, maquillistas, carpinteros, vestuaristas, peinadores, utileros, telefonistas, los técnicos que se encargan del mantenimiento a todos los equipos, desde computadoras hasta focos, todos ellos y además sus jefes, los encargados de los despachos de comunicación social que suelen ser personeros y tapadera del régimen en cuestión, todos, todos ellos están allí para un solo fin y solamente uno (pero nunca agilizar y proveer de información veraz y oportuna al pueblo que paga sus sueldos sudando impuestos onerosos y de los que nunca recibirá reciprocidad ninguna): ensalzar –o tratar de limpiar, como tv Azteca de Occidente en Guadalajara con el monaguillo embravecido que los pobres jaliscienses tienen que soportar como gobernador, que conste, porque así lo quisieron, igual que los poblanos con su protector de pederastas– la imagen de un solo pobre diablo entronizado hasta la indecencia demencial por nuestro sistema de agachados, de necesitados de un caudillo protector que resulta ser siempre, a la vuelta de cada mandato que termina, un inveterado ratero, si no es que algo peor.
¿Cuántos millones de pesos –¡diarios!– se van a la barriga sin fondo de las televisoras en aras de embellecer la imagen caricaturesca e irrecuperable de funcionarios e instituciones?, ¿quién entre los involucrados cree realmente que esos anuncios resultan en mayor aceptación pública y credibilidad de individuos y organismos que en los hechos parecen empeñados en emporcarse más, y más, y más hasta nunca colmar nuestra ya callosa capacidad de asombro y náusea? Dudo que lo crean todos esos funcionarios invariablemente dueños de largas colas que se les puedan pisar. Menos todavía los dueños y ejecutivos de las emisoras que frotan palmas ante jugosos cheques del erario que deberían gastarse en aulas, equipo médico, becas, bibliotecas, desayunos escolares, pupitres, pizarrones, campañas de control de la natalidad, de educación sexual, de atenuación del fanatismo y la intolerancia, estímulos a la investigación científica; en multiplicar salas de conciertos o estaciones de bomberos; en construir por primera vez en esta nación una red de carreteras con materiales de primera a precios de segunda, en rehabilitar la red ferroviaria; en sanear Pemex y no seguir cobijando negocios mal escondidos de encumbrados funcionarios… en el utópico, irrestricto combate a la corrupción. Já.
Allí los anuncios de la Secretaría de Salud, llenándose la trompa de estadísticas de cobertura cuando hay niños que por cientos se nos mueren a diario en todo el territorio nacional, muertes que podríamos prevenir. Allí los anuncios que se jactan de que México es país sede de una conferencia mundial sobre el sida, mientras padecemos un Instituto Mexicano del Seguro Social asediado por gobiernos derechistas que insisten en despojarlo de su esencia defensora de los más desposeídos porque, afiebrados en su frenesí monetarista, todo lo que huele a defensoría social lo tachan de populismo, clasistas de mierda aunque no lo admitan, hipócritas. Cuantimás cuando uno de los primordiales instrumentos de la seguridad social y la protección elemental de la salud para los más necesitados terminó en las pezuñas de un ejemplar de recalcitrantes derechas como Juan Molinar Horcasitas, de quien nunca se ha sabido que le importen un pito los pobres ni sus enfermedades. Múltiple paradoja, pues, un México que da cobijo a conferencistas sobre el sida cuando en el imss , en repetidos y mal ocultos casos bajo la batuta de la tontería y el fanatismo, los medicamentos para quienes padecen esa pandemia terrible y socialmente lacerante en este país llenecito de prejuicios son negados, y en no pocas ocasiones de mal modo, con segregación y mala leche de por medio, a miembros de la comunidad homosexual.
¿Quién va a poner el alto a los politicastros y funcionarillos de ésos que es tan difícil despegar de las ubres de cualquier presupuesto público en cualquier nivel de gobierno? ¿Cómo evitar que estos señores se emperren en querernos convencer de que no son lo que son, de que son lo que no son? Allí tantos, tantos, tantísimos tristemente históricos presidentuchos municipales o casi siempre gobernadores: pequeños, neronianos señoritos feudales que mucho prometen y poco o nada cumplen (recuerdo con amargura el decepcionante paso de Miguel Alemán por Veracruz): gobernadores que invariablemente pasan al colectivo imaginario de la historia como capos de la mafia, o sea que además toda la faramalla televisiva es de una inutilidad vergonzante. Allí cualquiera de los presidentes que hemos tenido en México desde que la televisión existe en este país hasta el día de hoy con ese borroso hombrecillo de derechas que arrebató el poder a la democracia, lejos, muy lejos de la impoluta pureza que tanto adornó su discurso en campaña. Allí, hoy, también, como enuncia Julio Hernández López en su Astillero, Enrique Peña Nieto, Fidel Herrera, Humberto Moreira, Eduardo Bours, Natividad González Parás “y todo aquel que tenga recursos públicos estatales para organizarse campañas de vanidad luego canjeables por bonos de campañas electorales”.
Jueces y parte, adictos a loas por más reformas, cambios estructurales y teatralizaciones presuntamente autocríticas en que se impostan y se reinventan como mártires y héroes de un guiñol de humorismo involuntario (y patetismo lamentable), los gobiernos los componen hombrecitos a los que fascina el elogio, simulación y maquillaje convertidos en copiosa “información” que la tele deposita, tal que se vacía una vaca aquejada de diarrea, todos los días en nuestras casas. Provechito.
Allí los anuncios de la Secretaría de Salud, llenándose la trompa de estadísticas de cobertura cuando hay niños que por cientos se nos mueren a diario en todo el territorio nacional, muertes que podríamos prevenir. Allí los anuncios que se jactan de que México es país sede de una conferencia mundial sobre el sida, mientras padecemos un Instituto Mexicano del Seguro Social asediado por gobiernos derechistas que insisten en despojarlo de su esencia defensora de los más desposeídos porque, afiebrados en su frenesí monetarista, todo lo que huele a defensoría social lo tachan de populismo, clasistas de mierda aunque no lo admitan, hipócritas. Cuantimás cuando uno de los primordiales instrumentos de la seguridad social y la protección elemental de la salud para los más necesitados terminó en las pezuñas de un ejemplar de recalcitrantes derechas como Juan Molinar Horcasitas, de quien nunca se ha sabido que le importen un pito los pobres ni sus enfermedades. Múltiple paradoja, pues, un México que da cobijo a conferencistas sobre el sida cuando en el imss , en repetidos y mal ocultos casos bajo la batuta de la tontería y el fanatismo, los medicamentos para quienes padecen esa pandemia terrible y socialmente lacerante en este país llenecito de prejuicios son negados, y en no pocas ocasiones de mal modo, con segregación y mala leche de por medio, a miembros de la comunidad homosexual.
¿Quién va a poner el alto a los politicastros y funcionarillos de ésos que es tan difícil despegar de las ubres de cualquier presupuesto público en cualquier nivel de gobierno? ¿Cómo evitar que estos señores se emperren en querernos convencer de que no son lo que son, de que son lo que no son? Allí tantos, tantos, tantísimos tristemente históricos presidentuchos municipales o casi siempre gobernadores: pequeños, neronianos señoritos feudales que mucho prometen y poco o nada cumplen (recuerdo con amargura el decepcionante paso de Miguel Alemán por Veracruz): gobernadores que invariablemente pasan al colectivo imaginario de la historia como capos de la mafia, o sea que además toda la faramalla televisiva es de una inutilidad vergonzante. Allí cualquiera de los presidentes que hemos tenido en México desde que la televisión existe en este país hasta el día de hoy con ese borroso hombrecillo de derechas que arrebató el poder a la democracia, lejos, muy lejos de la impoluta pureza que tanto adornó su discurso en campaña. Allí, hoy, también, como enuncia Julio Hernández López en su Astillero, Enrique Peña Nieto, Fidel Herrera, Humberto Moreira, Eduardo Bours, Natividad González Parás “y todo aquel que tenga recursos públicos estatales para organizarse campañas de vanidad luego canjeables por bonos de campañas electorales”.
Jueces y parte, adictos a loas por más reformas, cambios estructurales y teatralizaciones presuntamente autocríticas en que se impostan y se reinventan como mártires y héroes de un guiñol de humorismo involuntario (y patetismo lamentable), los gobiernos los componen hombrecitos a los que fascina el elogio, simulación y maquillaje convertidos en copiosa “información” que la tele deposita, tal que se vacía una vaca aquejada de diarrea, todos los días en nuestras casas. Provechito.
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